Mi vida en el invierno

El invierno en el subdesarrollo es la peor de las pesadillas, tanto para los que nacieron aquí como para los que venimos temporalmente. La temperatura está bajando vertiginosamente y cada día el sol sale más tarde y se pone más temprano. Y a empezaron las lluvias y es una alegría inmensa porque marca de alguna manera el principio del fin de la sequía que por cuatro años azotó esta tierra tan aporreada por los otros 100 mil problemas antes descritos. Los afganos dicen: «El invierno es la muerte de los pobres». Y tienen toda la razón, porque sólo los más fuertes logran sobrevivir a estas temperaturas. El invierno implica que la comida escasee, los caminos se bloqueen por la nieve y las enfermedades respiratorias se alboroten. En un país donde prácticamente no hay luz eléctrica, sistema de salud, ni acueducto, es un milagro que no se muera más gente. Los pozos se están congelando y el agua falta.

Para dormir tenemos que poner estufas de petróleo o de madera en las piezas. Las de madera son mejores porque no huelen mal y producen un humo menos dañino, pero a las tres de la mañana hay que levantarse a echarles más leña, así que no es nada práctico. En mi pieza tengo el sistema de petróleo, por lo cual cada mañana me levanto con lagañas enormes, negras y pegotudas en los ojos; me limpio la nariz y me salen tacos de brea, y cuando me lavo el pelo el agua sale negra. Soy un asco de ser humano en las mañanas, pero es esto o morirme congelada. Ni sueñen con calentadores eléctricos porque sólo hay luz en la ciudad tres horas al día y el resto del tiempo funcionamos con generadores que hacen muchísima bulla y son muy costosos de mantener. Los niños salieron a vacaciones hace dos semanas (y por tres meses) porque en invierno no se puede ni salir de la casa y porque el gobierno no tiene con qué calentar los salones de los colegios. De los hospitales ni hablar; como no tienen plata para comprar leña, meten a todos los pacientes juntos en espacios súper estrechos y antihigiénicos. En mis cliniquitas tenemos suficientes calentadores de leña para no tener que hacinar a las pacientes, pero lo que hacemos cuando vamos de la sección masculina a la femenina y viceversa es que ponemos piedras a calentar en las estufas y cuando tenemos que salir a la calle nos echamos un par de piedras al bolsillo. Este mismo sistema lo adapté para calentar la cama antes de acostarme. Y a no sólo soy fea y pegotuda sino que duermo con piedras.

En estos días me pasó algo muy gracioso por montañera: yo lavo mis calzones yo misma y los junto todos para lavarlos cada diez días, en la pieza, para no congelarme. Resulta que como me fui de paseo no tuve tiempo de lavarlos durante el día y cuando llegué a la casa por la noche cogí y los eché todos en un balde con agua y jabón. Justo en ese momento llegó alguien a mi pieza y tocó la puerta, y para que no me vieran lavando los calzones saqué el balde al balcón por la puerta de atrás y como era de esperarse se me olvidó entrarlos. Y a se imaginarán que al otro día, cuando me acordé, salí a buscar el balde y ¡me encontré un baldado de calzones congelados! Era súper charro porque parecía una paleta de salpicón en leche por el jabón y porque mis calzones son multicolores. No me quedó de otra que sentarme a reír, meter el balde a la pieza, prender el calentador y esperar hasta la noche para poder sacarlos del balde. Y a me baño con una bolsada de calzones para que no se me olviden nuevamente.