De por sí las suegras son mundialmente reconocidas por ser unas malas mujeres, pero las afganas son las reinas de la maldad. Resulta que a toda mujer afgana le toca seguir un orden jerárquico muy particular.
1. Cuando nacen son un bebé de mala calidad por ser mujeres (una tristeza para la madre parturienta cuando se entera de que el bebé es de sexo femenino). Y, además, no se les puede decir el sexo del neonato hasta que la placenta haya salido porque se ponen tan tristes que, según ellas, se les atranca y sangran más. Cuando uno le pregunta a una mujer que ha parido doce hijos cuántos hijos tiene, dice que cinco o seis, pues cuenta sólo los hombres. A las hijas no las incluyen en las estadísticas personales.
2. Cuando tienen entre 2 y 12 años son las hermanas, las sirvientas, las carga agua, las carga hermanitos, las culpables de que los platos se quiebren, el agua se riegue, el hermanito se accidente y de cualquier desgracia que se les quiera asignar. Viven en manadas, duermen en corrales y se comportan como cabras.
3. Cuando cumplen 13 se convierten en estorbos, así que corriendito hay que conseguirles marido para deshacerse de ellas. Literalmente se vuelven un estorbo porque comen mucho y si accidentalmente se embarazan o las violan toca matarlas y eso es muy engorroso. Hasta este punto cualquiera se puede tomar la libertad de cascarlas. Los hermanos, la mamá, el papá, las tías y hasta la abuelita las cachetean y patean con frecuencia. Les pegan por torpes o porque se ríen o porque lloran o porque está haciendo mucho frío o porque no hay trabajo. En resumidas cuentas no hay que tener una razón clara para cascarle a una afganita: es el derecho divino de los hombres y los adultos limpiarse las botas en la dignidad de estas personas.
4. Entre los 13 y los 17 se casan y se las llevan para la casa de la suegra a vivir en una pieza. La suegra fue en realidad quien hizo las negociaciones, así que ella es la que escoge el surtido de nueras y, dependiendo de su poder, las escoge más gordas o más flacas, más ricas o más pobres, más sumisas o más alebrestadas, y si por casualidad alguna saliera defectuosa (por ejemplo infértil) le consiguen una segunda esposa al hijo, la convierten en muchacha de servicio y se acabó el problemita.
Las suegras manipulan, cascan y humillan, y en su casa las jóvenes viven el momento más duro porque de buenas a primeras las patadas vienen de desconocidos, las cachetadas de extraños y las humillaciones de personas a quienes no quieren. Ahora las patean el marido, la suegra, el suegro, el hermano del marido, el sobrino del marido, y hasta el abuelo del marido.
5. Se dedican pues a parir hijos para que las acompañen y para mantener al maridito contento. Paren hijos para que las quieran, paren hijos para que dependan de ellas, paren hijos para pegárselos al pecho y no ser golpeadas. Paren hijos porque Dios así lo quiere y la evolución así lo diseñó. Paren y paren y paren y nunca paran. Porque paran de parir cuando por parir parten (recuerden que la mortandad materna en Afganistán es la más alta del mundo).
6. Un día cualquiera se despiertan y se dan cuenta de que ya es hora de casar al primer hijo que parieron y de que ya no son las nueras sino las suegras y, como si hubieran olvidado su historia personal, se tornan en tiranas y repiten con sus nueras exactamente la misma historia. Pasan de ser el oprimido a ser el opresor con una facilidad aterradora y sin memoria alguna de lo que fue ser golpeada y humillada; porque, eso sí, después de treinta años de patadas, a las suegras nadie les vuelve a poner la mano encima, pues de alguna manera trajeron al mundo a un batallón de hombrecitos que las quieren y las respetan y se hacen matar por ellas. Me pregunto, entonces, si esa amnesia selectiva es sólo un mecanismo más de adaptación y si hay alguna manera de romper este ciclo de vida tan enfermo.