La ciudad (que nos dejan ver)

Mi tiempo libre es en realidad muy escaso porque cuando uno vive en la misma casa del jefe le toca estar permanentemente en tónica laboral. Adicionalmente, las reglas de seguridad bajo las cuales nos tienen son extremas. Por ejemplo, no puedo salir a caminar sola ni con otra mujer. Tengo que rebuscarme un hombre que me saque a la calle por lo menos una vez cada dos días. Como los perros cuando quieren salir a orinar, nos paramos junto a la puerta para ver quién va para la calle. Esta regla es absurda no porque no exista peligro sino porque somos muchas mujeres en la casa y los únicos dos hombres son altos mandos, viven fundidos y obviamente no quieren ir a las promociones del Éxito, como cualquier hombre normal.

En mi proyecto, por ser en la capital, tenemos la desventaja de que nos toca vivir bajo el mismo techo que el jefe de misión y por ende vivimos bajo perenne y suprema supervisión, amén del estrés contagiado. La calle más famosa de Kabul se llama The Chicken Street y nos la tienen rotundamente prohibida porque van muchos expats de las otras ONG y militares, y les da miedo que nos maten accidentalmente. Es una calle llena de ventas de antigüedades y artesanías y de cosas lindas y de mercaditos donde sólo venden comida expat, o sea Nutela, quesos, chocolates, champús, etc. Las «niñas» de esta misión vivimos desesperadas de las ganas de salir a comerciar pero por ahora nos lo prohíben. Lo que sí hago ocasionalmente es ir a restaurantes de la ciudad. ¿La calidad? No sé, porque yo siempre pido kebabs con papitas chip pero básicamente la calidad de los platos occidentales es mínima. Yo de todas maneras gozo mucho con cualquier salidita. Dalila y yo decidimos meternos a clases de alguna cosa para despejarnos un poquito. A la hora de elegir nos dimos cuenta de que sólo había clases de farsi (el idioma local) y nos dio una jartera suprema. Luego de mucho pensarlo decidimos matricularnos en clases de modistería. Entonces compramos sendas máquinas de coser manuales, que son las que se consiguen aquí. Son metálicas, negras con dorado, chinas, pesadas y muy hermosas. Son muy primitivas pero a punta de manivela y mucha energía recanalizada estamos haciendo cada vez cositas mejores. Llamamos a nuestra modistería El atelier o Taller Kabul-París-Medellín. ¿Cómo les parece de patético el último hobby mío? Pasé de la fotografía y el buceo a la modistería. Pero les cuento que estoy dedicada a hacer ropa infantil de terciopelo, muy elaborada, y se la regalo a los niños de mi clínica.