Esta mañana me levanté y descubrí que en vez de pies tenía patas y en vez de manos tenía garras. Lentamente me volteé y al mirarme descubrí que ya no era una monita sino un lagarto. Los cambios han sido lentos y espero que no definitivos. La piel que tenía anteriormente era blanca, suave, delgadita y sensible. Hoy mi piel es grisosa, gruesa, empolvada y carente de sensaciones. Es evidente que mi cuerpo se está adaptando paralelamente con mi mente. Cada sistema ha evolucionado. Por ejemplo, mis tripas han adquirido la capacidad de comunicarse con el exterior mediante horrorosos sonidos internos, como si me hubiera tragado una mezcladora de cemento prendida. Esto le está pasando a mis compañeros también. En las tardes, cuando estamos en silencio, podemos oír una sinfonía intestinal. Afortunadamente no tengo ningún dolor. El proceso ha sido lento. Mis pies han adquirido suela propia y en las noches, cuando un pie se encuentra con el otro, me horrorizo con lo que siento. La falta de agua en el aire y en la cotidianidad hace que mis riñones recirculen continuamente el poco líquido que consumo. No tengo necesidad de ir al baño porque pierdo todo el líquido por el sistema respiratorio. La piel se me está cuarteando y por momentos sangra. Los labios me sangran continuamente. No importa cuánta crema humectante me eche en las mañanas: el aire es tan seco que se roba cualquier gota de humedad. La solución parcial que le encontré a la piel fue utilizar lo que usan las mujeres locales: aceite de almendras, lo cual me confiere un olorcito dulzón, algo empalagoso. El pelo sólo se empolva pero no se engrasa, y no hay ni una gota de sudor en mi cuerpo. Las uñas se pusieron gruesas y crecen a una velocidad increíble. Y a no son manos sino garras, y a pesar de mis incansables esfuerzos por mantenerlas limpias, siempre están sucias.
En Colombia, en el espectro de la feminidad, yo me ubico cerca del lado masculino pero en MSF las mujeres son tan poco femeninas que yo parezco una Barbie. La ropa es uno de los principales factores amorfizantes. Uno puede tener nueve meses de embarazo o estar caquéctico y la ropa lo esconde todo. Con la pañoleta la figura femenina se torna invisible y ni el pelo se ve. Cuando me miro al espejo (casi nunca), me asombro de lo mucho que he cambiado pero aunque sé que parezco un lagarto, sigo siendo una mona.