Los afganos pequeños son una hermosura. Son unos fenómenos evolutivos. Son de baja estatura comparados con los americanos o los europeos. Son mugrosos, empolvados y desconfiados. Te miran desde lejos y se esconden detrás de las piedras, acuclillados. Cuando uno menos piensa, muchos ojitos te están mirando. Salen lentamente de sus escondites pero siempre con mucho cuidado. Te miran a la cara y cuando te acuclillas se acercan con recelo. Cualquier movimiento brusco los espanta. Todo el cuerpo es mate, por el polvo, pero los ojos son brillantes: azules, verdes, amarillos, grises, negros, castaños, redondos, almendrados, grandes, diminutos, pero siempre inquisitivos.
Las primeras palabras de un niño normalmente reflejan la situación en la que vive. Por ejemplo, los americanos dicen «cocacola», los colombianos dicen «bomba» (como Paula), los palestinos dicen «tac tac tac» (por las balaceras) y los afganos dicen ab (agua). Antes de aprender a caminar gatean hacia los pozos. Apenas se ponen en dos patas brincan y agarran el palo de la bomba y lo bajan para bombear agua por el otro extremo. Corren hacia el lado opuesto y sacan la lengüita. Cuando tienen 2 años van al pozo con un galón plástico en cada mano, lo llenan y se lo llevan a la mamá. (A esta edad un colombianito del barrio El Poblado a duras penas es capaz de ir al baño y con mucha asistencia). Cuando cumplen 5 se gradúan como asistentes de crianza de sus hermanos. Contra lo que uno puede pensar, los varones afganos de corta edad cuidan y cargan tanto a los hermanitos como las afganitas. En este país o se trabaja en equipo o no se sobrevive. Lo normal es ver a un afgano de 5 años cargando al hermanito de 2 (y se ven tan desproporcionados).
Los bebés están envueltos como unos tabaquitos y amarrados con cuerdas, lo que los hace muy portátiles. Al principio yo me asustaba cuando un afganito salía corriendo con un neonato en la mano. Pero no los dejan caer. Es sorprendente lo que la necesidad hace sobre los cerebros. Los niños afganos habitan los techos y las terrazas. Se divierten con lo que tienen a mano. El juego más común son las cometas. Tienen unas cometicas todas subdesarrolladas, de plástico transparente o de papel, y las vuelan con unos hilos súper delgados. Juegan con botellas, manzanas, llantas, y cuando se encuentran con una mina quiebrapatas o una granada sin explotar, también tratan de jugar con ella. Es en este punto cuando se vuelven mutiladitos, cieguitos, desesperaditos y finalmente resentiditos.