Ayer estuve en la boda de mi farmaceuta, que se llama Tawab. Tawab tiene 23 años y se casó con Mariam, que sólo tiene 17. Fue un matrimonio elegantísimo, en un hotel de Kabul; ya les contaré los detalles, pero primero los preparativos. Anteayer me fui con Leilomá para el almacén adonde van las mujeres locales a comprar los vestidos para los matrimonios elegantes. Aquí se consiguen dos tipos de vestidos: los supremamente occidentalizados y horrorosos, y los tradicionales, claramente hermosos. El método de selección del vestido fue muy democrático. Yo escogí tres que me gustaban y luego les preguntamos a otras mujeres que estaban en el almacén cuál preferían. Nos reímos mucho porque todas se quitaron las burkas (estábamos en un sitio encerrado, obviamente) y empezaron a darme mil razones por las cuales debía comprar el uno o el otro. Los argumentos oscilaban entre «este color te queda mejor» hasta «con este vas a conseguir marido» y «tendrás mejor suerte con este». Las mujeres aquí son muy unidas y cuando están entre ellas hablan como unas loras. Me volteaban, me tocaban, me medían. En resumen, toda una experiencia. El vestido que me eligieron es lo más lindo. Es en realidad una shwar kamize tipo panyovi, de satín verdeazul, bordado en hilo dorado, y la pañoleta es de velo igualito. Los zapatos son una oda a la exageración. Son sandalias doradas con diamanticos en las tiritas y tan hermosas que ni la Cenicienta después de casarse con el príncipe las podría tener.
El siguiente paso fue ir a la peluquería. Definitivamente el lenguaje universal de las mujeres no es el amor sino la vanidad. La peluquería se llamaba como su dueña: Humaira. En Yarumal también hay probablemente una peluquería que se llama Omaira. La diferencia está en que la Humaira de Kabul no está casada con Jhon Freddy sino con Shariff. El local es, como todo en Kabul, muy colorido, plástico y adornado, y los afiches de las paredes muestran mujeres con peinados setentudos. Fuimos Petra (la administradora holandesa), Armelle (la francesa de los refugiados) y yo. Nos hicimos depilación de piernas con el método del hilo, maquillaje tipo local (khol debajo de los ojos, los labios rojísimos, y mucha sombra porque los ojos son lo más importante aquí) y unos megapeinados que les describiré. El mío era una moña, como una torta, en la cabeza, y un crespo muy sexy, único y lateral, que caía sobre la cara. Utilizaron cantidades industriales de laca y luego nos echaron mirella dorada en el pelo, y mirella plateada en brazos y cuello. Parecíamos concursantes de un reinado popular en Magangué.
Cuando salimos de la peluquería y nos montamos al carro, Bismila (uno de los conductores) nos echó la flor más afgana y linda del mundo. Nos dijo con cierta picardía: O h, you need a burka. Creo que tenía razón porque justo cuando nos montábamos al carro pasaron unos kabulíes machos en sus bicicletas y nos miraron con ojos entre asombrados y hambrientos. Luego llegamos a la casa, nos pusimos los atuendos y salimos como unas muñecas para el matrimonio. El staff afgano masculino estaba asombrado porque es la primera vez en diecisiete años que veían a las expats femeninas vestidas y comportándose como mujeres.
Nos fuimos para el hotel y a las niñas nos metieron en un cuarto con otras 200 mujeres y a los hombres en otro con 200 hombres. Cada salón tenía orquesta propia y pista de baile. Los afganos son megarrumberos desde la cuna. La pareja aún no había llegado y ya los invitados estaban emparrandados a punta de cocacola porque aquí no se ingiere licor. La música era entre una mezcla de funk y música árabe y se baila entre mujeres de una manera bastante seductora, medio cerrando los ojos como si se estuvieran sollando cada paso. Los niños salen y bailan parejo con las mujeres, y todo el mundo aplaude al son de las canciones. El baile masculino sí que es un hermosura. Tienen una danza tradicional, que me pillé porque Omayun (un ingeniero afgano) me llevó clandestinamente a una ventana a verlos bailar. Es muy masculino, violento y rítmico. Bailan en una ronda y golpean el piso con los pies y luego giran sobre sí mismos cada vez más rápido y más rápido y más duro y más duro y más duro hasta que paran y se acaba la música y se ríen y se abrazan. Es su baile tradicional y aparentemente es muy prestigioso saber bailarlo bien. Durante la ronda, además, se usa tirar plata a la jura para bendecir a la pareja y desearles prosperidad.
Luego de dos horas de parranda llegaron Tawab y la novia. Ella es una gorda caradeluna y él un flacuchento mariapalito. Ella tenía un vestido verde pistacho, iridiscente y ceñido, y un velo blanco. La ceremonia la hace el mulá en un cuarto cerrado y el vestido tiene que ser verde (no sé bien por qué), pero luego la pareja baja y se sienta en un kiosco decorado con flores plásticas y se toma fotos con la familia. La decoración del salón era sencillamente hermosa. Todas las flores eran plásticas, de distintos colores, con lazos de cintas de muchos tonos en el techo. Fosforescentes, iridiscentes, incandescentes. Si a esto le sumamos que todas las mujeres estaban tan colorinchudas como yo, se podrán imaginar el caleidoscopio visual de la noche. La comida fue: arroz kabulí (es arroz alargadito con pasas, tiritas de zanahoria, mucha grasa y muy rico), pollo asado, carne asada, vegetales, nan, manzanas y bananos. A las 9 p.m. por supuestas razones de seguridad nos hicieron devolver para la casa, así que no sé cómo se puso la fiesta más tarde.
En resumen, los matrimonios afganos son acontecimientos alegres para todo el mundo menos para la novia. La pobre caradeluna se veía francamente asustada desde que entró. Sólo tiene 17 años; hasta hace una semana no sabía nada de lo que quieren los hombres, y de buenas a primeras la pasan a vivir con la suegra y las cuñadas. Afortunadamente les hacen esta marranada lo suficientemente jóvenes para que se puedan defender con la capacidad de adaptación propia de la infancia, porque de otra manera estarían condenadas a la infelicidad. Al otro día de la boda tiene que aparecer la sábana manchada por el descorche; no me quiero ni imaginar a esa pobre niña en su noche de bodas. Tawab me dijo que rapidito quería un Tawabcito, así que no me dio tiro de ofrecerle planificación. Sin embargo, es política de MSF tener, tanto en la casa como en la oficina, una gigantesca caja de preservativos en los baños para utilizarlos con libertad. La caja de la oficina hay que cambiarla con frecuencia, así que por lo menos parte de mis compañeros afganos se está cuidando de alguna manera.