Leilomá

Leilomá es mi intérprete, mi mano derecha, mi pie izquierdo, mi guardaespaldas, básicamente mi cordón umbilical con el país. Tiene 23 años y le falta un ojo porque cuando tenía siete cayó una granada cerca a su casa y la metralla se lo voló. Afortunadamente, le consiguieron una prótesis adecuada y no se le nota mucho, pero cuando estamos en las carreteras, el polvo se le deposita en la prótesis y se ve lo más de raro. Su vida es la clásica historia de las mujeres afganas. Como es muy inteligente y poco atractiva por el problemita ocular, logró estudiar inglés y se ha autoformado. Hace siete años se fue para Pakistán porque ya la vida se estaba poniendo maluca.

Toda la familia depende económicamente de ella porque el papá es parapléjico por la guerra. (Lo normal en Afganistán es convivir con la mutilación). Ella trabajaba como profesora de inglés en un colegio y vivía mejor que aquí porque en Pakistán las restricciones para las mujeres son menores. Se devolvieron para Afganistán con la esperanza de poder reconstruir lo que antes tenían, pero para ella es muy duro que la vuelvan a enjaular después de haber sido relativamente libre. Tiene una actitud súper buena y he decidido volverla mi asistente y no mi traductora porque cualquier habilidad que adquiera le puede servir en el futuro.

Casi la infarto un día que nos fuimos para la clínica y había un parto y se medio desmayó porque a ninguno se nos ocurrió que Leilomá es mujer y virgen y por ende no sabía nada de la reproducción. Casi se muere cuando vio el parto; es más, le tocó salirse un rato. Entre la sangre, el bebé, los gritos, la traducción y el despelote, esta pobre afganita se estaba infartando. Unas horas más tarde me di a la tarea de dictarle el curso de las abejas y los pajaritos, aunque con mucho cuidado porque si en la familia se pillan que está muy informada la matan.

Aquí se usa que las mujeres sean completamente ignorantes hasta una semana antes de la boda, momento en el cual la madre y hermanas le cuentan los detalles de la reproducción y le dan las instrucciones pertinentes. No sé qué tan prudente sea instruir a Leilomá acerca de los detalles del cuerpo humano, pero si no lo hago ella no me puede traducir bien y por lo tanto se perjudican, además, las pacientes. Cuando sea el momento de irme de este país le pienso dejar todo a Leilomá porque ella en realidad lo necesita. Un día le pregunté si era posible conseguir un perro afgano y ella me dijo que para qué. Yo le dije que para llevármelo y ella me respondió que si no preferiría llevarme a un humano afgano. Así de desesperada es la situación aquí para las mujeres moderadamente estudiadas.