Los afganos son recicladores por excelencia. Uno no ve montañas de basura por ninguna parte, simplemente porque en esta cultura no conocen el desperdicio. Es la antítesis de la cultura norteamericana. Un ejemplo: las llantas las usan los carros; cuando se deterioran, se emplean como caucho para las enjalmas de los burros, y lo que queda se incinera en las fábricas de ladrillos para calentarlos y hacerlos resistentes. Las casas son de ladrillos hechos de tierra, que a su vez amontonan sobre una gigantesca pirámide y en el corazón de esta encienden fuego. Todo lo que se deja quemar se puede usar para hacer ladrillos. Es así como los afganos logran construir sus vidas a partir del reciclaje. Ellos sí que convierten la materia en energía.
Los afganos se las arreglan para reciclar hasta los excrementos. El baño de una casa normal es una especie de letrina que no tiene hueco en la tierra sino una caja. Uno deposita aquello en la caja y cuando está llena, un recogedor oficial de excrementos viene en una carreta y se los lleva; no los bota sino que los seca para luego venderlos como material para quemar y calentar las casas en el invierno o para fertilizar los cultivos. Es increíble cómo un vestido de novia se torna en un pedazo de una cobija y luego en un trapo y luego en candela para calentar la casa de la mujer que utilizó el mismo vestido. Ellos no entienden cómo los expats pueden desperdiciar tanta comida. Los excrementos de los demás animales también son utilizados para lo mismo y también se pueden comprar en el bazar.