Las frutas y otras experiencias

Las frutas son una magia. Primero que todo son diminutas, la mitad del tamaño colombiano y una décima parte de una fruta genéticamente diseñada por los gringos. Sin embargo, lo que les falta en tamaño les sobra en sabor. Hagan de cuenta que cogen un sobre de fresco Royal y lo diluyen en la mitad de la cantidad de agua que dice la etiqueta. Es decir, las frutas no son sólo más dulces sino más intensas. Cuando uno las mira piensa que son revejidas. Los bananitos son del tamaño del dedo gordo de un hombre adulto. Las uvas son como huevos de pescado, de aproximadamente siete milímetros de diámetro, y los melones son peloticas de béisbol. Todas las mañanas me zampo una tajada de melón o nan con una cucharada de Nutela.

Mañana voy a comprar una cobija iraní porque la que me dieron tiene cuatrocientos años, la han utilizado innumerables franchutes y, además, hay unas iraníes perfectas para mí (que siento una pasión profunda por las cobijas). Yo no nací para el sufrimiento, y mientras pueda hacerle el quite, lo hago. Me voy a winterizar (así se llama el proceso de adaptarse al invierno). Fui al hospital infeccioso de Afganistán. Ustedes se morirían de la impresión con la pobreza y los olores. Está lleno de pacientes amputados, gangrenados, escarados y, por si fuera poco, abandonados. Es una escena macabra, aun para mis estándares. Las moscas vuelan por todas partes, el olor a mortecina se le pega a uno de la memoria olfativa y se le revive a cualquier hora. Es horrible.