POLO DE INACCESIBILIDAD.
ANTÁRTIDA, 48 HORAS DESPUÉS
La masa de hielo era tan basta e incolora que se confundía con el cielo. Sólo se veía el color blanco; interminable, eterno. Dentro de la cabina del tractor de nieve, la respiración de Mulder se convertía en vapor. Estaba encorvado sobre los controles, concentrando todas sus energías en lo que se extendía ante él. El tractor se arrastraba como un insecto por la Barrera de Hielo de Ross.
Pasaban las horas. Maniobró para detener el tractor y se acercó al monitor del Satélite de Posicionamiento Global para comprobar su posición. Torció la vista mientras los números se desplazaban por la pantalla del aparato y miró fijamente por la ventana delantera. Volvió a consultar el dispositivo y salió del vehículo.
La nieve crujía bajo sus pies y se arremolinaba en tomo a su cabeza. Avanzó penosamente por el hielo. Cuando se volvió para mirar al tractor, este le pareció insignificante comparado con la interminable extensión blanca y el cielo plomizo. Inició un largo ascenso por una ladera resbalando una y otra vez y sujetándose clavando las manos o los talones en la nieve blanda recién caída. Cuando llegó a la cima se echó sobre sus rodillas.
En la llanura que se extendía a sus pies había una estación polar rodeada de tractores, vehículos oruga y caravanas. Mulder sacó de su anorak unos binoculares de gran potencia y examinó las cúpulas y vehículos de apoyo, buscando señales de vida. Pero no las encontró… hasta que dejo vagar su mirada por la cúpula más lejana.
Traqueteando por la extensión de hielo había otro tractor de nieve. Avanzaba lentamente en dirección a la estación polar se paró junto a una de las cúpulas. En la cúpula se abrió una puerta y salió un hombre que llevaba un anorak y un gorro de piel. Se quedo junto a la puerta un momento, con el rostro oscurecido por una nube de vapor. En ese momento tiró algo sobre la nieve y se dirigió hacia el vehículo.
Era el Fumador. Mulder lo vio abrir la puerta del tractor y entrar. El vehículo dio marcha atrás y lentamente fue desplazándose hacia el lejano horizonte.
Mulder retiró los binoculares de sus ojos. Se puso en pie y se dirigió hasta la estación polar.
Se movía con precaución, asegurándose de cada paso que daba antes de posar el pie en la capa de hielo. La mirada de Mulder permanecía fija en las cúpulas. Sólo faltaban unos pocos metros para llegar cuando bajo una bota la capa de hielo cedió. Por un instante el mundo pareció temblar, y en ese momento el suelo se hundió.
Tras la caída, quedó con la espalda sobre una superficie fría y dura. Se quedó ahí un momento, intentando determinar si se había roto algo. Sintió un dolor en un brazo y notaba palpitaciones en la herida de su sien, pero al cabo de un minuto se incorporó,
Había caído sobre una estructura metálica dura y estrecha. En el suelo había una abertura por la que salía aire. Mulder se quitó la capucha del anorak y los guantes, y miró primero dentro de la abertura y después al agujero por el que había caído. No había forma de volver atrás y a su alrededor no había más que hielo sólido. Volvió a mirar a la abertura.
Era su única elección. Respiró hondo y a continuación se metió en la oscuridad.
El interior era frío y estaba más oscuro que un pozo. Se movió con precaución, con las manos por delante para detectar cualquier obstáculo. El pasadizo serpenteaba cuesta abajo hasta que apareció un punto de luz. Cuando llegó al final entró con dificultad de cabeza y arrastrándose por el sudo.
Mulder parpadeó y metió la mano en el bolsillo para sacar una linterna. La encendió; la movió por delante de él descubriendo un paisaje aterrador.
Se encontraba en un corredor interminable excavado en el hielo. A izquierda y derecha había unas formas vítreas con una separación regular entre ellas. Eran como ataúdes de hielo puestos en pie contra las paredes. Dirigió la luz al frente y se acercó para quitar la escarcha de la superficie de hielo, y en ese momento se asustó por lo que vio.
Había un hombre congelado en el hielo. Estaba desnudo y con los ojos abiertos, como mirando al frente. Tenía el pelo largo, oscuro y enmarañado y sus rasgos eran extrañamente inhumanos. Al acercarse más, Mulder comprobó que la carne de aquel hombre era parecida a la del bombero que había visto en el depósito de cadáveres. Se retiró mostrando repugnancia al descubrir algo dentro del hombre: una criatura embrionaria con unos enormes ojos negros que también estaba congelada, como su anfitrión.
Mulder dio la vuelta y avanzó. En el lugar donde acababa, se filtraba una tenue luz a través de varias aberturas bajas en forma de arco. Se puso de rodillas para mirar por ellas y al otro lado vio un corto pasaje que se ensanchaba dando paso a una galería. Se tumbó boca abajo y pasó por el arco. Cuando llegó al otro extremo, asomó la cabeza a la galería y quedó sorprendido por lo que veía.
Todo a su alrededor era un gigantesco espacio que ascendía a un techo abovedado. Miró hacia abajo; donde quisiera que se encontrara el fondo, estaba por lo menos tan lejos como el techo. Por todas partes, en círculo en torno a la bóveda, había innumerables aberturas. Volvió a mirar al fondo de la construcción, en el que había varios tubos enormes. Uno de ellos describía un ángulo y se elevaba junto al lugar donde estaba Mulder.
Transcurrieron varios minutos hasta que asimiló todo esto. Las dimensiones eran inmensas; aquello era muchísimo más grande que cualquier otra cosa que jamás hubiese visto. Pero lo más extraño y aterrador de todo fue lo que vio: fila tras fila con vainas del tamaño de una persona, de color oscuro, colgadas de largos rieles que se adentraban en la oscuridad. Miró de reojo, intentando imaginarse qué podía ser aquello y a dónde podían conducir las interminables hileras. A varios metros por encima de Mulder, otra figura miraba con incredulidad lo que tenía delante. En la cabina caliente de su vehículo oruga, el fumador se inclino hacia delante para limpiar el cristal lleno de vaho. Por fin podía verlo con claridad…
Era el tractor que Mulder había dejado en el hielo.
Durante un largo rato, el Fumador se quedó mirando al tractor. A continuación, puso en marcha su vehículo y volvió a la base tan rápido como pudo.
Bajo el hielo, Mulder seguía observando las vainas. Se percató de que en el extremo opuesto de la cúpula parecía que las vainas se movían. Parpadeó, intentando enfocar la vista y vio algo que antes le había pasado desapercibido.
En el suelo, a varios metros por debajo, había una criocápsula abandonada. Mulder apartó la mirada y se centró en la larga estructura tubular que ascendía unos metros por delante de él. Sin pararse a pensar en el peligro, Mulder se metió por aquel agujero.
Era estrecho, pero podría pasar. Empezó a descender, esforzándose por ver en la casi total oscuridad, con las manos y los pies resbalándole en las paredes que parecían grasientas. Tuvo la sensación de que el descenso duraba horas, resistiendo el agotamiento, y de pronto, le resbalaron las manos y empezó a deslizarse tubo abajo. Intentó parar pero siguió descendiendo hasta llegar al final y dar con un estrecho reborde al que intentaba agarrarse. Se debatió desesperado, pero al final consiguió sujetarse.
Jadeante, miró abajo. Al hacerlo, los binoculares se le cayeron. Observó cómo caían y esperó a que se oyera el ruido del impacto. Esperó y esperó, y contuvo la respiración para oír el sonido cuando llegasen al fondo.
No oyó nada. Miró hacia abajo y vio un hueco negro y sin fondo. Esa imagen le aterró. Luchó con todas sus fuerza para avanzar por el estrecho reborde, hundiendo los dedos en el material liso y brillante, hasta que por fin consiguió subir y pasar al lado del interior.
Respiró hondo y se puso en pie. Estaba en un pasillo, más oscuro y cálido que el anterior. Sacó la linterna e iluminó el túnel. Vio la criocápsula y se acercó. En el interior estaba la ropa de Scully y el crucifijo que siempre llevaba al cuello. Se agachó y recogió la cruz, se la guardó y continuó.
A lo largo del corredor se extendía una barra metálica sujeta al techo. Y colgadas de la barra estaban vainas. Eran los objetos que había visto en el nivel superior, pero la suave temperatura del lugar hacía que no estuviesen totalmente congeladas. Avanzó lentamente iluminando con la linterna los contornos de lo que contenía cada criovaina; un cuerpo humano apenas visible tras la fina cubierta de hielo verdoso.
Sin embargo, los rostros de los cuerpos no tenían los rasgos primitivos de los seres que había visto con anterioridad. Eran hombres y mujeres como él y cada uno de ellos tenía un tubo metido en la boca.
Mulder caminó junto a la hilera viendo primero un rostro y luego el siguiente. No quería admitir lo que estaba buscando, a quién estaba buscando. Hasta que al final la encontró.
—No es posible —murmuró.
Se detuvo delante de una pared de hielo verde. Allí dentro de una de las vainas, estaba Scully. Tenía el pelo cubierto de nieve, y una expresión de terror en el rostro.
Mulder golpeó una y otra vez la criovaina con la linterna para romper la cobertura de hielo; pero no consiguió nada. Se acordó de la criocápsula y corrió hacia ella.
Cogió una de las botellas de oxígeno que había en la tapa y volvió al lugar donde estaba Scully. Gruñendo por el esfuerzo, levantó la botella y golpeó la criovaina.
La vaina se resquebrajó y acabó rompiéndose. Al suelo cayó hielo y nieve derretida, y por primera vez vio a Scully con claridad. Tenía el cuerpo cubierto de escarcha. Con dedos temblorosos abrió la bolsa y extrajo el sobre del bolsillo. Sacó la jeringuilla y la ampolla y se afanó por ver la aguja en la oscuridad y meterla por la tapa de goma. A continuación la clavó en el hombro de su compañera.
Casi al instante, un líquido espeso de color ámbar rezumó por el tubo que tenía en la boca, y empezó a arrugarse. Entonces el túnel tembló. Mulder se tambaleó y estuvo a punto de empotrarse contra la pared. Se incorporó con calma y tiró del tubo que Scully tenía en la boca.
Sus ojos parpadearon y sus labios se movieron al intentar inspirar. Movió los ojos intentando enfocar las imágenes, pero el aire seguía sin llegarle a los pulmones.
—¡Respira! —Gritó Mulder—. ¿Puedes respirar?
Ante sus ojos se puso tensa, con expresión de desesperación, como un nadador que lucha por sacar la cabeza a la superficie y respirar. De repente, de su boca salió un líquido amarillento. Empezó a toser ahogada, tomando grandes bocanadas de aíre mientras sus ojos conseguían fijarse en Mulder. Movió la boca como si intentase hablar.
—¿Qué? —preguntó Mulder acercándose.
—Frío…
—Espera —dijo Mulder—. Voy a sacarte de ahí.
En el interior de la estación polar, la isla empezó a temblar. El Fumador recorrió varias filas de ordenadores y hombres con la mirada fija en sus pantallas parpadeantes. Frente a un monitor, uno de ellos levantó la mirada preocupado mientras el Fumador se echaba a un lado.
El hombre señalo a la pantalla, en la que un complejo sistema de gráficos había cambiado de repente mostrando cifras y niveles que se disparaban.
—Tenemos un agente contaminante en el sistema.
El Fumador miró a la pantalla.
—Es Mulder. Tiene la vacuna.
Sin decir más, se apresuró a la puerta. A su alrededor los hombres corrían mientras evacuaban la estación polar. El Fumador ignoró su presencia y se dirigió al tractor. Allí lo esperaba un hombre flaco cuyo pelo rapado quedaba oculto bajo la capucha del anorak. Era el hombre que había disparado contra Mulder. Abrió la puerta y entró.
—¿Qué ha pasado? —gritó.
El Fumador subió a la cabina.
—Todo se va a ir al infierno.
El tractor de nieve empezó a avanzar. Tras ellos, las aberturas para la salida de vapor parecieron entrar en erupción. Por debajo de la estación polar, el aire caliente procedente de los conductos estaba provocando la descongelación y hundimiento de la plataforma de hielo.
—¿Qué hay de Mulder? —gritó el otro hombre.
El Fumador miro atrás y negó con la cabeza.
—Nunca lo conseguirá.
El tractor siguió avanzando. De la estructura abovedada se levanto una neblina parecida al humo.
A varios metros por debajo de la superficie, los estrechos pasadizos de la nave espacial enterrada se llenaban de niebla. Mulder movía la linterna, intentando atravesar la neblina con su débil rayo de luz. Llevaba el cuerpo fláccido de Scully en sus brazos. Le había puesto su anorak y los pantalones de nylon. Su rostro le rozaba el hombro cuando intentaba levantar la cabeza para hablar.
—Tenemos que seguir adelante —dijo Mulder con voz ronca. A su alrededor todo era agua que caía de las criovainas colgadas. Mientras avanzaba con gran esfuerzo, toda la estructura vibraba.
Llegaron al lugar donde Mulder había caído al interior del túnel; las paredes estaban ahora empapadas de agua. Cuando llegaron al final de corredor, vieron la base de un pasillo y empezaron a ascender, Al llegar arriba se encontraron en el pasillo superior en el que Mulder había visto al hombre prehistórico.
Su cuerpo ya no estaba aprisionado por un sólido bloque de hielo. A través de las capas de hielo traslúcido podía verse la piel de aquella criatura, que se movía ligeramente como si empezara a despertarse. Mulder lo miró y rápidamente volvió la vista al techo.
—Scully, levántate y agárrate a esa abertura.
Pero ella no respondió, Mulder la miró y comprobó que se había quedado inconsciente. Con suma urgencia y al tiempo con suavidad, la tumbó en el suelo.
—Scully, regresa. Scully…
Le desabrochó la chaqueta y le colocó los dedos sobre el cuello, en busca del pulso.
—Scully…
Ella hizo un esfuerzo por respirar cuando Mulder le metió los dedos en la boca, para abrir el conducto.
—Respira. Scully.
Le presionó el pecho, para que entrara aire.
Uno, Dos, Tres.
Se inclinó y colocó su boca sobre la de ella, comprobando de ese modo lo fríos que tenía los labios y las mejillas. Espiró aire dentro de ella, echo hacia atrás la cabeza y escuchó el sonido del aire entrando en los pulmones.
Nada.
Volvió a hacer presión sobre su pecho, con movimientos cada ver más frenéticos.
Uno, Dos, Tres.
Detrás de Mulder, sin que él se percatara de ello, las criaturas se movían violentamente dentro de sus anfitriones a medida que el hielo que los rodeaba empezaba a resquebrajarse en gruesos fragmentos y caía al suelo. Al oírlo, Mulder volvió la cabeza y los vio intentando escapar. Siguió con la reanimación cardiopulmonar, sin prestar atención a nada más que no fuera Scully.
De pronto, ella se movió, inspiró aire y empezó a toser. Se quedó mirando a Mulder y sus labios se abrieron.
—Mulder… —dijo en un susurro apenas perceptible—. Mulder…
—Te pillé.
En su rostro se dibujó una sonrisa. Antes de contestar, un fuerte golpe retumbó tras él. Mulder se volvió.
—Oh, Dios mío…
En el pasillo se movían unas formas oscuras. De las criovainas salían brazos y piernas, y sus manos de tres dedos golpeaban el hielo que se desmoronaba. Las criaturas estaban empezando a eclosionar.
Mulder se volvió rápidamente para mirar en la otra dirección. Y presenció la misma escena: nieve medio derretida que escurría de las vainas mientras los poderosos pies de las criaturas hacían agujeros en el hielo. Volvió a dirigir la atención a su compañera.
—¡Scully! Levántate y agárrate a esa abertura…
Movía la boca, pero no pronuncio ninguna palabra. Con Las últimas fuerzas que le quedaban, Mulder la levantó dirigiéndola hacia donde se encontraba la abertura de la pared, por encima de ellos. La colocó sobre su hombro y la alzó hasta la abertura. Scully se agarró y se fue levantando hasta desaparecer por el hueco. Tras ella, Mulder saltó y encontró un asidero pisando lo que había debajo. Con un grito ronco, una de las criaturas se había liberado y había cogido a Mulder por el pie. Él le dio patadas con furia mientras sus garras se deslizaban pierna abajo. Justo en el momento en que salió de su vaina. Mulder se liberó de aquel ser y se metió por la abertura.
En el interior, Scully se movía débilmente.
—¡Scully! —Grito Mulder—. ¡No te pares!
Ella emitió un gemido, pero siguió avanzando.
—Sigue Scully, sigue.
Avanzaban lentamente. Mulder la empujaba cuando ya no tenía fuerzas para continuar. Por fin, vieron la salida. Cuando consiguieron salir, el frio aire les hizo temblar. Él miraba constantemente atrás para comprobar que ninguna de las criaturas les estaba siguiendo.
Habían llegado a la cámara de aire que se había formado al caer de la plataforma de hielo. A su alrededor, el hielo y la nieve se derretían. Por encima de sus cabezas se había abierto un agujero del tamaño de un cráter. Mulder se puso en pie temblando. Volvió a mirar atrás.
Con un chillido inhumano, una de las criaturas saltó desde la abertura, con las garras extendidas, hacia él. Pero antes de poder alcanzarlo, una fuerte ráfaga de vapor lo lanzó hacia atrás. Se oyó un ruido sordo. De la abertura salía más vapor. Dando un grito, Mulder cogió a Scully por los hombros y la lanzó al otro extremo, saltando tras ella y cubriéndose los ojos.
Por detrás, en la abertura por la que habían salido se produjo una explosión de vapor. Mulder cogió a Scully y avanzó con dificultad hacia la superficie de la capa de hielo.
Llegaron a la cima y se alejaron de la abertura. Ascendieron una pequeña elevación, cayendo con frecuencia en la nieve blanda. Al llegar a la cumbre miraron atrás.
Bajo ellos estaba la placa de hielo. Sobre ella había aparecido una serie de agujeros espaciados y de ellos salían ráfagas de vapor, dejando marcada la forma circular de la nave que estaba debajo. Las tiendas blancas abovedadas ahora parecían diminutas comparadas con la enorme estructura que yacía bajo la superficie. Mientras miraba, por debajo surgió una violenta erupción de vapor, tan ruidosa que tuvieron que taparse los oídos. Mulder agarro a Scully por la manga y la acercó hacia él para protegerla. De repente, el hielo se resquebrajó y sin aviso previo, la capa entera cedió. La estación polar se hundió, cayendo al mismísimo centro de la nave enterrada. Se produjeron unas tremendas ondas expansivas. El suelo tembló y Mulder se dio cuenta de lo que estaba pasando.
—¡Tenemos que correr!
Tiró de ella y mientras avanzaban miraban atrás para ver cómo se desmoronaba la capa de hielo. Por Todas partes surgieron géisers que se alzaban varios metros sobre la superficie. Mulder y Scully huían por un paraje de humo y nieve esquivando fragmentos de hielo y restos ardientes. En el centro de la plataforma que se derrumbaba apareció una forma negra. Se hacía cada vez más inmensa, al tiempo que corrían para ponerse fuera de su alcance.
Scully dio un grito al caerse, golpeando con los brazos la nieve. Mulder tiró de ella, con los oídos entumecidos por el fuerte ruido de la nave que salía a la superficie. La agarró por la mano, pero antes de que pudieran seguir adelante, el suelo que había bajo sus pies empezó a ceder.
La caída fue larga y pararon violentamente sobre la superficie de la nave. Cuando esta se elevó por el aire, resbalaron hasta caer al vacío e ir a parar sobre la capa de hielo que había debajo. Sobre ellos caían fragmentos de hielo. Mulder se echó sobre Scully, intentando protegerla de aquella mortal precipitación, mientras la gigantesca nave seguía elevándose; tan grande era que tapó todo el cielo, Ascendía cada vez más rápido, ganando velocidad al liberarse del peso del hielo antártico. Scully gimió, con el rostro metido en la nieve. Sobre ella, Mulder miraba pasmado a la nave que se alejaba de la tierra, rotando lentamente mientras permanecía suspendida en el cielo. Por primera vez pudo ver con claridad el conjunto de tubos y células que la componían y la lisa cúpula central.
Siguió ascendiendo, y entones la nave empezó a resplandecer como si desprendiese un calor inimaginable. El cielo centelleaba al tiempo que la nave parecía expandirse.
De pronto, con un último cegador y ensordecedor estallido de energía, despareció tras las nubes. La nave espacial se había ido.
Mulder miró al cielo, y después a Scully. Ella abrió los ojos y le miró a él. Y lentamente, como un niño que se queda dormido, Mulder echó la cabeza sobre la nieve. Su cuerpo se agitaba de agotamiento y sus ojos se cerraron. Un instante después, empezó a temblar inconsciente.
A su lado, Scully seguía tendida, inmóvil como la muerte. Un viento helador bramaba por aquella región desolada. Ella empezó a toser y levanto la cabeza.
Miró a Mulder. Tenía el rostro blanco y estaba inconsciente. Con las pocas tuerzas que le quedaban tiró de él y lo apretó contra su cuerpo para darte calor.
Miró atrás por encima de su hombro al inmenso cráter que había dejado la nave, y que empequeñecía el yermo que los rodeaba; eran dos diminutas figuras invisibles en medio de la interminable extensión de hielo.