Capítulo 11

UNIDAD DE CUIDADOS INTENSIVOS,

HOSPITAL UNIVERSITARIO GEORGE WASHINGTON

—Creo que está volviendo en sí.

—Sí… Está recobrando el conocimiento.

—Eh, Mulder…

En la cama, Mulder parpadeó con una mueca de dolor. Le dolía incluso pensar en abrir los ojos, así que durante un rato largo procuró evitarlo. Simplemente permaneció allí escuchando las voces que había sobre él. Eran voces de hombre; unas voces increíble y molestamente familiares.

—¿Mulder…?

Abrió los ojos. Sobre él había tres rostros.

—Oh no… —se quejó Mulder.

Langly movió la cabeza; con el cabello sobre el rostro.

—¿Qué pasa?

A su lado, Frohike y Byers miraron al agente con preocupación.

—Hombre de Hojalata —susurró Mulder mirando primero a Byers y después a Langly—. Espantapájaros.

Levantó un poco la cabeza y señaló a Frohike.

—Totó…

Se sentó en la cama frotándose la cara y haciendo una mueca al tocar el vendaje.

—¿Qué estoy haciendo aquí?

—Te han disparado en la cabeza —le explicó Byers—. La bala te atravesó la ceja derecha y chocó contra el hueso temporal.

Mulder se pasó un dedo por el vendaje.

—Penetración sin perforación —dijo.

Langly asintió.

—Tres centímetros más a la izquierda y ahora estaríamos todos en tu velatorio.

—Te han hecho una craneotomía para aminorar la presión del hematoma subdural —prosiguió Byers—, pero llevas inconsciente desde que te han traído.

—Skinner ha estado aquí contigo todo el tiempo —dijo Frohike.

—Nos dieron la noticia y fuimos a hacer una visita a tu apartamento. Y descubrimos que había un bichito en tu teléfono… —interrumpió Langly.

Byers dejó colgando un micrófono diminuto ante los ojos de Mulder.

—Y otro en el pasillo —añadió Frohike levantando un frasquito que contenía un abejorro.

Mulder lo observó dando la sensación de que empezara a recobrar la memoria.

—Scully tuvo una reacción violenta a la picadura de una abeja…

—Sí —dijo Byers—. Y llamaste al 911. Solo que esa llamada fue interceptada.

Mulder movió la cabeza.

—Ellos se la llevaron…

Retiró las sábanas, moviéndose tembloroso al intentar posar los pies en el suelo. Cuando lo consiguió, la puerta de la habitación se abrió un poco. El subdirector Walter Skinner asomó la cabeza y su expresión paso de mostrar preocupación a reflejar sorpresa cuando vio a Mulder levantado.

—¡Agente Mulder!

Mulder levantó la cabeza, por lo que casi perdió el equilibrio.

—¿Dónde está Scully? —preguntó con voz apagada. Langly lo sujetó por el hombro para evitar que se cayera.

Skinner entró en la habitación. Se puso al lado de Mulder y lo miró un momento antes de responder.

—Ha desaparecido. No hemos podido localizarla ni a ella ni al vehículo en el que la metieron.

—Sea quien sea —dijo Mulder con voz temblorosa mientras Langly lo sujetaba con más fuerza—, esto tiene que ver con lo de DaIlas. Tiene relación con la bomba.

Skinner asintió.

—Lo sé.

Ante la mirada perpleja de Mulder prosiguió:

—La agente Scully informó de sus sospechas al Despacho de Revisiones Profesionales. Teniendo en cuenta el informe, envié a varios técnicos al apartamento del agente especial Michaud. Han encontrado residuos de tetranitrato de pentaeritritol en sus efectos personales… y los análisis han demostrado que el residuo tenía relación con la fabricación del mecanismo de la máquina expendedora de Dallas.

Mulder volvió a sentarse en la cama.

—¿Hasta dónde puede llegar todo esto?

—No lo sé.

Durante un minuto Mulder se quedó sentado allí, intentando encontrarle un sentido a todo aquello. Cuando volvió a levantar la cabeza, vio una silueta por la pequeña ventana de la puerta. Era un hombre con un traje, que lanzaba una mirada furtiva al lugar en el que estaban Mulder, Skinner y los Pistoleros Solitarios. El extraño los observaba, y en ese momento se apartó precipitadamente. Al instante Mulder te volvió hacia Skinner.

—¿Nos están vigilando?

—He procurado evitarlo.

Mulder asintió. Tiró del vendaje que le cubría la y cabeza y se lo quitó, dejando la herida al descubierto. Miró a uno de los Pistoleros Solitarios.

—Byers, necesito tu ropa.

—¿La mía? —preguntó Byers.

Skinner frunció el ceño.

—¿Qué va a hacer, agente Mulder?

Mulder ya se estaba quitando el pijama del hospital.

—Tengo que encontrar a Scully…

—¿Sabe dónde está? —le preguntó Frohike.

—No —respondió dejando caer al suelo el pijama y dirigiéndose hacia Byers—. Pero conozco a alguien que puede tener una respuesta…

—Que debería tenerla —concluyó, mientras Byers empezaba a quitarse la ropa de mala gana.

Poco tiempo después, se abrió la puerta de la habitación de Mulder. Primero Langly y después Frohike salieron al pasillo, mirando nerviosos a su alrededor, seguidos de una tercera persona vestida con la ropa de Byers. A pocos metros, de espaldas a ellos, había un hombre con un traje apoyado en la pared. Cuando se dirigieron pasillo adelante, el hombre del traje levantó la vista. Se quedó mirándolos y con naturalidad se volvió y se dirigió hacia la habitación de Mulder; sus ojos reflejaron sospecha cuando miró por la pequeña ventana.

Dentro, oculto en la cama del hospital con las sábanas hasta la nariz, había una figura inmóvil. Junto a él, Walter Skinner hablaba por teléfono. El hombre del traje miró ceñudo a la cama y después observó el pasillo.

Al final del mismo caminaban los tres hombres con rapidez, Langly y Frohike flanqueando a Mulder. Al doblar la esquina Frohike le pasó un teléfono móvil. Sin vacilar, Mulder marcó el número del doctor Kurtzweil.