CUARTEL GENERAL DEL FBI.
EDIFICIO J EDGAR HOOVER.
WASHINGTON D.C.
A la directora adjunta Jana Cassidy no le gustaba que le hicieran esperar. Suspiró pacientemente y miró el reloj. A continuación se levantó al abrirse la puerta. El director adjunto Walter Skinner asomó la cabeza.
—Ya viene —dijo con tono cansado.
Se retiró para dejar pasar a Scully. Llevaba puesta la misma ropa que los dos últimos días. Skinner entró detrás de ella y acompañó a la mesa a las dos mujeres.
—Agente especial Scully —empezó diciendo Cassidy mientras ordenaba sus papeles.
—Lamento haberle hecho esperar —interrumpió Scully—. Pero he traído más pruebas conmigo…
—¿Pruebas de qué? —preguntó Cassidy con brusquedad. Scully metió la mano en la cartera y sacó una bolsa de plástico.
—Esto son fragmentos fosilizados de huesos que he podido estudiar; proceden del lugar de Dallas donde estalló la bomba…
Cassidy la miró con frialdad. No se fijó en la otra cosa que Scully había traído consigo de Texas. Bajo la masa de pelo rojizo de la joven agente se movía una abeja, como si estuviese estirando las patas después del largo viaje.
—¿Ha vuelto a ir a Dallas?
Scully asintió.
—¿Nos va a permitir saber qué está intentando demostrar exactamente?
—Que la explosión de Dallas pudo haberse planeado para destruir los cuerpos de aquellos bomberos, de tal modo que no habría motivo para explicar sus muertes y lo que las causó…
Sin que nadie se percatase de ello, la abeja volvió a desaparecer bajo el cuello del traje de Scully.
Cassidy entrecerró los ojos.
—Esas son unas acusaciones muy serias, agente Scully.
Scully se miró las manos.
—Sí, lo sé.
Cassidy se reclinó hacia atrás y miró a Scully.
—¿Y tiene pruebas concluyentes de ello? ¿Algo que vincule su declaración con el delito?
—Nada que sea totalmente concluyente —admitió Scully reticente—. Pero espero conseguirlo. Estamos trabajando en estas pruebas…
—¿Trabajando con quién?
Scully vaciló.
—Con el agente Mulder.
Jana Cassidy miró a Scully y después señaló a la puerta.
—¿Podría esperar fuera un momento, agente Scully? Tenemos que hablar de este asunto.
Scully se levantó muy lentamente. Cogió su cartera y se dirigió hacia la puerta, volviendo la cabeza justo a tiempo para ver la mirada que le dirigió Walter Skinner, una mirada que expresaba simpatía y a la vez decepción.
BAR CASEY’S.
WASHINGTON D. C.
Era ya tarde avanzada cuando Fox Mulder abrió la puerta de Casey’s. Se dirigió al fondo de la sala donde una figura solitaria estaba recostada en un apartado de madera de respaldo alto. Cuando Mulder se sentó junto a él, el hombre se incorporó y le dio la mano al agente.
—¿Ha encontrado algo? —preguntó Kurtzweil con voz asmática.
—Sí. En la frontera de Texas. Algún tipo de experimento. Allí han llevado en camiones cisterna algo que han extraído.
—¿Qué es?
—No estoy seguro. Un virus…
—¿Ha visto usted el experimento? —interrumpió Kurtzweil con entusiasmo.
Mulder asintió.
—Sí. Pero nos han perseguido.
—¿Cómo es?
—Había abejas. Y plantas de maíz.
Kurtzweil le miró fijamente y luego rió nervioso. Mulder abrió las manos en un gesto de impotencia.
—¿Qué son? —preguntó.
El doctor se levantó de su sitio.
—¿Qué cree usted que pueden ser?
Mulder pareció pensativo.
—Un sistema de transporte —dijo al fin—. Cultivos transgénicos. Polen alterado genéticamente para portar un virus.
—Esa fue mi suposición.
—¿Su suposición? —Estalló Mulder—. ¿Quiere decir que no lo sabía?
Kurtzweil no respondió. Sin volver la vista se dirigió hacia a la parte trasera del bar. Mulder se quedó pensativo, y en ese momento fue corriendo tras él.
Lo alcanzó cerca de los lavabos.
—¿Qué quiere decir su suposición?
Kurtzweil no dijo nada y siguió caminando hacia la salida. Mulder lo agarró por el cuello y tiró del hombre mayor hasta que quedaron a pocos centímetros el uno del otro.
—Usted me dijo que tenía las respuestas.
Kurtzweil se encogió de hombros.
—Sí, bueno, pero no las tengo todas.
Me ha estado utilizando…
—¿Utilizándolo?
Ahora era Kurtzweil quien se sentía ofendido.
—Usted no conoció a mi padre…
El doctor movió la cabeza.
—Ya se lo dije… él y yo éramos viejos amigos…
—Es usted un mentiroso —le espetó Mulder—. Me ha mentido para obtener información para usted y sus estúpidos libros, ¿no? —empujó al hombre mayor contra la puerta de los lavabos—. ¿No es así?
De repente la puerta se abrió. Salió un hombre precipitadamente, abriéndose paso entre los dos. En ese momento Kurtzweil se separó y salió apresurado por la puerta trasera. Mulder le siguió rápidamente.
—¡Kurtzweil!
Cuando alcanzó a Kurtzweil, el hombre mayor se dio la vuelta y se encaró a él con inesperada ferocidad.
—Si no fuera por mí ahora usted no estaba aquí —dijo sofocado empujando a Mulder—. Usted ha visto lo que ha visto porque yo le he guiado hasta allí. Me estoy jugando el cuello por usted.
—¿Me loma el pelo? —Sonó desdeñosa la voz de Mulder—. Me han perseguido por Texas dos helicópteros…
—¿Y por qué cree que está aquí, hablando conmigo? Esa gente no comete errores, agente Mulder.
Kurtzweil giró sobre sus talones y se alejó a grandes pasos. Mulder le miró asombrado por la lógica de sus palabras cuando un ruido por encima de él le llamó la atención. Se dio la vuelta y levantó la vista justo a tiempo de ver una silueta que huía por una salida de incendios. Era un hombre alto. Sólo se le vieron con claridad las piernas y los pies, pero era obvio que los había estado vigilando. Cuando Mulder retrocedió unos pasos para ver mejor, el hombre se volvió y lo miró desde arriba, y a continuación se escabulló por una ventana abierta y desapareció.
Fue sólo una vista momentánea, pero en aquella figura había algo familiar. Su altura, el pelo negro rapado…
Mulder frunció el ceño y fue corriendo calle abajo tras Kurtzweil.
Ya se había ido. Mulder se lanzó a la acera, examinando la calle y los edificios adyacentes. A Kurtzweil no se le veía por ningún lado, Al final tuvo que admitirlo: Kurtzweil le había dado esquinazo.
Cuando llegó a su apartamento. Mulder se apresuró a entrar, olvidándose de cerrar la puerta. Se dirigió hacia su mesa de trabajo y abrió los cajones de un tirón hasta encontrar un montón de álbumes de fotos. Los abrió, observó las Polaroid y fotos descoloridas, y las dejó caer al suelo.
Por fin lo encontró. Un álbum con páginas y páginas de fotos hechas en aquellos maravillosos años del pasado. El quinto cumpleaños de su hermana Samantha. Fox y Samantha el primer día de colegio. Fox y Samantha con su madre. Samantha con el perro, allí, junto a fotos de sus padres y primos que no había visto en décadas, una barbacoa familiar. Su madre de rodillas sobre el césped entre Fox y Samantha, y su padre en la parrilla, sonriente. A su lado había un hombre de pelo oscuro, sonriendo, nada encorvado y mucho más joven.
Alvin Kurtzweil.
Unos golpecitos en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento. Levantó la mirada y vio a Scully junto a la puerta abierta de su apartamento.
—¿Qué? —exclamó, y se puso en pie esparciendo las fotos a su alrededor—. ¿Scully? ¿Qué pasa?
—Salt Lake City, Utah —dijo con suavidad—. Traslado inmediato efectivo.
Mulder negó con la cabeza.
—Ya le he entregado a Skinner mi carta de dimisión —añadió con palabras entrecortadas.
Mulder la miró.
—No puedes abandonar, Scully.
—Mulder, si puedo. Me he planteado incluso si contártelo o no en persona, porque sabía que…
Avanzó un paso hacia ella y señaló las fotos que había a sus pies.
—Estamos cerca de algo —dijo—. Estamos a punto de descubrir…
—Tú estás a punto de descubrirlo, Mulder —parpadeó, y con ojos llorosos apartó la mirada—. Por favor… no me lo pongas más difícil.
Él siguió mirándola.
—Después de lo que viste ayer —dijo Mulder—. Después de todo lo que has visto, Scully… ahora no puedes marcharte.
—Ya está hecho, ya lo he decidido.
Su compañero negó con la cabeza, aturdido.
—Así, sin más…
—El lunes me pondré en contacto con la delegación del estado para que archiven mis documentos de rehabilitación médica…
—Pero te necesito. Scully —dijo Mulder apremiante.
—No, Mulder. No me necesitas. Nunca me has necesitado. Sólo he sido una carga para ti —concluyó. Se volvió y se dirigió hacia la puerta—. Tengo que marcharme.
Mulder la alcanzó antes de que llegara al ascensor.
—Estás equivocada —gritó.
Scully se volvió hacia él.
—¿Por qué me asignaron un puesto contigo? —preguntó airada—. Para echar abajo tu trabajo. Para detenerte. Para poner fin a tus investigaciones.
Él movió la cabeza.
—No. Tú me has salvado, Scully —apoyó las manos sobre los hombros de su compañera y dirigió la mirada a sus ojos azules—. Con lo difícil y frustrante que ha sido a veces, tu estricto racionalismo y tu ciencia me han salvado… un centenar de veces, un millar de veces. Tú… tú me has hecho ser franco y me has ayudado a sobrevivir. Te debo tanto, Scully. Y tú no me debes nada a mí.
Bajó la cabeza y prosiguió casi era un susurro.
—No quiero hacer esto sin ti. No sé si podré. Y si abandono ahora, ellos ganan.
Se quedaron un rato mirándose. Scully se separaba lentamente de él. Las manos de Mulder apenas le tocaron los brazos cuando ella se puso de puntillas para besarle en la frente.
Él no se apartó. Sus miradas volvieron a cruzarse. Surgió una inexplicable tensión. Y en ese momento las manos de Mulder la estrecharon y la acercaron a él. Durante un momento ella vaciló, pero avanzó hacia él. Podía notar cómo sus labios rozaban los de él cuando…
—¡Ay! —Scully se separó, frotándose el cuello.
—Lo siento —se excusó Mulder.
Scully hablaba con pesadez.
—Creo… que algo… me ha picado.
Lanzó un hondo suspiro cuando Scully cayó hacia delante y él la cogió en sus brazos. A su compañera le daba vueltas la cabeza como si estuviese embriagada.
—¿Scully…? —susurró Mulder.
Ella levantó la vista y abrió la mano, En la palma había un abejorro.
—Algo pasa —murmuró, apenas consciente—. Tengo… un dolor… lancinante… en el pecho. Mis… funciones motrices… se resienten…
Con tanta suavidad como pudo, Mulder la bajó hasta dejarla sobre el suelo. Ella siguió hablando, pero su voz era cada vez más débil y sus ojos ya no miraban con fijeza.
—… tengo el pulso débil y… noto un extraño sabor en la garganta.
Mulder se esforzaba por escuchar.
—Creo que has sufrido una crisis anafiláctica…
—No, es…
—Scully…
—No padezco alergias —dijo en un susurro—. Esto es… Mulder… creo que deberías… llamar a una… ambulancia…
Se dirigió aprisa al teléfono y pulsó con fuerza el 911.
—Soy el Agente Especial Fox Mulder. Tengo una emergencia. Una agente está…
Pasaron unos minutos antes de que oyeran las sirenas aullando en el exterior. No esperó al ascensor y bajó corriendo las escaleras. Sujetó la puerta mientras dos enfermeros pasaban veloces a su lado. Cuando llegaron donde estaba Scully, uno de ellos abrió la camilla mientras el otro se arrodillaba a su lado.
—¿Puede oírme? —Dijo en voz baja—. ¿Puede decir su nombre?
Scully movió los labios, pero no pudo pronunciar palabra. El enfermero dirigió una mirada a su compañero.
—Tiene una constricción en la garganta y la laringe.
Volvió a mirar y le preguntó:
—¿Puede respirar bien?
No hubo respuesta. Acercó la cabeza a su boca y escuchó.
—Los conductos están abiertos. Llevémosla a la ambulancia.
La colocaron sobre la camilla y Mulder los acompañó hasta donde esperaba la UVI móvil, con las luces centelleando.
—Dijo que notaba un extraño sabor en la garganta —dijo—. Pero no tiene alergia a la picadura de las abejas. La abeja que le picó puede ser portadora de un virus…
El segundo enfermero se quedó mirándolo.
—¿Un virus?
—Coge la radio —le gritó el enfermero al conductor—. Diles que tenemos una reacción citogénica; necesitamos que nos aconsejen y que se le administre…
Llevaron la camilla a la parte trasera del vehículo, levantándola con manos expertas. Scully movió los ojos y después los fijó en Mulder. Los enfermeros entraron con rapidez en la ambulancia. Antes de que Mulder pudiera entrar para ir con Scully y los enfermeros cerraron las puertas.
—¡Eh!… ¿A qué hospital la llevan? —preguntó cuando las puertas se estaban cerrando.
Se acercó corriendo al lado del conductor, agitando las manos frenéticamente. Mulder llamó a la ventanilla.
—¿A qué hospital la llevan?
Echó un primer vistazo al conductor, un hombre alto con un uniforme azul claro y el pelo rapado. Este le miró fríamente y Mulder se quedó inmóvil junto a la puerta.
Porque de pronto, en una milésima de segundo, todo tomó sentido. Era el uniforme lo que permanecía en su memoria: el hombre alto de la salida de incendios que escapó por una ventana abierta, el Hombre alto con uniforme de reparto que salía de la cafetería donde había estado la bomba. Y ahora, el conductor de la UVI móvil…
Era el mismo hombre. Tenía la mano levantada, apuntándole con una pistola. Al momento siguiente, una explosión retumbó en la noche. Mulder cayó de espalda, llevándose las manos a la cabeza, y la ambulancia salió a toda velocidad chirriando. Quedó tumbado sangrando en la calle mientras sus vecinos veían horrorizados como llegaba una segunda ambulancia que frenó en seco y de la que salieron otros dos enfermeros que se acercaron corriendo al hombre que yacía sobre la calzada.
AEROPUERTO NACIONAL, WASHINGTON. D.C.
Una hora más tarde, un camión sin identificación esperaba en la pista del Aeropuerto Nacional. Un jet privado se acercaba a él por la pista. Los motores del camión se pararon. Salieron dos hombres con traje negro de faena y se acercaron a la parte trasera del vehículo. Con sumo cuidado sacaron un gran contenedor cubierto de monitores y de controles, tanques de oxígeno y unidades de refrigeración. En su interior estaba Scully. Estaba tan quieta que podía estar muerta, de no ser porque durante el transporte del contenedor sus ojos se movían muy lentamente.
El avión se aproximó al camión Cuando estuvo a poca distancia se paró. En el avión se abrió una puerta. Bajó una escalerilla y un momento después apareció un hombre. Se quedó en lo alto de la escalera, observando. Sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno. Y lo fumó mientras los hombres metían el contenedor en la bodega de carga.
Cuando terminaron, los hombres se dirigieron al camión. El fumador volvió a la nave. El avión giró y se dirigió a la pista central. Diez minutos después, sus luces describían una curva en la noche, por encima de la ciudad.