BLACKWOOD. TEXAS
—No sé, Mulder… —dijo Scully mirando de soslayo ante la deslumbradora luz del sol. Delante de ella había un parque infantil de juegos en medio de un terreno estéril—. Él no mencionó ningún parque.
Mulder avanzó desde los columpios al tobogán pasando junto al parquecito de juegos. Todo era flamante y nuevo. La hierba que había bajo sus pies, espesa y verde, también parecía nueva.
—Scully, este es el punto que señaló en el mapa —dijo Mulder moviendo el papel que tenía en la mano—. El lugar donde dijo que habían desenterrado esos fósiles.
Scully hizo un gesto de impotencia.
—No veo ninguna prueba de excavación arqueológica ni de ningún otro tipo de yacimiento. Ni siquiera una alcantarilla o un sumidero.
Confuso. Mulder examinó la zona. En la lejanía brillaba trémulo el perfil de Dallas en el intenso calor y junto a una modesta urbanización, unos niños montaban en bici. Volvió junto a Scully y juntos recorrieron los bordes del parque.
—¿Estás segura de que los fósiles que viste mostraban las mismas señales de deterioro que observaste en el cuerpo del bombero del depósito de cadáveres?
Scully asintió.
—El huevo era poroso, como si el virus o el microbio causante lo estuviese descomponiendo.
—¿Y nunca habías visto nada parecido?
—No. No se presentó en ningún momento de los análisis inmuno-hístoquímicos que…
Mulder escuchaba mirando al suelo. De pronto, se agachó y pasó suavemente la mano por la verde hierba.
—¿Te parece que esto es hierba nueva? —preguntó.
Scully ladeó la cabeza.
—Parece demasiado verde para este tipo de clima.
Mulder se arrodilló y hundió los dedos en el espeso césped. Al cabo de un minuto levantó un fragmento. Por debajo podía verse el terreno reseco de Texas, rojo como el ladrillo y duro como la arenisca.
—La tierra está seca a unos tres centímetros de profundidad —comentó Mulder—. Alguien acaba de poner todo esto. Y yo diría que hace muy poco tiempo.
Scully observó los columpios y subibajas de brillante colorido.
—Todo el conjunto es muy nuevo.
—Y sin embargo, no hay ningún sistema de riego. Alguien está ocultando su rastro.
Por detrás de dios se aproximaba el zumbido de unas bicicletas. Scully y Mulder se volvieron. Había cuatro niños cerca de su coche alquilado. Cuando Mulder les silbó, se pararon y lo miraron absortos.
—Eh —dijo Mulder dirigiéndose hacia ellos.
—¿Vivís por aquí? —preguntó Scully.
Los niños intercambiaron unas miradas. Por fin uno de ellos, Jason, se encogió de hombros y contestó:
—Sí.
Mulder se paró y los miró. Eran los típicos chavales de clase media americana con sus típicos pantalones amplios y camisetas, montados en dos flamantes bicicletas BMX.
—¿Habéis visto a alguien cavando por aquí?
Los niños permanecieron en silencio hasta que Chuck contestó con sequedad:
—No podemos hablar de ello.
—¿No podéis hablar de ello? —repitió Scully con suavidad para que siguiera hablando—. ¿Quién os lo ha dicho?
Jeremy contestó inesperadamente.
—Nadie,
—¿Nadie, eh? ¿El mismo Nadie que ha puesto este parque, y todos los columpios?
Mulder señaló a los columpios y después miró con severidad los rostros de culpabilidad de los chicos.
—Y también os han comprado las bicis, ¿no?
Los niños se sintieron incómodos.
—Creo que será mejor que nos lo digáis —dijo Scully.
—Ni siquiera sabemos quiénes son ustedes —dijo Jason sorbiendo por las narices.
—Bien, somos agentes del FBI.
Jason miró a Scully con desdeño.
—No son agentes del FBI.
Mulder contuvo una sonrisa.
—¿Cómo lo sabes?
—Parecen vendedores de los que van de puerta en puerta.
Mulder y Scully sacaron sus insignias. Los chavales se quedaron boquiabiertos.
—Se marcharon hace veinte minutos —dijo Jeremy rápidamente—. Por ahí.
—Todos señalaron en la misma dirección.
—Gracias, chavales —respondió Mulder Cogió a Scully por el brazo y fueron corriendo al coche.
Los chicos se quedaron en silencio viendo cómo el coche daba la vuelta y se dirigía hacia la carretera.
EN ALGÚN LUGAR DE TEXAS.
Mulder estaba inclinado sobre el volante con el acelerador pisado a fondo. El coche pasaba a toda velocidad adelantando a otros vehículos. A su lado, Scully estudiaba el mapa con detenimiento.
—Camiones cisterna sin identificación… —dijo Mulder casi para sí mismo—. ¿Qué pueden transportar los arqueólogos en camiones cisterna?
—No sé, Mulder.
—Y ¿adónde van con ello?
—Eso es lo más importante, si queremos encontrarlos.
Siguieron adelante. Había pasado una hora desde la última vez que vieron otro coche. Mulder levantó el pie del acelerador y dejó que el coche se parara. Frente a ellos había un cruce. Cada tramo de carretera parecía conducir a ninguna parte: ninguna parte hacia el norte, ninguna parte hacia el sur.
El coche permaneció parado con el motor en marcha durante unos minutos. Al final Mulder rompió el silencio frotándose los ojos.
—¿Qué posibilidades tengo?
Scully frunció el ceño.
—Estamos a unos cien kilómetros de ninguna parte, en cualquiera de las dos direcciones.
—¿Por dónde habrán ido?
—Tenemos dos elecciones. Una de ellas errónea.
Mulder miró por la ventanilla de su lado.
—¿Crees que habrán ido por la izquierda?
Scully movió la cabeza.
—No sé por qué, pero creo que han ido por la derecha.
Pasaron unos minutos en silencio. Entonces Mulder pisó el acelerador. El coche entró en la carretera sin pavimentar. Scully le miró esperando una explicación, pero él se negó a encontrarse con su mirada.
Frente a ellos, el sol se estaba poniendo. Unas nubes rojas y negras pasaron veloces por el ciclo del atardecer y las primeras estrellas se hicieron visibles. Pasaron veinte minutos hasta que Mulder volvió a hablar.
—Cinco años juntos —dijo—. ¿Y cuántas veces me he equivocado?
Transcurrieron unos segundos.
—Ninguna —y volvió a hacer una pausa—. Al menos a la hora de conducir.
Scully observaba la noche y permaneció en silencio.
Pasaron las horas. El cielo rutilaba. Aparte de las estrellas no había nada más que ver. Cuando el coche empezó a ir más despacio, Scully se sentía como si la despertaran de un sueño. Con desgana volvió la mirada de su ventanilla a lo que había frente a ellos.
A pocos metros del coche se extendía una línea interminable de alambre de espino. En la valla no había ni puerta ni abertura alguna que Scully pudiese ver.
Scully abrió la puerta y salió. Se quedó mirando un cartel clavado en un poste. A su espalda, Mulder abrió la puerta y salió para acercarse a ella.
—Bueno… pero tuve razón en lo de la bomba, ¿no? —preguntó lastimeramente.
—Fantástico —dijo Scully—. Esto es perfecto.
Señaló el cartel con el pulgar.
ALGUNOS LO HAN INTENTADO, ALGUNOS HAN MUERTO.
DE LA VUELTA. PROHIBIDO EL FASO
—¿Qué? —preguntó Mulder.
—Dentro de once horas tengo que estar en Washington D.C. para asistir a una audiencia… cuyo resultado podría influir en una de las mayores decisiones de mi vida. Y aquí estoy yo, en Texas, en medio de ninguna parte, persiguiendo camiones cisterna fantasmas.
—No estamos persiguiendo camiones —dijo Mulder con brevedad—, estamos persiguiendo pruebas.
—¿Pruebas de qué exactamente?
—La bomba de Dallas… permitieron que explotara, para ocultar los cuerpos infectados con el virus. Un virus que tú misma descubriste, Scully.
—En los camiones cisterna se transporta gasolina, y también se transporta petróleo. Pero nadie transporta virus en los camiones cisterna.
Mulder dirigió con tozudez su mirada a la noche.
—Sí, bueno. En este sí pueden hacerlo,
—¿Qué quieres decir? —Por primera vez Scully lo miraba directamente, con el rostro nublado por la ira y la creciente desconfianza—. ¿Qué me estás ocultando?
—Este virus… —se volvió, temeroso de seguir.
—Mulder…
—Puede ser extraterrestre.
Pasó un momento en el que Scully lo miró incrédula. Y a continuación dijo:
—No me lo creo. ¡No me lo creo! —Exclamó—. Sabes que siempre he estado de tu lado. Te he creído demasiadas veces, Mulder.
Él le dio una patada a una piedra y se volvió para mirarla, con una expresión de inocencia.
—Has estado…, ¿dónde?
—¡Recorriendo algún camino de tierra en medio de la noche! Persiguiendo alguna verdad esquiva con una débil esperanza, y todo para encontrarme a mi misma donde estoy en este preciso instante, en otro callejón sin salida.
Su voz quedó bruscamente interrumpida por el estruendo de un pitido. Una luz cegadora les iluminó el rostro. Aturdidos, dieron rápidamente la vuelta mirando de frente a la valla con alambre de espino.
En el repentino estallido de luz, una señal de paso a nivel parecía colgada en el vacío. No había barreras levadizas ni giratorias: sólo aquel cartel, una misteriosa advertencia en medio del desierto. Mulder y Scully lo miraron boquiabiertos, y después se volvieron para mirar la luz que se acercaba por el horizonte. Se iba haciendo cada vez más grande, hasta convertirse en el foco de un tren que se aproximaba a ellos a toda velocidad.
En ese momento vieron lo que habían estado persiguiendo por el yermo: dos camiones cisterna blancos sin identificación, cargados sobre los vagones planos. En unos segundos desapareció, como tragado por la noche.
Mulder y Scully corrieron al interior del coche. Mulder giró bruscamente y el motor empezó a rugir en el momento en que salieron disparados tras el tren.
Lo siguieron durante un largo rato. En la lejanía, las montañas se vislumbraban amenazadoras con su color negro contra el cielo que empezaba a clarear. A excepción de los raíles paralelos, no había ningún otro indicio de que el hombre hubiese puesto jamás el pie en aquel lugar.
Poco después, y muy lentamente, la vía inició un largo ascenso pendiente arriba. Al final, el coche no pudo seguir avanzando; los raíles desaparecieron en la montana, sin la menor señal de lo que podía haber al otro lado del túnel. El coche se paró al borde de un barranco, Scully y Mulder salieron, abotonándose las chaquetas por el interno frío. A poca distancia, un extraño resplandor iluminaba el cielo.
—¿Qué crees que será eso? —preguntó Scully en voz baja.
Mulder negó con la cabeza.
—No tengo ni idea.
Se dirigieron hacia aquel lugar, descendiendo con dificultad ladera abajo. Al llegar más abajo vieron lo que iluminaba la noche: dos gigantescas cúpulas blancas y resplandecientes. El tren que portaba los camiones cisterna sin identificación avanzó lentamente hacia ellas hasta pararse.
Mulder señaló. Scully asintió, y sin decir palabra siguieron descendiendo. Por fin llegaron al final.
Frente a ellos se extendía la alta meseta desértica. En ese momento avanzaron con más rapidez a través de la tierra baldía. A poca distancia, algo brillaba trémulamente en el frío viento y se oía un zumbido. Pero no fue hasta casi llegar allí que las cúpulas revelaron lo que había delante de ellos.
—¡Mira! —exclamó Scully con incredulidad.
A media luz pudieron ver la gran cantidad de hectáreas ocupadas por un maizal. El viento mecía las plantas entre murmullos, y Mulder y Scully siguieron avanzando hasta el borde de la plantación.
Entraron en el maizal. Scully movió la cabeza.
—Mulder, esto es muy extraño.
—Realmente extraño.
—¿Tienes alguna de idea de por qué iba alguien a sembrar maíz en medio del desierto?
Mulder señaló a las cúpulas.
—No, a menos que esas sean palomiteras gigantes.
Por fin llegaron al extremo del campo. Frente a ellos, con un tamaño mayor del que habían imaginado, se alzaban las dos cúpulas relucientes. No había indicios de que nadie las estuviese guardando. Por un momento, los dos agentes se quedaron mirando a las extrañas construcciones. Y después avanzaron deprisa, pero con precaución, hacia la que estaba más cerca.
La entrada estaba por una pesada puerta de acero. Mulder tiró de ella y se abrió emitiendo un sonido de succión, lo cual indicaba que el interior estaba presurizado. Le dirigió a Scully una mirada curiosa, y entró, seguido de cerca por su compañera.
En ese mismo instante se sobresaltaron. Por encima de sus cabezas, unos grandes ventiladores enviaban ráfagas de aire desde arriba.
—Hace fresco, ¿eh? —dijo Scully tiritando. Cerró los ojos; en el interior de la cúpula había una intensa y molesta luz—. La temperatura está controlada…
—¿Con qué fin?
Mulder miro arriba. De allí colgaba un vertiginoso entramado de cables. Cuando bajó la mirada, vio un suelo gris y liso, sin absolutamente ningún rasgo distintivo. A su alrededor todo estaba en calma, pero según avanzaban cuidadosamente, los dos agentes se percataron de un sonido. Un zumbido, un sonido casi eléctrico.
Se dirigieron hacia el centro avanzando cuidadosamente por el suelo gris. Y por fin llegaron al mismísimo centro de la cúpula.
Ante ellos, dispuestas como en un tablero, había y filas de lo que parecían cajas. Cada una medía unos tres metros cuadrados. Mulder se puso con cuidado sobre una de ellas. Parecía tranquilizadoramente sólida y después de un momento Scully le siguió y se colocó sobre el tablero.
—Creo que estamos sobre algo, una especie de estructura enorme —dijo Scully. Miró abajo y frunció el ceño. Las cajas tenían tapas que podían abrirse, pero en este momento estaban cerradas con firmeza—. Esto debe ser una especie de válvula.
Mulder se agachó hasta apoyar la cabeza en otra caja y se quedo escuchando.
—¿Oyes eso?
—Oigo un zumbido. Como si fuera electricidad. Quizá sea alto voltaje —y volvió a dirigir la mirada hacia la cúpula.
—Puede que sí —dijo Mulder—. Puede que no.
Scully señaló hacia arriba.
—¿Para qué crees que son esas cosas?
Sobre ellos, en lo más alto de la cúpula, había dos enormes aberturas.
—No lo sé —contestó Mulder.
Permanecieron uno junto al otro, mirando al techo, cuando sin aviso previo un sonido metálico sordo reverberó en toda la cúpula.
En el techo de la cúpula, una de las aberturas se estaba desplazando. Cuando la primera estuvo completamente abierta, la segunda empezó el mismo siniestro proceder hasta quedar totalmente abierta a la noche. Mulder la miró pensando con rapidez para intentar encontrar alguna explicación a lo que había sobre ellos.
¿Válvulas de refrigeración? En el interior de la cúpula ya hacía mucho frío. Con el ceño fruncido, miró hacia abajo y a su alrededor buscando algo que pudiera proporcionarle alguna pista. Su mirada se paró al llegar a las misteriosas cajas que había bajo sus pies.
En ese momento le paso algo por la cabeza. Algo extremadamente desagradable. Algo aterrador.
—¿Scully?
Su compañera seguía mirando hacia arriba.
—¿Sí…?
La agarró por la mano y tiró de día.
—¡Corre!
Ella dudó y se volvió para mirar las cajas grises del suelo; en ese momento pudo ver lo que contenían.
Se abrió una de las rendijas de cada caja, como si fuera un dominó, hasta que su contenido quedó al aire libre. Con un sonido parecido al de una sierra cortando madera, salieron miles de abejas, cientos de miles, que se dirigían hacia el techo abierto. Scully se tapó la cara con las manos y se dio la vuelta tambaleándose por detrás de Mulder. Él se puso la chaqueta rodeándole la cabeza y ella hizo lo mismo. Los insectos volaban en enjambre alrededor de Scully.
—¡No te pares! —gritó Mulder con la voz amortiguada por la manga. Tras él. Scully avanzaba dando tumbos. La entrada quedaba a sólo unos metros, pero se estaba quedando rezagada y perdía la orientación al tiempo que el enjambre caía sobre ella.
Mulder ya estaba casi en la entrada cuando se dio la vuelta y vio a Scully dando manotazos al aire. Parecía aturdida y aterrada.
—¡Scully!
Mulder respiró hondo y se acercó corriendo a ella. La agarró por el abrigo, sin preocuparse de las abejas que lo cubrían, y tiró de ella.
Abrió la puerta de un puntapié y salieron fuera. Le preguntó si le habían picado.
—Creo que no —contestó Scully.
Antes de que pudieran recuperarse, algo más apareció en la oscuridad. Esta vez no eran abejas, sino dos luces cegadoras. El zumbido de unos motores llenó el aire cuando dos helicópteros se aproximaron desde detrás de la otra cúpula. Avanzaban a ras del suelo, con los reflectores deslumbrando, en dirección a Scully y Mulder.
Los dos agentes se ocultaron justo en el momento en que los helicópteros pasaron sobre el lugar en que habían estado unos segundos antes. Se dirigieron hacia los campos de maíz. Los aparatos volaban a baja altura sobre sus cabezas, iluminando con los reflectores las hileras de plantas de maíz como si fueran dos láseres. Mulder y Scully pasaban de un surco a otro, apenas capaces de evitar los haces de luz. Los helicópteros se cruzaban en el aire y se ladeaban bruscamente en su búsqueda por el maizal. Los remolinos producidos por las aspas agitaban las plantas como un tomado, dejando al descubierto cualquier cosa que pudiera ocultarse allí.
En el maizal, Mulder se levantó por detrás de una planta rota para buscar a Scully. Había desapareado. Volvió a correr dando tumbos por los surcos, protegiéndose los ojos y sin dejar de buscar por las interminables filas de maiz,
—¡Mulder!
Estaba por delante de él. Mulder avanzaba jadeante por el sembrado cuando vio uno de los aparatos suspendidos en el aire.
—¡Scully! —Gritó—. ¡Scully!
La llamaba sin cesar mientras corría. El helicóptero permaneció en el aire un momento como si estuviese pensando qué dirección tomar. Dio la vuelta y se lanzó hacia Mulder.
Hizo un último esfuerzo y corrió hacia campo abierto; el corazón le latía con fuerza. Detrás de él el helicóptero seguía retumbando y sacudiendo violentamente las plantas de maíz. Mulder llegó a trompicones al final de la plantación y salió a la oscuridad. Vio a Scully a pocos metros de distancia.
—¿Scully? —la llamó.
—Mulder —respondió corriendo hacia él—. Vamos.
Empezaron a correr uno junto al otro, en dirección a la elevación que ocultaba su coche. Cuando llegaron a la ladera, iniciaron un frenético ascenso. Sólo cuando llegaron a la cima redujeron la marcha y se miraron en la oscuridad.
Había un silencio sepulcral. Los helicópteros habían desaparecido.
—¿Dónde se habrán metido? —dijo Scully tosiendo mientras se frotaba los ojos.
—No sé. —Mulder se irguió para observar las cúpulas de extraño brillo y las hectáreas de maizal. Después se volvió y siguió corriendo hacia el risco donde había dejado aparcado el coche. Scully le siguió. Entraron apresuradamente. Mulder giró la llave de arranque y pisó el acelerador.
—Vaya… —gruñó.
—¡Mulder! —gritó Scully.
Por detrás del risco surgió uno de los helicópteros negros. Permaneció inmóvil sobre ellos. De pronto, el motor del coche su puso en marcha. Mulder metió la marcha, y salió de allí con chirriar de ruedas al dar la vuelta al coche y avanzar cuesta abajo por la ladera sin encender las luces. Scully miraba atrás jadeante, esperando encontrarse en cualquier momento con el helicóptero que los perseguiría.
No fue así. Permaneció suspendido unos segundos y después, tan silenciosamente como había aparecido, viró y desapareció en la oscuridad de la noche.