CUARTEL GENERAL DEL FBI:
EDIFICIO J. EDGAR HOOVER.
WASHINGTON, D.C.,
UN DÍA DESPUÉS.
El cartel de la puerta decía DESPACHO DE REVISIONES PROFESIONALES. En su interior la agente Scully se movía nerviosa en la silla e intentaba concentrarse en lo que le estaban diciendo.
—A la vista de Waco y Ruby Ridge…
Esta vista era importante, demasiado importante para que Mulder llegara tarde. A ella misma le había resultado difícil llegar a tiempo. Ante ella, seis directores adjuntos estaban sentados en una larga mesa. En el centro de la mesa de conferencias, estaba hablando la directora adjunta Jana Cassidy.
—…por la destrucción catastrófica de propiedad pública y la pérdida de vidas por causa de actividades terroristas…
Al final de la fila, el director adjunto Walter Skinner lanzó a Scully una mirada triste. Durante años, Skinner había pasado mucho tiempo con los agentes Mulder y Scully, quienes estaban directamente a su cargo. Siempre que podía, intentaba ayudarles.
—Quedan aún muchos detalles por aclarar —dijo Jana Cassidy—. Algunos agentes no han entregado sus informes o lo han hecho muy por encima, sin dar fe de los acontecimientos que llevaron a la destrucción ocurrida en Dallas. Pero estamos recibiendo presiones para dar una idea exacta de lo ocurrido al Fiscal General, de forma que pueda realizar una declaración pública.
Y entonces, Scully oyó lo que había estado esperando: unos pasos familiares. Se volvió y vio a Mulder entrar en la habitación. Jana Cassidy le miró sin inmutarse.
—Sabemos que cinco personas murieron en la explosión —dijo Cassidy—. El Agente Especial Darius Michaud, que estaba intentando desactivar la bomba instalada en el interior de una máquina de refrescos, tres bomberos de Dallas y un niño.
Mulder miró rápidamente a Scully.
—Disculpe —dijo Mulder—. Los hombres y el niño… ¿estaban en el edificio?
—Agente Mulder, ya que no fue capaz de llegar a tiempo a esta reunión, voy a pedirle que salga de la sala para que podamos escuchar la versión de los hechos de la agente Scully. Así ella no tendrá que sufrir la misma falta de respeto que usted demuestra hacia el resto de nosotros.
—Nos dijeron que el edificio estaba vacío —respondió Mulder bajando la mirada.
—Tendrá su turno, agente Mulder —Cassidy le señaló la puerta—. Por favor, salga.
Mulder tragó saliva y miró a la mesa. El único rostro compasivo que encontró fue el de Skinner, pero la compasión de Skinner estaba templada por un aviso. Mulder se volvió hacia Cassidy y continuó:
—Tal como comprobará en su informe, la agente Scully y yo fuimos los que hallamos la bomba…
—Gracias agente Mulder. Le llamaremos en breve —concluyó Cassidy invitándole a salir.
Vencido, Mulder abandonó la habitación. Un instante después, Walter Skinner se excusaba en silencio y seguía a Mulder hasta el pasillo.
Halló al joven agente de pie frente a una vitrina, contemplando melancólico los trofeos de tiro de su interior.
—Siéntese —dijo Skinner, señalando un sofá color beige—. Será tan solo un minuto. Todavía están hablando con la agente Scully.
Mulder se dejó caer en el sofá y también Skinner.
—¿Sobre qué?
—Le están pidiendo un relato de los hechos. Quieren saber por qué se encontraba en el edificio equivocado.
—Ella estaba conmigo.
—No se da cuenta de lo que ocurre, ¿verdad? —Musitó Skinner agitando la cabeza—. Ha habido cuarenta millones de dólares en daños a la ciudad de Dallas. Se han perdido vidas. No tienen ningún sospechoso. Así que la historia que están montando es que esto se podía haber evitado. Que el FBI no realizó bien su trabajo.
—¿Y quieren echarnos la culpa?
—Agente Mulder, los dos sabemos que si usted y la agente Scully no hubieran tomado la iniciativa de registrar el edificio anexo, las víctimas se habrían multiplicado…
—Pero no se trata de las vidas que salvamos —se detuvo Mulder, saboreando la ironía—, sino de las que no salvamos.
—Si parece feo, se pone feo para el FBI.
—Si quieren culpar a alguien, pueden culparme a mí. La agente Scully no se merece esto —dijo Mulder.
—Ahora mismo está declarando lo mismo respecto a usted.
—No seguí el protocolo. Rompí el contacto con el agente al mando… —Mulder hizo una pausa al recordar el rostro cansado de Michaud mientras miraba la máquina cargada de explosivos—. Ignoré una regla táctica básica y le dejé solo con el artefacto.
—La agente Scully dice que fue ella quien le ordenó abandonar el edificio. Que usted quería volver.
—Mire, ella estaba…
La puerta se abrió antes de que pudiera continuar. Los dos hombres elevaron la vista y vieron salir a Scully. La mirada que dedicó a Mulder le dijo que, fuera lo que fuera que hubiera ocurrido dentro del Despacho de Revisiones Profesionales, no había ido bien. Ella respiró hondo y se dirigió a ellos.
—Preguntan por usted, señor —le dijo a Skinner.
Skinner miró una última vez a Mulder. Se puso en pie y, dando las gracias a Scully, volvió a la reunión.
—No importa lo que les hayas dicho ahí dentro, no tienes que protegerme.
—Lo único que les dije fue la verdad.
—Están tratando de dividirnos, Scully —afirmó Mulder levantando la voz—. No podemos dejarles.
—Ya nos han dividido. Nos están separando.
Sentado en el sofá, Mulder la miró sin comprender lo que acababa de decir.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —preguntó al fin.
—Estoy citada en el OPR pasado mañana para rehabilitación y reasignación.
—¿Por qué? —exclamó Mulder, extrañado.
—Creo que te puedes hacer idea. Han citado un historial de problemas que se remonta a 1993.
—Pero ellos fueron los que nos pudieron juntos.
—Porque querían que yo invalidara tu trabajo —le interrumpió Scully—. Tus investigaciones de lo paranormal. Pero creo que esto va mucho más allá…
—No se trata de ti, Scully —Mulder habló en tono de súplica—. Esto me lo están haciendo a mí…
—Ellos no están haciendo nada, Mulder —Scully desvió la vista, evitando su mirada—. Dejé una carrera en medicina porque creí que podría superarme en el FBI. Cuando me reclutaron, me dijeron que las mujeres solo formaban un nueve por ciento de la Agencia. Eso no me pareció un impedimento, sino una oportunidad.
»Pero no resultó así. Y ahora, aunque me trasladaran a Omaha, o Wichita, o cualquier oficina local donde estoy segura de que lograría ascender, ya no me interesa tanto. No después de lo que he visto y hecho.
Se quedó en silencio. Mulder la miraba incrédulo.
—¿Lo… lo dejas?
Scully se encogió de hombros.
—No hay ninguna razón para que me quede más. Tal vez tú deberías preguntarte si tu corazón todavía sigue en ello.
Tras ellos, la puerta de la sala de vistas se abrió. Walter Skinner hizo señas para que entrara Mulder, que continuaba aturdido.
—Agente Mulder, su turno.
—Lo siento —musitó Scully mirándole con tristeza—. Buena suerte.
Mulder desapareció tras Skinner como un condenado.