Edificio federal
Dallas, Texas
Una semana después, en un tejado de Dallas, quince agentes con cazadoras oscuras con las letras FBI impresas miraban cómo otro helicóptero los sobrevolaba. Cuando el helicóptero tomó tierra, la puerta lateral se abrió y salió un hombre: el Agente Especial al Mando Darius Michaud.
Uno de los agentes lo recibió, teléfono móvil en mano.
—Hemos evacuado el edificio y lo hemos recorrido de arriba abajo. Ningún rastro del artefacto explosivo ni nada parecido.
—¿Han puesto a los perros a rastrear? —inquirió Michaud.
—Sí, señor —asintió el agente.
—Pues hágalo de nuevo.
—Sí, señor —contestó.
Michaud se dio la vuelta y observó la silueta de Dallas. De pronto, se puso tenso al ver una figura salir de una puerta en el tejado vecino: una forma esbelta con una cazadora del FBI, un destello de sol en su melena rojiza.
Michaud apretó las manos al borde de la pared.
En el otro tejado, la Agente Especial Dana Scully marcaba en su teléfono móvil.
—¿Mulder? —dijo apresurada—. Soy yo.
—¿Dónde estás, Scully? —sonó la voz de Mulder.
—Estoy en el tejado.
—¿Has encontrado algo?
—No, Mulder. Nada.
—¿Qué pasa, Scully?
—Acabo de subir doce pisos, tengo calor y sed y, para ser sincera, me pregunto qué estoy haciendo aquí —espetó Scully con impaciencia.
—Estás buscando una bomba —respondió la voz imperturbable de Mulder.
—Ya lo sé. Pero la amenaza se refería al edificio federal del otro lado de la calle —suspiró Scully.
—Creo que eso ya lo tienen cubierto.
—Mulder, cuando alguien da aviso de una bomba terrorista, el propósito lógico de facilitar esta información es permitirnos hallar la bomba. El objeto racional del terrorismo es aterrorizar. Si analizas las estadísticas, encontrarías un modelo de pauta de comportamiento en casi todos los casos en que una amenaza ha desencadenado un artefacto explosivo… —dijo Scully después de tomar aliento.
Se detuvo y acercó más aún el teléfono.
—Si no actuamos de acuerdo con esa información, Mulder, si la ignoras como acabamos de hacer, hay muchas posibilidades de que si de verdad hay una bomba, no la encontremos. Podría haber víctimas.
Se detuvo de nuevo y de pronto se dio cuenta de que llevaba minutos hablando sola.
—¿Mulder…?
—¿Y qué pasa con las corazonadas?
Scully se sobresaltó: la voz no procedía del teléfono móvil, sino de unos metros más allá. Allí estaba Fox Mulder. Cascó una pipa de girasol con los dientes y se acercó a ella.
—¡Por Dios, Mulder! —protestó Scully.
—Es el elemento sorpresa, Scully —dijo Mulder—. La imprevisión habla de lo impredecible.
—Si nos negamos a prever lo imprevisto o a esperar lo inesperado en un universo de posibilidades imprevistas, nos encontraremos a merced de cualquier persona o cosa que no pueda ser programada, clasificada o catalogada… —continuó después de cascar otra pipa.
Caminó hasta el borde del edificio, se volvió y dijo:
—¿Qué estamos haciendo aquí? Hace un calor infernal.
—Sé que esta misión te aburre —dijo Scully—. Pero el pensamiento no convencional sólo te va a crear problemas.
—¿Qué quieres decir?
—Tienes que dejar de buscar lo que no está ahí. Han cerrado los Expedientes X, Mulder. Hay que seguir trámites. Protocolo.
—¿Quieres decir que nosotros hemos dado un aviso de bomba a Houston? —sugirió—. Creo que alguien va a pagar hoy las cervezas en el Astrodome.
Scully le lanzó una mirada, pero era inútil. Suspirando, pasó delante de él hacia las escales, subió los últimos peldaños y agarró el picaporte. Lo giró uno y dos veces, y volvió la vista a Mulder.
—¿Y ahora qué?
—¿Está cerrado? —dijo Mulder, mientras su rostro perdía el aire travieso.
—Eso por prever lo imprevisto… —suspiró Scully girando de nuevo el picaporte.
Entornó los ojos al sol y después miró a Mulder. Antes de que pudiera decir nada, él dio un paso y le quitó la mano del picaporte. Lo giró y la puerta se abrió sin problema.
—Te pillé —Scully sonrió satisfecha.
—No, no lo hiciste —negó Mulder con la cabeza.
—Oh, sí. Esta vez te pillé.
—No, claro que no…
Ella entró en el hueco de la escalera y se dirigió al montacargas. Apretó un botón y esperó a que las puertas se abrieran.
—Claro que sí —dijo, todavía sonriendo—. Te vi la cara, Mulder. Hubo un momento de pánico.
—¿Pánico? ¿Me has visto alguna vez tener pánico, Scully? —replicó Mulder, que estaba junto a ella mientras el ascensor descendía.
El montacargas se detuvo. Las puertas se abrieron en un vestíbulo lleno de hombres y mujeres con traje, chicos de reparto y un guardia de seguridad de rostro aburrido.
—Acabo de verte —añadió Scully al salir del vestíbulo. Ante ella, un grupo de niños contemplaban emocionados su cazadora del FBI—. Tú pagas.
—Cuando tengo pánico pongo esta cara —dijo Mulder mirándola completamente inexpresivo.
—Sí, esa es la cara que pusiste —concluyó Scully.
—De acuerdo —dijo Mulder siguiéndola.
—Scully se cruzó de brazos y miró directamente a una puerta con un cartel que decía GOLOSINAS/REFRESCOS. Mulder registró su bolsillo en busca de cambio mientras preguntaba:
—¿Qué va a ser? ¿Coca cola, Pepsi? ¿Una agüita?
—Algo dulce.
Mulder rodó los ojos y se dirigió a la sala de refrescos. Iba rebuscando entre un puñado de monedas cuando alguien le dio un codazo. Un hombre alto con uniforme azul de reparto y pelo corto negro salía del cuarto. Miró con indiferencia a Mulder. Mulder le devolvió la mirada y luego se apresuró para agarrar la puerta antes de que se cerrara.
Ya en el interior del cuarto sin ventanas, Mulder fue directo a una máquina de refrescos grande y muy iluminada. Una a una, introdujo las monedas en la ranura. Después apretó un botón, se agachó y…
Nada.
—Oh, vamos —protestó Mulder. Golpeó la máquina con el puño… nada… y finalmente hurgó en el bolsillo en busca de más cambio. Lo introdujo en la máquina… nada.
—¡Mierda!
Miró la máquina y luego la golpeó con ambos puños.
Nada.
Mulder se acercó a la parte posterior de la máquina. Se agachó y miró por detrás frunciendo el ceño.
La máquina no estaba desenchufada.
Cogió el enchufe y lo miró horrorizado al comprender qué sucedía.
Scully esperaba impaciente en el vestíbulo, preguntándose por qué tardaba tanto Mulder. Tenía sed.
La puerta no se abría.
—¡No! —Mulder giró el picaporte, pero no había duda. Estaba encerrado.
Sacó el teléfono móvil y marcó un momento. Un instante después, Scully contestaba.
—Scully.
—Scully, he encontrado la bomba —anunció Mulder después de tomar aliento.
—Qué gracia, Mulder —dijo Scully, rodando los ojos.
—Estoy en la sala de refrescos.
Ella se dirigió hacia dicha sala. Al oír un débil golpear, se detuvo ante una puerta que decía GOLOSINAS/REFRESCOS.
—¿Eres tú el que golpea? —preguntó.
—Scully, que alguien abra esta puerta —pidió Mulder, golpeando aún más fuerte.
—Buen truco, Mulder.
Mulder comenzó a tirar de la parte frontal de la máquina de refrescos.
—Scully, escúchame. La bomba está en la máquina de Coca-Cola. Dispones de unos catorce minutos para evacuar este edificio.
—¿Mulder? —Respiró hondo al teléfono—. Dime que esto es una broma.
—Trece cincuenta y nueve, trece cincuenta y ocho, trece cincuenta y siete… —resonó la voz de Mulder.
Scully se agachó para comprobar la cerradura. La habían soldado… hacía poco.
—…trece cincuenta y seis… ¿Ves una pauta en todo esto, Scully?
—Aguanta —dijo Scully—. Voy a sacarte de aquí.
En el interior de la sala de refrescos, el teléfono de Mulder quedó en silencio. Se agachó ante la máquina. Dentro había una batería de tableros de circuitos y cables, lectores digitales y filas y más filas de latas de plástico transparente llenas de líquido enganchadas a lo que debían ser explosivos. En medio de todo esto, una pantalla de cristal líquido registraba la cuenta atrás. Mulder la miró y pensó: un experto va a tardas mucho más de trece minutos en averiguar por dónde comenzar.
En el vestíbulo, Scully corrió al puesto de seguridad.
—¡Este edificio debe ser evacuado completamente en diez minutos! —Gritó al jefe de seguridad—. Coja el teléfono y ordene al departamento de bomberos que bloquee el centro de la ciudad en un radio de un kilómetro en torno al edificio…
—¿En diez minutos? —musitó el agente de seguridad boquiabierto.
—¡NO PIENSE! —Exclamó Scully—. ¡COJA EL TELÉFONO Y HAGA QUE OCURRA!
La gente del vestíbulo ya estaba corriendo y ella se alejaba, sin darle opción a protestar, marcando otro número en su teléfono.
—Al habla la agente Dana Scully. Necesito hablar con el Agente Especial Michaud. Tiene el edificio equivocado.
Se detuvo junto a las puertas giratorias. Coches y furgonetas frenaban estrepitosamente en la acera, y de los vehículos sin identificación salían corriendo agentes con cazadoras del FBI. Darius Michaud entre ellos.
—¿Dónde está? —preguntó.
En torno a ellos, los trabajadores huían del edificio.
—Mulder la encontró en una máquina del edificio. Está encerrado con ella.
—¡Que venga Kesey con el soplete! Está en la sala de las máquinas de refrescos —gritó Michaud a un agente.
—Lléveme hasta allí —le ordenó a Scully.
—Por aquí…
En el cuarto sin ventanas, Mulder observaba los explosivos y la pantalla de cristal líquido.
7:00
Sonó su teléfono móvil y contestó.
—¿Scully? Te acuerdas de esa cara que puse… la estoy poniendo ahora.
—Mulder —ordenó Scully—. Apártate de la puerta. Vamos a entrar.
Se retiró mientras un soplete de plasma comenzaba a cortar la puerta metálica. Mulder oyó una serie de golpes y una voz que gritaba ¡Ahora! La puerta cayó hacia dentro y se desplomo sobre el suelo.
Scully entró con Michaud y otros tres técnicos desactivadores de bombas. Avanzaron hacia la máquina de refrescos.
4:07
—Dígame que esas latas solo contienen refrescos.
—No —dijo Michaud—. Es lo que parece. Una gran bomba: tres litros de astrolita.
Michaud estudió la bomba durante un instante. Después ordenó:
—Muy bien. Saquen a todo el mundo de aquí y vacíen el edificio.
—Alguien tiene que quedarse con usted —comentó Mulder.
—Le he dado una orden —espetó Michaud—. Salgan de aquí y evacúen la zona.
—¿Podrá desactivarla? —preguntó Scully.
—Eso creo —contestó. Michaud sacó un par de alicates de la caja de herramientas. Los otros agentes salieron apresurados de la sala.
—Tiene unos cuatro minutos para averiguar si está en lo cierto —dijo Mulder.
—¿Ha oído lo que he dicho? —replicó Michaud.
—Vamos, Mulder —murmuró Scully—. Vamos.
Ella se dirigió hacia la puerta. Mulder permaneció un momento más observando a Michaud.
Pero la atención del otro hombre estaba centrada en la bomba. Finalmente Mulder dio la vuelta y siguió a Scully hacia el pasillo. En la sala que dejó detrás, Michaud dejó los alicates sobre su rodilla y no hizo nada más; simplemente contemplar la bomba. Nada más que mirarla.
Todo el mundo había sido evacuado del vestíbulo.
—No queda nadie —gritó un agente del FBI.
Scully y Mulder corrían hacia las puertas giratorias. Un coche les esperaba a unos cuantos metros. De pronto, Mulder se detuvo y volvió la vista al edificio.
—¿Qué haces? —Exclamó Scully—. ¿Mulder?
—Algo no va bien… —susurró Mulder.
—¿Mulder? —Scully corrió a su lado.
—Algo no va bien —dijo de nuevo Mulder. Scully movió la cabeza y le agarró del brazo.
—¡Mulder! ¡Métete en el coche! ¡No queda tiempo, Mulder!
Y lo arrastró tras ella hasta el coche. Mulder, giró la cabeza para mirar por encima de su hombro.
—Michaud… —pronunció.
En el cuarto de los refrescos, Michaud había devuelto a su sitio los alicates y cerraba la caja de las herramientas. Ahora estaba sentado en ella, con los ojos fijos en la pantalla de cristal líquido.
:30
Vio desaparecer los segundos sin hacer nada. Finalmente, dejó caer la cabeza contra el pecho.
Fuera, el sol abrasaba la cercana plaza vacía.
—¡Mulder! —Gritó Scully—. ¡Entra!
Mulder se sentó en el asiento trasero, Scully en el delantero, y el coche salió a toda velocidad. Se volvieron para mirar por la ventanilla y contemplar cómo se alejaba el edificio.
Y, de repente, explotó. La estructura entera fue arrasada por una bola de fuego que ascendió desde la plata baja. Todo se llenó de humo y oleadas de vigas y cristales rotos. El aire retumbó al desplomarse el edificio.
El impacto de la bomba viajó por el aire y empujó el coche de los agentes al otro lado de la plaza, donde impactó contra un coche aparcado. Los otros coches recibieron el mismo impacto. Se oyó un gran crack y la ventana trasera se rompió, regando de cristales rotos a Mulder y Scully.
—¿Están bien? —exclamó el agente desde el asiento delantero.
—E… Eso creo —musitó Scully.
Mulder agitó la cabeza y miró a Scully.
—La próxima vez, tú pagas —dijo abruptamente.