Capítulo 1

Blackwood, Texas. Hoy

Sin previo aviso, un niño se precipitó desde el techo de la cueva.

—¿Stevie? Eh, Stevie… ¿estás bien? —una voz gritó en la abertura del techo.

Allí estaban otros tres niños, asomándose nerviosos al agujero. Los últimos días había estado construyendo allí un fuerte, cavando en la tierra. Tras ellos, el sol castigaba el ardiente terreno. Algunos kilómetros al este, el brillante contorno de la silueta de Dallas destacaba en el horizonte. A poca distancia se extendía una urbanización, con edificios idénticos dispersos sobre un paisaje de color pardo.

Stevie yacía hecho un ovillo en el suelo de la cueva.

—Vaya… vaya golpe que me he dado —dijo por fin. Risas de alivio. Los rostros de Jason y Chuck aparecieron junto al de Jeremy.

—Parece que tenías razón, Stevie —Jason voceó—. Parece una cueva o algo así.

Jeremy dio un codazo a los otros chicos, intentando abrirse espacio.

—¿Qué hay ahí abajo, Stevie? ¿Hay algo?

Stevie se puso en pie despacio. Dio unos pasos inestables. En la oscuridad algo parpadeó, algo redondo y suave del tamaño de un balón de fútbol. Lo cogió y lo inclinó con cuidado, exponiéndolo a la luz de manera que parecía brillar en su mano.

—¿Stevie? —gritó otra vez Jeremy—. Vamos, ¿qué has encontrado?

—Una calavera humana —suspiró Stevie—. ¡Es una calavera humana!

—¡Tírala aquí, tronco! —exclamó Jason.

—De eso nada «espabilao». Es mía —contestó Stevie negando con la cabeza. Se quedó quieto, mirando a su alrededor con asombro. ¡Madre mía! Hay huesos por todas partes.

Dio unos cuantos pasos hacia la luz. Miró hacia abajo y vio que estaba pisando una especie de mancha de aceite. Cuando intentó levantar los pies, el suelo le succionó la suela del playero.

Y entonces vio que el aceite estaba por todas partes, no sólo bajo sus pies, sino que rezumaba de las grietas de la roca. Y se movía. Se movía hacia él. El aceite negro serpenteaba bajo su pie y se deslizaba en su playero. La calavera cayó y rodó por el suelo mientras él tiraba de sus pantalones cortos y contemplaba la piel expuesta de la pierna.

Algo se movía bajo la carne: una cosa retorcida tan larga como un dedo. Lo único que ahora había más de una, había decenas de ellas, todas abriéndose camino bajo su piel y avanzando hacia arriba. Y ahora algo más, algo igualmente aterrador: por donde pasaba el aceite negro, sus miembros quedaban insensibles y helados. Paralizados.

—¿Stevie? —Jeremy observaba en la oscuridad—. Eh, ¿Stevie?

Stevie gruñó pero no lo miró. Jeremy lo contemplaba sin estar seguro de si se trataba de una broma.

—Stevie, deja ya de…

—¿Stevie? —Dijeron los otros a coro—. ¿Estás bien?

Estaba claro que Stevie no estaba bien. Mientras miraban, la cabeza de Stevie cayó hacia atrás, de forma que parecía mirarles directamente, y bajo la deslumbradora luz del desierto vieron cómo sus ojos primero se llenaban de oscuridad y luego se volvían completamente negros.

—Eh, tíos —susurró Jason—. Salgamos de aquí.

—Esperad —dijo Jeremy—. Deberíamos ayudarle.

Jason y Chuck tiraron de él. Jeremy fue con ellos de mala gana, golpeando los pies contra el polvoriento terreno.

Las sirenas gemían a contrapunto con el viento en la llanura. Las puertas de la urbanización se abrían dando paso a los curiosos que salían a husmear.

Los camiones de bomberos ya estaban allí. Dos hombres completamente equipados saltaron del vehículo, desengancharon una escalera y corrieron hacia el agujero donde antes estuvieron los niños. Otros hombres los seguían mientras el capitán aparcaba y salía del coche, radio en mano.

—Al habla el Capitán Miles Cooles —dijo—. Tenemos una situación de rescate en marcha.

Se acercó al agujero. Los tres bomberos ya habían colocado la escalera y dos de ellos descendían deprisa. Sus cascos brillaron con la luz del sol y después parpadearon cuando llegaron abajo y se alejaron de la escalera.

—¿Qué tenemos ahí abajo, T. C.? —exclamó Cooles. No hubo respuesta.

Fuera, el sol caía sobre el cada vez mayor círculo de padres y niños que se habían acercado. El capitán Cooles permanecía en silencio, con el ajado rostro tenso por la preocupación mientras miraba al agujero. Un momento después, envió abajo a otros dos bomberos.

Cooles elevó la mirada, distraído momentáneamente de su desesperado intento de ver a los hombres en la cueva. Un amenazador bomp bomp llenó el aire mientras un helicóptero aparecía misteriosamente en la puesta de sol. A su alrededor se agolpaba cada vez más gente, padres y niños todos mirando hacia el horizonte del oeste. Mucho más rápido de lo que parecía posible, el helicóptero se acercó al grupo congregado, viró bruscamente y flotó sobre ellos. La gente se echó las manos a las orejas y se protegió los ojos de las nubes de polvo, y el helicóptero sin identificación aterrizó suavemente sobre la tierra abrasada.

¿Qué demonios?, pensó Cooles. La puerta lateral del helicóptero se abrió y de él saltaron cinco figuras. Envueltas en trajes de protección contra materiales peligrosos, con la cara oculta tras gruesas máscaras, transportaban una litera metálica cubierta con una burbuja de plástico translúcido, como un inmenso caparazón de escarabajo. Se dirigieron inmediatamente hacia el agujero. Cooles asintió y les siguió, pero antes de que hubiera dado dos pasos, otro hombre salió del helicóptero, una figura alta y severa vestida elegantemente, cuya corbata se agitaba bajo el viento de las hélices.

—¡Retiren a esa gente! —gritó, señalando a la multitud que contemplaba curiosa a los enfermeros. La etiqueta identificativa que colgaba de su cuello decía Dr. Ben Bronschweig—. ¡Sáquenlos de aquí!

—¡Hagan que se retiren! ¡Ahora! —gritó Cooles, volviéndose a la línea de bomberos. Después, se acercó apresurado a Bronschweig y le dijo—: He enviado a mis hombres a rescatar al niño. Nos han informado de que los ojos se le quedaron negros. Es lo último que he sabido…

Bronschweig le ignoró y salió disparado hacia el agujero. Las figuras ya estaban ascendiendo la escalera, sacando el cuerpo inmóvil del niño sobre la litera burbuja. Al ver esto, Bronschweig se detuvo, observando cómo el personal del rescate lo llevaba hacia el helicóptero. El resto de los hombres los siguieron y, ante la callada mirada de la multitud, el helicóptero se elevó y las hélices levantaron oleadas de polvo rojo sobre la llanura. Un minuto después no eran más que un puntito en el cielo.

Bronschweig caminó hacia la urbanización. El capitán Colles le seguía de cerca. A poca distancia, una hilera de vehículos pesados sin identificación rodaba por la autopista y tomaba la carretera de acceso que llevaba a las filas de casas idénticas. Hombres de rostros inexpresivos vestidos de uniforme oscuro conducían las furgonetas de carga y camiones sin identificación. Al frente de esta amenazante caravana había dos enormes camiones cisterna blancos, desprovistos de cualquier logotipo o publicidad, que relucían bajo el sol abrasador. Bronschweig se detuvo, cruzó los brazos y observó la escena con una expresión tensa.

—¿Qué pasa con mis hombres? —exclamó enfadado el Capitán Cooles al doctor—. He enviado cinco hombres ahí abajo.

Bronschweig se dio la vuelta y se alejó sin musitar palabra.

—¿Ha oído lo que le acabo de decir? Envié… —gritó Colles señalando furioso el agujero.

Fingiendo no oírle, Bronschweig se dirigió hacia los camiones que se acercaban. Unos cuantos habían aparcado en fila en el callejón sin salida. Personal de aspecto oficial ya estaba sacando tiendas, mástiles, antenas parabólicas, bancos de luces eléctricas y equipos de monitores de su interior. Los lugareños contemplaban asombrados mientras las primeras unidades de refrigeración eran extraídas de los camiones y transportadas al agujero. Los conductores seguían maniobrando los enormes camiones hasta formar una barrera que bloqueaba la escena de la acción de la vista de la multitud.

Bronschweig desapareció entre el tumulto. Al llegar a los camiones cisterna, se metió entre ellos y sacó un teléfono móvil. Con el rostro tenso, marcó un número, esperó y finalmente habló.

—¿Señor? ¿La escena imposible que no habíamos planeado? —escuchó un momento y contestó—. Bien, será mejor que ideemos un plan.