Siempre he vivido como si yo fuera interminable. Quiero decir que destruyo y rehago todo continuamente. Jamás he pensado que puedo terminar loco o suicida. Tal vez es el hábito de no cultivar, no guardar, no prever.
Poco a poco ha ido en aumento el peso sobre mi espalda. Demasiados escombros.
De ese modo adquirí la costumbre de aprovecharme de todos y de todo. Un cabrón sentido pragmático de la vida. Me la paso sacando cuentas. Calculando cuánto entrego y cuánto me dan a cambio. Me creía un buen tipo, pero ese hábito de matemáticas me llevó a estar desolado y hecho tierra. Entonces apareció una hermosa muchacha en mi vida y me enfocó sus ojos verdes y me pasó un mensaje telepático de amor y yo me lo creí.
Tenía que creerlo. Cuando te sientes tan solo captas muy rápido un mensaje así y lo llevas con cuidado hasta tu corazón y lo depositas allí y te entusiasmas y crees que ya todo está resuelto.
Bueno, ella no me dio tiempo a nada. Aparecía todos los días por mi trabajo. Inspeccionaba los extintores contra incendios, y había cientos de extintores. Era una mujer hermosa, con un cuerpo moreno, el pelo corto, ojos verdes y soñadores, un culo duro y unos grandes y hermosos pechos.
Durante varios días nos miramos en silencio, hasta que me decidí. Ella esperó gatunamente por mí y entonces ronroneó un poco. La invité a salir esa noche. Fuimos a un bar, pedí unas copas y casi sin hablamos nos besamos y nos acariciamos. Yo no quitaba los ojos y las neuronas, todas mis neuronas, de sus grandes y hermosas tetas de veinte años. Tuve una erección muy persistente, pagué y nos fuimos.
Yo tenía un sitio cómodo por allí y estaba eufórico y ansioso. Ella también. Nos empezamos a desnudar velozmente, pero cuando se quitó los ajustadores, las tetas le colgaron sobre el vientre. Eran grandes, fofas y blandas. Dos enormes pellejos, como los de una vieja nodriza.
Era increíble que una mujer tan bonita y tan joven tuviera así los pechos. De todos modos lo intenté. Pero no pude. No tuve ni media erección. Tal vez ni un cuarto de erección. Ella se molestó mucho. Creo que se ofendió. Nos vestimos y nos fuimos.
Después jamás aceptó otra invitación mía, pero tuvo que seguir revisando los extintores, y poco a poco nos hicimos amigos. Nos llevó muchos años hacernos amigos.