Las cosas estaban saliendo mal hacía tiempo y pensé que sería bueno revisarme. Cogí la bicicleta y fui por todo el Malecón hacia Marianao. Yo tenía medio abandonados a los santos, y ya América me había dicho que debía de tener un guerrero, pero no quería meterme a fondo. Porque es así: te va bien y lo dejas todo a un lado. Cuando te va mal entonces te acuerdas de los santos.
América cargaba unos cubos de agua desde una llave muy baja que hay en la acera. En ese solar nunca hay agua. La ayudé un poco porque ella es demasiado vieja y estaba sudando. Al poco rato, cubo a cubo, teníamos casi lleno el tanque, cuando se formó una algarabía al fondo del solar. Una mujer tenía un ataque y convulsionaba en medio del pasillo.
—Es que ella pasa un muerto. Espérame aquí que la voy a ayudar —me dijo la vieja, y salió para allá.
Yo quería cargar unos cubos más para terminar y que América me consultara. No podía estar todo el día en Marianao. Además, en ese solar uno siempre se complica. Siempre hay jodienda, y la policía aparece enseguida. En eso, América me grita, asustada:
—¡Pedro Juan, ven acá, hijo, ven acá!
A la mujer no se le pasaba el muerto. Cuando llegué al fondo del pasillo ya se acercaban más mujeres.
—¡Asómate ahí y bájalo, hijo! Descuélgalo, misericordia de Dios.
Me asomé al cuarto de aquella mujer. Su hijo colgaba con un cable eléctrico alrededor de la garganta. Estaba desnudo, cubierto de tajazos, con sangre por todo el cuerpo. Una sangre seca y oscura. Algunas heridas eran profundas.
—¡Llamen a la policía! —grité, a la vez que acerqué una silla y traté de zafarlo, pero el tipo era corpulento y fuerte. Demasiado pesado. No pude deshacer el nudo del cable eléctrico. Estaba frío y tieso como un hielo y la sangre empezó a salir otra vez de algunas heridas y me manchó.
América le daba unos pases a la mujer y le rociaba agua fría, pero el muerto seguía. Al fin se desmayó y cayó al piso. En ese momento llega otro vecino. Se abraza al ahorcado y comienza a llorar y a besarlo. Me pide que lo ayude a zafarlo.
Yo no entendía nada. Era un tipo duro del solar. Se veía que era un acere durísimo, pero estaba besando en la boca al muerto y tenía los ojos arrasados en lágrimas. Al fin lo desenganchamos y lo bajamos.
El tipo lo carga, lo acuesta en la cama, y me dice:
—Déjenme solo. Yo lo voy a limpiar.
En realidad me alegra que alguien se ocupe del muerto. Ya me puedo ir. Tengo sangre por todas partes y quiero darme un baño. América al fin hizo volver en sí a la madre del ahorcado. Entonces me fijo en la puerta; está llena de gente mirando. Nadie se atreve a entrar al cuarto. Unas mujeres se persignan y rezan. América trata de ayudar al tipo que ya está lavando al muerto, pero él la saca de allí:
—Les dije que me dejaran solo. Váyanse de aquí.
América me agarra del brazo y me lleva a su cuarto.
—Siéntate que te voy a hacer café. Ya hoy no te puedo consultar. Hay muerto fresco en el camino. Y mucha sangre.
—¿Qué pasó aquí?
—Ese muchacho que se ahorcó era maricón. Desde niño lo jodieron. En el Centro de Reeducación de Menores. Y le gustó. Ha sido un salao toda su vida porque era guapo, era un tipo duro, pero no le gustaban las mujeres. Y fue siempre un amargao. Mira lo que se hizo. Se tasajeó con el cuchillo y después se ahorcó. Hay que estar loco para hacerse tanto daño. ¿Tú sabes lo que hizo ayer por la tarde? Estaba montando un caballo en el terreno de ahí atrás, pero lo fustigó tan duro que el caballo se encabritó varias veces hasta que lo tumbó. Bueno, pues le entró a puñalás por el pescuezo y lo mató. Después salió corriendo y se perdió. Parece que regresó por la madrugada y se ahorcó.
—¿Y la madre de él no estaba en el cuarto?
—No. Ella a veces sale por ahí con hombres, y llega borracha. A veces se pierde hasta dos o tres días.
—¿Y quién fue ese que me ayudó a bajarlo?
—Un vecino de aquí. Ellos se entendían hace tiempo. Yo nunca he comprendido. Ese hombre tiene su mujer y sus hijos, y es un tipo guapo, de machete y de líos con la policía. Pero, bueno, parece que se gustaban.
Me tomé el café. América me preparó el baño, y cuando empecé a enjabonarme, llegó la policía para que fuéramos a declarar a la estación. Ese día no me pudo consultar tampoco y la ropa se me jodió y tuve que botarla porque nunca perdió las manchas.