Capítulo 23

19 de octubre

El día que me dieron el alta en La Costa, me desperté sonriendo pasadas las ocho de la mañana.

Mis padres me habían enviado un paquete con ropa nueva la semana anterior e intenté vestirme sin armar ruido, con la esperanza de no despertar a Nora. No obstante, se despertó, encendió la lucecita que pendía sobre su cama de tamaño doble y me escrutó desde la otra punta de la habitación.

—¿Tienes miedo? —me preguntó.

La noche anterior, ella y yo nos habíamos quedado levantadas hasta tarde y habíamos hablado de todo: de sus críos (el mayor era solo unos años más joven que yo), de películas y, por último, de surf. Como me había pasado los dos últimos meses hablando de manera entusiasta al respecto, Nora me había comentado que, en cuanto saliera de La Costa el mes que viene, a lo mejor lo probaba.

Negué con la cabeza mientras me calzaba una de mis largas botas de cuero.

—Esta vez no.

—¿Emocionada?

Alcé la vista hacia ella y sonreí.

—Más que otra cosa.

Se incorporó y cruzó los brazos sobre su escuálido pecho.

—Deberías haberle dicho a tu novio que ibas a salir de aquí —me reprochó y, al instante, la miré enfadada. Llevaba dándome la brasa con el tema desde la semana anterior, después de que hubiera hablado con Cooper y no le hubiera dicho nada acerca de la fecha de mi alta una vez más.

—Tampoco es para tanto —repliqué, a pesar del nudo que tenía en la garganta—. La semana que viene volaré a Hawái y lo veré.

Nora negó con la cabeza y sonrió de manera melancólica.

—Yo odio las sorpresas.

Mi compañera de habitación era de esa clase de personas que lo primero que hacen al leer un libro es devorar el último capítulo y se niegan a ver una película si no se la cuentan antes, así que me limité a alzar la vista y suspirar.

—Lo tendré en cuenta —afirmé, a la vez que se me elevaban las comisuras de los labios. Me puse en pie, me abroché los vaqueros ceñidos y cogí el bolso, que estaba sobre la cómoda. Después, crucé la habitación y me senté en la esquina de su cama.

—Respeta mi espacio —me recordó, aunque en realidad se estaba riendo.

—Te voy a echar de menos —afirmé.

Gruñó y me dijo:

—No vas a llorar por mí, ¿verdad?

No obstante, cuando la abracé, me apretó con mucha fuerza y, cuando alcancé la puerta de nuestro cuarto, me preguntó con voz ronca:

—¿Me escribirás?

Se me hizo un nudo en la garganta. La familia de Nora seguía sin escribirle; según ella, esta vez porque intentaban darle una lección. Me sobrepuse y me volví a medias para mirarla.

—Todos los días, si quieres.

Resopló y miró al techo con sus ojos de color marrón claro.

—No seas patética. Sé buena, amiga de Mickey Mouse —respondió, a pesar de que le había repetido cien veces que en toda mi vida nunca había actuado en una producción de Disney.

—Lo seré. Y tú procura no volver a darle la vara a ese asesor tan macizo, ¿vale?

No respondió hasta que me encontré en ese frío pasillo.

—Bueno, no creo que vuelva a hacerlo.

Me abracé a mí misma con fuerza mientras caminaba hacia la recepción. Casi esperaba encontrarme con Kevin agitando una mano en el aire nada más doblar la esquina, contándome que mis padres no habían podido venir y que habían aceptado un nuevo papel en mi nombre, pero entonces vi a mi madre. Andaba inquieta de aquí para allá y se mordisqueaba el labio inferior mientras sus tacones retumbaban con fuerza sobre el suelo de linóleo.

—Mamá —dije y, a pesar de que creía que me había hecho a la idea de que tal vez no apareciera, al verla ahí se me quebró la voz.

Se paró, se giró hacia mí y en su rostro se abrió paso una sonrisa repleta de bótox. Corrió hacia mí y nos encontramos en la salida de la recepción, donde me dio un fuerte abrazo.

—¡Es como si hubieran pasado varios años desde la última vez que te vi! —exclamó cuando por fin me soltó.

Solté una leve carcajada.

—Ya, bueno, a mí me pasa lo mismo. —Fruncí el ceño y eché un vistazo por encima de ella—. ¿Dónde está papá?

Mi madre retrocedió un par de pasos y atusó su pelo con mechas.

—Ha tenido que ir a Boston, pero lo recogeremos de camino a casa. —Echó un vistazo a su reloj y puso cara de contrariedad—. Lo cual deberíamos estar haciendo ahora mismo.

—Solo tengo que pasar por recepción y…

Me arrebató el bolso, se puso la correa al hombro y asintió.

—Ve a hacer eso mientras llamo a tu padre para decirle que llegaremos enseguida.

Sonreí como una idiota al firmar mi alta de La Costa. El encargado de la sección de admisiones me devolvió el móvil y, a continuación, tuve que firmar unos cuantos formularios y el personal me deseó mucha suerte. Todo esto me llevó un cuarto de hora. Después, mi madre y yo salimos al aparcamiento, donde nos estaba esperando su Cadillac rojo CTS-V. Me senté en el asiento del acompañante y, de inmediato, moví el dial de la radio mientras ella arrancaba.

Suspiré al pillar una canción ya empezada de Jason Mraz y me puse a cantar desafinando tan a lo bestia como mi madre lo había hecho cuando me llamó para felicitarme el cumpleaños en julio. Me miró muy seria mientras se adentraba en el tráfico con el Cadillac.

—Por Dios, Willow, no recuerdo haberte visto nunca así a las nueve de la mañana —aseveró.

—Me siento genial —admití, a la vez que apoyaba la cabeza sobre el reposacabezas y contemplaba por la ventanilla un autobús naranja de la compañía Metro que avanzaba un par de carriles más allá. Al verlo, me acordé de cómo estaba yo en junio. Acto seguido, me fui pasando el móvil de una mano a otra, ya que me moría de ganas de llamar a Cooper.

La siguiente canción era de Paramore y estuve a punto de atragantarme cuando mi madre se unió a mí y se puso a cantar a pleno pulmón. Nuestras miradas se cruzaron y, aunque sabía que todavía nos quedaba mucho camino por recorrer, eso era un buen comienzo. Cuando la canción terminó, sacó el tema de los recursos y de cómo llevaba mi abogado el asunto. Clay le había dicho a mi madre sin rodeos que no creía que tuviéramos ninguna oportunidad de ganar, pero que estaba dispuesto a seguir intentándolo.

Permanecí callada un largo rato y entonces asentí.

—Me gustaría que lo hiciera.

Cuando llegamos a LAX veinte minutos después, mi madre se disculpó con una sonrisa.

—Tengo que aparcar. —Consultó su móvil, revisó unos cuantos mensajes, me dijo cuál era el número del vuelo de American Airlines que estábamos esperando y añadió—: Ya ha llegado. ¿Me haces el favor de ir y…?

Para entonces, ya estaba bajándome del coche, después de coger unas gafas de sol de la guantera central.

—Vale.

Era la primera vez en muchos años que me encontraba en ese aeropuerto sin la compañía de un guardaespaldas. Mientras me dirigía hacia la puerta, me sentí como si me hubiera quitado un tremendo peso de encima. Tampoco es que la gente me hubiera olvidado del todo (estaba segura al cien por ciento de que acabaría saliendo de nuevo en alguna otra página web de cotilleos en la que publicarían alguna encuesta sobre cuándo creía la gente que la cagaría de nuevo), pero ese día me sentía como una persona normal.

Llegué a la cinta de equipaje que correspondía al número de vuelo que mi madre me había dado, pero cuando alcé los ojos hacia el texto que aparecía en la pantalla, me quedé sin respiración. Ese vuelo no procedía de Boston, sino de Honolulú.

—¿Qué? ¿No me recibes con unos lei? —preguntó alguien que hablaba con acento australiano a mis espaldas. Me volví lentamente y me topé con Cooper. Iba vestido con unos vaqueros, unos Chuck Taylor y una camiseta azul que resaltaba sus ojos. Mientras lo miraba de arriba abajo se me formó un nudo en la garganta.

—Pero ¿qué haces aquí? —repliqué, con una voz que apenas era un susurro.

Elevó una comisura de la boca.

—¿Recuerdas que te dije que me gustaba conocer bien a mis clientes? —preguntó y yo elevé el mentón un poco. Sí, eso me lo había dicho en ese mismo aeropuerto—. ¿De verdad creías que no iba a aparecer?

—No quería ser egoísta —contesté con toda sinceridad.

Dio cuatro zancadas acercándose y me atrajo hacia él. Una anciana que estaba recogiendo su equipaje de una cinta cercana nos miró un par de veces con cara de incredulidad, pero Cooper no pareció darse cuenta.

—Dios, Wills, conmigo puedes ser todo lo egoísta que quieras.

Me estremecí cuando nuestros labios se unieron y reaccioné ante ese contacto tan íntimo pegándome más a él para poder rodearle los hombros con los brazos. Cuánto había echado esto de menos. Joder, le había echado tanto de menos que ahora que lo tenía delante me estaba viniendo abajo.

Al final, se apartó gruñendo y me masajeó el cuello con la yema de sus pulgares.

—¿Sabes lo difícil que ha sido coordinar las cosas con tu madre? Jamás he conocido a alguien que me acojone tanto, ¿sabes?

Mi risa se vio mezclada con un sollozo cuando asentí.

—Me ha dicho que teníamos que venir a recoger a mi padre.

Él negó con la cabeza y se rio entre dientes.

—No, está en algún restaurante de lujo esperando a que aparezcamos. Si mi maldito vuelo no se hubiera retrasado una hora, habría ido allí a recogerte.

Respiré hondo.

—¿Y qué pasa con la competición?

Tras apartarme unos mechones de color castaño, me besó en la frente.

—¿Qué pasa con eso?

—No tienes por qué perdértela por mi culpa, yo…

Me puso tres dedos encima de la boca y lanzó un suspiro.

—Hablas demasiado, Wills. Estoy donde tengo que estar, ¿vale? Y ya que estamos, voy a contestar a esa pregunta que me hiciste hace unos meses: he ganado treinta y cuatro competiciones. Treinta y cuatro en total.

Me eché hacia atrás y me pasé la lengua por los dientes.

—Estás hecho todo un campeón, ¿eh?

Se echó a reír y me rodeó los hombros con un brazo, mientras me guiaba hacia la salida.

—Te quiero, Willow.

—Yo también te quiero.

Entonces, se detuvo. Se paró a solo unos centímetros de la puerta automática.

—Antes de que se me olvide… —abrió su bolsa de viaje y sacó un collar de flores aplastadas—, te debía un lei.

Contuve un sollozo y agaché la cabeza para que pudiera colocármelo al cuello.

—Sabes que en las películas hacen estas cosas exactamente así, ¿verdad?

Me volvió a rodear con sus brazos y suspiré pegada a su camiseta, respirando ese aroma a protector solar y champú de coco.

—Supongo que no odio tanto a la industria del cine como aparento.