El primer trago que tomé esa noche me abrasó la garganta e hizo que me atragantara y me lloraran los ojos. No sabía si las lágrimas eran cosa de esa bonita botella azul de vodka SKYY o de los sollozos que había estado conteniendo desde que Miller me había recogido y le había hecho saber que los planes de esa noche habían cambiado, que quería volver a la habitación del hotel de Jessica.
Así que, como era incapaz de saber por qué lloraba, me tomé otro chupito y luego otro más, solo para asegurarme.
Jessica se encontraba tumbada junto a mí, contemplando con sus ojos azules vidriosos las luces empotradas que pendían sobre nuestros rostros y proyectaban un fulgor rojizo.
—¿Seguro que no quieres? —susurró, señalando hacia la mesilla de noche, donde se hallaba la otra mitad de esa pastilla azul que se había tragado hacía una hora.
Claro que quería, pero negué con la cabeza. Entonces, mi móvil volvió a vibrar en mi bolsillo trasero; seguramente, era Cooper otra vez. Decidí ignorar esa llamada.
Se pasó la lengua por los labios y se incorporó un momento para clavar la mirada sobre la puerta de la habitación. Miller se encontraba al otro lado, esperándome, tal y como yo le había pedido.
—Todavía podemos decirle que nos lleve a ese club —comentó, dejándose caer de nuevo mientras me sonreía levemente. Se movió hacia un lado sobre el colchón viscoelástico, acortando así la distancia que nos separaba hasta que nuestras caderas se rozaron—. Será divertido.
—Aquí estoy bien —repliqué. Pero no estaba bien. Me daba vueltas la cabeza y me rugía violentamente el estómago porque no había tocado siquiera la cena. Me sentía como si, lentamente, estuviera cayendo cada vez más.
Aun así, acabé incorporándome y, con las piernas colgando del lateral de la cama, me dispuse a servirme otro trago.
Porque había perdido.
Porque quería escapar.
Jessica murmuró algo inaudible y me giré un poco. Entonces, comprobé que había cerrado los ojos.
—Mi serie no va a funcionar —dijo al fin. Se refería al episodio piloto que había grabado a principios de verano.
He perdido. Nunca voy a volver a verlo. He perdido.
Me masajeé las sienes, en un intento de sacarme esa idea de la cabeza. Ya pensaría en ello mañana o pasado mañana. Ya pensaría en ello cuando no me resultara tan doloroso pensar. Sí, en vez de eso, debería centrarme en Jessica.
—Eso no lo sabes —afirmé. En ese instante, ella abrió los ojos y volvió la cabeza para lanzarme una mirada gélida.
—Déjame que te lo explique de un modo que hasta tú puedas entenderlo…: me han despedido. No voy a ir a ninguna parte con ese proyecto —replicó y, al instante, apreté los labios. Me crucé de brazos con firmeza y le di una vez más la espalda, mientras ella seguía hablando—. Tú sí que tienes suerte.
Tomé aire profundamente de tal modo que me entraron náuseas, y agarré con fuerza la tela de la sábana que se hallaba bajo mis brazos.
—No, no la tengo.
Resopló y, a continuación, tosió. Por el rabillo del ojo, vi que se incorporaba, apoyándose sobre los codos. Me miró con incredulidad.
—Claro que sí. Tienes un buen papel y… —Entonces, se calló y se echó a reír descontroladamente mientras giraba y se tumbaba boca abajo. Apoyó la mejilla sobre el suave edredón y extendió el brazo para coger con un dedo una de las trabillas de mi pantalón—. Tienes un novio con más problemas con su padre que tú.
En cuanto mencionó a Cooper, me estremecí. Me giré bruscamente y clavé mis ojos directamente en los suyos.
—No hables así de él, Jess.
Podía decir sobre mí lo que quisiera, pero no quería que esa noche mencionara su nombre. No cuando yo estaba haciendo lo que estaba haciendo.
Sin embargo, Jessica insistió:
—Oh, vamos, estoy segura de que las cenas familiares en su casa tienen que ser un puto desastre si coincidís James Dickson y tú en la misma mesa.
Volvió a reanudar su duelo de miradas con el techo y la luz, mientras esperaba a que yo dijera algo.
—¿De qué estás hablando?
Entonces, lanzó un chillido histérico, que era en parte risa, en parte sollozo, antes de preguntar con tono apremiante:
—¿Es que no lo pillas?
Estaba dando muchos rodeos y, encima, el vodka se me estaba subiendo a la cabeza, así como al resto del cuerpo. Lo único que podía ver en esos momentos eran esas luces que, al final, se transformarían en la oscuridad que tanto deseaba.
Al ver que no respondía, suspiró.
—Te estoy diciendo que James Dickson es su padre.
Me dejé caer de la cama y me tropecé ligeramente con uno de los zapatos que ella había dejado en el suelo. Respiré con dificultad y entrecortadamente mientras recuperaba el equilibrio y me agarraba a uno de los postes de madera de la cama para apoyarme.
—No seas idiota, Jess. Si ni siquiera conoces a Cooper.
Y nunca lo haría mientras yo pudiera evitarlo.
En ese instante, se incorporó en mitad de la cama, dobló las rodillas y se las agarró. Luego, se pasó una mano por su pelo rojizo y dio la impresión de que cada movimiento que hacía iba acompañado de un enorme esfuerzo.
—Había una fotografía de los dos juntos en «Leah y sus cotilleos». —Al ver que yo apretaba los dientes y la miraba cabreada, añadió—: Pero déjame adivinarlo, has estado tan absorta en tus propios problemas que ni siquiera te has fijado en lo mucho que se parecen.
Le di la espalda.
—Tengo que mear.
En cuanto cerré la puerta del baño tras de mí de un portazo, saqué el móvil y salí de la pantalla donde había varios mensajes sin leer de Cooper y mi madre. Ahí estaba yo, en medio de ese enorme baño, revisando las páginas de una web de cotilleos de mierda que nunca había visitado, pero en cuanto di con lo que buscaba me dejé caer junto a la bañera descomunal con la mirada clavada en el móvil.
Habían sacado esa foto en la fiesta de presentación que se había celebrado la noche posterior a que descubriera quién era la madre de Cooper. Este y Dickson estaban el uno al lado del otro, sonriendo, y el texto de apoyo bajo la fotografía decía:
El productor de Mareas (James Dickson) saluda al hombre que entrena a la surfista (Cooper Taylor).
Habría pasado totalmente del comentario de Jessica y habría apagado inmediatamente el móvil si no hubiera decidido contemplar más detenidamente esa imagen, si no me hubiera fijado en que su lenguaje corporal dejaba bien claro que había mucha tensión entre ambos.
Si no me hubiera fijado en que Dickson tenía un hoyuelo en la mejilla izquierda.
Empujé el móvil hacia el extremo más alejado de esa bañera de porcelana, para evitar la tentación de arrojarlo contra la pared. Cooper me había mentido. Me había mentido, joder, y…
Entonces, me acordé de la cicatriz de su espalda. De esa larga y desigual cicatriz que le había hecho su padre cuando era un crío.
Cogí el móvil con manos temblorosas y le envié un mensaje.
23:23: Me voy a pasar por tu casa. ¿Estás ahí?
Respondió rápidamente.
23:23: Sí, estoy aquí. ¿Estás bien?
No respondí. Me metí el móvil en el bolsillo posterior de mis vaqueros ceñidos. Respiré hondo para despejarme mentalmente y entré en el dormitorio para encararme con Jessica, que ahora se encontraba apoyada sobre un montón de almohadas con las piernas cruzadas, mientras comía un plato de patatas fritas que se habían enfriado hacía horas.
—Tengo que irme a casa —le dije.
Aunque se le elevaron las comisuras de los labios levemente, no se movió, ni siquiera se giró para mirarme.
—Después de esto, no voy a volver a verte, ¿verdad?
Alcancé la puerta y ni siquiera me detuve para volverme a mirarla cuando respondí:
—No, nunca más.
Miller me escoltó hasta la puerta de entrada de la casa de Cooper, sin que nuestras miradas se cruzaran en ningún momento. Tras haberme recogido en el hotel de Jessica, había permanecido muy callado mientras conducía, aunque cada dos minutos abría la boca solo para cerrarla bruscamente a continuación. Sabía que se sentía muy decepcionado conmigo. Joder, yo también estaba decepcionada conmigo misma, incluso furiosa.
Sí, estaba furiosa con Cooper, con Dickson y conmigo misma.
Eric abrió la puerta en calzoncillos; tenía un mando en una mano y se rascaba la barba con la otra. Alzó un brazo para apoyarse sobre el marco de madera con todo el peso de su largo y desgarbado cuerpo. Iba a hacer uno de sus comentarios habituales, pero se abstuvo al ver que Miller negaba con la cabeza. Acto seguido, Eric se inclinó un poco hacia delante y respiró hondo.
Todo rastro de indolencia desapareció de su cara, dando paso a un gesto de preocupación (ese sentimiento que a mí me resultaba tan familiar), y clavó la mirada en el suelo del recibidor. Luego, se hizo a un lado para que pudiera atravesar la puerta.
—Cooper está arriba, duchándose.
Me volví hacia Miller, agarrándome el estómago.
—Espérame en el coche.
A pesar de que la orden sonó un tanto brusca al surgir de mi boca con un tono tan vacilante e inseguro, él se limitó a alzar el mentón.
Antes de que Eric pudiera pronunciar una sola palabra, lo dejé atrás y subí dando tumbos por las escaleras hasta entrar en el dormitorio de Cooper, que estaba repleto del vaho que desprendía la ducha. Cuando me abalancé sobre él, estaba saliendo del baño envuelto en una tolla. Le di un empujón directamente en el pecho. Apenas se inmutó y, en cuanto volví a arremeter contra él, me agarró de las muñecas, sin que pareciera importarle que la toalla se hubiera caído al suelo.
—Maldita sea, Wills, cálmate. Cálmate y… —Se quedó paralizado y, al instante, me atrajo hacia sí, a pesar de que me resistí—. Estás borracha. Joder, estás borracha.
No lo negué.
—Me has mentido.
Me soltó y recogió la toalla del suelo. Me dio la espalda, se apoyó sobre la cómoda y se frotó la frente.
—Encima de que estás borracha, ¿tienes el valor de acusarme de mentirte?
Retrocedí hasta la pared situada junto a la cómoda y me dejé caer hasta quedar hecha un ovillo sobre el suelo.
—¿James Dickson es tu padre? —exigí saber. Cooper me miró enfadado y se le tensaron los músculos del cuello, yo agarré fuertemente mi camisa de franela con ambas manos y la arrugué—. Así que, a pesar de que en su día te molió a golpes, has decidido trabajar para él, ¿no? ¿Cómo has podido dejar que creyera que era un buen tipo después de lo que te hizo?
Dejó escapar un gemido de frustración y se apartó del mueble de madera de cerezo. Un segundo después, se arrodilló delante de mí para acariciarme la cara, y yo me estremecí.
—No fue él quien me pegó, Wills. —Entonces, se atusó su pelo rubio mojado y tomó aire con fuerza—. Mi madre estaba casada con Colin Taylor cuando se quedó embarazada de mí, Wills, y James Dickson… siempre ha estado casado con la misma mujer.
Me mordí el carrillo por dentro y no dije nada, mientras lo obligaba con mi mirada a continuar.
—Durante años, mi madre consiguió que la gente creyera que era hijo de Colin, pero él siempre lo supo. Lo supo desde el principio, y por esa razón me torturaba.
Noté que el pecho se me encogía, y se me hizo muy difícil respirar.
—¿Dickson lo sabía? —inquirí con voz ronca. Como no respondió de inmediato, insistí en voz más alta, con una mayor desesperación—: ¿Lo sabía?
Cooper negó con la cabeza y se sentó a mi lado.
—No hasta después de toda esa mierda que pasó con la caña de pescar, aunque no conocí a Dickson hasta que tuve diecisiete años, en el funeral de mi madre. —Cooper alzó una rodilla mientras clavaba la mirada en la pared que teníamos delante—. Quise pegarle. Quise matarlo aquel día.
Le miré con tristeza.
—Cooper…
—Ella lo quería. Y lo único que obtuvo de él fueron un millón de excusas.
De repente, cobró sentido todo lo que me había contado a lo largo de días y semanas sobre lo mucho que le había querido su madre y lo importante que había sido para ella.
—Lo siento mucho —tartamudeé.
Cooper alzó una mano y negó con la cabeza.
—No lo sientas. Dickson y yo llevamos años intentando tener una maldita relación de padre e hijo. Probablemente, lo nuestro nunca funcionará, pero seguiré intentándolo porque, a pesar de que ha sido un gilipollas egoísta, mi madre lo amaba de verdad.
Entonces, extendió un brazo y me sostuvo la cara con una mano empapada. Nuestras miradas se cruzaron y, de repente, me sentí como si la habitación se estuviera encogiendo a nuestro alrededor.
—Wills, ¿por qué has estado bebiendo? —En cuanto hice ademán de ponerme en pie, me agarró de la muñeca con mucha delicadeza—. Querías que te contara todas mis mierdas, y eso he hecho. Así que por nada del mundo voy a dejar que esta noche te vayas de esta habitación sin contarme las tuyas.
A pesar de que quería pelearme con él, a pesar de que quería escaparme de ahí, volví a sentarme en el suelo y noté cómo todas las fibras de mi ser se paralizaban cuando dije con voz monótona:
—Perdí a mi bebé.
Abrió sus ojos azules de par en par y posó su mirada en mi vientre.
—¿Qué?
—Tyler y yo concebimos un bebé, pero yo lo perdí.
Se quedó callado durante un largo rato y se le movió la mandíbula por culpa de un leve tic.
—Así que te dejó embarazada y tuviste un aborto natural, ¿no? —Al ver que negaba con la cabeza, continuó—: ¿Un aborto provocado? —La última palabra la pronunció con un susurro.
No lo negué, pero tampoco dije que sí; me limité a lanzar un hondo suspiro.
—Mis padres enloquecieron cuando se lo conté. Solo tenía dieciséis años y… —me rodeé el vientre con ambos brazos al sentir el peso de los recuerdos— fuimos a una pequeña clínica de Washington, donde me tumbaron muerta de miedo para hacerme una ecografía. El médico alzó la vista hacia mi madre y le dijo: «Me parece que vas a tener un bebé dentro de cuatro meses».
—Wills…
—Les había ocultado mi embarazo durante demasiado tiempo y ya no podía abortar, así que mi madre me envió a vivir con su madrastra a Oregón hasta que nació el niño.
Cooper respiró hondo, muy hondo, a la vez que apretaba los dientes con fuerza.
—¿Lo diste en adopción?
Asentí.
—Eso a Tyler le dio igual. Estaba más preocupado de que pudieran acusarlo de abuso de menores que de que yo estuviera bien o no. Mis padres y Kevin insistieron en que la decisión era mía…, en que no me iban a obligar a hacer nada, a pesar de que yo sabía que era eso precisamente lo que estaban haciendo. Así que firmé los papeles en cuanto nació. Firmé una adopción cerrada, fui tan jodidamente estúpida que no me di cuenta de que eso significaba que nunca volvería a verlo.
Cooper se me acercó e intentó atraerme hacia él, pero lo aparté de mí y me puse en pie trastabillando. Me bajé los vaqueros a la altura de la cadera y me volví hacia él. En cuanto me subí la camiseta, vi que entornaba sus ojos de color azul eléctrico.
Y me rompí en mil pedazos. Aunque estaba temblando de arriba abajo, no hice ningún esfuerzo por ponerme bien la ropa. No tenía ningún sentido.
—Bueno, ya lo sabes. Por eso no quería que me echaras un polvo con las luces encendidas.
Extendió ambos brazos, me agarró con fuerza de las caderas, me atrajo hacia sí y enterró su cabeza empapada en mi piel desnuda.
—No hables así —gruñó en voz baja.
—¿Por qué no?
—Porque para mí nunca has sido solo un polvo. Te quiero, Wills.
Entonces, volví a dejarme caer al suelo junto a él y lloré sobre su torso desnudo.
—Esta noche he sabido que he perdido la demanda contra la agencia de adopción, así que me he dejado llevar. Lo único que quería era perder el sentido y olvidar. Olvidarme de mí misma y del bebé.
—Lo siento mucho, Wills —me susurró pegado a mi pelo y, al instante, sollocé aún más fuerte. Cuando ya no me quedaron más fuerzas para llorar, me alejé de él arrastrándome, pues fui consciente, de repente, de cuánto apestaba a alcohol. Nunca me había sentido tan avergonzada de mí misma—. Estoy hecha un asco —afirmé.
—Todo tiene solución.
Una y otra vez, repetía esa frase que me hacía sentir una punzada de dolor en el pecho cada vez que la oía.
—¿Cómo puedes decir que lo mío tiene solución cuando tú todavía tienes un montón de problemas pendientes de resolver? —pregunté, a la vez que elevaba una mirada vidriosa hacia él.
Cerró los ojos por un momento.
—Cuando mi madre murió, me di cuenta de que es posible vivir sin alguien a quien amas. —En cuanto le pregunté qué quería decir con eso, me volvió a rodear con sus brazos—. Te quiero, Willow, pero puedo vivir sin ti. Simplemente, me niego a hacerlo.
Permanecimos tumbados sobre el suelo durante lo que pareció una eternidad. Entonces, Eric llamó dubitativamente a la puerta y nos dijo que Miller, que se encontraba en la planta de abajo, no estaba dispuesto a irse hasta saber si todo estaba en orden. Me sequé las lágrimas con el dorso de las manos e hice ademán de levantarme, pero Cooper me lo impidió.
—Quédate —me pidió—. Me da igual que la hayas cagado al emborracharte con Jessica. Te necesito a mi lado.
Asentí y aparté mi mano de la suya con suavidad mientras me ponía en pie. Eric me miró con una expresión extraña y, acto seguido, se giró y bajó corriendo las escaleras. Miller me esperaba abajo y respiré hondo.
—Estoy bien —le dije.
Se pasó la lengua por el huequito que se abría entre sus paletas.
—Has estado llorando.
—Es que nos hemos dicho ciertas cosas que teníamos que decirnos.
—¿Te vas ya? —me preguntó.
Negué con la cabeza y miré hacia atrás, hacia esa puerta por la que se filtraba la luz del dormitorio de Cooper.
—No, me quedo.