Como era habitual en Jessica, cambió de opinión a última hora y no vino a Hawái. Se excusó diciendo que le habían ofrecido hacer el papel de la chica de la que está enamorado el protagonista en un videoclip. Pero en vez de cancelar su plan del todo, cambió el vuelo para nueve días después. Para cuando Miller y yo fuimos a recibirla al aeropuerto el jueves por la tarde, yo estaba hecha un manojo de nervios. La esperé mordisqueándome la parte interior del labio y contemplando la escalera mecánica a través de mis gigantescas gafas de sol. Entonces la vi; llevaba su bolso de firma de Louis Vuitton y daba la impresión de estar aburrida hasta de sí misma.
Jessica chilló en cuanto posó sus ojos sobre mí; avanzó tambaleándose sobre sus tacones de diez centímetros, que hacían que alcanzara el metro ochenta de altura, y me rodeó con los brazos. Tomé aire profundamente. Olía demasiado a alcohol y muy poco a perfume.
—Te he echado de menos —gritó, besándome a un lado de la cara, muy cerca de los labios. Miller clavó la mirada en el suelo del aeropuerto.
—Yo también te he echado de menos. Hemos aparcado en una zona de estacionamiento limitado, así que tenemos que darnos prisa —le dije y, al instante, me agarró de la mano.
Boquiabierta, me lanzó una mirada de sorpresa.
—¿Y la limusina?
Me eché a reír.
—Tendrás que conformarte con un Kia.
Resopló, pero no dijo nada mientras recogía el equipaje de la sala de llegada. Al ver que pretendía darle las maletas a Miller, me mordí el carrillo por dentro y me abalancé sobre ellas para cogerlas. Mi bronceado guardaespaldas me miró con gesto severo y negó con la cabeza.
—Yo me ocupo de esto, Willow.
No se me pasó por alto la mirada de mala leche que le lanzó a Jessica, quien estaba tecleando un mensaje a toda velocidad en su Tablet Samsung.
Mientras caminábamos un metro por delante de Miller, echó un vistazo hacia atrás y lo examinó de arriba abajo un par de veces para darle su aprobado.
—Qué suerte tienes, zorra —dijo, moviendo la cabeza de lado a lado. Al ver que yo arqueaba una ceja, siguió hablando—: Te estás follando a dos macizos y yo he estado tan liada que no he podido hacer nada divertido.
Me quedé helada y la miré directamente a los ojos. Lo que menos falta me hacía era que creyera que Miller y yo nos acostábamos o, aún peor, que Cooper, yo y Miller nos acostábamos. Me estremecí de solo pensarlo.
—Las cosas no son así, Jess. Yo… —Me callé antes de decir «soy feliz», pues no me parecía bien admitirlo delante de ella—. Yo también he estado muy ocupada. Por culpa del curro.
Abrió un poco los labios y volvió a echar un vistazo a Miller.
—Así que el guardaespaldas…
—Tiene novia —la interrumpí con brusquedad.
Mientras la llevábamos al hotel (uno muy lujoso de cinco estrellas que daba a la playa de Waikiki), Jessica no paró de parlotear sobre el vuelo y sobre todos los clubs de Honolulú que había encontrado por internet.
—Esta noche, iremos a bailar al Moose’s —señaló y, entonces, noté un leve tic en la mejilla de Miller.
Volvía a ejercer el papel de hermano mayor, pero esta vez me alegré de ello. Miré de nuevo a Jessica y me excusé con una sonrisa.
—Tengo que rodar una escena a primera hora de la mañana —le expliqué y, al instante, echó su larga melena rubia rojiza hacia atrás y se echó a reír.
Entonces, se dio cuenta de que Miller la estaba mirando por el retrovisor.
—No me jodas que habla en serio. —Acto seguido, alzó una mano, en la que se había hecho la manicura con las uñas pintadas de morado, y negó con la cabeza—. ¿Sabes qué? Que no importa. Ya tendremos tiempo de sobra de ir a bailar.
—Dickson me despellejaría si llegara tarde —comenté. Me había dado la sensación de que mi productor se había distanciado bastante desde ese día en que nos había echado la bronca a Cooper y a mí en su tráiler; siempre que estaba cerca de él, me sentía como si estuviera caminando por la cuerda floja.
No podía cagarla, no podía llegar tarde al trabajo.
Después de dejar a Jessica en el hotel y de rechazar su invitación a pasarme por su habitación, Miller me llevó a casa de Cooper para que pudiera recibir mi clase de surf. Como en ese momento se encontraba dando clase a un grupo reducido de chavales de diez años, me senté en la playa con Paige a observarlo. Todos sus gestos eran muy exagerados y teatrales, y los críos se reían de algo que estaba diciendo.
Cooper me pilló mirándolo fijamente y me lanzó una sonrisa que me encogió el corazón; se la devolví.
—¿Cómo te ha ido con tu amiga? —preguntó Paige, sacándome así de mi ensimismamiento. Alcé la vista y comprobé que sostenía una mano a modo de visera sobre los ojos para poder escrutarme.
Me encogí de hombros.
—Pues me ha preguntado si podía entrarle a mi guardaespaldas.
Paige lanzó una carcajada.
—¿A Hulk? Dios, no me puedo ni imaginar qué habrá comentado él al respecto.
Me agarré las rodillas con ambos brazos y centré la vista de nuevo en Cooper, que estaba enseñando a esos críos de diez años a ponerse en pie sobre la tabla en la arena. No pude evitar recordar mi primer día de clase (vale, los primeros días de clase) con él, dos meses atrás. Suspiré.
—Miller no ha dicho nada porque, probablemente, no quería cabrearme —admití.
Paige elevó una ceja e ignoró a Eric, que acababa de salir a la plataforma para llamarla a voz en grito.
—Esa llamada de teléfono puede esperar —le contestó. Entonces, ladeó la cabeza, primero a un lado y luego a otro, por unos segundos, a la vez que se mordía el labio inferior, y me preguntó—: ¿Eso te cabrearía?
Tragué saliva con dificultad.
—No. Pero supongo que soy una amiga de mierda por querer que Jessica se marche de aquí cuanto antes, ¿no?
Paige se puso en pie; se limpió la arena de la parte posterior de sus bermudas Billabong de color rojo brillante.
—A veces, me doy cuenta de que esas cosas que me hacen sentirme como una gilipollas se me pasan por la cabeza por alguna buena razón.
Paige y sus gigantescas dosis de psicología barata. En fin…
Cuando Cooper acabó de dar clase a ese grupo, alzó una mano y sonrió ampliamente, tanto que se le marcó el hoyuelo. Me hizo una seña para indicarme que me aproximara a la orilla y allá fui. Al caminar, pude notar que la arena se me metía en las chancletas.
Me acercó bruscamente hacia él y me sonrojé. Después, sus manos descendieron por mis hombros.
—Tienes cara de querer estrangular a alguien —observó. Entonces, me apretó la zona lumbar con el propósito de que nuestros cuerpos se juntaran del todo.
—Solo estoy cansada —contesté.
—¿Quieres que hable con Dickson para que te dé un poco de tiempo libre? —preguntó en broma y yo negué con la cabeza.
—No te tiene en mucha estima —respondí.
Cooper se encogió de hombros y me soltó.
—Es la historia de mi puñetera vida.
Mientras empujábamos nuestras tablas hacia la espuma, charlamos sobre la competición de surf que tenía en octubre. Cada vez que yo mencionaba a Jessica, él desviaba la conversación a cualquier otra cosa. Hablamos sobre mi trabajo, sobre el suyo e incluso sobre la nueva remesa de camisetas de promoción de la academia La Llama Azul que le había llegado antes ese mismo día. Unas horas después, tras la clase, se ofreció a llevarme de vuelta a la casa que tenía alquilada; para entonces, mi cabreo había pasado de centrarse en Jessica a centrarse en él.
—Por favor, no me digas que te estás convirtiendo en uno de esos capullos posesivos —le dije, mientras atravesaba la casa para dirigirme a mi dormitorio. Me quité la cinta del pelo, sacudí la cabeza para soltar bien el pelo y, a continuación, me deshice de las chanclas, dándoles una patada que las envío debajo de la cama.
Él encendió la radio y puso mala cara al oír cómo atronaba una canción de Ke$ha por toda la habitación. Movió el dial hasta que dio con otra emisora en la que solo echaban anuncios.
—Nunca he sido muy fan de los amigos tóxicos —afirmó.
Esas palabras hicieron que me tensara cuando me hallaba a medio camino del armario. Tomé aire y saqué unos shorts y una camiseta sin mangas, que arrojé sobre la cama, y me giré para encararme con él.
—Cooper, acaba de llegar. Aún no ha hecho nada que justifique que le tengas manía.
Pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, era consciente de que no me las creía ni yo. Más bien, parecía que estaba intentando convencerme a mí misma.
Cooper me miró con desdén.
—No seas ridícula, Wills. Cada vez que veo una foto de las dos, pienso que está esperando el momento adecuado para clavarte un hacha en la garganta.
—No seas tan exagerado —repliqué. Joder, seguía sin saber cómo encauzar esta relación en la que al chico con el que salía sí le importaba realmente qué hacía y adónde iba. Me dejé caer sobre el extremo opuesto de la cama y coloqué la cabeza entre ambas rodillas—. Una parte de mí se alegra de que esté aquí, pero otra…
—Cuando era crío, mi madre tenía una amiga que venía a visitarnos de vez en cuando a Australia. Siempre quiso que la llamara tía Amy.
Cooper rara vez hablaba sobre su madre. Lentamente, me enderecé, mientras revolvía las mantas y me volvía hacia él. Crucé las piernas, me incliné hacia delante y aguardé a que acabara de contar la historia.
—¿Y?
—Mi madre desaparecía durante días enteros y me dejaba con él. —Se estremeció, se agarró con fuerza a la suave colcha de algodón y añadió—: Cuando volvía, estaba ya de bajón después de haberse metido de todo.
Me froté el pecho con una mano, con la esperanza de que calmara esa sensación de opresión que sentía en mi corazón, pero no lo logré.
—¿Crees que voy a echarlo todo por la borda porque Jessica haya venido aquí de vacaciones? —pregunté en voz muy baja.
—Todavía hay fotos de vosotras dos en la web de famosos TMZ en las que se os ve con las camisetas subidas y las tetas tapadas con unas estrellitas plateadas. Así que discúlpame por estar un poco preocupado.
Me acerqué a él de tal modo que mis rodillas le rozaron un costado. Le acaricié la cara y lo miré directamente a los ojos.
—Debes tener más fe en mí.
—Ven aquí —me susurró, con una voz profunda, y me atrajo hacia sí. Introdujo ambas manos con suma delicadeza por debajo del talle de mis shorts vaqueros mientras yo tiraba desesperada hacia arriba de su polo para sacárselo por el cuello.
Un botón se estampó contra el suelo de madera, y luego otro, y pude notar cómo sonreía en medio de nuestro beso y murmuraba algo por encima de mis labios acerca de que le iba el rollo duro. En cuestión de segundos, ambos estábamos medio desnudos y yo me encontraba tumbada de espaldas mientras me penetraba con los dedos.
—Lo que me has hecho es… —empezó a decir, pero entonces entrelacé ambas manos sobre su espalda y le devoré los labios. Mi lengua se desplazó rápidamente por las comisuras de su boca—. Me estás destrozando —agregó, apartándose de mí.
—Nunca dije que fuera un ángel —susurré, cerrando los ojos mientras él revolvía en el cajón de al lado de la cama en busca de un condón.
En cuanto volví a sentir su cuerpo contra el mío, Cooper acarició mi clavícula con su aliento mentolado.
—Agáchate, Wills —me ordenó y, en cuanto obedecí, me dio un beso en la zona lumbar.
Un rato después, tras dejarnos caer sobre un mar de sudor, susurré:
—Tenías razón. —Él tragó saliva y se giró hacia mí, frunciendo el ceño. Yo me aclaré la garganta—. En nuestra primera clase, me dijiste que querías verme así.
Se echó a reír e introdujo las manos bajo el algodón de canalé de mi camiseta. Cuando nos habíamos quitado la ropa, había tirado del cuello de esta hacia abajo, para poder verme los pechos. Supongo que se había acostumbrado a que me negara a desnudarme del todo.
Después de un largo rato en que permanecimos tumbados y callados, murmuró:
—¿Por qué no dejas que te vea totalmente desnuda?
—Porque ya has visto todo lo que hay que ver.
Lanzó un leve y gutural gruñido.
—Pero con las luces apagadas.
Tensé los hombros.
—Porque estoy echada a perder —susurré al fin. Él se incorporó y me miró a los ojos. Yo le aparté de la frente un mechón rubio empapado de sudor—. No me mires así.
—¿Cómo así? —preguntó—. Te he dicho un millón de veces que eres perfecta. Llevamos así… ni sé el tiempo. ¿Más de un mes?
—Déjalo ya, ¿vale? —contesté.
Alzó ambas manos en señal de rendición.
—Vale, no insisto.
—Bien —dije.
A la mañana siguiente, que era viernes, Jessica me llamó muy temprano y se excusó diciendo que su biorritmo todavía seguía el horario de Los Ángeles. Mencionó unos cuantos sitios turísticos típicos de Honolulú que se moría por ver, aunque por el tono monótono de voz que utilizó yo estaba bastante segura de que acababa de descubrirlos solo cinco minutos antes de llamarme y que estaba leyendo sobre ellos en Google mientras hablábamos.
—Hoy me toca rodar un poco —respondí.
Dio un grito ahogado de emoción.
—¿Crees que a James le importará que pase por ahí a echar un vistazo? —preguntó.
Dudé. Si bien era cierto que a Dickson no le hacía mucha gracia que hubiera invitados en el plató, también lo era que Jessica había trabajado con él anteriormente, en una película que se rodó un par de años antes de que yo hiciera Insomne.
No obstante, cuando Jessica lo saludó sonriente una hora y media después, él no pareció alegrarse mucho de verla.
—Te veo estupenda —le dijo, al mismo tiempo que la escrutaba de arriba abajo, tal y como había hecho conmigo hacía un par de meses en el Junction. Pero, en esta ocasión, sus palabras no decían lo mismo que su mirada.
Jessica se entretuvo flirteando con Justin mientras yo rodaba una escena muy emotiva con mis padres de ficción. De vez en cuando, notaba que ella me observaba con sus ojos azules, que me examinaba detenidamente, pero cuando nuestras miradas se cruzaban, se limitaba a sonreírme de oreja a oreja y saludarme.
En más de una ocasión, me sorprendí a mí misma frotándome la garganta, como si tuviera sobre ella el hacha que Cooper había mencionado la noche anterior.
En cuanto Dickson declaró que mi escena había quedado genial, me llevó a un aparte.
—¿Va todo bien, Willow? —inquirió.
A pesar de que me estaba hartando de oír esa misma pregunta allá donde fuera, me limité a tragar saliva y asentir educadamente.
Le agarré del antebrazo y le lancé una mirada muy elocuente.
—Estupendamente.
—¿Y con Cooper…?
Mi productor volvía a adentrarse en territorios muy escabrosos, así que lancé un fuerte gruñido y alcé ambas manos, para pedirle que no siguiera por ahí.
—Toda va estupendamente.
Dickson lanzó una mirada de soslayo a Jessica, que estaba hablando con una de las actrices secundarias; al parecer, se conocían de otra película que habían hecho juntas hacía un par de años. En ese momento, Jessica alzó la cabeza, de tal modo que su melena rubia rojiza le cayó sobre un hombro, y nos escrutó durante un largo rato muy fijamente.
—Me siento tentado de programar una escena para ti mañana, para que así… —empezó a decir Dickson, pero se calló de repente. Cerró ambos puños y movió la cabeza lentamente al añadir—: Ten cuidado, Willow.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para reprimir un gruñido de exasperación y me limité a asentir y a prometerle que le haría caso. Mientras me acercaba a Jessica, su sonrisa se ensanchó y pude notar que Dickson me seguía con la mirada.
Miller nos llevó en coche a la casa que tenía alquilada, y Jessica enseguida se desabrochó el cinturón de seguridad para poder apoyar la barbilla sobre la parte posterior de mi asiento.
—Esta noche vamos a salir, ¿verdad?
Pasé la lengua por el interior de mi mejilla, al mismo tiempo que me agarraba a la manilla de la puerta.
—Bueno, Miller podría llevarnos a cenar, ¿te parece bien? —le pregunté al fin y ella suspiró.
—Como quieras.
Nada más entrar en casa, le dije a Miller que le mandaría un SMS en cuanto estuviéramos preparadas. Asintió y me dijo:
—Voy a ir un rato al gimnasio, pero estaré esperando tu mensaje.
Después, acompañé a Jessica al interior de la casa y, en cuanto se dejó caer sobre el sofá de ante, me dedicó una amplia sonrisa que dejaba ver su blanca y regular dentadura.
—Este sitio es mono.
Conocía a Jessica desde hacía mucho tiempo, tanto como para saber que «mono» quería decir que en realidad le repugnaba. Entonces, recogí unos cuantos montones de ropa que estaban tirados sobre el brazo del sillón reclinable y apreté los dientes.
Dentro de dos días se habrá ido, me recordé a mí misma.
Un momento después, oí que algo golpeaba la mesa y todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Me volví lentamente y, espantada, observé detenidamente esa bolsita que se encontraba encima de un montón de revistas al borde la mesa.
—¿Qué es eso? —pregunté, a la vez que el corazón me daba un vuelco. Aunque, claro, sabía perfectamente qué era. Probablemente, incluso podría haber adivinado cuánto le había costado esa bolsa de Roxies.
Las comisuras de sus labios se volvieron hacia arriba.
—Feliz cumpleaños, Willow, aunque sea con retraso. Lo celebré sin ti en su momento, pero, oye, nunca es tarde para…
Señalé la bolsa con el dedo y negué con la cabeza.
—Deshazte de ellas —gruñí.
Al instante, dejó de sonreír y entornó tanto sus ojos de color azul oscuro que prácticamente desaparecieron.
—No seas idiota.
Dirigí el dedo a la puerta y dije bastante alterada:
—Jess, no me obligues a echarte a patadas. Tíralas, échalas por la taza del váter, me importa una mierda lo que hagas con ellas…, pero no me las des.
Me miró muy cabreada durante un largo rato y, acto seguido, cogió la bolsa de Roxies y se la metió de nuevo en su bolso de Vuitton. Se enderezó en la silla y puso los brazos en jarras.
—Vale, Willow. —Se pasó la lengua entre los dientes, de un lado a otro—. ¿Y ahora qué?
—A cenar —le recordé.
—Genial —replicó, subrayando mucho la palabra.
Cuando me excusé para tomarme una ducha, me percaté de que parecía nerviosa. Me quedé quieta bajo el agua caliente mientras me apoyaba sobre la pared de la ducha. Me odiaba a mí misma por cómo había reaccionado ante lo que había traído Jessica —por haber deseado tomarlo aunque solo fuera por una fracción de segundo— tanto como la odiaba a ella por habérmelo traído.
Después de ducharme, me senté al borde de la cama y escuché, procedentes de la sala de estar, las carcajadas de Jessica y las voces de la película de Andy Samberg que Cooper y yo habíamos estado viendo la semana anterior.
—Puedo hacerlo —susurré. Cogí el móvil de la mesilla de noche, miré qué hora era y me di cuenta de que Cooper me había mandado un mensaje.
18:18: ¿Sigues queriendo salir a cenar con Tetas al Aire esta noche?
Suspiré y me levanté de la cama para ir a por la ropa a la vez que respondía a su mensaje.
18:29: Sí. ¿Quieres que Miller me lleve después a tu casa?
Me contestó justo cuando me cambiaba de ropa interior.
18:29: Por mí, como si quieres que te traiga ahora. Aunque también podría ir a buscarte. O…
Me mordí el labio inferior y noté que dejaba de tener tan tensos los hombros.
18:29: Sabes que odio los puntos suspensivos por lo que implican, ¿no?
Me puse las bragas y el sujetador y busqué algo para vestirme. Me decidí por unos vaqueros ceñidos y una camisa de franela azul y roja, con una camiseta blanca sin mangas debajo. El móvil vibró justo cuando me abotonaba los vaqueros. Tras calzarme unas zapatillas de deporte, me dejé caer sobre la cama para responder a la llamada de Cooper.
Pero no se trataba de Cooper, sino de mis padres. Agarré con fuerza el móvil y miré fijamente el texto de neón que giraba por la pantalla mientras el teléfono seguía temblando en mi mano. No me habían vuelto a llamar desde que tuve la bronca con mi madre una semana después de mi cumpleaños y, sinceramente, no estaba preparada para hablar con ellos. En cuanto el móvil dejó de vibrar, lo tiré sobre la cama y acabé de vestirme. Después de recogerme mi larga melena morena en una coleta bastante alta y de darme brillo de labios, me metí el móvil y la tarjeta de crédito en el bolsillo de atrás.
Jessica frunció la nariz al verme.
—Pareces… —Se calló, inclinó la cabeza hacia un lado y me recorrió con la mirada de arriba abajo, y de los pies a la cabeza. Me puse muy tensa ante ese intenso escrutinio mientras esperaba a que dijera algo. Entonces, me lanzó una mirada burlona con cara de asco—. Uf, voy a tener que empezar a hacer surf. Estás estupenda.
Me relajé y sonreí de oreja a oreja.
—Te deja un cuerpazo.
Se relamió los labios despreocupadamente.
—Ya que hablamos de cuerpazos…, ahora que estoy aquí, ¿voy a poder conocer a ese surfista?
Centré toda mi atención en sacar el móvil del bolsillo trasero mientras respondía:
—Se está entrenando para una competición, así que este fin de semana no le voy a ver el pelo.
Jessica gimió.
—Vaya mierda.
Agarré el móvil con fuerza, en un intento de reprimir las ganas que me habían entrado de lanzárselo.
—Pues sí —repliqué con delicadeza.
Le envié un mensaje a Miller para decirle que ya estábamos listas y que podía pasar a recogernos cuando volviera de hacer ejercicio. Justo después de darle a enviar, volvió a vibrar el móvil. Era mi madre. Gruñí y miré a Jessica.
—Ahora vuelvo. Mi madre no va a parar hasta que responda.
Salí por la puerta de entrada y caminé de un lado a otro del porche cubierto mientras contestaba.
—Oh, siento no haberte llamado antes, es que…
—Willow, tengo malas noticias.
Me dio un vuelco el corazón.
—¿Es papá? —pregunté entrecortadamente.
Lanzó un gemido ahogado, y yo me apoyé sobre las vigas de madera de la casa. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si…?
—Willow, Clay ha llamado hace poco.
Me dio la sensación de que el corazón se me iba a salir por la garganta.
Porque en cuanto mi madre pronunció el nombre de mi abogado (incluso antes de que dijera cosas como «agencia», «el procedimiento de recurso» y «una nueva citación para el año que viene»), supe que ya no había nada que hacer.