Capítulo 18

Las palabras de Paige siguieron dando vueltas en mi cabeza durante el resto de esa noche e incluso a la mañana siguiente. Mi madre se marchó de Honolulú sin volver a verme (joder, sin ni siquiera llamarme), y yo tampoco hice ningún esfuerzo por contactar con ella. Unos días después, mientras perfeccionábamos una nueva técnica, Cooper me comentó que pensaba que debería llamar a mis padres.

—Aún no —zanjé, después de media hora de darle vueltas al asunto. Durante toda la conversación, yo me había contenido mucho porque había empezado a hablarme de sus padres; me había contado que no había vuelto a hablar con su padre desde que su madre y él se habían marchado de Australia hacía más de diez años. No obstante, antes de que yo pudiera indagar más en esa cuestión, él volvió a centrar la conversación en mis padres.

—No seas cría —me dijo, mientras cruzaba la playa en dirección a su casa estucada después de la clase.

—No, solo intento saber qué quiero realmente —repliqué. Y así era.

Me abrió la puerta, se agarró al marco y enarcó una ceja.

—Al menos, ya no te persiguen tantas cámaras.

Si tenemos en cuenta que mi abogado no me había devuelto ninguna de las llamadas que le había hecho para preguntarle sobre cómo iba el tema del juicio, el hecho de que ya no fuera carnaza de primera plana para la prensa era lo mejor que me había pasado desde hacía tiempo. Los primeros días después de que la noticia de nuestra relación hubiera saltado, los paparazzi habían pululado por las inmediaciones de su casa y por la playa para sacar fotos y darles la brasa a Paige y Eric, pero durante los últimos dos días la cosa se había calmado.

El miércoles a última hora de la tarde, mientras rodábamos una escena en interiores con mi padre en la pantalla (que era el mismo tipo que había interpretado el papel de Chad en la película original), Justin me comentó que el repentino desinterés que los paparazzi mostraban por mi vida se debía a que una actriz, que era el doble de famosa que yo y estaba muchísimo más jodida, había atropellado «accidentalmente» a un cámara con un Bentley que había robado.

—El cámara está bien —me aseguró Justin con rapidez, mientras se atusaba su pelo a lo rasta, logrando así que me estremeciera por entero. ¿Cuándo había sido la última vez que se había lavado ese pelo tan asqueroso?—. Pero ella iba de coca hasta las cejas.

Mi compañero de reparto era incluso más cotilla que mi amiga Jessica, así que alcé la vista y resoplé.

—Ya sé por qué te niegas a cortarte esa mierda. —Señalé su larga melena. Después, bajé la voz hasta hablar en un susurro—: Porque guardas ahí muchos secretos.

Como esa cita de Chicas malas le entró por un oído y le salió por el otro, siguió hablando, mientras contemplaba detenidamente al técnico que estaba arreglando unos focos estropeados.

—¿A cuánto crees que la van a condenar?

Me encogí de hombros y me senté en el sofá de atrezo, apoyando los codos sobre mi regazo. Me siguió, lo cual me cabreó, y se sentó junto a mí en la misma postura que yo. Enfadada, apreté los dientes con fuerza mientras él clavaba su mirada en mi perfil. Al final, me volví hacia él.

—¿Cómo voy a saber qué condena le va a caer?

—Pero ¿a ti no te arrestan una vez al año o algo así?

—¿Es que no sabes cuándo cerrar esa boca? —repliqué. Al ver que titubeaba, suspiré y añadí—: Quién sabe, ¿vale?

Se reclinó, apoyó los pies sobre la mesita y esbozó una sonrisilla.

—Haces que este trabajo sea muy interesante —afirmó, guiñándome un ojo.

Ladeé la cabeza y le mostré una sonrisa empalagosamente dulce.

—¿No hay ninguna extra dispuesta a hacerte una mamada en el baño portátil?

Estiró sus largos brazos hacia arriba y negó con la cabeza, sacudiendo así su pelo de lado a lado.

—Hoy no. Además, prefiero hablar contigo.

En ese instante, alguien gritó que ya era hora de volver al tajo, así que me levanté y miré hacia atrás, a Justin.

—Algunos de maquillaje y yo hemos hecho una porra sobre si a tu personaje le pegarán un balazo de plata o no en la próxima temporada de tu serie —le comenté. Me refería a la serie sobre hombres lobo en la que era uno los protagonistas—. Por lo que tengo entendido, si deciden matarte, no habrá ningún giro de guion a lo Sobrenatural para resucitarte.

Se quedó boquiabierto. Sonreí mientras me seguía y me preguntaba si alguna vez había visto su puñetera serie.

Aunque después de trabajar no podía ni con mi alma, le dije a Miller que me llevara al albergue. Todavía tenía que hacer cuatro horas más para cumplir con mis servicios a la comunidad y estaba dispuesta a agotarlas esa misma tarde; solo quedaban siete días de plazo para cumplir mi pena de libertad condicional. Normalmente, Dave, mi jefe, se alegraba mucho de verme, y esta vez me paró cuando pasaba por su oficina para agradecerme que les hubiera donado ropa que ya no iba a utilizar; Miller la había dejado ahí un par de días antes tras darle mucho el coñazo.

—Esta donación significa mucho para mí y los residentes. —Echó la cabeza hacia atrás por un segundo y cerró los ojos. Cuando la bajó, una sonrisa muy sincera cruzaba su rostro—. Gracias, Willow.

—Tengo más ropa guardada —le dije—. Cuando vuelva a Los Ángeles, haré que os la manden.

Intenté ignorar el nudo que se me formó en la garganta en cuanto pensé en regresar a Los Ángeles.

Habíamos rodado mis escenas demasiado rápido para mi gusto, lo cual significaba que, en cualquier momento, mi estancia en Hawái habría llegado a su fin y no me quedaría más remedio que volver a casa.

Dave me dio las gracias unas cuantas veces más y entonces, por fin, logré salir de su despacho. Fui al comedor y revolví un poco en el armario del almacén en busca de algunos productos de limpieza, llené el cubo de la fregona de agua caliente y metí un trapo y un bote de limpiador en el escurridor. Luego, llevé el cubo a rastras hasta el comedor y estuve a punto de gritar al girarme, ya que me encontré cara a cara con un pequeño rostro muy familiar.

—Me da que te acabas de cagar encima —me dijo Hannah, alzando una ceja mientras yo retrocedía trastabillando.

Recuperé la compostura y la miré con cara de reproche.

—¿No eres un poco pequeña para hablar así? —Arrastré el cubo lleno de agua hasta la parte central del suelo del comedor y ella me siguió como si fuera mi sombra, a muy pocos pasos—. Además, cualquiera se acojonaría si alguien se le acerca sigilosamente por detrás.

Me sonrió de oreja a oreja mientras yo rociaba la mesa con el limpiador.

—Siento haberte asustado, pero de verdad que ha parecido que creías que te iba a dar una paliza.

Me paré.

—¿Estás de coña? Pero si yo peleo como una niña —contesté—. Lo más probable es que con darme un cabezazo en el pecho me hubieras noqueado así.

Chasqueé los dedos y ella se echó a reír, al mismo tiempo que se subía a una silla situada delante de donde yo estaba limpiando.

Apoyó la barbilla en ambas manos y torció el morro.

—Hacía mucho que no pasabas por aquí.

—He estado trabajando. —Arrugué la nariz—. Los rodajes son muy aburridos.

—Seguro que molan.

Alcé la vista de la mancha de espaguetis que estaba frotando y, acto seguido, adopté un gesto más relajado al sonreír.

—Es muy agotador, pero es verdad que he tenido la oportunidad de trabajar con gente muy… interesante.

—¿Como quién?

Sabía que no debía conversar con Hannah —a pesar de que Dave estaba muy contento conmigo porque había donado al albergue ropa usada por valor de miles de dólares, casi seguro que se mosquearía si me viera hablando con ella—, pero no iba a pasar de su pregunta. Hannah se llevó las manos a la boca cuando contesté:

—Justin Davies.

—¿Bromeas? ¡Tienes el mejor trabajo de mundo!

Después de unas cuantas semanas muy estresantes, ¿quién habría podido imaginarse que charlando con una cría fuera a sentirme mejor? Las comisuras de mis labios se elevaron para dibujar una sonrisa a la vez que sacudía la cabeza.

—No bromeo. Ya le diré que eres fan de él —le prometí y la cara se le iluminó totalmente. En ese instante, dejé de agarrar con tanta fuerza el trapo. La gente como Hannah me recordaba cuánto había amado mi trabajo al principio y por qué. Volví a posar la mirada sobre la mesa.

—¿Sabes qué?

Elevé una ceja, pero no alcé la cabeza.

—¿Hum?

—Mi mamá ha conseguido trabajo.

Lo dijo con tanto orgullo que se me encogió el corazón. Sabía tan poco sobre esa cría como ella sobre mí, pero sonreí con la mirada clavada en ese trapo empapado de lejía.

—Me alegro —dije, al cruzar por fin mi mirada con sus ojos marrones—. Cruzo los dedos por vosotras.

—Mamá dice que a lo mejor podremos mudarnos a un apartamento en unas semanas. Así podré tener mi propio cuarto y no tendré que compartir habitación con mi hermano mayor.

Frunció la nariz y me eché a reír.

—¿Tienes un hermano?

—Sí, y me da asco.

—Ya verás cómo acabas queriéndole —le prometí, aunque ella ladeó la cabeza para mostrar así su escepticismo.

—¿Tú no tienes hermanos?

—No, soy hija única. —Mis padres siempre habían dicho que conmigo tenían bastante, aunque no sabía si eso era algo bueno o malo. Antes de que Hannah pudiera lanzarme una réplica mordaz, añadí—: Pero he hecho de hermana pequeña más veces de las que puedo recordar.

De repente, me vibró el móvil, que llevaba en el bolsillo trasero de los shorts, pero decidí ignorarlo. También ignoré a la parte de mi cerebro que no paraba de decirme que dejara de hablar con esa niña antes de que Dave nos descubriera. Hannah estaba tan sola como yo lo había estado mil veces. Habría estado dispuesta a volver a cumplir mi condena de cincuenta horas de servicios a la comunidad (y a cumplirlas antes de la fecha límite) solo por estar con ella.

Me senté a unas cuantas sillas de distancia y, tras cruzar los brazos sobre la mesa, la miré.

—¿Sabes ya cómo vas a decorar tu habitación? —le pregunté y, al instante, sus ojos marrones se iluminaron de emoción.

Se pasó los quince minutos siguientes contándome que había visto unas sábanas de Justin Bieber en Walmart y que su mamá le había prometido que se las regalaría por Navidad. Entonces, un chaval alto y enjuto de pelo castaño claro y ojos oscuros asomó la cabeza por el comedor y la llamó a gritos. En cuanto vi que la cría miraba al techo y suspiraba de un modo muy teatral, supe que se trataba de su hermano.

Yo había hecho el mismo gesto ante la cámara tantas veces que había perdido la cuenta.

—Tengo que irme a hacerme unas fotos para el cole —me explicó, con gesto de disgusto—. ¿Volverás mañana?

Pensé entonces en que me quedaban muy pocas horas de condena que cumplir y, como no quería mentirle, negué con la cabeza. Por un momento, puso cara de chasco y, a continuación, alzó una mano.

—Ahora vuelvo.

Se fue corriendo hasta el chico de la puerta, a pesar de que las zapatillas de deporte que calzaba patinaban sobre ese suelo tan resbaladizo, y discutió con él durante un minuto sobre algo. Regresó con un pequeño cuaderno y un bolígrafo negro. Mientras me mordía el labio inferior, observé cómo Hannah pasaba las páginas hasta llegar a una vacía situada al final de ese cuadernillo.

Me lo entregó y me sonrió esperanzada.

—Por favor.

Firmé la página lentamente, pues sabía que ella se marcharía en cuanto tuviera el autógrafo y no quería que se fuera.

—No te metas en líos —le aconsejé cuando por fin me arrebató el cuaderno de las manos.

Con gesto teatral, alzó la mirada al techo.

—¿Es que tengo cara de meterme en líos?

Sonrió con mucha dulzura y tragué saliva con dificultad.

Esa misma sonrisa… la había visto tantas veces hacía diez años en las fotos de promoción de mis películas que había perdido la cuenta.

—Uf, no pienso responder a esa pregunta —repliqué y me reí, a pesar de que tenía revuelto el estómago—. Procura no matarlo, ¿vale?

Señalé con la cabeza al chico delgaducho de la puerta y Hannah alzó el pulgar fugazmente. Al verla irse del comedor discutiendo con su hermano porque había utilizado el cuaderno de este, mis hombros se encorvaron y tuve que permanecer sentada un minuto para recuperar el aliento.

En ese instante, mi móvil vibró una vez más, arrancándome de mi ensimismamiento. Nada más sacarlo del bolsillo, vi esa foto de Jessica en la que sostenía borracha un chupito. Gruñí, coloqué el dedo sobre el botón de rechazar la llamada, pero, entonces, suspiré.

Al infierno. ¿Qué mas daba?

—Hola —respondí, y oí cómo lanzaba un largo suspiro.

—Willow, ¡cuánto te echaba de menos!

Me aparté de la mesa de un empujón y me levanté. Me puse a caminar a lo largo del hueco que la separaba de la pared.

—Siento no haberte llamado.

Pero no era cierto.

Ella resopló.

—Uf, casi seguro que yo tampoco te habría devuelto las llamadas si estuviera saliendo con ese tío.

Cerré el puño y aceleré el paso. En el pasado, Jessica y yo habíamos ido detrás de los exnovios de la otra en muchas ocasiones, y la verdad es que nos había importado todo una mierda. Pero Cooper no iba a ser uno más. Jamás. Me pellizqué la boca y deseé con toda mi alma que no volviera a mencionarlo.

—¿Cómo va el rodaje de esa nueva serie? —le pregunté con cierta tensión en mi voz.

Ignoró mi pregunta y oí un chirrido de fondo. ¿Su cama, tal vez?

—Me muero de ganas de verte, chica. ¿Qué vas a hacer este fin de semana?

—Tengo que estudiar para una escena que grabamos la semana que viene. Lo siento, niña, pero no puedo volar a Los Ángeles para verte —contesté, lo cual era cierto en parte; bueno, la parte sobre la escena lo era.

Jessica se sorbió los mocos.

—En realidad, acabo de rodar una aparición especial en una serie y quería aprovechar el tiempo para ver a mi mejor amiga. No he estado en Hawái desde que era cría.

Me quedé helada. Debería haberme sentido muy emocionada por poder volver a ver a esa chica que había sido mi mejor amiga desde que tenía trece años, pero, en vez de eso, un escalofrío me recorrió la columna.

—Seguro que podremos vernos cuando vuelva a casa el mes que viene, más o menos —sugerí, pero enseguida descartó esa opción.

—Quiero verte ya. Y no voy a admitir un no por respuesta.

Sí, estaba segura de que no lo admitiría, pero eso no impidió que se lo repitiera una y otra vez. Se me ocurrieron media docena de excusas para no verla hasta que, al fin, un gruñido gutural emergió de su garganta.

—¿Es que no quieres verme?

—No es eso —respondí.

—Entonces, ¿qué coño pasa?

—Es que…

Prácticamente, pude ver cómo miraba al techo y suspiraba cuando dijo:

—Entonces, te veré este fin de semana. Te llamaré mañana en cuanto aterrice ahí. ¡Te quiero!

Al instante, lanzó un chillido, que se me clavó como un cuchillo justo en el espacio entre ambos ojos y me provocó un fuerte dolor de cabeza, y colgó antes de que yo pudiera decir nada.

Cinco horas después, todavía estaba que echaba humo mientras Cooper y yo veíamos una película de Andy Samberg y Adam Sandler en la casa que tenía alquilada. Nos habíamos planteado la posibilidad de salir a cenar con Paige y Eric y unos cuantos amigos más (incluida Miranda), pero al final puse como excusa que me dolía la cabeza. Ahora, la tenía apoyada sobre su regazo y le agarraba del dobladillo de sus bermudas de camuflaje mientras él me acariciaba la piel con la yema de los dedos.

—Ya sabes, Wills, si quieres arrancarme la ropa, solo tienes que pedirlo —comentó a modo de broma, clavando su mirada en mis ojos verdes.

Gruñí y me incorporé, me atusé mi larga melena y me la recogí con una goma que había llevado puesta en la muñeca; me había dejado tan marcada la piel que tuve que frotármela mientras me mordía la mejilla por dentro.

Cooper se acercó, con las cejas fruncidas en un gesto de preocupación.

—Has estado muy callada. ¿Qué pasa?

—Jessica quiere venir a verme —contesté. Él puso una cara muy rara, como si estuviera intentando recordar a quién me refería. Al final, negó con la cabeza y se quedó a la espera de que me explicara más, así que gruñí y añadí—: La de las tetas al aire.

Esas palabras captaron su atención y noté que se ponía muy tenso. El gilipollas de un amigo de un amigo había posteado en el muro de Facebook de Cooper una fotografía de hace año y medio en la que salíamos Jessica y yo en alguna fiesta; coloradas y riendo, le enseñábamos las tetas a quienquiera que hubiera sujetado ese móvil.

Cooper se acarició sus carnosos labios con la punta de los dedos y yo me humedecí los míos, al mismo tiempo que sentía ese cosquilleo habitual entre las piernas.

—¿Y qué le has dicho? —preguntó.

Clavé la mirada en mis manos.

—No he podido evitar que venga a Hawái.

A pesar de que gruñó, me hizo una seña para que me acercara a él. Le rodeé la cadera con las piernas, primero una y luego otra, y me quedé sin respiración al ver el deseo reflejado en sus ojos azules.

—No pasa nada —afirmó. Últimamente, repetía esa expresión más de lo normal y estaba empezando a preguntarme si lo decía más para tranquilizarse a sí mismo que para tranquilizarme a mí.

Sin embargo, me limité a asentir y a rozarle la frente con la mía, a la vez que sus dedos se colaban bajo la tela elástica de mis bragas para poder adentrarse en mí.

—El rodaje va demasiado rápido —gemí, dispuesta a dejar de pensar en Jessica de momento. Ya me preocuparía de ella luego o cuando se presentara en Hawái.

Cooper murmuró algo con mi clavícula en su boca y, acto seguido, trazó con la punta de su lengua ese delicado hueso.

—Eso da igual.

—No quiero irme de aquí —susurré, con voz profunda. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia delante, de modo que mi pelo le cayó sobre el hombro, mientras movía sus dedos cada vez más rápido dentro de mí.

Iba a ser mi perdición.

Me estaba volviendo loca.

—Ninguno de los dos tiene por qué marcharse —replicó, a la vez que me rozaba delicadamente la piel con los dientes mientras me corría.

Un instante después, me encontraba descendiendo por su cuerpo para quitarle los bermudas y procurándole placer con las manos y la boca mientras el suelo me amorataba las rodillas. Nuestras miradas se cruzaron y comprobé que una sonrisa se asomaba a la comisura de sus labios y que su mirada azul se enternecía.

Entonces, me entregué totalmente a él.