Encontrar mi foto en la página principal de casi todos los blogs de cotilleos y en la portada de casi todas las revistas del país siempre había sido algo muy frustrante para mí, un mal trago que había tenido que superar como podía para intentar seguir adelante con mi vida. Pero tener que verme por todo internet con el chico por el que, poco a poco, estaba perdiendo la cabeza y, además, ver mi cara junto a la foto de su difunta madre en algunas columnas donde me comparaban con ella fue realmente espantoso.
Dentro del nidito de amor de Cooper y Willow
Willow Avery se entrena con su amante, un prodigio del surf, en la playa de Kailua
El hijo de Hilary Norton surca las olas en la soleada Hawái con una actriz caída en desgracia
Los titulares se sucedían y, cada vez que leía uno nuevo, me entraban ganas de enterrar la cabeza en la arena. Una semana después del encontronazo con los paparazzi el día de mi cumpleaños, Dickson nos reunió a Cooper y a mí en su tráiler. Nos sentamos frente a él y yo me retorcí las manos nerviosa.
Cooper me agarró de ambas manos, me obligó a separarlas y me sonrió con el fin de calmarme. Intenté devolverle el gesto, pero lo único que conseguí fue mostrarme muy tensa mientras mi boca se llenaba de saliva por las náuseas.
—Estás haciendo un trabajo estupendo, Willow —dijo Dickson.
—Gracias —murmuré.
Se llevó el pulgar y el índice a la nariz.
—Pero debo admitir que los dos me tenéis un poco preocupado.
Fruncí el ceño. En otras ocasiones, me había llevado la bronca de algún productor por muchas y diversas razones, como aparecer tarde a trabajar o dando tumbos por el plató tan colocada que no podía recordar mis diálogos, pero nunca por salir con alguien. Y menos cuando ese alguien ni siquiera era miembro del reparto o del equipo técnico.
—¿Por qué? —pregunté, alzando mi voz una octava.
Dickson se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre el escritorio laminado en el que trabajaba. Un centenar de emociones surcaron su rostro mientras permanecíamos todos sentados en un silencio total, hasta que optó por fin por una sola emoción: por un hondo pesar.
—Me aterra que esto no acabe bien —contestó Dickson—. Me temo que, si eso ocurre, Willow tal vez no sea capaz de cumplir sus obligaciones contractuales.
Mientras esas palabras brotaban de sus labios, dirigió su mirada a Cooper.
—Creo que esa es la gilipollez más grande que te he oído decir jamás —masculló Cooper, mirando a Dickson con sus ojos azules entornados.
Pero yo no estaba dispuesta a quitarle hierro al asunto.
—Dickson, no estoy segura de si eres consciente de ello o no, pero ya no soy una cría de dieciséis años —afirmé. No como cuando me enamoré de Tyler—. Tengo veinte años y soy libre de salir con quien me parezca. Eres un productor increíble, pero, por favor, no te pongas en plan padre conmigo. Soy capaz de cuidar de mí misma.
Dickson suspiró.
—Solo quiero mantenerte contenta, Willow —aseguró.
—Lo estoy. —En ese instante, le apreté la mano a Cooper con fuerza—. Me encanta el papel. Me encanta el equipo. Joder, si hasta me gusta trabajar con Justin, y eso que es un chulo gilipollas que siempre me está metiendo mano o hablando sobre sí mismo. Por favor…, por favor, no compliques las cosas. O sea, si lo ves necesario, llama a Kevin y coméntale qué te preocupa.
Dickson sacudió levemente la cabeza y sonrió a duras penas.
—Lo entiendo. Lamento mucho haber invadido tu intimidad. —Entonces, volvió a posar sus ojos en Cooper—. Willow, ¿puedes excusarnos un momento?
Asentí y agaché la cabeza al marchar. Cuando casi había llegado al extremo del tráiler, donde me esperaba Miller, se inició una terrible bronca ahí dentro.
—Me tienes que estar tomando el puto pelo. Te pedí que la vigilaras y vas y te acuestas con ella.
Los gritos de Dickson se filtraron al exterior y, avergonzada, noté que me ruborizaba de los pies a la cabeza.
Me pitaban los oídos y el suave tono de Cooper hizo imposible que lograra oír lo que él contestó a continuación. Aunque, a esas alturas, no estaba segura de que quisiera oírlo.
—Vamos —me dijo Miller, apoyando ambas manos entre mis omoplatos mientras me empujaba hacia delante. Le lancé una mirada de agradecimiento, pues me alegraba de que fuera lo bastante inteligente como para alejarme de aquella bronca, como para darse cuenta de que momentos como ese eran los que amenazaban con llevarme al abismo.
Pero esa noche, cuando Cooper y yo estábamos recostados bajo el sol del atardecer en la plataforma de su casa, le pregunté qué le había dicho Dickson después de que yo me fuera. Se agitó inquieto en su silla de playa y alzó los hombros.
—Algo así como que soy una mierda como profesional por haberme aprovechado de ti.
Si no hubiera pronunciado esas palabras con un tono tan tenso, habría creído que la bronca no le había afectado.
Mi cara se contrajo y me giré a un lado para ordenar mis pensamientos antes de enfrentarme a su mirada. Cuando al fin lo hice, le pregunté sin abrir los ojos:
—¿Crees que esto impedirá que consigas otro trabajo de…?
Me interrumpió rápidamente:
—No sé si volveré a trabajar alguna vez para esa gente o no, pero me da igual. Solo quiero que te dejen en paz.
Dejé escapar una risa temblorosa mientras cerraba aún más los ojos para contener las lágrimas que lentamente se me iban acumulando. No podía permitirme el lujo de llorar por eso. Me negaba a permitir que toda esa mierda me jodiera más de lo que ya lo había hecho.
—No me digas que vas a subir un vídeo a YouTube pidiendo a gritos al mundo entero que deje a Willow en paz —bromeé con la voz quebrada.
—No —replicó.
Oí cómo se levantaba de la silla de playa y, a continuación, noté que se agarraba a ambos lados de la mía. Abrí los ojos y vi el halo que conformaba su pelo rubio delante de mi cara, vi esos ojos azules clavados en los míos, y abrí la boca. Me ruboricé cuando él acercó mis muñecas a sus labios para darme unos besos muy sensuales en la parte interior de las mismas.
Nos sumimos en un largo silencio y entonces Cooper arrugó el ceño.
—Aunque, pensándolo bien, a lo mejor acabo haciendo ese vídeo para YouTube. Tendré que utilizar tu verdadero nombre para que sea más impactante.
Después de decir eso, la tensión que reinaba en el ambiente pareció desvanecerse, así que cogimos las tablas de surf para disfrutar de una clase nocturna antes de que Eric regresase con las pizzas.
Pero si creía que los problemas que planteaba mi relación con Cooper se limitaban a Dickson, enseguida descubrí que me equivocaba.
A la tarde siguiente, Jessica, con quien no había hablado desde mi cumpleaños, me llamó para decirme que Cooper le parecía «un delicioso bocado australiano» y que lo tenía en el punto de mira para cuando hubiera acabado conmigo.
Para no tener que mandarla a tomar por culo, le dije que estaba muy ocupada y que ya le devolvería la llamada.
A finales de esa semana, justo cuando Dickson había dejado de mirarme como si pensara que podría desmoronarme de un momento a otro y Kevin había parado ya de dejarme mensajes en el buzón de voz sobre las medidas que estaba tomando para intentar limitar el daño que podían hacerme los tabloides, regresé a casa tras un largo día de rodaje y vi un Escalade aparcado en la entrada. Me preparé para lo peor antes de bajarme del Kia, porque sabía quién estaba al otro lado de esas ventanillas tintadas.
Mi madre tiene debilidad por los Cadillac.
Contuve la respiración al verla bajar del deportivo y dirigirse hacia mí con tacones tan altos que la elevaban hasta mi altura. Mi padre siempre había dicho que era «pequeñita y manejable; perfecta para divertirse», pero ahora mismo, con esa cara, no parecía que fuera a haber mucha diversión. Aunque me sonreía, tenía la sensación de que me iba a devorar en cualquier momento. En cuanto se detuvo delante de mí, me aproximó a ella y me abrazó con fuerza. Tosí, pues me estaba asfixiando con el fuerte olor de su perfume.
—Cuánto te he echado de menos —dijo, suspirando.
Alcé los brazos y le devolví el abrazo torpemente. Cuando se apartó de mí, me agarró de los hombros y me examinó detenidamente. Yo también la escruté. Mi madre seguía llevando el mismo pelo moreno con mechas, no tenía ninguna arruga y tenía los brazos muy tonificados gracias a ese entrenador temible con el que se ejercitaba cuatro veces a la semana; en efecto, no había cambiado nada.
—Miller —dije con cierta frialdad, al oír unas pisadas muy pesadas que indicaban que se acercaba—, esta es Tiff…, mi madre.
Miller agitó de un modo desganado una mano en el aire a modo de saludo y me miró con compasión.
—Justo iba a…
Señaló el apartamento que se alzaba sobre el garaje y yo levanté el mentón, mientras rezaba por dentro para que insistiera en quedarse conmigo.
—Te avisaré si te necesito —repliqué.
En cuanto mi madre y yo entramos dentro de la casa que había alquilado, ella empezó a criticarlo.
—Bueno, ha hecho un gran trabajo al escoltarnos hasta aquí dentro para asegurarse de que nadie había entrado por la fuerza en…
—No empieces —la corté. Conté hasta veinte y, a continuación, le indiqué que podía sentarse en el sofá. Se acercó tambaleante hacia él y, al sentarse, se alisó la falda, que le llegaba hasta las rodillas—. Bueno, ¿quieres tomar algo?
Y ya que estamos, podrías explicarme a qué coños has venido.
Pero en lo más hondo de mi ser ya sabía qué quería, así que, cuando negó con la cabeza, me dejé caer aturdida sobre el borde del sillón reclinable y la miré con las palmas de las manos apoyadas sobre las rodillas.
Empezó a hablar y me soltó el mismo rollo que las familias suelen soltar en esos programas de televisión sobre casos reales de adictos.
—Tu padre y yo estamos muy preocupados por ti, Willow —afirmó.
No era la primera vez que me decía algo así, pero, maldita sea, esta vez no había hecho nada para merecérmelo.
—Pues no deberíais —contesté con calma.
Mi madre se enderezó y soltó un profundo suspiro.
—Cada vez que leo un artículo sobre el mundo del espectáculo en internet, veo tu cara ahí junto a la del hijo de esa actriz.
Inspiré ruidosamente a través de mis dientes apretados. ¿De verdad acababa de decir eso? Una mueca de desprecio cobró forma en mis labios y repliqué:
—Por si aún no te has dado cuenta, yo también soy actriz. Y si eso te molesta tanto, no leas esa basura de páginas web.
—¿No crees que ahora mismo deberías centrarte en tu carrera en vez de en una relación sentimental? ¿Quieres que vuelva a pasar lo que ocurrió la última vez?
Contrariada, me froté la cara.
—Eres increíble. Estoy trabajando y centrándome en mi carrera, pero mi vida no se reduce solo a eso. No puedes esperar que no salga con nadie o que no tenga… —me dio cierta vergüenza pronunciar la siguiente palabra— sexo o no me enamore; además…
Mi madre abrió sus ojos verdes como platos.
—No lo amas, Willow.
Sacudió la cabeza de lado a lado lentamente, como si haciendo ese gesto fuera a convencerme de que tenía razón.
—¿Cómo tienes el valor de decirme cuáles deben ser mis prioridades y a quién debo amar o no, cuando papá y tú me habéis estado evitando como la peste desde que la cagué?
Mi madre hizo una mueca de disgusto, pero, sin apenas esfuerzo, volvió a poner cara de póquer.
—Te dijimos que podíamos coger un avión para venir a verte el 4 de julio —me recordó.
—Y yo no quise que vinierais porque estaba bien y contenta. Y sigo muy feliz. ¿Por qué iba a querer que os presentarais aquí? ¿Para que podáis decirme que lo estoy haciendo todo mal cada cinco minutos?
Mi madre alzó ambas manos y lanzó un gruñido de frustración.
—Al final, le vas a dar la vuelta a la tortilla y nos vas a echar la culpa a tu padre y a mí, ¿no? Tú sí que eres de lo que no hay.
Me puse en pie y caminé frenéticamente de un lado a otro de la pequeña sala de estar mientras hablaba.
—Si quieres jugar a ver quién tiene la culpa, vale, allá vamos: mamá, lo que me hicisteis cuando más os necesitaba, eso de enviarme muy lejos para que nadie descubriera ese «problemilla» que tenía, fue una gran putada.
Mi madre hizo ademán de decir algo, pero, entonces, frunció los labios de tal modo que casi le desaparecieron y perdieron todo su color.
Deseé tener fuerza para gritarle, para llorar.
Su boca se tensó.
—Te olvidas de mencionar que esperaste varios meses para contárnoslo a tu padre y a mí.
Me pasé ambas manos por el pelo.
—Por Dios, mamá. ¿Hablas en serio?
Respiró hondo un par de veces.
—Willow, siento mucho haberte hecho daño. Lamento lo que pasó, pero, por favor, no arruines tu vida otra vez por un chico al que apenas conoces.
Me recosté sobre el sillón reclinable de nuevo y, esta vez, me eché hacia atrás al máximo.
—No me estoy arruinando la vida —dije, enfatizando cada una de las palabras con un tono amenazador.
—Tengo previsto alojarme en el Four Seasons para poder…
Como sabía exactamente por qué derroteros iba a seguir discurriendo esa conversación, me di cuenta de que tenía que ponerle punto final ya.
—Mamá, no os quiero aquí. ¿Queréis que trabaje? ¿Queréis que sea normal? Entonces, dejad que haga lo que hacen los adultos normales; esos que tienen unos padres que no les controlan todas las facetas de su vida. Incluso me estoy planteando pedirle a Miller que no os deje acercaros a mí o solicitar que os prohíban acercaros al plató.
Dio un grito ahogado y tembló de arriba abajo.
—No hablas en serio.
Le lancé una mirada incisiva.
—Hace mucho tiempo me dijiste que tenía que aprender a tomar decisiones como una adulta —le recordé. Me acordaba perfectamente de ese día porque me lo dijo en el transcurso de una conversación telefónica que mantuvimos unos pocos días después de que me hubieran dado el alta en el hospital, cuando todavía apenas podía moverme—. Pues dejadme que lo haga. Si me queréis, si realmente queréis que sea feliz, no intentéis controlarme como si aún fuerais mis tutores legales. Ya solo os falta que pidáis al juez mi incapacitación legal —añadí.
Unos gigantescos lagrimones surcaban las mejillas de mi madre. Al secárselos, se llevó una buena porción de maquillaje por delante.
—¿Y qué pasará cuando vuelvas a sufrir? —preguntó en voz baja—. ¿Volverás a tomar drogas y a salir de fiesta?
—Yo…
Me callé, porque las palabras se resistían a brotar de mi garganta, y ella me sonrió con tristeza.
—Eso es lo que pensaba. —Se puso en pie y se acercó renqueando hasta la puerta de la entrada; antes de salir añadió sin mirar atrás—: Si quieres comer conmigo antes de que me marche a Los Ángeles mañana, llámame.
Entonces se fue, y yo me hice un ovillo en una esquina del sofá, donde me abracé a mí misma con fuerza.
Lo único que quería era olvidar que había sucedido lo que acababa de pasar.
Quería dejar de sufrir cuanto antes.
Paige se presentó una hora y media más tarde y, cuando le pedí que se marchara, negó con la cabeza y sostuvo en alto un puñado de DVD: una temporada de Hora de aventuras y las dos partes de Kill Bill.
—No me pidas que me vaya o me sentaré ahí fuera y pondré a todo trapo la banda sonora de Gears of War. —Arqueé una ceja y ella asintió lentamente, a la vez que sus ojos color avellana centelleaban—. Sí, la tengo dentro de mi monovolumen, te lo juro.
Me aparté a un lado arrastrando los pies para que pudiera entrar, y me crucé de brazos mientras ella arrojaba los DVD sobre la mesita baja y se sentaba en una esquina del sofá.
—¿Te ha llamado Miller? —le pregunté, mientras cruzaba la habitación arrastrándome para sentarme en el extremo opuesto.
Giró el cuello hacia un lado y se atusó rápidamente su corto pelo moreno.
—No te cabrees con él —respondió.
Retorcí el labio.
—Así que mi guardaespaldas ha llamado a una amiga mía para que venga a hacerme compañía y se asegure de que no voy a hacer ninguna estupidez, y vas tú y me dices que no me cabree con él. Bastante quemada estoy porque mucha gente en la que confiaba me la jugó en su día como para que ahora vaya él y conspire a mis espaldas. —Cerré los puños con fuerza y miré al techo, al apartamento de Miller, muy cabreada—. Debería despedirlo.
—No seas tan cabrona. Solo ha llamado a alguien que sabe que no te arrojará una estrella ninja a la espalda en cuanto te des la vuelta. Deberías estarle agradecida.
Le lancé una mirada furiosa, pero ella entornó desafiante sus ojos avellanados. Contrariada y mareada, me pasé ambas manos por mi melena castaña. Era absurdo que le contara todo lo que había pasado entre mi madre y yo, así que me incliné hacia delante, enterré la cara en las manos y opté por contarle la versión resumida.
—Mi madre saca lo peor de mí —afirmé, con voz entrecortada—. Cree que así me va a ayudar a cambiar.
Como siempre, había dejado que sus comentarios me afectaran tanto que, al final, había contraatacado furiosa y le había dado donde más le dolía. En cuanto se lo conté todo, Paige se mordisqueó el labio inferior pensativamente durante unos segundos y luego se puso en pie, desapareció en la cocina y regresó un momento después, frunciendo la nariz, con dos Coca-Colas Zero. Me dio una y, acto seguido, se sentó. Abrió la suya y le dio un buen trago.
—La mayoría de la gente suele pedir permiso antes de coger algo como si estuviera en su propia casa, ¿sabes? —le espeté, mientras me secaba el sudor de la frente con el dobladillo de la camiseta.
Se inclinó hacia delante, posó la lata sobre la mesita y, a continuación, se reclinó y se rascó uno de los tatuajes del hombro, el de una chica de calendario de los años cuarenta que iba montada sobre una tabla de surf.
—¿Y eso suele servir para algo? —preguntó.
—¿El qué? ¿Te refieres a lo de que no se debe saquear el frigorífico de otra persona?
Resopló.
—No. Me refiero a lo de volver las tornas contra tus padres.
Negué lentamente con la cabeza.
—Lo único que he conseguido es darme cuenta de lo mucho que he jodido las cosas. —Al ver que ella alzaba una ceja preocupada, solté un gemido de frustración—. Ya no tomo pastillas, si eso es lo que te estás preguntando. Es que…
En ese instante, hizo un ruido que parecía un suspiro y un gruñido a la vez.
—¿Qué?
—Es que es muy duro que metan a Cooper en medio. Y eso no solo lo hacen mis padres…, sino también los paparazzi y mi amiga Jessica y, joder, incluso mi productor.
Se compadeció de mí y sus labios se curvaron hacia abajo.
—Cooper me ha contado lo que os pasó con Dickson.
—Mira, son ese tipo de mierdas las que hacen que quiera pasar de todo.
Contuvo la respiración y se acercó más, para intentar verme bien la cara y poder evaluar mi expresión.
—Willow, me acojonas cuando dices este tipo de cosas.
—Es la verdad —repliqué, agachando la cabeza para evitar su mirada—. Eso es lo que querías oír, ¿no? Llevo actuando desde que era una cría. Estoy harta de todas las gilipolleces que conlleva esta profesión a veces. El noventa por ciento del mundo cree que soy capaz de soportar todo lo que me echen encima, y el resto (toda la gente que me conoce) cree que recaeré en cualquier momento.
—¿Y tú qué opinas?
—Opino que saldré de esta —mentí—. Pero eso no quiere decir que me haga gracia que no pueda ir a comer una puñetera hamburguesa con mi novio sin que alguien se ponga a hacer comentarios sobre mi peso. Tampoco me hace gracia ver viejas fotos, en las que salgo borracha hasta las trancas y besando a alguien que no conozco, publicadas de nuevo en páginas web de cotilleos para que la gente pueda descojonarse de mí.
—Pues deja de actuar, entonces —sugirió Paige. Le dio otro sorbo a su Coca-Cola Zero y se estremeció—. Al menos durante una temporadilla, hasta que puedas solucionar tus problemas.
Una risa amarga brotó de mi garganta.
—La última vez que estuve en rehabilitación me pasé todo el tiempo prometiéndome a mí misma que ya no actuaría nunca más; sin embargo, el mismo día que salí, acepté este papel. No podía dejar a Dickson en la estacada.
—Pues déjalo después de este rodaje. ¿Sabes en qué me licencié yo? —me preguntó y, al ver que yo elevaba una ceja, añadió—: En psicología. Mis padres pensaban que, a estas alturas, ya estaría haciendo algún máster, y a lo mejor acabo haciendo alguno algún día, pero ahora no. Joder, mira a mi hermana. Delilah le dijo sin rodeos a mi madre que no podía esperar que supiera qué quería hacer con su vida porque solo tenía diecinueve años. ¿Y sabes qué tuvo que hacer mi madre?
—¿Hum?
—Aguantarse y joderse —afirmó.
—Ojalá fuera tan fácil.
Paige se inclinó sobre mí, como si estuviera compartiendo un secreto.
—Lo es.