Capítulo 16

Las dos semanas siguientes pasaron rápidamente en medio de una vorágine de trabajo, surf, más trabajo y Cooper.

De copiosas y deliciosas cantidades de Cooper.

Ni siquiera me había dado cuenta de que era mi cumpleaños hasta que mi madre me llamó el día 15, a primera hora de la mañana, para cantarme su propia versión de «Cumpleaños feliz» desafinando terriblemente. En cuanto acabó con aquel numerito, exclamó:

—Sé que me pediste que no fuéramos a visitarte, pero ¡papá y yo estamos tan orgullosos de ti!

Mi madre y yo habíamos hablado alguna noche que otra y, cuando me había llamado el 4 de julio, había sacado el tema de que querían venir a Honolulú para celebrar mi cumpleaños conmigo. Entonces, le dije que ya había hecho planes al respecto, a pesar de que, por aquel entonces, acababa de tener mi primera reunión con mi agente de la condicional.

—Gracias, mamá, pero aquí son las seis de la mañana y hoy no tengo que rodar.

Omití que la noche anterior había estado hasta altas horas de la madrugada con Paige en un restaurante japonés tipo hibachi, de esos en los que se cocina sobre un fuego integrado en la misma mesa donde se come, que me había jurado que era el mejor de la isla. Mi madre me habría hecho un millón de preguntas sobre Paige y luego me habría soltado un sermón sobre los peligros que acarrea estar tan cerca de las llamas.

Contuve una carcajada somnolienta al imaginarme a mi madre diciendo: «Si te quemaras la puñetera cara, ¿qué sería de ti?».

Mi madre no pareció entender mi indirecta acerca de la hora que era, ya que siguió hablando.

—Quería llamarte para darte un regalo de cumpleaños —afirmó.

Me tapé la cara con una almohada y gruñí.

—Por favor, no vuelvas a cantar —le rogué.

—Clay ha llamado a primera hora de la mañana —me comentó. Me quedé sin respiración nada más escuchar el nombre de mi abogado y, al instante, arrojé lejos la almohada que tenía sobre la cara. Se estampó contra la pared y cayó en algún lugar junto a la cama.

—¿Y? —pregunté.

—Ya le han dado una fecha para la celebración del juicio contra esa agencia. Será a mediados del mes que viene.

Por la estridencia de su voz, pude adivinar que en realidad no creía que eso fuera una buena noticia —de hecho, lo más probable era que la acojonase bastante—, pero debía de saber que eso significaría mucho para mí, sobre todo en mi vigésimo cumpleaños.

El corazón se me desbocó y me llevé una mano al pecho, mientras me recordaba a mí misma que necesitaba calmarme y respirar hondo.

—¿Cree que tengo alguna posibilidad? —inquirí con un tono de voz que a mí misma me sonó raro.

—Claro.

Esa palabra, esa sola palabra bastó para que de algún modo una vorágine de emociones se apoderara de mí. Un sentimiento en el que se mezclaban el miedo, el dolor y la esperanza me atravesó al mismo tiempo y, mientras permanecía ahí sentada temblando, unas lágrimas recorrieron mi rostro.

—Bueno, mejor eso que nada, ¿eh? —comenté, manteniendo un tono calmado y sereno.

—Sabía que te alegrarías —replicó mi madre. Entonces, oí que alguien le murmuraba algo inaudible y, acto seguido, ella se echó a reír y añadió—: Espera un segundo, tu padre quiere hablar contigo.

Hacía meses que no oía la voz de mi padre —desde el día en que el tribunal me sentenció a ingresar en Colinas Serenas, para ser más precisa—, así que cuando se puso al teléfono me tuve que llevar el dorso de la mano a la boca para contener los sollozos.

—Feliz cumpleaños, niña —me dijo.

No sabía si emocionarme o enfadarme con él por que le hubiera costado tanto dar su brazo a torcer; no obstante, he de reconocer que me eché a llorar. Respiré hondo para intentar recuperar la compostura y respondí:

—Gracias.

—Por lo visto, has logrado no meterte en más líos —señaló, lo cual quería decir que había estado revisando todas las columnas de cotilleos para comprobar si me había desmadrado o no.

Pues no, no lo había hecho.

—Ya, me… —Pensé en el mes pasado y en todo lo que había ocurrido y suspiré levemente—. Me encanta Hawái —logré susurrar al fin.

Mi padre profirió un ligero gruñido.

—A tu madre y a mí nos encantaría ir a verte cuando estés preparada para recibirnos —dijo con cierta indecisión, como si tanteara el terreno.

Pero yo no estaba preparada para recibir la visita de mis padres. No ahora que las cosas estaban yendo tan bien.

Enredé las manos en la esquina de las sábanas con fuerza.

—Gracias, papá, cuando esté lista te lo haré saber.

Aunque respondí con corrección, también lo hice con firmeza para hacerle entender que, probablemente, eso no iba a suceder pronto.

La llamada acabó unos minutos después y entonces me bajé de la cama de un salto. De repente, me sentía en las nubes gracias a la noticia que me había dado mi madre al principio de la llamada. Estaba demasiado contenta como para sentirme molesta por que Clay la hubiera llamado a ella y no a mí. Lo que mi madre me había dicho era, sin lugar a dudas, el mejor regalo de cumpleaños que jamás me había hecho nadie. Aunque llegaba tres años tarde, iba a aceptarlo.

El resto de la mañana estuve hecha un manojo de nervios; además, como comí muy poco, tomé demasiado Red Bull y estaba a tope de adrenalina, cuando fui a reunirme con mi agente de la condicional a media tarde estaba que no paraba quieta.

La agente Stewart me miró con suspicacia desde el otro lado del escritorio, puso derecho un montón de papeles y me preguntó:

—¿Ha tenido algún encontronazo con la policía desde nuestra última reunión?

Me pasé una mano por la frente mientras negaba con la cabeza.

—No —respondí. Preferí no comentarle que una de las fans de Justin (una chica que ya tenía una orden de alejamiento) se había colado en el plató un par de días antes y que la policía me había interrogado junto a otros miembros del reparto y del equipo técnico después de que la arrestaran.

Stewart tamborileó sobre la dura superficie de su escritorio con las uñas; llevaban manicura francesa.

—Por lo demás, ¿todo sigue igual?

Asentí.

—¿No ha planeado nada especial para su cumpleaños?

La forma en que dijo «especial», como si pudiera sustituir esa palabra por mi droga favorita, provocó que me pusiera muy tensa.

Carraspeé unas cuantas veces antes de contestar.

—No, tengo que trabajar a la mañana siguiente.

Entonces, ladeó la cabeza meditabunda, para evaluar si estaba diciendo la verdad o no. Quería que ella entendiera que había estado muy ocupada como para siquiera plantearme la posibilidad de ponerme hasta las cejas y que las pocas veces en que esa idea había cruzado mi cabeza, aunque solo fuera por un brevísimo instante, había descartado esos pensamientos automáticamente y me había recordado a mí misma lo bien que me iba sin colocarme.

Tenía amigos.

Tenía un trabajo.

Tenía a Cooper, maldita sea.

Y ahora, si todo iba bien con mi abogado…

Solté un suspiro entrecortado; por primera vez en muchos años, la vida me sonreía.

La agente Stewart tecleó algo en su portátil, a la vez que esbozaba una sonrisa retorcida.

—Ya sabe que si no supera el test de drogas, no me quedará más remedio que ordenar su arresto.

Ahora me tocaba a mí lanzarle una mirada suspicaz.

—No me he metido nada.

—Pero sabe que tengo que cerciorarme, ¿no?

Por esa misma razón, había tomado bebidas energéticas y agua a saco.

Después de pasar la prueba de manera brillante, me llevó de nuevo hasta su cubículo, donde sacó el tema de mis servicios a la comunidad.

—Dave me ha comentado que hace un par de semanas que no va por ahí —señaló.

Entrelacé los pulgares sobre mi regazo, a la vez que apoyaba las manos sobre la dura tela de mis nuevos y prietos vaqueros Rag & Bone. Me había gastado una pasta en ellos hacía una semana, cuando Paige me había arrastrado (con Miller siguiéndonos de cerca, claro está) a hacer compras, aprovechando que Delilah, su hermana menor, estaba en la ciudad. Hasta la fecha, esos vaqueros y la blusa de fino raso que llevaba eran lo único que me había comprado con el dinero del adelanto por mi trabajo en la película, aparte de la comida y algún que otro artículo básico.

Llevaba ya treinta días sin tomar drogas. Eso era todo un récord para mí.

—¿Tiene intención de cumplir con todas las horas de servicios a la comunidad que se le han impuesto? —preguntó la agente Stewart con un tono sereno.

Tomé aire profundamente antes de responder.

—Mi idea es volver cuando las cosas se calmen un poco en el trabajo. Hemos estado rodando muchas de mis escenas porque…

Porque, como no soy de fiar, Dickson cree que casi seguro que los acabaré dejando tirados en algún momento.

Stewart sacudió la cabeza lentamente, de modo que su pelo castaño claro se meció adelante y atrás sobre sus hombros.

—Eso lo entiendo, pero no olvide que, si no cumple lo pactado, tendré que…

—Tendrá que informar al juzgado. Lo sé —la interrumpí con brusquedad.

La agente suspiró y bajó la barbilla varios segundos. Cuando alzó el mentón, pude comprobar que se estaba mordisqueando la comisura de los labios.

—No hago esto para fastidiarla, Willow. Es mi trabajo. Aunque es una chica muy… maja, tengo que ser muy concienzuda en todo lo relativo a mi carrera profesional, porque gracias a ella tengo techo y comida.

Entendía perfectamente que Stewart no quisiera jugarse su puesto, pero al mismo tiempo no pude evitar preguntarme si la frialdad con la que me trataba se debía al hecho de que su hermana hubiera salido con Cooper. Lo cierto es que no podía echárselo en cara. En primer lugar, porque Stewart era mi agente de la condicional y no iba a conseguir nada con ello, y, en segundo lugar, porque si me enfrentaba a ella saldría a la luz que mantenía una relación con Cooper.

Quería guardarme ese secreto para mí un poco más antes de que todo el mundo lo supiera.

No obstante, mientras me acompañaba al vestíbulo, Stewart sacó el tema de su hermana:

—Miranda me ha comentado que coincidió con usted.

—Sí, bueno, cruzamos un par de palabras —repliqué, mientras clavaba las uñas en el dobladillo de mi blusa—. Estoy bastante segura de que podría hacer que la despidieran por hablar sobre una condenada con un miembro de su familia.

Stewart curvó levemente sus brillantes labios rojos para esbozar algo similar a una sonrisa.

—En realidad, ella no sabe que la conozco. Hablé con ella sobre Willow Avery, la actriz, no sobre cierta chica con un amplio historial delictivo. Pero si le sirve de consuelo, Miranda me dijo que usted estaba muy bien.

Elevé una ceja al instante.

—¿Que estoy muy bien? —repetí, ignorando por completo su comentario acerca de que yo era una chica con un amplio historial delictivo.

Se encogió de hombros.

—Sí, para Cooper. He de admitir que yo no sería capaz de soportar que el chico al que amé se enamorara de otra chica, pero Miranda y yo somos muy distintas.

Contuve la respiración, pero enseguida recuperé la normalidad. Estaba tan acostumbrada a tener que tratar con exnovias celosas (como la ex psicópata de Gavin, cuyos amigos montaron un canal de YouTube muy desagradable donde se metían conmigo por todo; se metían con mi peso, mi ropa e incluso el tono de mi esmalte de uñas) que resultaba sorprendente que la exnovia de Cooper me diera su visto bueno.

—Dígale que… gracias —contesté, pero Stewart negó con la cabeza.

—No puedo hablar de mis clientes, ¿recuerda? —Esbocé una media sonrisa y ella siguió hablando—: Volveré a verla en agosto y no se olvide de acabar sus horas de servicios a la comunidad para entonces. Me fastidiaría mucho que todo el esfuerzo que está haciendo se quedara en nada porque no ha cumplido con los términos de su libertad condicional.

Asentí para demostrar que lo comprendía perfectamente.

Como no tenía que rodar porque tenía el día libre, Cooper y yo habíamos acordado aprovechar la ocasión para dar una clase de surf y practicar cierta técnica que debía dominar para una escena en la que participaríamos mi doble y yo a finales de esa semana. No obstante, cuando llegué a casa de Cooper, Miller me dijo que tenía que irse a hacer un recado y entonces supe que tramaba algo. Mi guardaespaldas siempre había insistido en quedarse a vigilar durante mis clases de surf desde el inicio de la producción. Me despedí de él con un hasta luego, pero en cuanto entré sola en casa de Cooper, me percaté de que la camioneta de Eric tampoco estaba ahí.

Nada más entrar en la tienda de Cooper, percibí un olor a cera de velas que se mezclaba con el aroma habitual a ambientador y protector solar. Cooper apareció descamisado por una esquina y me sonrió en cuanto nuestras miradas se cruzaron; la forma en que me miró me volvió loca.

—¿Qué día es hoy? ¿No es tu…?

—No me cantes nada —gruñí—. Ya lo ha hecho mi madre…

Me atrajo hacia sí con brusquedad y nuestros labios se unieron al mismo tiempo que cerraba con llave la puerta de entrada a mis espaldas.

—No me seas aguafiestas —murmuró muy cerca de mi boca a la vez que, sin apenas hacer esfuerzo, me cogía en brazos y me llevaba hasta la cocina de la casa, en cuya encimera había una tartita de cumpleaños casera, recubierta de glaseado color lavanda, con dos finas velas clavadas hasta el fondo.

—Cooper —dije en cuanto me dejó sentada sobre la superficie de granito. Miró hacia atrás mientras ajustaba la persiana de la cocina para asegurarse de que nadie podía vernos desde fuera—. ¿Qué estamos haciendo?

—¿Es que no puedes olvidarte de todo aunque solo sea un día?

—¿Acaso tú has olvidado cuántos cumplo? —contesté, señalando las velas. Entonces, se acercó de nuevo a mí. Me incliné y soplé las velas. Después, las saqué de la tarta para lamer el glaseado que se les había quedado pegado en la parte de abajo.

Sonrió de oreja a oreja y se hizo un hueco entre mis piernas. Recorrió con una mano la parte frontal de mi cuerpo y se detuvo justo detrás de mi oreja. Se me escapó un gemido ahogado cuando sus dedos se perdieron delicadamente entre mi pelo.

—Feliz cumpleaños, Willow —me dijo, esta vez con un tono muy serio.

Extendí un brazo y le acaricié un lado de la cara con el dorso de la mano, que luego subí hasta su pelo. Acto seguido, tiré de su cabeza hacia mí. Mis dedos se perdieron entre su cabello y rodeé su cuerpo con las piernas.

De repente, nuestro beso se tornó muy dulce y me llevó un momento darme cuenta de que Cooper había metido en el glaseado un dedo y lo deslizaba dentro y fuera de mi boca mientras sus labios exploraban los míos. Gemí y sentí que me derretía sobre él, pero él negó con la cabeza.

—Tengo una sorpresa de cumpleaños para ti, Wills. —Otra sorpresa. No estaba segura de si sería capaz de afrontar otra más ese mismo día sin acabar hecha un mar de lágrimas; no obstante, asentí. Acarició con ambas manos mis brazos desnudos, jugueteó con mis dedos solo un momento y se apartó—. Pero primero, la tarta.

Ambos comimos una porción sentados sobre la encimera. Después, me dijo que teníamos que irnos. Aunque le hice un millón de preguntas mientras conducía su jeep por las carreteras secundarias de Honolulú, no dio su brazo a torcer.

—¿Paige y Eric saben adónde vamos? —inquirí. Mientras estábamos comiendo la tarta, le había preguntado dónde se habían metido esos dos, y me había contestado que se habían tomado el día libre y no aparecerían hasta la noche.

—Paige es un hacha haciendo planes —respondió, guiñándome un ojo a la vez que se le elevaban las comisuras de los labios.

Me recliné sobre el asiento, crucé los brazos y fui incapaz de contener una sonrisa.

Estaba siendo el mejor cumpleaños de toda mi vida.

Nuestro destino resultó ser una pequeña cala situada a media hora de su casa. Nada más bajar del jeep, y tras contemplar el mar verde esmeralda que se extendía debajo de las rocas, dije:

—No voy a bañarme en pelotas contigo ni de coña.

Miré hacia atrás y vi que se encontraba de pie, apoyado sobre la parte frontal del jeep con una enorme toalla de playa sobre los hombros.

Se llevó una mano al pecho, para hacer como que mi comentario le había dolido.

—Por Dios, Wills, pero si ni siquiera me dejas verte desnuda con la luz encendida. Ni se me ocurriría intentar convencerte de que te desnudes en la cala de las Cucarachas.

Me quedé helada.

—¿La cala de las Cucarachas?

Se volvió a reír y se colocó a mi lado para rodearme la cintura con el brazo. Suspiré y le acaricié el hombro con la coronilla.

—En realidad, no hay cucarachas —afirmó, mientras descendíamos por las rocas hacia el mar y él me sujetaba para que no perdiera el equilibrio. Entonces, esbozó una sonrisilla retorcida—. Al menos, eso creo.

Era bueno saberlo.

Nos pasamos la hora siguiente paseando por la cala, deteniéndonos de vez en cuando para sortear los géiseres que había aquí y allá por todo aquel lugar.

—¿Qué pasaría si saltara a uno de esos agujeros? —pregunté cuando un pequeño chorro de agua salada alcanzó mi piel.

Humedeció sus labios carnosos con la punta de la lengua.

—Que hallarías una muerte segura.

Me volví hacia él, apoyé una mano sobre su pecho y me mordí el carrillo por dentro.

—Creía que siempre cuidarías de mí —me quejé de manera melodramática.

—Siempre que sea humanamente posible —replicó.

Nos tumbamos en una zona sombría de la cala, delante de una cueva en la que me negué a entrar, y dejé que la luz del sol que ocasionalmente alcanzaba ese lugar me calentara los pies descalzos.

—Podemos tirarnos desde ahí si realmente quieres saltar desde algún sitio —me comentó después de un largo y perezoso silencio. Entonces, posé la mirada en el lugar que señalaba con el dedo; un conjunto de rocas escarpadas que descendían hasta esas aguas blancas revueltas.

Lo miré con mala cara y negué con la cabeza.

Desde que había llegado a la isla, había tragado agua tantas veces que había perdido la cuenta, así que eso era lo último que necesitaba.

—No soy una gran nadadora —susurré, volviendo mi cuerpo entero hacia él. Apoyé la mejilla sobre su bíceps y él clavó su mirada en mis ojos.

—Lo sé. —Estiró un brazo y me apartó el pelo de la frente—. Pero te cogeré si te caes.

El corazón me dio un vuelco y bajé la vista hacia la toalla, mientras jugueteaba con un enganchón. Tomé aire entrecortadamente y repliqué:

—Tirarse sin más, a ver qué pasa, es tan difícil…

Ambos sabíamos que no estaba hablando del acantilado. Él permaneció callado una vez más durante un largo rato. Y cuando habló, lo hizo en voz más baja.

—Me estoy enamorando de ti, Wills. —Me acarició los labios con la yema de un dedo para silenciar así mi respuesta—. Me vuelves loco. Al principio, sentía la necesidad de dejar de pensar en ti, pero cuanto más tiempo paso contigo…

Me sonrió de un modo triste, al mismo tiempo que elevaba los hombros.

Se me hizo un nudo en la garganta. Aunque ya se me habían declarado tantos tíos que había perdido la cuenta (el primero había sido Tyler y el último, Gavin), ninguno me había mirado jamás como Cooper. Ni se habían acercado siquiera un poco.

Abrí los labios para hablar, pero su boca sustituyó a su dedo y me besó lenta y cuidadosamente, como si me fuera a romper. No fui consciente de que me había echado a llorar hasta que se apartó y comprobé que mis lágrimas habían dejado un rastro en sus mejillas.

Me las secó con el pulgar y, acto seguido, se besó la punta del dedo.

¿Por qué tenía que hacer cosas así?

¿Por qué tenía que decirme que se estaba enamorando de mí cuando no tenía ni idea de qué iba a ser de nosotros después de que acabara de rodar la película?

—Este ha sido el mejor mes de toda mi vida y, Cooper, yo…

De repente, media docena de flashes lejanos iluminaron violentamente mi rostro. Me estremecí al verme tan expuesta. Cuando me volví, casi me da un infarto al ver que en las rocas, a varios metros de distancia, había un fotógrafo que me estaba sacando fotos alegremente; bueno, en realidad, a los dos, a Cooper y a mí. Pese a que me tapé la cara, siguió fotografiándonos. Entonces, unos fuertes brazos me rodearon y me obligaron a ponerme en pie.

—Vámonos —me ordenó Cooper con voz áspera y, al instante, enterré el rostro en su hombro. Noté que se daba la vuelta—. Como te acerques más a ella, te romperé esa puta cosa en la cara.

Nos dejamos allí mis zapatos. Y la toalla. Y yo me dejé esas palabras que me habría gustado decirle mientras corríamos hacia su jeep con el ruido de la cámara de fondo.

Yo también me he enamorado de ti, Cooper.