La tensión que reinó entre Cooper y yo durante la clase fue casi insoportable, por lo cual me sentí muy aliviada cuando Miller me hizo señas desde la playa tras un par de horas de entrenamiento.
—He de irme —le dije a Cooper, a la vez que me tumbaba sobre la tabla y hacía que diera la vuelta para ponerme de cara a la orilla—. Son casi las cinco y tengo que presentarme esta tarde a las siete ante el equipo técnico y el reparto…
Se colocó a mi lado, de modo que nuestros codos se tocaron. Me agarré todavía con más fuerza a los laterales de mi tabla y bajé la mirada hasta el logo de Channel Islands.
—Lo sé —replicó, con voz ronca, por lo bajo—. Dickson me ha pedido que vaya.
Alcé la vista rápidamente.
—¿De verdad?
Cooper arrugó el ceño y frunció los labios. Después, sonrió de un modo sarcástico.
—Supongo que, gracias a mi madre, soy lo bastante importante como para que me inviten —contestó.
Me estremecí y respiré hondo para evitar que se me quebrara la voz.
—No pretendía ofenderte. Y siento mucho lo que le pasó a tu madre. Es que…
Como no encontraba las palabras adecuadas, decidí bracear para que la tabla avanzara.
Enseguida se colocó a mi altura, pues no estaba dispuesto a dejarme marchar.
—¿Es que qué? —exigió saber, con cara de cabreo.
—Ojalá hubiera sabido quién eras antes de enrollarme contigo. —Me arqueé levemente, a la vez que contemplaba detenidamente con la mirada vidriosa la orilla—. Ojalá te lo hubiera preguntado. Lo siento mucho —susurré. Tenía que alejarme de él. Tenía que alejarme de ahí antes de que metiera aún más la pata.
Cooper lanzó un suspiro plagado de inquietud.
—Eso no habría cambiado lo que le pasó.
No, no lo habría hecho.
—¿Quieres saber qué es lo más triste de todo? —continuó, mientras su tabla adelantaba a la mía. Miró hacia atrás a la espera de mi respuesta.
—¿Qué?
—Que aún quiero llevarte a mi casa para estar dentro de ti hasta que…
Me incorporé sobre la tabla y me senté a horcajadas sobre su parte central.
—¿Hasta que qué? —inquirí. Entonces, él también se incorporó y se sentó. Luego, tiró de la parte delantera de mi tabla, que se hallaba junto a la suya. Para poder mantener el equilibrio, me agarré con los muslos firmemente a los bordes de la tabla.
—Hasta que me olvide de mí mismo —murmuró—. O, joder, hasta que sacie mis ganas de ti.
Como todavía nos encontrábamos a varios metros de la orilla, nadie pudo ver cómo me acariciaba el pecho con la punta de los dedos por encima de mi tankini ni cómo mi pezón reaccionaba al instante ante esa caricia y se endurecía. Me ruboricé, contuve la respiración por un momento interminable y, acto seguido, me relajé.
—¿De verdad quieres seguir con esto? —susurré. Recorrió con la mirada hasta el más mínimo centímetro visible de mi ser, de la coronilla hacia abajo. Entonces, tiré de la parte superior del bañador para tapar la zona del estómago que quedaba al aire.
—La cuestión es si esto es lo que tú realmente quieres —contestó.
—Solo quiero saber si quieres seguir con lo nuestro ahora que sé quién es tu madre —repliqué de un tirón sin respirar. Al ver que fruncía el ceño, cerré los ojos con fuerza—. No me obligues a repetirlo más alto.
—Si quieres que responda a esa puñetera pregunta, más te vale hacerlo.
Abrí los ojos de golpe y entorné la mirada.
—Tengo un pasado, Cooper, y tengo miedo de que… —Tuve que esforzarme por dar con la palabra adecuada para describir lo que él era para mí a esas alturas y, al final, lancé un suspiro—. Tengo miedo de que te sientas atraído por mí solo porque me compadeces.
Su expresión cambió y se tornó en algo indescifrable. Entonces, señaló a mi tabla.
—Volvamos antes de que llegue otra ola.
Apreté los dientes con fuerza y me tumbé sobre la tabla para remar hasta la orilla; en todo momento, un cosquilleo me recorrió tanto los brazos como las piernas. Sin embargo, en cuanto ambos pisamos tierra firme, me miró de un modo enigmático.
—Deshazte de tu guardaespaldas un ratito. Tenemos que hablar. —Como no me moví, tomó aire con fuerza por la nariz y cruzó los brazos—. Wills, como no me escuches ahora, te montaré el pollo en la fiesta de Dickson.
A pesar de que me salía humo por las orejas cuando me acerqué a Miller, que me estaba esperando tumbado pacientemente sobre una toalla de playa, conseguí esbozar una sonrisa forzada.
—Voy a entrar en casa de Cooper para hablar con él unos minutos. —Miller arqueó una ceja y yo me reí de manera muy falsa—. Vamos a hablar sobre surf y sobre la película. Mientras tanto, ¿por qué no…, no sé…, no te das una vuelta por la tienda? Seguro que Eric y Paige andarán por ahí.
Aunque en ningún momento dejó de mostrarme un semblante de preocupación, Miller masculló:
—Claro, Willow.
En cuanto entramos en casa de Cooper, Miller se dirigió a la tienda, donde Eric y Paige estaban matriculando a un par de estudiantes nuevos que, por el aspecto, parecían gemelos. Cooper me agarró de la mano y me llevó al piso de arriba, a su dormitorio. Cuando cerró la puerta, una parte de mí esperaba que me empujara contra la pared, como había hecho la otra noche, pero en cuanto le miré a los ojos supe que eso no iba a ocurrir.
Fue una decepción. Una decepción tan total y absoluta que me dejé caer sobre la pared.
—Dejemos las cosas claras —me dijo. Respiró hondo, se pellizcó la nariz y se giró un momento, de modo que quedó de cara a la cama de matrimonio. Cuando se volvió para mirarme, estaba muy tenso—. Estoy emperrado en protegerte, ¿sabes? Sí, sería capaz de hacer picadillo a cualquiera para defenderte. Pero ¿de verdad crees que lo hago porque me das pena? Joder, no. Te deseo más que a nada en el mundo.
—Soy un puto desastre, Cooper —repliqué.
Se dio cuenta de que se me había entrecortado la voz, se me acercó y me obligó a alzar la mirada hasta que nuestros ojos quedaron al mismo nivel.
—En esta vida, todo tiene solución.
Me cogió de ambas manos y me guio a través de la habitación. Tras sentarse en el borde de la cama, me atrajo hacia sí de modo que quedé montada a horcajadas sobre él. Seguíamos mojados de haber estado en el agua, y empapamos la colcha que teníamos debajo.
—Y me siento insegura —susurré. Él me acarició el perfil de la cara con la punta del índice, trazando la curva de mi mejilla.
Me masajeó la parte posterior de la oreja y recorrió con las yemas de los dedos mi tatuaje, logrando así que la piel de esa zona (y la cicatriz de mi abdomen) ardieran por culpa de las llamas de los recuerdos.
—También lo arreglaremos.
—Y soy muy egoísta —dije al fin.
—Por Dios, Wills, yo también.
La fiesta transcurrió sin sobresaltos. Cada vez que mis ojos se cruzaban con los de Cooper, algo que sucedió más de lo debido, él sonreía con ese hoyuelo tan marcado que hacía que me temblaran las piernas y el corazón me diera un vuelco.
Más tarde, esa misma noche, después de que hubiera regresado a la casa que tenía alquilada y me tumbara a solas en la oscuridad a contemplar cómo la luz de la luna se filtraba parcialmente por la persiana entreabierta, mientras escuchaba a Ellie Goulding en mi portátil, decidí que no iba a pensar en qué podría pasar cuando acabara el verano, cuando terminara esa película.
Solo quería vivir el presente con Cooper.
A la mañana siguiente, me fui a trabajar dando vueltas a esa idea en la cabeza cuando Miller me llevó en coche al lugar del rodaje. Nada más llegar, me sentí como si volviera a sumergirme lentamente en mi antigua vida. La vida de alguien que ya no podía ser.
Intenté deshacerme lo mejor que pude del pánico que lentamente se iba apoderando de mí.
—Puedo hacerlo —susurraba una y otra vez, mientras la maquilladora me arreglaba.
—Hazme el favor de no mover los labios, ¿vale, cariño? —me pidió ella, a la vez que soplaba un poco para apartarse del ojo un mechón rebelde de su pelo rubio cortado de manera asimétrica, lo cual me recordó que iba a oír cosas como esa muy a menudo durante los próximos dos meses e hizo que me quedara totalmente quieta.
Me pasé toda la hora siguiente en peluquería y maquillaje, donde me pintaron la cara como una puerta para que tuviera un aspecto natural ante la cámara. Luego, me pasé otra hora discutiendo con la diseñadora de vestuario porque ella quería que me pusiera un bikini que dejaba muy poco a la imaginación y yo me negaba. En cuanto salí de mi tráiler vestida con lo que por fin habíamos acordado (unos diminutos bermudas con un estampado de flores de hibisco y un camiseta de neopreno de Quicksilver de cuello alto), sentí una tremenda opresión en el pecho. Justin, el coprotagonista, logró que esa sensación empeorara cuando me topé con él junto a la mesa de los tentempiés.
Arrojó una manzana al aire y, a continuación, le dio un mordisco. Alcé la vista y suspiré.
—Salimos hoy en la página de entretenimiento de Yahoo! —me comentó.
—Deja que lo adivine…: nos consideran una gran elección de reparto —aventuré, a la vez que cogía un botellín de agua y un donut. Él se echó a reír.
—Casi. La pareja del año.
Puse cara de asco.
—Más bien deberían considerarnos la Bella y la Bestia —repliqué, y antes de que él pudiera decir nada, añadí con un tono muy dulce—: Porque bestia eres un rato, la verdad.
Se rascó la punta de esa nariz ligeramente pecosa y ladeó la cabeza mientras me escrutaba con los ojos entornados.
—Maldita sea, no tengo ninguna oportunidad, ¿eh?
—Ni una.
Suspiró y, luego, se encogió de hombros.
—No me eches en cara que lo haya intentado. Siempre hay alguna chica que me sigue la…
Pero ya no le estaba haciendo caso, porque había centrado toda mi atención en Dickson, quien, tras aproximarse a la mesa de los tentempiés, dio una palmada y sonrió de oreja a oreja.
—¿Listos para recrear algo mágico?
Casi había olvidado que él había trabajado como encargado de producción en la cinta original. Sacudí la cabeza de arriba abajo, para deshacerme de ese temor al fracaso que hacía que me diera vueltas el estómago. Mi melena, que habían peinado para que tuviera un aspecto descuidado, se agitó bajo la brisa agobiante de última hora de la mañana.
—Yo estoy lista si ya lo está Justin.
—Entonces, comencemos a rodar una película —dijo Dickson de manera muy animada. Al parecer, no se había percatado de que se me había entrecortado la voz y, si lo había hecho, prefirió no comentar nada al respecto.
Me pasé toda la mañana rodando una escena de amor con Justin en la playa. Sus besos y caricias no me hicieron sentir nada, y tampoco me hizo ninguna gracia que su larga melena me arañara la cara. Me di cuenta de que estaba más concentrada en no acabar medio ciega por culpa de las cámaras (que, gracias a Dios, solo eran del estudio), cuyos flashes centelleaban delante de mi cara para poder sacar fotos promocionales.
A Justin, en cambio, todo eso le encantaba, sobre todo cuando tuve que tumbarme boca arriba sobre una tabla de surf para acabar esa escena en la que nos enrollábamos. Cuando me obligó a alzar los brazos por encima de mi cabeza, supuse que iba a hacerme algún comentario tocapelotas, pero se limitó a recitar su diálogo.
—No puedo vivir sin ti, Alyssa —susurró, con sus ojos color avellana embargados por la emoción de la escena. Después, se abalanzó sobre mí para besarme de un modo muy profesional, y yo hice todo lo que pude para reaccionar como era debido, para actuar sin hacer caso a esas cámaras gigantescas que nos estaban grabando desde todos los ángulos.
Un momento después concluyó la escena y Justin se apartó de encima de mí. Me guiñó un ojo y desapareció en busca de una de las extras con la que había estado hablando antes.
Cuando el equipo hizo un descanso para almorzar, Miller me acompañó hasta el tráiler. Echó un vistazo al interior primero y, a continuación, asintió, para indicarme que podía entrar.
—Tengo que responder a una llamada importante —me explicó, alzando el móvil—. Si me necesitas, estaré ahí fuera.
—Vale, yo te aviso —repliqué, cerrando la puerta. Justo cuando estaba bostezando por el cansancio, oí la voz de alguien que hablaba con un peculiar acento australiano.
—Me da que Miller no ha mirado muy bien. —Di un grito ahogado al notar cómo Cooper me tapaba los ojos con las manos. Automáticamente me pegué a su cuerpo y temblé al sentir su cálido aliento sobre mi oído—. Primero enciendo ilegalmente unas hogueras y ahora allano el tráiler de mi chica. Soy tan malo… —añadió burlonamente.
Su chica.
Yo era su chica.
Me pasé la lengua por los labios, que se habían secado al oír esas palabras.
—Me dijiste que tenías que dar una clase —susurré de manera ronca, mientras me volvía lentamente hacia él—. Al menos, eso es lo que te entendí esta mañana.
Dios, estaba tan guapo con el pelo todo enmarañado y la cara un poco roja de haber estado surfeando que solo deseaba…
—Estoy aquí por lo que ha pasado esta mañana —afirmó con gesto tenso.
Se había presentado en mi puerta a las cuatro de la madrugada, me había atraído hacia sí sin mediar palabra y me había cogido en volandas para llevarme al fondo de la casa. Me había practicado sexo oral durante diez minutos agónicos, retirándose cada vez que estaba a punto de alcanzar el clímax.
«Por favor», había logrado jadear al fin, a la vez que me incorporaba con gran esfuerzo, apoyándome sobre los codos, para clavar mis ojos en su excitada mirada. Entonces, me había pellizcado la parte interior del muslo, mientras sacudía la cabeza, y yo había gruñido. «¡Por favor!», había repetido una vez más, solo para que él sacudiera la cabeza de nuevo. Entonces, le había revuelto su pelo rubio y había tirado de él. «Cooper…».
Un momento más tarde, se había encaramado sobre mí y había atrapado mi lengua en el interior de su boca, al mismo tiempo que utilizaba los dedos para que acabara de correrme. Sin embargo, cuando intenté bajarle el bañador que llevaba puesto, me lo impidió sujetando mis manos contra su cintura.
«Quiero que me debas una», me había contestado antes de besarme por última vez y hacerme sentirme tan mareada que fui incapaz de volverme a dormir.
De repente, negué con la cabeza de manera reticente para poder volver a centrarme en el presente, donde ahora me tenía encajada entre la mininevera y la mesita de la pequeña cocina.
—¿Has entrado a la fuerza en mi tráiler para cobrarte esa deuda? —pregunté con una voz muy aguda y, al instante, me cogió de la mano y se la acercó hasta sus pantalones cortos de camuflaje. Entonces, apreté con tanta fuerza que logré que se estremeciera.
Gimió junto a mi garganta.
—Me he colado en tu tráiler porque quería estar contigo.
Retrocedí un par de pasos, hasta que la parte posterior de mis muslos quedó pegada a la encimera de la mesa. Alcé la vista y miré directamente a esos ojos azules.
—Esta noche, tenemos clase de surf —susurré. Él sonrió y metió las manos bajo mi camiseta de Quicksilver para tirar de ella hacia arriba.
Aunque se me estaba yendo la cabeza, logré mantenerme lo bastante entera como para poder agarrarlo de ambas manos, para que las tuviera quietas y apartadas.
—No puedo —dije. Todavía no estaba preparada para que me viera completamente desnuda con las luces encendidas, si es que alguna vez llegaba a estarlo.
—Wills…
De improviso, la puerta del tráiler tembló y él se apartó de mí, con un gruñido de protesta. Me puse bien la ropa y pasé junto a él, rozándole con el culo la entrepierna, y entreabrí la puerta lo justo para poder ver quién estaba ahí. Uno de los ayudantes de rodaje se encontraba en el escalón inferior, sonriéndome de oreja a oreja.
—Estamos esperándola, señorita Avery —me informó.
El hecho de que el musculoso Miller estuviera cruzado de brazos y con cara de mala bestia a menos de medio metro de distancia de él no parecía intimidar a aquel tipo lo más mínimo.
—Dame un segundo —contesté, cerrando la puerta al mismo tiempo que él abría la boca para añadir algo. Me giré hacia Cooper, que intentaba disimular una sonrisa—. ¿Qué? —pregunté entre dientes.
—Te ha llamado señorita Avery.
—Tengo que trabajar.
Se quedó mirándome fijamente durante un largo rato y, acto seguido, clavó la mirada en el suelo enmoquetado.
—Es que verte así…
Le tapé la boca antes de que pudiera decir algo que me habría alterado aún más de lo que ya estaba. Con mucha delicadeza, arrastró los dientes por encima de mi labio inferior y, a continuación, se separó de mí de mala gana. Negó con la cabeza a la vez que respiraba agitadamente.
—Nunca una mujer me había vuelto tan loco, preciosa.
No le dije que eso me alegraba.
Que quería ser la única chica que ocupara sus pensamientos.