Capítulo 13

No podía recordar cuándo había sido la última vez que me había despertado junto a alguien sin que los detalles de la noche anterior no fueran una puta neblina borrosa o un vacío absoluto. Pero en cuanto me despertó la luz del sol, que se filtró de manera vacilante a través de la ventana del dormitorio de Cooper, pude notar que tenía su cuerpo pegado por entero al mío y todas las caricias, sabores y sonidos de la noche anterior volvieron a mi memoria de repente.

Así que decidí considerar esa mañana de domingo, en la que me hallaba en la cama de Cooper (en la que me hallaba entre sus brazos, mientras recorría cuidadosamente con la yema de los dedos las letras de su tatuaje), como la primera vez que estaba totalmente despierta después de lo que me había ocurrido con Tyler hace años.

«Y un sueño dulce y tranquilo cuando haya concluido la ardua tarea».

Cooper no abrió los ojos hasta que mis manos abandonaron su pecho para desplazarse hacia su hombro, donde me detuvo antes de que pudiera palparle con los dedos la cicatriz de la espalda. Me miró fijamente un largo rato y entonces murmuré lo mismo que él me había dicho en su jeep cuando habíamos estado hablando sobre Tyler:

—Alguien te hizo daño en su día.

Bajó su mirada hasta mi boca y se llevó mis dedos a los labios.

—Solo fue un accidente que sufrí de crío —afirmó.

—¿En Australia? —pregunté. Alzó un poco la barbilla y me rozó el pulgar levemente con los dientes, antes de chuparlo—. Me estás mintiendo.

De un modo reticente, se sacó el pulgar de la boca y se pasó la punta por el labio inferior, humedeciéndolo. Fue un gesto tan sensual que me quedé sin respiración.

—¿Por qué piensas eso? —inquirió.

—Por tu mirada.

Se aclaró la garganta.

—¿Qué le pasa?

—Que no me miras a los ojos.

Eso hizo que alzara la vista. Gruñó y se pasó las manos por el pelo.

—¿De verdad quieres saberlo? —replicó disgustado y yo asentí ligeramente a modo de respuesta. Él se enderezó al instante y apoyó la espalda sobre la cabecera de la cama mientras se pellizcaba la nariz—. Vale.

Esa última frase estaba teñida de tanta emoción que titubeé de inmediato. Joder, me había pasado. Me giré para tumbarme boca abajo y me apoyé sobre los codos para incorporarme un poco.

—Cooper, no me lo tienes que contar si no quieres —susurré. Me estremecí al ver que extendía el brazo para acariciarme la cara—. No tienes que…

—Chist, Wills —murmuró, a la vez que se inclinaba para besarme dulcemente en la sien. Después, se apartó y pude ver que sonreía—. Tenía diez años. Mi padre me pegó con una caña de pescar.

—Me da que me estás tomando el pelo, así que…

Pero entonces pude ver más allá de ese hoyuelo y esa amplia sonrisa, más allá de la expresión relajada dibujada en su rostro, y lo que vi en sus ojos hizo que me diera un vuelco el corazón. Tenía la mirada vacía.

No estaba de coña.

A pesar de que tragué saliva con dificultad y aparté la mirada, él me obligó a alzar la barbilla rápidamente, de modo que tuve que mirarlo a la cara.

—No te lo he contado para que sientas lástima de mí. Es solo algo que pasó. Mi padre me odiaba…, no me quería. —La forma en que dijo esas palabras (con el mismo tono que empleaba cuando hablábamos sobre si íbamos a hacer surf normal o paddle surf) me revolvió el estómago. Entonces, lancé un grito ahogado un tanto gutural—. Ya estás otra vez sintiéndote mal por mí —masculló.

—¿Cómo coño esperas que me sienta después de que me hayas contado que tu padre te pegó con una caña de pescar?

Entornó los ojos.

—Hay gente que ha tenido una infancia mucho más jodida que la mía. Mi madre me quería. Su amor era lo único que necesitaba… Joder, es lo único que sigo necesitando.

Pero su madre había fallecido. Me lo había contado en otra ocasión.

—Lo siento, Cooper. Lo siento mucho.

Se deslizó por la cama y se montó a horcajadas sobre mí, de modo que pude notar su erección sobre mi trasero. Murmuró algo acerca de que era un fastidio que estuviera tapada con la sábana y, acto seguido, me besó justo entre ambos omoplatos.

—Tienes la más sensual… —empezó a decir Cooper, pero entonces se calló. Me apartó el pelo del hombro izquierdo con suma delicadeza. A continuación, con mucho cuidado, para no apoyar todo su peso sobre mí, se agachó para examinarme—. Es sorprendente lo que uno descubre cuando están las luces encendidas —añadió en voz baja, para después recorrer con la punta de la lengua el pequeño tatuaje que se extendía sobre la suave piel situada tras mi oreja izquierda.

Temblé, apreté los puños y me agarré a las sábanas con fuerza.

—«Cinco, nueve, diez» —susurró—. ¿Qué quieren decir estos números?

Giré la cabeza para poder mirar hacia atrás y clavar mis ojos en los suyos.

—Es la fecha en la que perdí a alguien que quería.

Me sorprendió ser tan sincera con él.

Me había hecho ese tatuaje estando colocada y mi madre había flipado con él.

«Dos cosas a la vez no puede ser, Willow. Si quieres guardar un secreto, no puedes hacerte un puñetero tatuaje carcelario con la fecha de su nacimiento», me había echado en cara en su día.

«No es un tatuaje carcelario», había replicado yo. «Además, nadie sabe qué significa».

«Nos hemos tomado muchas molestias para asegurarnos de que esto no se sepa», me había dicho, haciéndome recordar cómo mis padres me habían enviado muy lejos de Los Ángeles, a un lugar perdido de Oregón, a vivir con la madrastra de mi madre durante varios meses. «Así que sé un poco más agradecida».

«¿Agradecida? Me dejaste firmar un puto acuerdo de mierda y luego ya no sé qué pasó».

Después de esa discusión, estuve sin hablar con ella casi un mes. Durante casi todos esos treinta días, estuve intentando olvidar que me había hecho ese tatuaje.

Cooper me sacó de esos recuerdos amargos.

—¿En qué estás pensando?

Me encogí de hombros.

—En nada.

—Me vas a rasgar las sábanas —observó Cooper con voz serena, apartando primero la boca y luego las manos de mi piel. Entonces, me di cuenta de que estaba agarrando una sábana con mucha fuerza y la solté—. No quiero obligarte a hablar de cosas que no quieres, Wills. No quiero forzarte a hacer nada. Pero, aun a riesgo de parecer una nenaza, estoy dispuesto a escuchar todo lo que salga por esa boca.

Enterré la cara entre las sábanas y asentí. Un momento después, alcé la cabeza y una tenue sonrisa me curvó las comisuras de los labios.

—Estas sábanas tuyas huelen a ese champú de chica que usas.

—Eres una listilla —replicó, mientras me obligaba a darme la vuelta. Nuestras lenguas y labios se entrelazaron y, de nuevo, esa extraña sensación tan familiar se adueñó de mi vientre y se extendió hasta mi entrepierna. Quería perderme en él una vez más.

Y más.

Nos quedamos en la cama hasta que ya no pude ignorar más el zumbido de mi móvil, que estaba vibrando dentro de mi bolso. Tenía un par de llamadas perdidas de Kevin y también un mensaje muy reciente de Jessica.

10:39: Tengo que contarte lo que hice anoche, ¿estás muy liada?

Cooper se levantó de la cama, miró hacia atrás y me obsequió fugazmente con una sonrisa capaz de hacer que me temblaran las rodillas, a la vez que entraba desnudo en el enorme baño principal y desaparecía de mi vista. Un instante después, oí el murmullo del agua que recorría las tuberías. Suspiré y me hice un ovillo envuelta en la sábana. Después, respondí al SMS de Jessica mientras esperaba a que me tocara ducharme.

10:40: Luego te llamo, ¿vale?

Al ver que me contestaba con un emoticono que me guiñaba un ojo, alcé la vista al techo y sacudí la cabeza.

Media hora después, tras habernos duchado los dos, Cooper se ofreció a prepararme el desayuno.

—No soy un cocinero muy bueno —me explicó, a la vez que se disponía a darse un festín de strudel y fruta fresca—. Y, seguramente, Eric se va a mosquear conmigo por comerme el strudel de fresa que tenía escondido.

Tiró la caja vacía a la basura y me pasó mi plato.

—Yo me alimento básicamente a base de gofres ecológicos y pollo y pescado a la plancha, así que para mí esto es un puñetero banquete. —Me senté frente a él y me sonrió—. Por cierto, ¿dónde está Eric?

Como la tranquilidad había reinado en la casa durante toda la mañana, casi me esperaba que Eric apareciera, de repente, por cualquier esquina, con una videocámara en mano.

Me estremecí de solo pensarlo.

Cooper dio un sorbo a su zumo de naranja.

—Está con Paige, en su apartamento. Quería, hum, dejarme la casa para mí este fin de semana.

Por suerte, mi móvil sonó en ese preciso instante y nos interrumpió antes de que pudiera empezar a mosquearme por las implicaciones que podían tener esas palabras que Cooper acababa de pronunciar. Cogí el móvil y clavé los ojos en la pantalla. Gruñí al ver que era un SMS de Kevin, en el que me pedía que lo llamara cuanto antes para perfilar los detalles de mañana. Le respondí que estaba haciendo ejercicio y que lo llamaría en cuanto hubiera acabado.

Lo cual no era mentira del todo.

Cooper y yo terminamos rápidamente de desayunar y, aunque lo que quería era volver a meterme en su cama, le pedí que me llevara a la casa que tenía alquilada. Nada más llegar ahí, en cuanto me bajé del jeep, me vino una idea a la cabeza y no pude evitar preguntarle:

—¿Cooper?

—¿Hum?

—¿Por qué te pegó tu padre?

Apoyó la cabeza sobre el reposacabezas y me lanzó una mirada muy dura.

—Porque mamá me quería a mí y a todo lo que yo representaba más que a él. —No sabía qué quería decirme con eso y, además, optó por no explayarse más—. Willow, mañana, cuando tú vuelvas a ser la de siempre, ¿volveré yo a ser solo un surfista cutre de Hawái?

Aunque era un comentario irónico, hizo esa pregunta con un tono tan serio que se me hizo un nudo en la garganta. Me volví a sentar en el asiento del copiloto y clavé la mirada en el frente, hasta que el sol transformó a los chavales que jugaban a baloncesto al final de la calle en un borrón difuso. Después de lo de la noche anterior, no, no me podía imaginar a Cooper siendo cualquier cosa.

Ni después de lo de esta mañana.

—No se me dan nada bien las relaciones sentimentales —contesté y pude oír que contenía la respiración—. Y, por lo que me has contado, a ti tampoco. Pero eso no impide que cada vez te desee más.

Se acercó aún más, a pesar de que la guantera central se interponía entre nosotros, y me acarició la mejilla. Sentí un cosquilleo en todos los nervios de mi ser cuando sus ojos azules se clavaron en los míos. Dios, ¿cuándo había empezado a pasarme esto?

¿Cuándo había empezado a desearlo tanto?

¿Cuándo había empezado a importarme que él también me deseara?

Entonces, hablé con un tono muy serio.

—Sé que…, que odias Hollywood. Si hiciéramos público lo nuestro, te destrozarían, así que…

Él negó con la cabeza, a la vez que desplazaba una mano de mi mandíbula a mi barbilla.

—No pienso esconderme. No tengo miedo a ningún gilipollas armado con una cámara.

—No sabes lo que dices.

Inclinó la cabeza hacia un lado y frunció los labios.

—Podré con todo lo que me echen encima. Eres tú quien me preocupa.

—A mí tampoco me preocupan ya esas cosas —repliqué.

Mentirosa.

Si no te preocupan, ¿por qué has sido incapaz de buscar en Google tu nombre desde que llegaste a Hawái?

Respiré hondo para recobrar la compostura.

—Bueno, ya veremos qué pasa durante la primera semana de rodaje, ¿vale? —Alcé un brazo y le acaricié la cara con el dorso de la mano—. Disfrutemos del momento, ¿eh?

Por un instante, me dio la impresión de que Cooper estaba a punto de iniciar una discusión, de que iba a reírse de mí y mandarme a la mierda, pero se limitó a asentir lentamente.

Me volvió a besar y, acto seguido, me acompañó hasta la puerta de la entrada. Mientras lo observaba marchar, me di cuenta que era la primera vez en toda mi vida adulta que tenía una relación normal.

Cuando por fin logré contactar con Kevin a media tarde, me enteré de que esperaban que acudiera a una conferencia de prensa a la mañana siguiente en la que estarían presentes los miembros clave del reparto. Era la segunda vez en toda mi carrera que no conocía a ninguna de las personas con las que iba a trabajar. Normalmente, a estas alturas, solía estar harta del resto del elenco tras haber hecho múltiples audiciones para ver si había química entre nosotros y habernos reunido y saludado miles de veces.

Por lo visto, James Dickson confiaba la hostia en mí.

Mi madre me llamó poco después de que yo hubiera hablado con Kevin. Cuando respondí, estaba repasando el guion, con la película original puesta de fondo como fuente de inspiración.

—¿Has leído hoy «Leah y sus cotilleos sobre Hollywood»? —me preguntó embargada de emoción al referirse a ese infame blog sobre famosos que tanto me odiaba.

Miré al techo y suspiré.

—Me alegro de oírte, mamá.

—Me parece que no has echado un vistazo a ese blog.

Pude imaginarme su cara de decepción solo por el modo en que el entusiasmo había desaparecido de su tono de voz.

—No tengo por costumbre leer artículos en los que se burlan de mí.

No obstante, por alguna extraña razón, ya había cogido mi MacBook de la mesita baja y estaba intentando dar con esa página web a la que se refería. En cuanto se cargó, me vi a mí misma junto a Tyler en el estreno de En la oscuridad de hace casi cuatro años. Ahí tenía el mismo pelo castaño oscuro, los mismos ojos verdes y los mismos morritos de siempre, pero se me veía tan animada, tan enamorada del chico que se encontraba a mi derecha, que me dio un vuelco el corazón.

Avery surfea interpretando un antiguo papel de Hilary Norton

Justo debajo del titular, había un fotograma de la preciosa actriz que había protagonizado Mareas a finales de los ochenta, en el que se la veía sonreír ampliamente a la cámara, al mismo tiempo que sostenía una tabla de surf marrón en las manos y su melena rubia se agitaba al viento a la altura de los hombros.

Eché un vistazo a la página mientras mi madre seguía parloteando y me contaba que estaba muy emocionada con la película. Algunas palabras de ese post me llamaron la atención, como «rehabilitación» y «demanda», y, por supuesto, vi que hacían algunas comparaciones entre Hilary y yo.

Sobredosis.

El artículo terminaba con lo que mi madre consideraba una nota positiva; la autora del artículo comentaba que tenía muchísimas ganas de ver la película, ya que era una gran fan de la original. Después, añadía que rogaba a todos los seres divinos que existen que Avery no «fastidiara» ese clásico del cine.

—Genial —dije, al mismo tiempo que cerraba el MacBook antes de que la curiosidad me venciera y me diera por bajar más para ojear los comentarios, que nunca solían ser muy amables; además, lo último que quería era que me afectaran y me jorobaran el subidón que tenía tras haber estado con Cooper.

—La gente vuelve a hablar bien de ti —afirmó mi madre.

—Ya. Supongo que sí —repliqué. Entonces, alguien llamó a la puerta de la entrada. Alcé la vista y comprobé que Miller se encontraba al otro lado de la mosquitera de la puerta. Le indiqué con una seña que entrara y me llevé el índice a los labios para pedirle que no hablara—. Oye, mamá, discúlpame, pero acaba de presentarse alguien de vestuario y…

Mi madre dio un grito ahogado.

—¿Ahora te los mandan a casa?

—Eso es lo que pasa cuando una está acabada —respondí sarcásticamente.

—No seas ridícula, solo tienes diecinueve años.

—Cumpliré veinte dentro de dos semanas —señalé. Como no estaba segura de si mi madre se iba a acordar de mi cumpleaños, pensé que quizá ese comentario le vendría bien para refrescarle la memoria. Unos segundos después, nada más colgar, me aparté la melena de la cara y esbocé una sonrisa para pedirle disculpas a Miller—. Lo siento. Mi madre es…

Se rascó el cráneo casi rapado y se rio entre dientes.

—No hace falta que me lo digas, yo también tengo madre. —Nos quedamos ahí sentados cerca de un minuto, en medio de un silencio incómodo, y entonces Miller añadió—: ¿Preparada para marchar?

—¿Qué?

Arrugó el ceño por un momento, echó una ojeada a la pantalla de su móvil y, a continuación, respondió:

—Me comentaste que esta tarde te tocaba ir al albergue, ¿no?

Joder.

Pues claro que le había comentado eso mismo ayer por la tarde, justo antes de haber cambiado de opinión sobre si debía ir o no a la fiesta de Cooper.

—Hoy tengo la cabeza hecha una mierda —me excusé.

Se ruborizó y miró al suelo. Y entonces gruñí, porque era consciente de que él sabía perfectamente dónde había estado la noche anterior.

—Me quiero morir —murmuré y, al instante, me metí en el dormitorio para ponerme algún que otro trapo viejo.

Si bien Miller se portó como un caballero al no referirse para nada a Cooper, en cuanto llegamos al albergue respiró hondo.

—Ya sé que solo soy el tipo que han contratado para que cuide de ti…

Alcé la vista y resoplé.

—Como te vuelvas a poner en plan «hago mi curro de puta pena», te mato.

Se echó a reír.

—Oh, no te preocupes; siempre que estoy contigo, me mantengo muy alerta. —Al ver que yo elevaba una ceja, agregó—: Me gustaría pensar que no vas a necesitarme, pero la gente está… muy loca.

Me llevé las manos a la cara.

—No me lo recuerdes.

—Lo que quería decir es que debes tener cuidado —dijo Miller, volviendo a encauzar así la conversación—. Ya te he comentado en alguna otra ocasión que me recuerdas a mi hermana pequeña y no me gustaría que te hicieran daño.

Me costó un segundo darme cuenta de que no se refería a los paparazzi ni a que en el plató pudieran darme un golpe en la cara con una tabla de surf. Se estaba refiriendo descaradamente a lo mío con Cooper. Fuera lo que fuese lo que hubiera entre nosotros. Retiré las manos de la cara y me eché hacia atrás el pelo.

¿Cómo podía responder a lo que me acababa de decir?

Por un lado, habían contratado a Miller para que trabajara para mí. Si mi antiguo guardaespaldas me hubiera advertido de que no me convenía algún tipo con el que me estaba acostando, me habría mosqueado y lo habría despedido al instante. Pero, por otro lado, Miller no era mi antiguo guardaespaldas, sino el tipo que me había llevado al parque de atracciones más cutre que jamás había visto cuando me había sentido muy sola, que se había sentado conmigo después de que hubiera sufrido una pesadilla.

Así que le dije lo que le habría dicho a cualquier amigo si me hubiera dado un consejo bienintencionado.

—Gracias por la advertencia, Miller.

—Ahora me vas a despedir, ¿verdad?

Negué con la cabeza y bajé del coche. Me volví para mirarlo mientras me apoyaba en el borde de la puerta y el techo del coche.

—No. Me estoy aguantando las ganas que tengo de abrazarte por preocuparte tanto de mí.

Tantas emociones en un solo día iban a acabar conmigo.