En las dos semanas que Cooper llevaba dándome clases de surf, no había visto ni una sola vez el interior de su dormitorio o de ninguna otra zona de su casa que no fuera el cuartito que hacía las veces de lavadero, el baño, la cocina y la tienda. Hasta esa noche no.
Para cuando regresamos a la playa, la fiesta ya había acabado y todo el mundo se había ido por su lado. Tenía la sensación de que Paige había tenido algo que ver con eso, pero no comenté nada mientras Cooper me llevaba hasta el interior de la casa por la puerta de la plataforma, la cual cerró después a nuestras espaldas.
Tiró con mucha delicadeza de mis dedos mientras caminaba hacia atrás y me arrastraba hasta la escalera. Entonces, me soltó la mano y me hizo una seña para indicarme que subiera yo primero. Avancé lentamente y noté que el corazón se me aceleraba a cada paso que daba.
—Estás muy callada, Wills —observó.
—Creía que te gustaba que estuviera callada —repliqué bromeando, con una gran sonrisa. Me hizo girar para mirarle de frente y me pasó la punta de la lengua por el labio inferior. Mientras subíamos los seis últimos peldaños, me llevé la mano rápidamente a ese punto para acariciármelo.
—No quiero que estés callada esta noche —afirmó.
En cuanto Cooper cerró la puerta del dormitorio, me alzó y me agarró de los muslos por encima de mi vestido blanco. Me aferré a él, cruzando ambas piernas sobre su espalda y rodeándole los hombros con los brazos.
—¿Quieres oír una cosa, Wills? —me preguntó en voz baja, con un tono susurrante y sensual, con su peculiar acento marcando cada palabra.
—No —contesté con total sinceridad. Solo quería que me besara hasta que no pudiera pensar en nada más.
Me clavó fuertemente contra la pared, y el tocador, que se encontraba a solo unos centímetros, tembló, de modo que las cosas que había desperdigadas sobre él se agitaron.
—Quería hacer esto desde la primera noche.
—¿Cuando volviste aquí todo empalmado? —pregunté casi sin aliento.
Cogió una de mis manos, que rodeaban su cuello, sonrió de oreja a oreja cuando apreté con más fuerza las piernas en torno a su cuerpo y me besó en la parte interior de la muñeca.
—Antes aún.
Gemí cuando recorrió con la mano la banda elástica de mis braguitas.
—Esa fue nuestra primera noche —señalé, mientras intentaba acallar los gritos con los que mi mente me estaba advirtiendo de que esa noche había tenido lugar hacía solo doce días. La gente suele follar mucho antes.
Sí, así es. Así que vete a tomar por culo, conciencia.
—No, desde el día que nos conocimos —replicó.
—¿En aquella comida? —inquirí con una voz muy aguda, y él asintió lentamente. Acabó con mi grito ahogado de sorpresa al acariciar mis labios con los suyos, al exigir que los abriera. Y eso fue lo que hice.
—Quiero estar dentro de ti, Willow. Quiero ver qué cara pones cuando esté dentro de ti, cuando suspires, cuando te corras delante de mí. Ah, y una cosa más, Willow.
Volvía a usar mi nombre completo.
—¿Sí? —dije.
Me soltó, me enderezó y apoyó ambas manos sobre mis hombros para sujetarme. Automáticamente, me acerqué a él, como atraída por un imán, pero negó con la cabeza para indicarme que me quedara quieta.
—Vas a decirme ahora mismo si estás segura de que quieres hacer esto o no —me exigió.
—Te deseo, Cooper. Mira, ya no sé qué más cojones quiero, solo sé que ahora mismo quiero que pase esto.
No hizo falta nada más. Me envolvió en sus brazos y me abrazó con fuerza mientras me llevaba a su enorme cama. Me sentó sobre el borde de la misma y yo me deslicé hacia atrás al instante, hasta que me encontré justo en medio de esa cama con las mantas alrededor de las caderas.
—Resultas tan dulce… —dijo. La forma en que se movió para colocarse encima de mí fue lo más sensual que había visto en toda mi vida. Di un grito ahogado cuando me colocó justo debajo de él y entonces me besó en los labios hasta que me dolieron—. Relájate.
—¿Qué vas a…?
—Tú… relájate, Wills.
Sus dedos escalaron mis piernas, por la parte interior de mis muslos, y me abrasaron la piel en su ascenso, hasta que se detuvo al llegar al centro de mi ser. En cuanto me acarició las bragas por fuera, jadeé y me enderecé súbitamente. Él me apretó un muslo con fuerza.
—Relájate. No te voy a hacer daño.
Físicamente, no, pero ¿emocionalmente?
Me dejé caer sobre las almohadas y cerré los ojos mientras me bajaba las bragas, estremeciéndome al notar cómo el aire fresco del ventilador del techo arremetía contra mi desnudez. Entonces, lanzó un gruñido gutural y yo noté que una de las comisuras de mis labios se arqueaba.
—Qué frío.
—Abre los ojos, Wills.
En cuanto abrí los párpados para poder mirarle a los ojos, metió la cabeza entre mis piernas para explorarme con su lengua.
—Mmmmm —gemí. Hice ademán de levantar los brazos, que se me habían enredado con la colcha, pero él me agarró de las muñecas.
—Estamos solos y necesito oírlo de tus labios —gruñó—. Déjate llevar, hazlo por mí, Willow, por favor.
Como tenía la sensación de que esas palabras se me iban a quedar grabadas para el resto de mi vida, con independencia de lo que sucediera esa noche, asentí.
—Vale.
Entonces, él volvió a agachar la cabeza, mientras yo, que tenía las piernas sobre sus hombros, acariciaba con la planta de los pies los duros contornos de su espalda de arriba abajo. En cuanto me puse muy tensa, él gruñó; en cuanto me relajé, suspiró; y cuando me volví a tensar y me quedé inerte bajo el cálido aliento de su boca, soltó un gemido bajo y sensual.
—¿Cooper?
—¿Sí?
Entonces, recorrió con los labios el centro de mi cuerpo, al mismo tiempo que me levantaba el vestido sin dejar de besarme.
—Sigue besándome —le pedí.
Cuando alcanzó mis labios, saboreé mis propios jugos mezclados con un leve toque de menta y me estremecí al incorporarme un poco para que él pudiera quitarme el vestido por la cabeza. Oí cómo la prenda caía junto a la cama. Me bajó el sujetador de encaje sin tirantes hasta la cintura y el frío aire del ventilador hizo que me estremeciera una vez más, pero entonces me tapó los pechos con su boca, dándome así calor y volviéndome loca.
—Cooper, por favor… —logré decir entre jadeos. Él gimió bajo mi húmeda piel. Se apartó de mí y de la cama, y yo me dejé caer sobre las suaves sábanas—. ¿Adónde vas? —murmuré.
—A dar la luz. Ya te he dicho que quería verlo todo.
Se me aceleró el corazón, pero no por la excitación, precisamente.
—¡No la enciendas! —susurré frenéticamente, poniéndome de rodillas, de manera que el colchón se hundió un poco. Él se dio la vuelta para mirarme y yo lo agarré de la muñeca—. Por favor…, nada de luces, ¿vale? —le rogué, sorprendida por la desesperación que teñía mi voz.
Se inclinó para besarme en ese punto tan sensible situado bajo mis pechos y me cogió de la mano, entrelazando sus dedos con los míos.
—Eres muy hermosa, Wills. Te deseo.
Se equivocaba.
No era hermosa.
Estaba herida.
Me sentía muy estúpida por haberme olvidado de ello.
—No puedo hacerlo con la luz encendida —susurré.
Me agarró fuertemente de las caderas y me obligó a tumbarme. Entonces, se arrodilló sobre mí y masculló sobre mi piel:
—¿Sabes lo que me estás haciendo sentir? ¿Desnuda y tan jodidamente tímida?
Fuera lo que fuese lo que sintiera, no era enfado. Por su tono de voz, quebrado, sensual y un tanto ronco, parecía más bien sorprendido.
No tuve el arrojo necesario para decirle que no siempre había sido tan tímida. Que si las cosas hubieran sido distintas, si mi cuerpo no estuviera marcado, probablemente habría sido yo la que habría saltado de la cama para dar todas las luces de la habitación.
Dibujó un sendero de besos por mi vientre; me besó con tanta suavidad que fue como si me estuviera haciendo cosquillas con unas plumas. Por puro acto reflejo, me tapé con un brazo el bajo vientre, a pesar de que ya tenía bajado hasta ahí el sujetador, que me tapaba esa horrenda cicatriz, ese recordatorio de lo que había ocurrido la última vez que había caído en desgracia. Entonces, me acarició la muñeca con los labios y me miró a los ojos.
Lancé un gemido, que era una mezcla de deseo y frustración.
¿Por qué tenía que ser esto tan complicado?
—Willow, ¿estás bien?
—Sé que te deseo —respondí con firmeza.
Esa contestación debió de ser más que suficiente para él, puesto que sacó un condón del cajón de la mesilla de noche. Ya se lo había puesto antes siquiera de tumbarse de nuevo sobre las almohadas. Me atrajo hacia él y jadeé cuando me sentó sobre su regazo, hundiéndose dentro de mi cuerpo. Con mucha delicadeza, me sujetó la cara con ambas manos y me acercó aún más hacia sí, hasta que nuestros pechos se juntaron, hasta que nuestras frentes se unieron.
—No te dejaré marchar, Wills —susurró, a la vez que me soltaba la cara para rodearme con sus brazos.
Creía que me iba a morir por culpa de cómo olía y cómo lo notaba dentro de mí, por culpa del compás de su respiración.
Al clavarle la punta de los dedos en los hombros, pude palpar su cicatriz y pude percibir los latidos de su corazón bajo los míos.
—Y yo no quiero que me dejes —jadeé.
Entonces, nos convertimos en un torbellino de piel y sudor, de bocas, lenguas y manos. De cuerpos y corazones palpitantes.
Después, nos quedamos abrazados fuertemente el uno al otro. Unos mechones de mi pelo se le quedaron pegados mientras me sujetaba de manera protectora con uno de sus brazos. Como él tenía los ojos cerrados, clavé la mirada en el ventilador del techo y observé cómo giraba. Intenté dilucidar si me sentía tan mareada por contemplar ese aparato o por culpa de Cooper. Nada más recuperar el aliento, dirigí de nuevo la vista hacia él y decidí que era culpa suya.
Sí, siempre había sido culpa suya.
Me aparté de él deslizándome, con intención de buscar mi ropa. Entonces, él se giró y me agarró de las caderas para detenerme. No obstante, me incorporé, respirando pesadamente, con la parte posterior de las piernas pegada al lateral de la cama mientras él me besaba a la altura de los riñones.
Mientras ascendía con su lengua por la curva que trazaba mi columna.
Luego, me apartó de la nuca unos mechones de pelo castaño, para poder tocarme ahí también.
—¿Adónde vas? —murmuró.
—A ponerme la ropa.
Me obligó a girarme para mirarle a la cara y buscó mi mirada en medio de la oscuridad.
—¿Para qué?
—Para que me lleves a casa.
—¿Quieres volver a casa?
—No, pero…
—Entonces, ¿qué problema hay? —preguntó con un tono de voz muy duro. Al ver que me estremecía, sus ojos azules se apiadaron de mí y me arrastró de nuevo consigo a la cama; primero doblé una rodilla, luego la otra, hasta que ambos nos encontramos arrodillados el uno frente al otro—. No soy de esa clase de tíos, Wills. Ahora, estamos saliendo.
No sabía qué quería decir con eso. No sabía qué significaba todo esto, pero en ese instante me oí a mí misma reír y preguntar con voz temblorosa:
—¿Quién ha dicho que estamos saliendo?
Nos dejamos caer violentamente sobre las almohadas mientras nos abrazábamos mutuamente y, entonces, él susurró bajo mi pelo:
—Tú misma, preciosa.