Una hora después de colgar, Paige apareció en su Dodge y tocó el claxon. Aunque había mirado cómo estaba una decena de veces como mínimo desde que me había vestido, volví a contemplarme una vez más antes de coger el bolso y el móvil y cerrar la puerta con llave al salir. Aunque ya le había enviado un SMS a Miller para decirle adónde iba esa noche, subí rápidamente por las escaleras exteriores que llevaban a su apartamento y le metí una nota por debajo de la puerta, por si acaso, antes de subirme al monovolumen de Paige.
Seguramente, Miller respondería a mi mensaje enseguida y me diría que se consideraba un guardaespaldas de mierda.
Paige se volvió hacia mí e hizo un mohín muy exagerado.
—Siento llegar tan tarde. Es que he tenido que llevar a unos amigos.
Moví la cabeza de un lado a otro.
—No pasa nada. —Cogí el cinturón de seguridad, me lo puse y continué hablando—. O sea, solo llevo vestida una hora y el aire acondicionado de la casa de tus padres es una mierda, pero qué se le va a hacer.
Me dio un golpecito suave con los nudillos en el hombro desnudo.
—Pero qué bocazas eres —dijo, y adoptó un gesto más animado mientras sonreía de oreja a oreja—. Me tocaba hacer de chófer, ya sabes cómo va eso.
Encogí los dedos de los pies.
—La verdad es que no. Perdí el carné tras estamparme contra un edificio por ir hasta las cejas de metadona.
El monovolumen pisó ligeramente la línea amarilla y Paige se estremeció. Vi que movía la boca para articular algo que parecía ser un «mierda». Me miró con gesto de arrepentimiento y dijo:
—Oh, Dios mío, Willow, no…
—Uf, como sigas disculpándote, te daré un puñetazo en las tetas —repliqué—. No estoy orgullosa de lo que pasó, ni de lo que hice, ni de mis cagadas, pero todo el mundo las conoce.
Aun así, tuve que respirar hondo para poder recobrar la compostura. Al decir esas palabras en voz alta, recordé que, en gran medida, mi vida era un libro abierto que todo el mundo podía hojear.
—Ya, pero no quería parecer tan…
—¿Qué? ¿Insensible? No te preocupes, estoy segura de que si buscas en Google mi nombre, aparecerán antes mis líos judiciales que cualquier cosa buena que haya hecho.
Todos salvo uno.
De inmediato, sacudí la cabeza porque no quería pensar en nada de eso esa noche. No estaba segura de si era jodidamente egoísta, pero necesitaba esa noche solo para mí.
—Oh, Willow…
Me giré en el asiento para poder mirarla con firmeza.
—Tranquila, no me ha molestado. Divirtámonos y celebremos la victoria de Cooper.
Preferí no comentarle que esa era la primera fiesta a la que iba desde hacía más de seis meses. Desde esa fiesta de la que había salido en camilla. Desde esa fiesta que había puesto punto final a mi último papel y, tiempo después, me había llevado a aterrizar en Honolulú.
Si bien Paige suspiró y asintió, no dejó de agarrar con fuerza el volante de cuero desgastado. Habíamos logrado que la atmósfera fuera tan irrespirable dentro del monovolumen que, para cuando aparcamos en un hueco que había en la entrada de la casa de Cooper, tuve la sensación de que iba a morirme si no lograba respirar pronto aire fresco. Salí dando tumbos del vehículo y a punto estuve de torcerme el tobillo. Respiré hondo. Me agaché y adopté una posición que habría hecho que los paparazzi perdieran el culo por sacar la foto: apoyé los antebrazos sobre las rodillas y conté lentamente hasta diez.
Un minuto después, oí cómo se cerraba la puerta del conductor. Me enderecé, me alisé el vestido y caminé con mucha seguridad hacia el parachoques delantero, sobre el cual estaba apoyada Paige, quien se estaba recogiendo su pelo negro en una coleta corta.
—Creo que voy demasiado arreglada —comenté secamente, mientras observaba que ella llevaba una camiseta verde muy sencilla y unos shorts vaqueros diminutos.
—Pues sí. —Entonces me sonrió, metió ambas manos en los bolsillos traseros y se echó hacia atrás para poder darme un buen repaso de arriba abajo—. Dios, parece que vas pidiendo guerra. Me apuesto mil pavos a que ese vestido acabará hecho polvo para cuando acabe esta noche —añadió.
Resoplé.
—No creo que pueda permitirme el lujo de apostar mil pavos —repliqué, aunque no pude evitar pensar en el adelanto que me habían ingresado en la cuenta, en ese dinero que todavía no había tocado.
Me guiñó un ojo.
—Yo tampoco.
Nos dejamos guiar por una canción de Ed Sheeran y unas carcajadas, y rodeamos la casa para llegar hasta el patio trasero. En cuanto tuve la playa a la vista, me sentí como si estuviera en el paraíso. Alguien había encendido unas hileras de farolillos, que pendían sobre la plataforma y proyectaban un fulgor tenue y multicolor sobre la arena. Un grupo reducido de gente estaba apiñado en torno a una hoguera, formando un círculo con unas sillas de playa. Mis ojos se posaron inmediatamente sobre Cooper. Iba descamisado (lo cual no era una novedad, precisamente) y estaba hablando con una rubia muy guapa en bikini que estaba haciendo ese tipo de gestos chorras con las manos que me sacan de quicio. Él se estaba riendo. Se me revolvió el estómago y, rápidamente, dejé de mirarlo y dirigí la vista hacia el mar.
Paige se colocó junto a mí y me puso un dedo bajo la barbilla para obligarme a cerrar los labios. Después, estiró los brazos, se los llevó a la espalda y entrelazó los dedos.
—Qué guapo, ¿eh?
Mis ojos volvieron a posarse sobre Cooper y esa otra chica.
—Siempre que lo veo pienso lo mismo.
—Me refería al océano de noche —replicó Paige—. Pero sí, es bastante mono si te gustan los rubios. A mí, cuanto más delgados y desaliñados, mejor.
Si entonces Cooper no hubiera alzado la vista y nuestras miradas no se hubieran cruzado, haciéndome sentirme como si fuera la única persona que había en esa playa, habría sido capaz de haber mantenido un tono de voz sereno. En vez de eso, dije entrecortadamente:
—Yo tampoco me refería a él.
Dios, ¿dónde se había metido Willow Avery, la actriz? ¿Dónde estaba esa chica a la que todo le importaba una mierda? Lo único que sabía es que, allá donde estuviera, se estaba riendo de mí.
—Eres una puñetera mentirosa —replicó Paige, sacudiendo la cabeza sin molestarse en disimular cuánto le divertía la situación.
Fingí que no veía cómo Cooper se excusaba ante la chica del bikini. Se acercó donde estábamos Paige y yo y, por un momento, fui incapaz de discernir la expresión de su rostro. Al ver que mantenía un gesto totalmente inexpresivo, me dio un vuelco el corazón. A lo mejor me había equivocado al venir.
Estaba invadiendo su intimidad.
Yo era su clienta.
Yo era…
Entonces, esbozó lentamente una desgarradora y amplia sonrisa que me impulsó a avanzar hacia él, a pesar de que me temblaban las piernas, hasta que nos encontramos a medio camino.
—Pero si es mi estrella de cine favorita —comentó a modo de broma.
—Pero si tú odias a la gente del cine —objeté con mucho tacto.
—No cuando se presentan en mi casa con un aspecto tan estupendo.
—Voy a buscar a mi novio —dijo Paige en voz alta, a la vez que nos dejaba atrás—. ¡Oh, no, Paige, no te vayas! —exclamó con voz chillona—. Nos encanta que seas nuestra puñetera carabina. —Miró hacia atrás y nos guiñó un ojo—. Hablando en serio, si me necesitáis, estaré con Eric, intentando que no sucumba a la tentación de subirse desnudo al barril.
Señaló con el dedo hacia un barril que se hallaba sobre la plataforma. Eric estaba sentado junto a él, con un par de vasos de cerveza en la mano, mientras hablaba con otro tío. Volví la vista hacia Paige y apreté con firmeza los labios.
—Como lo haga, me vuelvo andando a casa —prometí. En cuanto se encontró lo bastante lejos como para no oírnos, alcé la mirada hacia Cooper—. Siento haber interrumpido tu conversación con…
—Miranda.
Miranda. Ese era el nombre de la hermana de la agente Stewart. El nombre de su exnovia. Entonces, estiré el cuello para echar un vistazo por encima de su hombro, sin que me importara que alguien me viera o no hacerlo, y se echó a reír.
—¿Quién se iba a imaginar que un surfista de Hawái sería capaz de poner celosa a la mismísima Willow Avery? —En ese instante, se alejó de mí para volver con sus amigos—. Vamos, voy a presentarte a toda esta gente.
Le di alcance y me maldije a mí misma por llevar esas sandalias con suela de cuña.
—Este sitio es asombroso —comenté, mientras permanecíamos de pie junto a la hoguera, y añadí señalándola—: Y estoy bastante segura de que esto es ilegal.
Arqueó una ceja.
—¿Has estado estudiando la normativa local?
—En el guion, Alyssa… —le expliqué— se mete en un lío por hacer una hoguera.
—Eso no pasaba en la película original —objetó.
Sorprendida, alcé la cabeza bruscamente.
—¿Has visto Mareas? —En cuanto vi que elevaba levemente la barbilla, solté una pequeña carcajada—. Lo siento, es que no creía que fueras de esos que ven pelis románticas.
Cruzó los brazos sobre su musculoso pecho e hizo como si ese comentario le hubiera dolido.
—Wills, me subestimas totalmente —contestó, antes de abrirse paso entre un par de amigos suyos, que se volvieron y nos obsequiaron con una amplia sonrisa mientras él me indicaba con un gesto que me sentara en una silla de playa vacía. Luego, se sentó en la que estaba al lado de la mía, a la vez que cogía un vaso de plástico rojo que alguien le había ofrecido.
Un instante después, sus amigos se nos acercaron. Contuve la respiración mientras me presentaba como una de sus clientas. Aunque me esperaba que alguno de ellos soltara alguna broma sobre drogas o alguna pregunta sobre Hollywood, nadie lo hizo.
—¿Te ha contado Coop que hago de extra en tu película? —preguntó un chico pelirrojo llamado Knox que llevaba el pelo de punta cuando Cooper desapareció para rellenar su vaso de cerveza. Aparte de mí, nadie más se había dado cuenta de que había vertido el contenido del vaso (toda la cerveza, en realidad) sobre la arena unos minutos antes.
Negué con la cabeza.
—No, no me ha dicho nada.
Hasta esa noche, Cooper no me había hablado jamás de ningún otro amigo suyo aparte de Eric y Paige.
—También han intentado fichar a nuestro colega —comentó Knox, señalando con la cabeza hacia el otro lado, donde Cooper se estaba volviendo a sentar.
Centré mi atención en Cooper y le pregunté:
—¿Por qué les dijiste que no?
—Ya sabes lo que pienso sobre Hollywood, Wills —respondió.
Knox miró hacia el cielo y resopló. Acto seguido, cogió a una chica que pasaba por ahí y la sentó en su regazo para poder probar la bebida que ella llevaba.
—Tengo que ir al baño —le dije a Cooper a la vez que me levantaba, y él también se puso en pie. Lo miré de soslayo mientras entrábamos en la casa—. ¿Me vas a acompañar?
—¿Me estás invitando?
—Claro que no.
Como había alguien dentro del aseo situado al lado del cuartito que hacía las veces de lavadero, me quedé ahí de pie en silencio con Cooper. Mientras esperábamos, crucé las piernas con fuerza. Él se estaba mordisqueando la comisura del labio a la vez que hacía como que estaba examinando un tope de la puerta junto al rodapié, pero yo podía notar el calor de su mirada en el perfil de mi rostro. Justo cuando iba a hacer una broma al respecto, la puerta del baño se abrió. Estuve a punto de lanzar un gruñido al ver que era Miranda quien salía de ahí tambaleándose un poco. Por un instante, pareció sorprendida. Tras desplazar la mirada varias veces de mi cara a la de Cooper y viceversa, sonrió. Era una sonrisa sincera.
—Todo tuyo —dijo y, a continuación, desapareció por el pasillo de la plataforma.
Sinceramente, no estaba segura de si se refería al baño o al chico que estaba a mi lado, pero cuando estuvimos fuera de nuevo no la vi y me di cuenta de que ya debía de haberse marchado. Cooper me agarró de la muñeca justo cuando me estaba acercando a la hoguera y me sonrió ligeramente.
—Vayámonos.
—Vale.
Nos alejamos de la fiesta caminando muy juntos, separados solo unos centímetros, pero, en cuanto nos rozamos, él me cogió de la mano y nuestros dedos se entrelazaron. Un cosquilleo me recorrió a gran velocidad el brazo.
—Sé que debería haberlo dicho antes, pero… felicidades —le dije, a la vez que intentaba ignorar como podía esa opresión que sentía en el pecho, que hacía que me resultara muy difícil respirar.
—¿Por qué?
—Por esa competición que ganaste. Por eso se está celebrando esta fiesta, ¿no?
—Y yo que pensaba que me estabas felicitando por conseguir por fin a la chica que quiero —replicó y, al ver que yo tomaba aire con fuerza, agachó la cabeza y añadió—: No obstante, gracias.
El ruido de la fiesta se fue desvaneciendo poco a poco al mismo tiempo que nos alejábamos de la casa, de las luces, de sus amigos, de la posibilidad de dar la vuelta.
—Tienes invitados —dije al fin, al detenerme bajo una de las palmeras que abundaban en la playa.
—Es mi fiesta —señaló—; además, la gente ya se está yendo. Es muy probable que, antes de que volvamos, ya se hayan ido todos.
—La estás abandonando con el único propósito de romper esa norma que tienes sobre tus clientes —susurré.
Se quedó paralizado y mis labios se curvaron en una sonrisa de satisfacción. Ese surfista tan guay y tranquilo se había quedado tocado por algo que yo había dicho. Pero eso no duró demasiado. Me agarró aún más fuerte de la mano y acabó con la distancia que nos separaba, manteniendo en todo momento cada movimiento bajo control. Abrió los labios y supuse que iba a interrogarme como siempre, que me iba a preguntar si él era lo que yo realmente quería. Pero en vez de eso, me empujó contra la palmera y me obligó a alzar los brazos, de tal modo que me arañé las manos con su corteza.
Todo nuestro ser se entrelazó; nuestros cuerpos, labios y lenguas se enredaron. Él olía a coco y agua salada, y yo deseaba más que nada en el mundo que ese aroma impregnara mi propia piel. Apenas fui consciente cuando me arrastró consigo hasta el suelo y me hizo girar hasta colocarme encima de él.
Presionó con el pulgar sobre mis bragas, justo en medio de ellas (justo en medio de mi ser), y estuve a punto de perder el sentido.
Rompí el contacto con su boca y susurré:
—Hace muchísimo que no lo hago.
Apartó la mano de mis bragas, me sujetó la cara con ambas manos y sus dedos se enredaron en algunos mechones sueltos de mi pelo.
—Lo sé.
—Cooper, no voy a hacerlo contigo…, al menos no aquí.
—Por Dios, Wills, llevamos días arrancándonos el uno del otro. El último lugar donde vamos a despedazarnos va a ser aquí, en la arena. Supongo que puedes considerarme un egoísta porque quiero ser el único que te oiga correrte —me susurró con voz ronca, acallando mis jadeos con su lengua, con sus labios, antes de que siquiera tuvieran la oportunidad de salir a la superficie.
Cuando me alcé para tomar aire, me aferré con las rodillas a él y hundí los dedos en su pelo rubio. Me apretó con fuerza el culo y sonrió abiertamente, pero no con una sonrisa despreocupada ni burlona, como era habitual, sino con una que rebosaba frustración.
—Nunca antes me habías hablado así —dije.
Lanzó una carcajada ronca y, entonces, se incorporó y me agarró como si nunca fuera a soltarme.
—Que hayas venido conmigo hasta aquí lo ha cambiado todo.