Capítulo 10

Si Cooper estaba de mal humor, no lo demostró durante la lección de la mañana del jueves. Quizá porque, por primera vez, nos enfrentábamos a olas de verdad y fue capaz de darse cuenta de que estaba realmente acojonada. O porque sabía que una vez acabara ese fin de semana empezaría el rodaje, lo cual, si he de ser sincera, también me acojonaba mucho. Esa noche, hablé con James Dickson y Kevin por conferencia telefónica, y Dickson me comentó que parte del equipo ya había llegado.

—Genial —dije; sabía que el equipo de rodaje y sus cámaras atraerían a los paparazzi. De repente, las Nikon y las Canon volverían a ser mis peores enemigas. Aún no me habían fotografiado, lo cual me había sabido a gloria (y también sorprendido), y no quería despedirme de esa sensación de libertad.

—¿Cómo va el entrenamiento? —preguntó Dickson, cambiando de tema.

Decidí que era mejor no contarle que Cooper me había obligado a practicar cómo debía ponerme en pie sobre la tabla durante días, hasta que, en cierto momento, había decidido que debía pasar al surf con remo.

—Hoy hemos tomado algunas olas pequeñas —respondí. Era verdad; además, solo me había caído una vez y eso me había costado un buen trago de agua salada. Cooper me había comentado que me veía mejor que a alguna gente a la que había entrenado durante meses y eso hizo que me ruborizara como una idiota.

Por mucho que intentara mantenerme alejada de él, ese chico se estaba abriendo paso poco a poco a través de las capas de mi compleja personalidad.

—¡Eso es estupendo! —exclamó Kevin de manera entusiasta; me lo podía imaginar tirándose nerviosamente del labio inferior mientras rezaba para que yo no dijera ninguna soplapollez durante esa llamada.

—Estoy totalmente de acuerdo —apostilló Dickson, quien, tras titubear un momento, me preguntó—: ¿Ya te has estudiado el guion?

—No solo me he visto ya la película original unas veinte veces, sino que conozco a Alyssa Mayer mejor que a Willow Avery —contesté, refiriéndome así a la chica que estaba a punto de encarnar durante el próximo mes y medio de mi vida como mínimo. Me gustaba poder contar con la vía de escape de poder ser otra persona durante un tiempo, aunque esa persona imaginaria ya hubiera sido interpretada por otra actriz.

Dickson suspiró.

—Perfecto. He de irme a cenar con mi mujer, pero te veré el fin de semana. Sé buena, Willow.

—Me muero de ganas de verte —repliqué. En cuanto la conferencia telefónica acabó, Kevin me volvió a llamar y me hizo un millón de preguntas más. Las fui respondiendo mientras daba vueltas por la cocina para preparar la cena, que consistía en mahi-mahi y medio boniato.

Al contemplar fijamente el pescado que tenía en el plato, me pregunté qué estarían cenando Cooper, Paige y Eric esa noche.

—¿Willow? ¿Willow?

Me senté a la mesa de la cocina en soledad, apreté los dientes y suspiré.

—¿Sí?

—Esta noche, te noto distante. No estarás… haciendo nada malo, ¿verdad? Tom Miller no responde a mis mensajes, así que…

Dejé caer el tenedor sobre el plato y repliqué:

—¿Le estás dando la vara a mi guardaespaldas para sonsacarle información?

Kevin ni siquiera intentó disculparse.

—En este rodaje, te necesitamos en plena forma.

—Gracias por creer tanto en mí, maldita sea, pero la respuesta es no, no estoy haciendo nada malo. Y deja a Miller en paz.

Poco después, en cuanto colgué, deseé que Kevin no me volviera a llamar en una temporada. Sabía que tenía buenas intenciones (a su manera), pero era mejor que corriera el aire entre él y yo, como casi siempre.

A la mañana siguiente, cuando Miller bajó a la planta inferior para llevarme a clase de surf, seguía teniendo muy presente la conversación con Kevin.

—Aún no he acabado de vestirme —le dije, mientras mantenía la puerta abierta para que entrase.

Se sentó en el sillón abatible que había cerca de la puerta y clavó la mirada en la punta de sus zapatillas blancas K-Swiss mientras yo corría a buscar la camiseta negra sin mangas que había escogido antes. En cuanto la encontré entre el sofá y una de las mesillas, lancé un suspiro.

—Tengo que asearme —mascullé. Miller asintió. Después de que me pusiera la camiseta y me recogiera la melena en una coleta bastante alta, suspiré—. Miller, si no te lo digo ahora mismo, reviento. Gracias.

Arqueó una ceja y ladeó la cabeza.

—¿Por qué?

—Por haber logrado que los últimos días no fueran una auténtica mierda. Por negarte a…, bueno, ya sabes. Por no haber informado de todos mis movimientos a mi agente.

A pesar de que Miller se había bronceado hacía poco en un gimnasio cercano al que se había apuntado, no cabía duda de que se acababa de poner muy rojo. Movió nervioso los pies.

—He de reconocer que me tienes un poco acojonado.

—Ya sé que puedo ser… —Las palabras que Cooper había empleado para describirme volvieron a rondar mi mente y me estremecí. Después, me dejé caer sobre el borde del sofá para calzarme—. Sé que soy complicada, pero gracias por no comentarle nada a mi agente.

Miller elevó sus gigantescos hombros.

—Yo solo respondo ante ti. No ante tu agente, ni ante tus padres, ni ante James Dickson. Y a decir verdad, estoy haciendo un trabajo de mierda.

Me mordí un labio, fruncí el ceño y agarré con fuerza las chancletas doblando su suela de goma.

—¿Qué quieres decir?

¿Acaso le había entendido mal?

—No eres muy difícil de proteger, precisamente. Vas a tus clases, cumples con tus servicios a la comunidad y luego vuelves a casa.

En ese instante, me relajé, me puse las chancletas y cogí la bolsa del suelo.

—Gracias por recordarme lo aburrida que soy. —Le guiñé un ojo y él se rio entre dientes—. ¿Listo? —pregunté, a la vez que me acercaba a la puerta de la entrada.

—Por supuesto, jefa.

Cuando llegamos al domicilio de Cooper, vi que el Grand Caravan gris de Paige estaba aparcado detrás de la camioneta de Eric y, al entrar en la casa, Cooper me recibió en el vestíbulo con el dedo índice sobre los labios.

—Están durmiendo en la sala de estar —dijo con los labios sin pronunciar sonido, a la vez que me cogía de la mano para llevarme fuera. Un cosquilleo delicioso me recorrió el brazo y me atravesó por entero. A pesar de que unas campanas de alarma resonaron en mi mente, decidí ignorarlas—. ¿Preparada para pillar olas a tope? —me preguntó en cuanto nos encontramos en la plataforma. Elevó una ceja y se echó a reír, mientras negaba con la cabeza—. Joder, es jerga surfista. Hum… ¿Preparada para intentarlo con una ola grande?

—Más que preparada —contesté.

Se volvió para recoger las tablas del suelo de la plataforma, pero le detuve agarrándolo del antebrazo. Me lanzó una mirada inquisitiva, mientras me inclinaba sobre él para leer el tatuaje que le recorría todo el costado.

—«Y un sueño dulce y tranquilo cuando haya concluido la ardua tarea» —murmuré en voz alta.

—Es una cita… de John Masefield.

Asentí y decidí ir un poco más lejos, así que extendí el brazo para tocarlo. Él se quedó quieto y no intentó detenerme mientras recorría con la yema del dedo esas intricadas letras.

—Si eso fuera tu lengua… —me dijo en cuanto acabé. Cogió las tablas y me miró de frente. A pesar de que varios centímetros de fibra de vidrio se interponían entre nosotros, podía sentirle prácticamente encima de mí. Me humedecí los labios con la lengua y él gimió—. No me refería precisamente a que te la pasaras por los labios, pero eso también me parece bien.

Al coger mi tabla de sus manos, le rocé los dedos. Acto seguido, me puse la tabla sobre la cabeza.

—Lo siento —me excusé, mientras caminábamos descalzos hacia un lugar donde las olas rompían con una violencia que no había visto antes desde que había llegado. Me miró, a la espera de que dijera algo más, y suspiré. ¿Por qué me lo tenía que poner tan difícil?—. Siento lo de la otra noche. Fui tan…

—¿Complicada?

—No seas capullo.

—No soy yo quien se está disculpando por ser tan complicado.

Suspiré, sacudí la cabeza y arrastré los pies por la playa, levantando así nubes de arena.

—No se me dan nada bien las relaciones sentimentales —afirmé.

—A los dos nos vendría bien aprender algo al respecto —replicó y entonces se estremeció—. Pero, por ahora, disfrutemos de esto.

Metimos las tablas en el mar y nos adentramos chapoteando en la espuma. Cuando el agua me llegó hasta justo por debajo de los pechos, Cooper asintió.

—Vale, coge impulso y…

Antes de que pudiera acabar de hablar, ya me había impulsado con ambos pies sobre el fondo de arena y me había deslizado con facilidad sobre la tabla morada y blanca. Miré hacia atrás, hacia él, con una sonrisa de oreja a oreja, y me dispuse a avanzar por el agua dando grandes brazadas. Él me siguió muy de cerca.

—Te veo muy confiada, ¿eh? —comentó.

—He tenido un gran profesor, ¿no?

Echó la cabeza hacia atrás.

—Bueno, sí, pero que no se te suba a la cabeza.

—Prometiste que cuidarías de mí —repliqué burlonamente, pero entonces adoptó un gesto tan intensamente protector que hizo que se me quitaran en parte las ganas de cachondeo. Cuando me miraba así, tenía la sensación de que, si el mar se secara de repente, él sería incapaz de darse cuenta.

—Siempre te protegeré —aseveró. Entonces, arrugó el ceño, dejó de mirarme y negó con la cabeza—. Estamos muy adentro, Wills. Debemos retroceder un poco.

—Pedazo de gallina —contesté. No obstante, seguí su consejo y utilicé el remo para que mi tabla girara. Esperaba que me contestara algo ingenioso y provocador o tan fuerte que se me hiciera un nudo en el estómago y entre las piernas—. ¿Qué te pasa? ¿No vas a contestarme?

—Ve a la orilla —me ordenó—. ¡Ya!

Fue entonces cuando vi, y oí, ese gigantesco muro de agua que se nos echaba encima. Creí que se me iba a salir el corazón por la boca, sentí que me ahogaba, y me quedé paralizada. Por un momento, no pude moverme ni respirar; lo único que pude hacer fue ver cómo esa ola se aproximaba más y más y se hacía más grande.

Salí de ese trance gracias a los gritos que Cooper estaba dando sin parar con su peculiar acento para pedirme que remara.

Moví los brazos con fuerza y conseguí que mi tabla se subiera a la primera ola. En cuanto remonté, logré superar la segunda y podría jurar que llegué a oír a Cooper decir algo. Pero entonces llegó la siguiente, que me derribó de la tabla. La ola se rompió por encima de mí y me arrastró bajo la espuma. Lo único que pude oír a través de mis tímpanos fue cómo mi propio corazón estallaba.

Luché contra el mar intentando valerme de la cuerda que llevaba atada al tobillo y que me unía a la tabla para poder emerger, pero lo único que conseguí fue hundirme aún más. En cuanto toqué el fondo con los pies, el terror se apoderó de mí.

Entonces, unos brazos que me resultaban muy familiares me rodearon la cintura.

Un instante después, Cooper y yo emergimos a la superficie y tomamos aire entre jadeos.

Me dio vueltas la cabeza mientras me susurraba repetidamente:

—Estás bien.

Seguí aturdida mientras me ayudaba a subirme a la tabla. Me llevó hasta la orilla en silencio, pero en cuanto llegamos a la arena se dispuso a examinarme, y lo único en lo que pude pensar fue en que me había salvado. En que me había encontrado allá abajo.

Un instante después, me agarré con fuerza a él y mi lengua fue en busca de la suya, pero se apartó de mí.

—Casi te ahogas, Wills —masculló entre dientes.

Me estaba rechazando. Maldición, me estaba rechazando de verdad, después de todo lo que le había costado decirme lo mucho que me deseaba.

No podía dejar que se diera cuenta de cuánto me había dolido eso. Intenté mostrarme indiferente ante el hecho de que hubiera estado a punto de ahogarme y de que, solo unos instantes después, se hubiera apartado de mí, y contesté:

—Gracias por cuidar de mí.

Me alejé de él y me quité la cinta del pelo bruscamente, de tal modo que mi melena castaña quedó suelta y se extendió por mi espalda enredada y enmarañada. Cuando me volví a mirarlo, su cuerpo se puso tenso y me di mentalmente un bofetón.

—Lo que quiero decir es que… te agradezco que me hayas sacado de ahí abajo. No me habría gustado ahogarme antes de…

¿Antes de qué, Willow? ¿Antes de que la vuelvas a cagar?

Ignoré esa voz y me agaché a la vez que él para ayudarlo a recoger las tablas. Como extendimos el brazo justo al mismo tiempo para coger la tabla morada, no le quedó más remedio que alzar la vista.

—Estoy bien —susurré, incapaz de pronunciar otras palabras.

Se echó a reír, sacudiendo la cabeza de lado a lado, mientras me arrebataba la tabla y se enderezaba.

—Cuando te pones así, no puedo…

—¿No puedes qué?

Echó a caminar hacia su casa, así que me levanté rápidamente, haciendo caso omiso a mis músculos doloridos, y le di alcance. Me miró y me mostró una sonrisa atormentada. ¿Es que no sabía que no podía resistirme a los gestos de tormento y angustia?

—Quiero besarte. Una y otra vez, sin parar —contestó con voz ronca.

—Has tenido la oportunidad y no lo has hecho… ¿Por qué? —exigí saber. Me lanzó una mirada sombría e hizo ademán de marcharse, pero le agarré del brazo que tenía libre y lo obligué a mirarme—. ¿Cómo puedes ser tan pusilánime, Cooper, joder?

Arrojó ambas tablas al suelo. Cayeron sobre la arena y retumbaron al golpearse mientras me agarraba y me acercaba violentamente hacia sí. Pero yo me resistí y clavé mi mirada desafiante en sus ojos azules, a pesar de que tenía la sensación de que el pecho me iba a estallar. Que le den a Cooper. Que le jodan por hacerme sentir esto una y otra vez, pensé.

—No soy un pusilánime. Sé perfectamente lo que quiero y a quién quiero, pero también soy lo bastante listo como para saber cuándo esa persona no está preparada o realmente no lo desea. Has intentado besarme para recompensarme por haberte salvado y me niego a aprovecharme de las circunstancias. —Abrí la boca para quejarme, pero él me obligó a callar, al atraparme con delicadeza los labios entre su pulgar y su índice—. Cuando te hundiste, sentí pánico. No quiero que te hagas daño ahí fuera, pero no puedo impedir que te caigas.

No. Oh, Dios, no… ¿Cómo esperaba que le respondiera ahora que estaba hablando sobre caer y hacerse daño? ¿Cómo demonios quería que recuperara el aliento cuando esas palabras tenían tantos significados distintos? Asentí y apartó los dedos de mi boca, y los deslizó con suavidad por mi barbilla, hasta alcanzar mi garganta y detenerse después justo encima de mi corazón.

—Deberíamos volver —susurré entrecortadamente—. Tengo que ir a cumplir con mis servicios a la comunidad.

Me alejé e hice como que no había oído lo que dijo a continuación:

—Eso es lo único que me impide meterte ahí dentro para demostrarte que no dudo lo más mínimo sobre qué es lo que yo quiero.

En cuanto entramos en su casa, Cooper se dirigió directamente a la planta de arriba, a su dormitorio, y se quitó el bañador y la camiseta mojada por el camino. Me agarré al pasamanos para poder resistirme a la tentación de seguirlo.

—¡Nos vemos dentro de un par de días, Wills! —gritó, a la vez que doblaba la esquina y desaparecía. Suspiré y me dirigí a la zona de la tienda caminando pesadamente. El descomunal Miller ya estaba ahí, apoyado sobre el mostrador hecho de tablas de surf. Él y Eric se estaban riendo de algo.

—Tienes pinta de que una ola te ha dejado para el arrastre —comentó alguien situado en la otra punta de la habitación. Me giré y vi a Paige sentada delante del expositor de camisetas. Estaba doblando con mucho cuidado unas camisetas de promoción de la tienda. La miré de mala manera y su sonrisa flaqueó un poco—. Oh, me da que he acertado.

Me quedé parada a solo unos pasos de la puerta y le lancé una mirada suplicante a mi guardaespaldas.

—¿Estás listo? —Entonces, apreté el botoncito situado en un lateral de mi móvil para que se iluminase la pantalla—. Me gustaría poder estar en el albergue en media hora.

Asintió levemente y cogió las llaves del Kia del mostrador. Mientras se acercaba a mí, adoptó un gesto de preocupación, pero yo me limité a fruncir los labios y a negar con la cabeza.

—Estoy bien —afirmé. Y, dirigiéndome a Paige y Eric, que ahora estaban organizando los botes de protector solar en el compartimento situado detrás del mostrador, añadí—: Hasta pronto, chicos.

—Descansa un poco. No pareces tú misma —contestó Eric. En cuanto me volví para mirarlo, Paige resopló contrariada y él se encogió de hombros—. ¿Querías que te mintiera?

—Adiós, chicos —dije, poniendo punto final a la conversación. Después, me fui hacia el recibidor acompañada de Miller.

Paige me llamó a medio camino del coche; su corta melena oscura le ondeaba alrededor de la cara mientras bajaba los escalones a saltos.

—¡Eh! Vas a venir a la fiesta de Cooper de mañana por la noche, ¿no? —preguntó, bajando y subiendo la cabeza repetidas veces, como si así fuera a ayudarme a decidirme. Ni siquiera sabía que se celebraba una fiesta, así que negué con la cabeza y fruncí el ceño.

—No me ha invitado.

No sabía por qué me fastidiaba tanto decirlo, pero así era. Sí, me jorobaba bastante.

—No seas estúpida… Claro que estás invitada. La hacemos para celebrar una competición que ganó hace un par de meses —replicó. Entonces, abrió los ojos como platos y ladeó la cabeza para mirar a Miller, quien ya se estaba subiendo al Kia—. ¿Te preocupa la seguridad? No va a venir nadie del que tengas que preocuparte.

—No, o sea…, es que dudo mucho que Cooper quiera que vaya.

No cuando la tensión que había entre los dos podía cortarse con un cuchillo.

Paige puso los brazos en jarras y me miró. Luego posó sus ojos en la casa y, por fin, de nuevo en mí, mientras mantenía un semblante inexpresivo en todo momento. Hice ademán de dirigirme al coche.

—A Cooper que le den por culo —dijo—. Eric y yo somos los anfitriones y tú vas a venir, aunque tenga que sacarte a rastras de la casa que te han alquilado mis padres.

—Ya veremos.

—Iré a buscarte —me advirtió a la vez que me montaba en el Kia.

Mientras Miller arrancaba, levanté el pulgar en señal de «OK» y di un suspiro de alivio en cuanto estuvimos fuera de su vista.

—¿Cansada? —inquirió.

Miré por la ventana y observé cómo las casas de la playa se transformaban en un borrón donde se mezclaban el blanco y el marrón. Pensé en las aterradoras pesadillas que había tenido durante varios días de esa semana, tras las cuales me había levantado con una imperiosa necesidad de ahogar mis penas. Pensé en cómo el mar me había arrastrado hacia abajo esa tarde y en cómo Cooper me había encontrado, en cómo me había rodeado con sus brazos con fuerza, en cómo me había salvado, al tirar de mí hacia arriba.

Cooper se equivocaba.

Sabía exactamente lo que quería. A él.

A lo largo de las veinticuatro horas siguientes, me cepillé diez horas de servicios a la comunidad. Esta vez, seguí las indicaciones de Dave de que no debía hablar con los residentes de la Casa de la Armonía gracias al iPod que me había prestado Miller y que estaba lleno de música rabiosa, de grupos como Five Finger Death Punch, Puddle of Mudd y Saving Abel, por nombrar solo a unos pocos. El trabajo era monótono y aburrido, pero lograba que dejara de pensar en Cooper y en el rodaje, que estaba previsto que empezara en unos días.

No había actuado desde hacía mucho tiempo, tanto que parecía una eternidad, y cuanto más pensaba en que iba a estar delante de una cámara de nuevo y en que todavía tenía muchas cosas que aprender con Cooper, más me dominaba la ansiedad.

Me crucé unos mensajes de texto con Jessica el sábado por la noche, en los que le mencionaba lo nerviosa que estaba. Ella me respondió casi de inmediato.

18:36: Pero ¿qué coño dices? Lo harás muy bien. Siempre lo haces.

18:37: Por favor, dime que vas a volver a Los Ángeles para tu cumpleaños, ¿eh? ¡Así podremos celebrarlo a lo grande! ;)

Releí el último SMS de Jessica varias veces, logrando así que su significado se grabara en las profundidades de mi cerebro hasta que me dio dolor de cabeza; la vergüenza y la frustración circularon lentamente por mis venas. Daba igual lo que ella pensara, no estaba dispuesta a celebrar otro cumpleaños más tan jodida que apenas fuera capaz de pensar o moverme. Cooper conseguía que acabara igual cada vez que me daba una lección de surf, pero al menos no terminaba levantándome sin tener nada claro qué había hecho la noche anterior.

No pensaba responder a su último mensaje, pero entonces me envió otro más, que solo era una sucesión de interrogantes, y di mi brazo a torcer.

18:43: No. Casi seguro que tendré que trabajar el día de mi cumple.

18:43: Antes, los rodajes no te impedían salir de juerga…

Puntos suspensivos. Jessica tenía que saber lo mucho que me cabreaban por lo que implicaban.

No me volvió a mandar ningún mensaje (tampoco es que lo esperara, ya que había dicho la última palabra), así que coloqué el móvil con la parte de la pantalla boca abajo sobre la mesa, junto al plato vacío de la cena. Apoyé los codos sobre la superficie de madera, me incliné hacia delante y me froté la cara, como si así pudiera quitarme la sensación de suciedad de encima.

¿Por qué le había mandado un mensaje a Jessica? La verdad es que no había mantenido una conversación sana o decente con ella desde que habíamos vuelto a entrar en contacto. Mientras me hacía esa pregunta a mí misma, era consciente de que sabía cuál era la razón exacta por la que le había enviado un SMS. Porque llevaba en Hawái dos semanas y, aunque contaba con Cooper, sus amigos y Miller, me sentía muy sola.

Inhalé aire con fuerza por la nariz, me agarré a ambos lados de la mesa y sacudí la cabeza. Esa noche, no iba a pasarla sola…, no cuando, además, había sido invitada a una fiesta. Cogí el móvil y le mandé un mensaje a Paige para pedirle que me recogiera.

Me llamó quince minutos después, mientras me estaba duchando.

—Hola —respondí casi sin aliento, apoyando la cabeza sobre la pared de la ducha más alejada del chorro de agua—. ¿La invitación sigue en pie?

—Claro, ¿por qué no…? Oye, ¿eso que oigo es agua?

Me reí, pero se me quebró la voz.

—Me estoy duchando.

—Oh, cielo, qué excitante —replicó con tono indiferente.

—Serás zorra…

—¿Vendrás con tu guardaespaldas?

—No, tiene otro curro.

Por mi tono de voz, debió de notar que dudaba, ya que permaneció callada durante un largo instante muy incómodo antes de decir:

—No te preocupes. Solo vamos a ser unos cuantos. Nos sentaremos en la playa y pondremos un poco de música. —Suspiré y entonces añadió—: Así estarás con Cooper. Con esto no quiero insinuar nada, por supuesto… Solo estoy diciendo que, como lo conoces, pues ya sabes…

Por cómo lo dijo, pude intuir que estaba sonriendo.

—Estaré lista en media hora —contesté, a pesar del nudo que tenía en la garganta.

Me vestí lenta y cuidadosamente. Me puse un vestido blanco calado que seguramente no me habría quedado bien hace dos semanas y las sandalias con suela de cuña de las que Cooper se había burlado cuando me había visto calzándolas para prestar mis servicios a la comunidad. Me maquillé por primera vez desde que había llegado a Hawái; me pinté con pintalabios rojo y un lápiz de ojos oscuro que resaltaba mis ojos verdes sobre mi pálida piel. Mientras me aplicaba una reluciente crema bronceadora, me di cuenta de que esta solo era la primera sesión de maquillaje de las muchas que vendrían en las siguientes semanas. El lunes, ya estarían aquí las cámaras, el resto del reparto y los paparazzi.

Pero esa noche iba a divertirme con una gente que no estaba esperando a que la cagara.

E iba a estar con Cooper.