Capítulo 8

Cooper estaba muy equivocado en eso de que iba a tener que limpiar restos de chicle pegados a los bancos de algún parque —la dirección anotada en la tarjeta de visita que Stewart me había dado nos llevó a un albergue para mujeres y niños sin techo—, pero en lo del calzado tenía toda la puñetera razón. En cuanto me enteré de que no estaba previsto que hiciera ningún servicio a la comunidad ese día, Dave, mi jefe, decidió darme una charla de dos horas sobre el albergue para explicarme su funcionamiento. Para cuando acabamos de recorrer por tercera vez esas instalaciones, me moría de ganas de descalzarme y me preguntaba si Cooper me había dejado ahí tirada y se había ido a casa.

Esperaba que no fuera así, porque, tonta de mí, me había dejado el bolso y el móvil en el asiento delantero de su jeep.

—Bueno, ¿crees que tienes claro lo que debes hacer? —me preguntó Dave.

Asentí.

—Sí, trabajaré en la cocina.

Tendría que limpiar, servir la comida y ayudar a descargar todo lo que nos trajeran, para ser más precisos. Entonces, eché un vistazo alrededor de ese descomunal comedor por última vez mientras lo recorríamos lentamente. Si he de ser sincera, me recordó al comedor del centro de rehabilitación en el que había tenido que ingresar por orden del juez; olía a lejía y contaba con tres hileras de mesas y sillas de madera muy sencillas y repletas de marcas, y una cocina que tenía una ventana desde la cual se servía la comida en la parte delantera de la estancia.

Al pensar en la rehabilitación, la histeria me dominó y se me hizo un nudo en la garganta, que se deshizo cuando vi a un grupo de críos apiñados en un extremo de una mesa situada en la otra punta del comedor que nos observaban atentamente a Dave y a mí, mientras murmuraban de un modo perfectamente audible. Los saludé tímidamente con la mano.

—Me parece que esos son fans tuyos —comentó David, al mismo tiempo que abandonábamos la enorme sala y dejábamos atrás esas risitas de emoción—. Tenemos unas cuantas de tus pelis antiguas en DVD.

Esas que hiciste antes de convertirte en otra impresentable más a la que le va demasiado la juerga, añadí mentalmente por él.

—Es la primera vez que me reconocen desde que llegué aquí —admití.

Rio con ganas y me acompañó a la calle, hasta la parte delantera del edificio. El jeep de Cooper seguía aparcado al otro lado de la calle, menos mal.

—En cuanto empieces a rodar esa película, seguro que te reconocerán allá donde vayas —afirmó Dave.

Aunque sabía que no lo decía con mala intención, mis músculos se pusieron rígidos.

—Me muero de ganas —repliqué con un tono de voz distante. Frío y artificial.

—¿Tienes alguna idea de cuándo podrás empezar a trabajar en la Casa de la Armonía? —inquirió Dave.

—El lunes —contesté con rapidez. Quería quitarme de encima esa condena a prestar servicios a la comunidad lo antes posible. Además, quería tener algo en lo que poder centrar mi atención aparte del surf, el trabajo y Cooper—. Le diré a mi guardaespaldas que me deje aquí después del trabajo.

Pareció satisfecho con mi respuesta. Entonces, me estrechó la mano con fuerza y me dijo:

—Ya nos veremos entonces. —Mientras me dirigía al bordillo de la acera, carraspeó. Me volví y arqueé una ceja—. Creo que sería mejor que llevaras ropa adecuada para… trabajar cuando vengas.

Asentí para demostrarle que lo entendía perfectamente.

—Así lo haré.

Nada más entrar en el jeep, Cooper me lanzó una mirada inquisitiva.

—¿Qué tal tienes los pies, Wills?

—Como para hacer paddle surf todo el día, guaperas.

Una amplia sonrisa se abrió paso lentamente por su rostro y sus hombros se estremecieron levemente.

—Estupendo, pero la clase de hoy queda cancelada.

—¿Qué…? ¿Por qué?

Se frotó el pecho, arrugando así la parte delantera de su camiseta gris de Alternative Apparel.

—Porque he estado pensando mucho en ti.

—Pero te pagan por entrenarme —objeté.

Se metió en la autovía, mientras parecía absorto en la canción de Incubus que estaba sonando en la radio. Me crucé de brazos; estaba mucho más interesada en escuchar lo que Cooper tenía que decir que en escuchar a Brandon Boyd cantando sobre que se imaginaba el rostro de no sé quién en lo más recóndito de su mente. Esa letra reflejaba con demasiada exactitud el dilema que me planteaba ese tío que estaba sentado a mi lado. Cuando la canción acabó y dio paso al anuncio de un club nocturno, Cooper suspiró.

—Una asaltacunas de cuarenta años también me está pagando para que le dé clases, pero te puedo asegurar que no pienso en ella para nada después de esas lecciones —me explicó.

—Cooper, mira…

—No pienso suplicarte que salgas conmigo, Wills. No voy a perseguirte ni nada por el estilo. Pero debes saber que te deseo y, antes de que digas nada…, que le den a mi norma. —Sonrió hacia mí de un modo tenso—. Aunque aún no la he incumplido.

—No sabes nada sobre mí —repliqué. Como tampoco yo sé nada sobre ti, lo único que sé es que quiero arrojarme sobre ti cada vez que nos vemos, pensé.

—Ya te he dicho antes que no tengo que conocerte para desearte. El sexo entre nosotros sería…

De repente, dejó de hablar y agarró con más fuerza el volante, al mismo tiempo que contemplaba la carretera con la mirada entornada e intentaba dar con la palabra adecuada. Estaba segura de que estaba pensando en la misma que yo.

Asombroso.

Acojonante.

Catastrófico para mi corazón.

Un momento después, estábamos aparcados en la entrada vacía que llevaba a la casa alquilada donde vivía. Entonces, apagó el motor.

—Cooper, ¿qué es lo que quieres de mí exactamente? —pregunté. Me lanzó una mirada cargada de tensión que hizo que me diera un vuelco el corazón y se me formara un nudo en la garganta.

—Nada. Maldita sea, lo quiero todo de ti. Tenía que sacarme esto de dentro, Wills, tenía que hacerte saber qué siento por ti. Sí, soy tu instructor, pero también soy un hombre y he de admitir que me estás volviendo loco. —Entonces, apoyó la cabeza sobre el reposacabezas, alzó el mentón y cerró los ojos con fuerza. No pude contenerme, me quité el cinturón de seguridad y le besé el cuello. Él gimió—. No… me provoques, joder.

—Este verano intento centrarme en mi carrera —le susurré. Cooper abrió sus ojos azules y me perdí en ellos. Acto seguido, me apartó unos mechones de la cara—. Acabo de salir de rehabilitación y no estoy…

—Lo entiendo.

—No, no lo entiendes —repliqué con firmeza—. No me gusta sentirme atraída por ti. Y si crees que yo te estoy volviendo loco, imagínate entonces lo que me estás haciendo tú a mí. No he…, no he tenido una relación seria desde hace mucho tiempo, Cooper. Pero aquí estás y me tienes acojonada.

Su mirada se tiñó de comprensión y compasión. En ese instante, sentí una tremenda oleada de calor que se abrió paso por mi estómago y me subió hasta el pecho. Entonces, hice ademán de coger la manilla de la puerta. Pero él me agarró de la muñeca y tiró de mí hacia sí.

—Algún cabrón te hizo mucho daño en su día —afirmó con un tono de voz muy amenazador.

—Sí.

—¿Quién?

—¿Y eso qué más da? ¿Le vas a partir las piernas con una tabla de surf? —Al ver que Cooper fruncía los labios con gran determinación, lancé un suspiro—. Tyler Leonard.

Incluso ahora, tres años después, se me seguía quebrando la voz cada vez que pronunciaba su nombre. Ya no veía sus películas y hacía como que no me daba cuenta cada vez que aparecía en portada en el US Weekly.

Y aun así, era incapaz de dejar de pensar en él.

—¿El actor? —inquirió Cooper.

Asentí, valiéndome de todos mis recursos como actriz para ocultar mi congoja.

—Nos conocimos en un rodaje.

Fue en En la oscuridad. Mi primera y única película de terror y mi último film de éxito antes de mi caída en desgracia.

—Pero si te saca… diez años, ¿no? ¿Qué pasó? ¿Te enamoraste de él y te rechazó?

Cooper hizo esa pregunta con un tono de voz muy esperanzado y, durante un segundo, pensé en decirle lo que quería oír, pero entonces me agarré con fuerza el vestido con la mano que tenía libre y contesté:

—Cuando uno pertenece al mundillo de Hollywood, mucha gente da por sentado que estás muy jodida y muy harta de todo, aunque solo seas una cría, ¿sabes? Pero por aquel entonces yo no estaba así. O sea, sí, iba a fiestas con mis amigos, pero aún no había…

—Fue el primero, ¿no? —Como no le di ninguna respuesta, gruñó y lanzó una maldición—. Y así es como empezaste con…

Las drogas.

—Sí y no. Por una parte, empecé con eso por culpa de lo que pasó entre él y yo; por otra, fue solo culpa mía.

Sí, había querido sumirme en una anestesia permanente para nublar los breves recuerdos de lo que había dejado atrás.

—Willow —dijo Cooper, soltándome la muñeca para pasarse las manos por su pelo rubio. La ansiedad latía por mis venas una vez más, pero esta vez, en vez de salir corriendo, lo atraje hacia mí, atrayendo sus labios hacia los míos para acallarlo y que no hiciera más comentarios compasivos.

A pesar de que nos encontrábamos en la posición más incómoda imaginable —la guantera central conformaba una frustrante barrera que nos separaba físicamente—, en lo único en que podía pensar era en las manos de Cooper, con las que me sostenía la cara y me acariciaba la piel, mientras sus labios se posaban sobre mi boca.

—Wills, no hagas esto si…

Aunque hizo ademán de apartarse, yo negué con la cabeza, le rodeé el cuello con los brazos y lo empujé hacia mí. Al mismo tiempo que me separaba los labios con su lengua y me apretaba un pecho con una mano, mi mano se coló por debajo de su camiseta gris. Al rozarle la cicatriz del hombro, se estremeció.

Se apartó y, al quedar recortada su silueta contra la luz, me pareció tan etéreo que tuve la sensación de que me daba vueltas la cabeza.

—¿Por qué me haces esto? —exigió saber en voz baja, con su boca pegada a la mía.

Porque has logrado que ya no tenga pesadillas, quise contestarle. Porque, aunque no te conozco de nada, cuando estoy contigo, quiero dejarme llevar por las emociones y ya no necesito pastillas ni ruido ni distracciones.

Sin embargo, en vez de eso, susurré:

—Porque dijiste que siempre cuidarías de mí.

Su nuez se movió de arriba abajo.

—No quiero aprovecharme de ti.

—¿Lo dices por lo que te he contado sobre Tyler?

—No, porque me estás utilizando para sacártelo de muy dentro. Cuando te entregues a mí, cuando lo hagamos, quiero que sea porque estás pensando solo en mí, y no en un cabrón pervertido que te jodió la vida cuando eras aún una cría.

Me enderecé, me alisé el vestido y mantuve los ojos abiertos como platos para no llorar. Me negaba a hacerlo.

—Hablas como en una película —afirmé entrecortadamente.

Se retiró el pelo con ambas manos y lo sostuvo ahí durante un buen rato antes de soltarlo. Después, me miró larga e intensamente y de manera desconcertante.

—Bueno, supongo que a veces Hollywood tiene sentido.

—Voy entrar en casa ahora mismo, Cooper.

No discutió ni imploró. Ni tampoco hizo ademán alguno de seguirme. Antes de que alcanzara la puerta de entrada de la casa, su jeep ya había recorrido media calle.

Si bien el resto del fin de semana transcurrió con tranquilidad y lentitud, tuve muchas pesadillas que me perturbaron tanto que me desperté chillando. La primera la tuve el sábado por la noche. Miller tuvo que bajar corriendo las escaleras y pudo irrumpir en la casa gracias a que tenía un juego de llaves extra. Me encontró agachada sobre el inodoro.

—Estoy bien…, vete —mascullé, a la vez que apoyaba una mejilla sobre la superficie gélida del suelo embaldosado.

Pero cuando salí del baño para tomar un trago de agua, me lo encontré sentado sobre el sofá de ante marrón con los codos apoyados sobre los muslos.

—¡Te he dicho que estoy bien! —exclamé, cerrando los puños. Él alzó la vista hacia mí y me miró con unos ojos cansados y plagados de preocupación.

Resultaba extraño comprobar que alguien tan alto y musculoso como Miller pudiera llegar a sentir tanta impotencia, pero así era.

—¿Estás… segura?

Sabía qué estaba insinuando. Quería saber si estaba colocada. Suspirando, me senté junto a él.

Me sequé el sudor de la cara con el dorso de la mano y asentí.

—Te juro que sí.

Pero no era cierto. Porque todo el rato que había pasado con la cabeza metida en la taza, había estado intentando recordar el nombre del padre de Eric. Ese traficante de pastillas de la zona al que Eric había definido como un vago gilipollas el día que nos conocimos. Pero mientras había estado vomitando, me había dado igual lo que fuera… Lo único que me había importado era que tenía algo que podría ayudarme.

No recordé su nombre hasta que despuntó el alba el martes por la mañana, justo cuando Cooper y yo estábamos sentados sobre nuestras respectivas tablas el uno junto al otro, con las piernas estiradas, chapoteando con el remo por esas aguas serenas.

—¿Dónde se ha metido Eric? —pregunté. El día anterior tampoco había andado por ahí y, cuando Miller me había dejado antes en casa de Cooper, no había visto su camioneta en la entrada.

—Alguien entró a robar en casa de Rick, así que está intentando ayudarlo a encontrar un nuevo alojamiento.

Rick. Si me hubiera acordado de ese nombre hace un par de noches, ¿qué habría pasado? ¿Estaría aquí ahora o estaría catatónica, observando cómo el mundo flotaba a cámara lenta?

—Oh —dije, llevando el remo al otro lado y flexionando el pie.

Como me estaba dando un tirón en un lado de la pierna, quería sentarme a horcajadas sobre la tabla, pero, cada vez que iba a ponerme así, Cooper negaba con la cabeza. Según él, porque si me sentaba de ese modo nos llevaría una eternidad llegar adonde íbamos, aunque yo habría jurado que solo lo decía porque quería torturarme. El día anterior, había sido el segundo en que nos poníamos de pie para hacer paddle surf y habíamos remado por esas aguas mansas hasta que me dolió todo el cuerpo por culpa del esfuerzo.

—Creía que Eric odiaba a su padre —comenté al fin.

—Las relaciones personales son siempre complicadas —replicó, lanzándome una mirada muy significativa.

Encogí los dedos de los pies e intenté convencerme a mí misma de que con ese comentario no se estaba refiriendo a nosotros. A pesar de la conversación que habíamos mantenido antes del fin de semana, seguía sin hacer ningún esfuerzo por disimular que me deseaba. Aunque se mostraba respetuoso, al mismo tiempo no paraba de echarme miraditas con las que parecía desnudarme y con las que lograba que me temblaran las piernas, así como la zona que había entre ambas.

—Vale, ya estamos bastante lejos. Arriba —me ordenó.

Al ver que se ponía en pie sin hacer ningún esfuerzo, sentí envidia, porque hacía que pareciera muy fácil. Gruñendo, me coloqué el remo entre las piernas y me puse en pie. Aunque me tambaleé un poco, fui capaz de cogerlo rápidamente de nuevo con las manos. Algún ser divino debió de apiadarse de mí, porque logré mantener el equilibrio sin caerme, no como el día anterior. Esa postura no era la habitual para hacer surf (ya que mis pies estaban colocados a ambos lados de la tabla en vez de en medio), pero Cooper juraba una y otra vez que lo comprendería todo en cuanto nos enfrentásemos a olas de verdad al día siguiente y durante la semana posterior.

—Muy bien —murmuró.

—¿Crees que estaré preparada para cuando empecemos a rodar? —pregunté. Me desanimé un poco al ver que se echaba a reír y negaba con la cabeza.

—Ni por asomo —respondió. Al instante, me empecé a acordar de toda su familia, pero él se limitó a entrecerrar los ojos—. Cuesta años llegar a ser bueno en algo. Y tampoco es que vayas a interpretar tú misma las grandes escenas de acción, Wills. Dickson solo necesita que parezca que sepas qué demonios estás haciendo en las escenas clave. Confía en mí; no voy a dejar que fracases en esto.

Desplacé el remo al otro lado de la tabla, remé unas cuatro paladas más, tal y como él me había enseñado, y entonces lo cambié de lado.

—No quiero fracasar —aseveré, pero dije esas palabras más porque había estado a punto de ceder a la tentación de las pastillas a lo largo de los últimos días que por otra cosa.

—Dickson tiene fe en ti —me aseguró.

—¿Y tú?

—No creo que nos vayas a decepcionar, ni a mí ni a ti misma.

Como no había respondido a mi pregunta, me sentí frustrada y respiré hondo a la vez que apretaba los dientes. Después de eso, la conversación se centró en el reparto de la película (que no eran más que un grupito de actores no muy conocidos, a excepción del protagonista del que me enamoraba, que había protagonizado una serie del canal CW haciendo el papel de un hombre lobo con rastas) y en la próxima competición en la que Cooper iba a participar en octubre.

Como poco después el mar se fue embraveciendo, nos sentamos sobre las tablas y volvimos remando a la orilla, a esa playa que la muchedumbre matutina iba llenando poco a poco. Cogí las enormes gafas de sol que llevaba encima de la cabeza y me las puse. A continuación, le mostré una amplia sonrisa.

—¿Me parezco o no a Willow Avery? —le pregunté con voz burlona.

Él respondió con una sonrisa de soslayo.

—Eres la turista más maciza que he visto en toda mi vida. Pero, aunque fueras Willow Avery —me guiñó un ojo—, aquí nadie te molestaría.

Respiré hondo.

—¿Estás de coña? —Levanté la tabla y el remo, y lo seguí por la arena—. No sabes lo que supone ser quien soy. Todo el mundo se fija en ti.

Se detuvo a medio camino, a solo unos metros de la gente que se bronceaba bajo los rayos del caluroso sol de la mañana.

—Explícamelo entonces. —Arrojó la tabla y el remo a la arena, y yo coloqué con mucha delicadeza la mía junto a la suya. Entonces, alzó un dedo—. Ahora mismo vuelvo.

Corrió por la arena en dirección a su casa, desapareció en su interior y salió de ahí en menos de un minuto, con unas toallas dobladas en los brazos. Sonrió de oreja a oreja mientras corría hacia donde yo estaba sentada en la arena. Después, extendió las toallas y me indicó con una seña que me tumbara con él. Hice lo que me pedía y me estiré sobre esa tela suave para que el sol secara mi cuerpo mojado.

—Hoy me tocar ir a prestar servicios a la comunidad —le recordé.

—Quédate conmigo.

Gruñí.

—¿Por qué me tienes que decir este tipo de cosas?

—¿Como decirte lo que quiero?

—Sí —contesté con los dientes apretados—. Creía que no querías seguir adelante con esto…

Esas últimas palabras las dije con un hilo de voz porque ninguno de los dos había vuelto a mencionar esa conversación que habíamos mantenido en su jeep el viernes anterior, y no quería ser yo quien sacara el tema.

—No quiero seguir adelante si tú no quieres —me corrigió—. Es que aún estoy sobrepasado por todo esto. —Yo arqueé una ceja y él suspiró y se puso de lado, sobre el costado donde tenía el tatuaje. Se apoyó en un codo, se incorporó y se explicó—: En el pasado, no he sido un buen novio.

Lancé un gruñido ahogado un tanto gutural.

—Deja que lo adivine. ¿Siempre les has puesto los cuernos a tus novias?

Él arrugó el ceño.

—Yo no hago esas cosas, Wills. Si salgo con alguien, voy muy en serio…, siempre que los dos estemos de acuerdo en eso, claro. Es que, a veces, tiendo a… poner otras cosas por delante.

Como Cooper estaba contemplando fijamente el mar mientras decía esto, dirigí la mirada hacia allá.

Entendía perfectamente lo que estaba diciendo. Había tenido algún novio que otro después de que todo se fuera a la mierda con Tyler (algunos fueron buenos novios y otros tan malos que me habrían dejado hecha polvo si no hubiera estado ya tan jodida), pero en todas y cada una de esas relaciones, había sido yo quien había fastidiado la cosas. Había antepuesto mi deseo de huir del mundo a todo lo demás.

Cooper se pasó la lengua por el labio superior y jugueteó con algunos mechones de mi pelo castaño, que se le enredaron en los dedos. Mientras los observaba detenidamente, siguió hablando:

—La cuestión es que te conozco desde hace poco más de una semana, Wills. Pienso más en ti que en el surf. Pienso en ti cuando me despierto, cuando estoy dando clase a cualquier otra persona. Joder, pienso en ti incluso cuando estoy en el baño.

—Me alegra saber que mientras cagas piensas en mí —repliqué, alzando una ceja.

Me soltó el pelo y me acarició la nuca, mientras me miraba directamente a los ojos.

—No, lo que quiero decir es que no puedo apartarte de mis pensamientos. Nunca había sentido algo así por una chica.

En ese instante, se me encogió el corazón, porque había oído eso mismo muchas veces. Pero esta vez era distinto, porque quería que esas palabras fueran ciertas.

Al final, logré reunir las fuerzas necesarias para hablar.

—¿Ni siquiera por la hermana de mi agente de la condicional?

Se echó a reír y apoyó la cabeza de nuevo sobre la toalla para poder contemplar ese cielo tan claro.

—Me alegra saber que la hermana de Miranda es tan profesional, pero voy a responder a tu pregunta… No, no sentía lo mismo por ella. Fuimos novios en el instituto, Wills. En esa época, el amor…, las relaciones sentimentales son muy distintas.

—Espero que no hayas estado a punto de decirme que me quieres, ¿eh? —bromeé, a la vez que me inclinaba sobre él para clavar mis ojos en los suyos. Mi melena cayó como una cascada sobre su rostro y él aprovechó para recrearse en su fragancia; olía a un champú de Victoria’s Secret que mi madre me había enviado por correo. Me estremecí—. Porque yo no creo en el amor a primera vista, que lo sepas —susurré.

—Yo tampoco.

Me dejé caer bruscamente sobre la toalla. Apenas podía respirar cuando le pregunté:

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

—Sé sincera conmigo, aunque solo sea por un instante, Wills.

—Vale.

—Si las cosas fueran distintas, ¿ya nos habríamos dejado llevar por lo que sentimos?

Me estaba preguntando qué hubiera pasado entre nosotros si Tyler no me hubiera puteado en el pasado. Le respondí sin pensármelo dos veces:

—Sí.

Cooper gruñó y, por el rabillo del ojo, vi que se frotaba la cara.

—Sigo intentando entenderte.

Su voz era muy melodiosa, pero al mismo tiempo lo bastante potente como para que ni el bramido del mar ni los tremendos chillidos de los niños que jugaban en la orilla pudieran taparla.

Cerré los ojos y negué con la cabeza.

—No soy tan complicada.

Me acerqué a él hasta que nuestros cuerpos se tocaron; hombro con hombro, cadera con cadera. Como nuestras toallas se habían separado, mi costado derecho se hallaba ahora en contacto directo con la tosca arena de la playa, pero eso no me importaba. Necesitaba estar tan cerca de él. Cooper olía a aire cálido y agua salada, y ese olor se mezclaba con el aroma a cera de coco que desprendían nuestras tablas a solo unos metros de distancia.

Cooper volvió la cabeza y me clavó la mirada.

—Bromeas, ¿no, Wills? Eres la persona más complicada que he conocido jamás.

Pero se equivocaba. Yo no era complicada.

Solo era cauta.