IRINA y TUSENBACH salen del salón.
TUSENBACH.— ¡Tengo un triple apellido: barón Tusenbach, Krone y Altschauer; pero, sin embargo, soy ruso y ortodoxo como usted…! ¡De alemán me queda ya muy poco…! ¡Quizá solo la paciencia y la tozudez que empleo en aburrirla…! ¡Todas las tardes la acompaño hasta aquí!
IRINA.— ¡Qué cansada estoy!
TUSENBACH.— ¡Y seguiré yendo todos los días al Telégrafo para luego acompañarla a casa…! ¡Diez, veinte años…! ¡Mientras usted no me eche! (Viendo a MASHA y a VERSCHININ). ¿Ustedes aquí? ¡Buenas noches!
IRINA.— ¡Por fin me encuentro en casa…! (A MASHA). Figúrate que ahora mismo acaba de ir una señora a poner un telegrama a un hermano que vive en Saratov, al que se le había muerto un hijo, y cuya dirección no podía recordar… Al fin decidió enviar el telegrama sin más señas que sencillamente: «Saratov…». Pues bien: estaba llorando, y yo, sin embargo, así porque sí, la traté con brusquedad… «¡No tengo tiempo!», le dije. ¡Fue estúpido…! ¿Vendrán hoy máscaras?
MASHA.— Sí.
IRINA.— (Sentándose en una butaca). ¡A descansar…! ¡Qué cansada estoy!
TUSENBACH.— (Con una sonrisa). ¡Cuando vuelve usted al trabajo, se me aparece usted tan joven…, tan desgraciadita…! ()Pausa).
IRINA.— ¡Es que me canso…! ¡No…! ¡No me gusta el Telégrafo…! ¡No me gusta!
MASHA.— Has adelgazado. (Silba ligeramente). Estás más joven, y ahora, de cara pareces un chiquillo.
TUSENBACH.— Es el peinado.
IRINA.— ¡Tendré que buscar otro trabajo! ¡Éste no me va…! ¡No contiene nada de aquello que yo precisamente quería y con lo que soñaba…! ¡Es un trabajo sin poesía…, en el que el pensamiento está ausente…! (Sí, oye golpear el suelo). Es el doctor el que da esos golpes… (A TUSENBACH). ¡Contéstale, querido, con otros…! ¡Yo no puedo! ¡Estoy cansada…! (TUSENBACH golpea en el suelo). Ahora subirá… ¡Por cierto que es menester tomar medidas…! ¡Ayer el doctor y nuestro Andrei estuvieron jugando en el Círculo y volvieron a perder…! ¡Dicen que Andrei perdió doscientos rublos!
MASHA.— (Con indiferencia). ¡Y qué vas a hacerle!
IRINA.— ¡Hace dos semanas perdió…! ¡En diciembre también perdió…! ¡Ojalá se diera más prisa a perderlo todo…! ¡Puede que entonces nos marcháramos de esta ciudad…! ¡Dios mío…! ¡Todas las noches, en sueños, veo Moscú…! ¡Estoy enteramente loca! (Ríe). ¡En junio nos trasladaremos allá; pero hasta junio faltan febrero, todavía…, marzo, abril, mayo…! ¡Casi medio año!
MASHA.— ¡Hay que impedir a todo trance que Natascha se entere de esa pérdida!
IRINA.— Yo creo que le da igual.