I

Entra NATALIA IVANOVNA envuelta en una bata y con una vela en la mano; da unos pasos y se detiene ante la puerta de la habitación de ANDREI.

NATASCHA.— ¿Qué haces, Andriuscha? ¿Estás leyendo?… ¡No…, no es nada…! ¡Es que…! (Abre una segunda puerta, echa una ojeada tras ella y vuelve a cerrarla). ¡Estoy mirando no vaya a haber fuego! (Entra ANDREI con un libro en la mano).

ANDREI.— ¿Qué quieres, Natascha?

NATASCHA.— ¡El servicio, con el carnaval, anda trastornado; tiene una que andar mira que te mira por si sucede algo…! ¡Ayer, a medianoche, al pasar por el comedor, vi que se habían dejado encendida una vela…! ¿Quién fue?… No pude averiguarlo. (Depositando la vela). ¿Qué hora es?

ANDREI.— (Mirando el reloj). Las ocho y cuarto.

NATASCHA.— OLGA e IRINA todavía no han vuelto. No han vuelto… ¡Cómo las pobrecitas trabajan: OLGA en el Consejo Pedagógico e IRINA en el Telégrafo…! (Suspirando). Esta mañana, hablando con tu hermana, le dije: «¡Cuídate mucho, IRINA querida!»… Pero ¡no me hace caso! ¿Así que dices que son las ocho y cuarto?… Nuestro Bobik anda regular… ¿Por qué estará tan frío? ¡Ayer tenía fiebre y hoy está frío…! ¡Me da tanto miedo!

ANDREI.— ¡No es nada, Natascha! ¡El chico está perfectamente!

NATASCHA.— ¡De todos modos, mejor será tenerle a dieta! ¡Me da un miedo…! Parece ser que hoy, a las nueve, van a venir las máscaras… ¿No sería mejor que no vinieran, Andriuscha?

ANDREI.— ¡La verdad es que no sé…! ¡Se les ha invitado…!

NATASCHA.— ¡Oye…! ¿Sabes que esta mañana el chiquitín, al despertarse y mirarme, se sonrió de pronto?… ¡Eso quiere decir que me conoce…! «¡Hola, Bobik! —le dije yo—. ¡Hola, querido!»… ¡Y él venga a reírse! ¡Los niños se dan perfecta cuenta de todo…! Conque…, entonces, Andriuscha, ¿digo que no se reciba a las máscaras?

ANDREI.— (Indeciso). ¡Eso, lo que quieran mis hermanas…! ¡Las amas de casa son ellas!

NATASCHA.— También a ellas se lo diré. ¡Son tan buenas…! (Disponiéndose a salir). Para la cena pondré cuajada. El doctor dice que si no te limitas a comer cuajada, no adelgazarás. (Deteniéndose). ¡Bobik está frío…! ¡Tengo miedo de que sea fría su habitación…! ¡Convendría, hasta que llegue el buen tiempo, instalarle en alguna otra…! ¡La de Irina, por ejemplo, está pintiparada para el niño! ¡No hay humedad, y da el sol en ella todo el día! ¡Habrá que decirle que, mientras tanto, se pase a la de Olga! ¡Cómo de todos modos no está en casa en todo el día, y solo viene a dormir…! ()Pausa). ¡Andriuschanchik…! ¿Por qué estás tan callado?

ANDREI.— Porque sí… Porque me había quedado pensando… Además no hay nada de que hablar.

NATASCHA.— Por cierto…, quería decirte algo… ¡Ah, sí…! ¡De allá…, de la Diputación…, ha venido Ferapont preguntando por ti!

ANDREI.— (Bostezando). Dile que pase.

(NATASCHA sale. ANDREI se pone a leer en el libro, a la luz de la vela olvidada por ella. Entra FERAPONT, cubierto de un viejo abrigo raído y con el cuello alzado. Una bufanda le cubre las orejas).

ANDREI.— (le dice): ¡Hola, amigo mío! ¿Qué me cuentas?

FERAPONT.— El presidente le envía este libro con esta nota. (Entregándole ambos). Aquí están.

ANDREI.— Gracias, muy bien. ¿Por qué vienes tan tarde? ¡Ya son más de las ocho!

FERAPONT.— ¿Cómo dice?

ANDREI.— ¡Digo que vienes tarde! ¡Que ya son más de las ocho!

FERAPONT.— Así será… ¡Cuando vine era aún de día, pero como no me dejaron pasar…! «El señor está ocupado», me decían, y yo ¡qué le iba a hacer…! ¡Si estaba ocupado, es que estaba ocupado…! ¡A mí no me corría prisa ninguna! (Creyendo que ANDREI le pregunta algo). ¿Cómo?…

ANDREI.— ¡Nada…! (Examinando el libro). Mañana, viernes, no hay oficina; pero yo iré de todos modos… En casa me aburro. ()Pausa). ¡Abuelo querido…! ¡Qué singularmente cambia y nos engaña la vida…! ¡Hoy, de puro aburrimiento, y como no tenía nada que hacer, agarré este libro…! ¡Son viejos apuntes de la universidad, y me hicieron reír…! ¡Dios mío…! ¡Pensar que hoy soy secretario de la Delegación…! ¡De la misma Delegación en que es presidente Protopopov…! ¡Secretario, y pudiendo aspirar, a lo sumo, a llegar a miembro directivo…! ¡Miembro directivo yo, que todas las noches sueño con que soy profesor de la Universidad de Moscú…! ¡Un famoso sabio…! ¡El orgullo de la tierra rusa…!

FERAPONT.— Eso yo no lo sé… Oigo mal…

ANDREI.— ¡Si hubieras oído bien, tal vez no hubiera hablado contigo…! ¡Y, sin embargo, tengo que hablar con alguien…! ¡Mi mujer no me entiende, y a mis hermanas sin saber por qué les tengo miedo…! ¡Temo que se rían de mí y me avergüencen…! Beber, no bebo… Me desagrada frecuentar las tabernas y, sin embargo…, ¡qué placer sería encontrarse ahora en Moscú…, en Testov, en Bolschoi o en Moskovskii[6]…! ¡Querido mío…!

FERAPONT.— El otro día, el contratista estuvo contando de unos comerciantes de Moscú que se pusieron a comer «blini[7]» hasta que, según parece, se murió uno de ellos, que se había comido cuarenta… No sé si fueron cuarenta o cincuenta las que se comió. No lo recuerdo bien…

ANDREI.— ¡Encontrarse en Moscú, sentado en el enorme salón del restaurante…! ¡A nadie conoces y nadie te conoce a ti… y, sin embargo, no te sientes extraño…! ¡Aquí, en cambio, donde todo el mundo te conoce y tú conoces a todo el mundo, sí te sientes extraño…! ¡Extraño y solitario!

FERAPONT.— ¿Cómo?… ()Pausa). Y también el mismo Contratista… claro que a lo mejor es mentira habla de no sé qué cuerda gorda que pasa por Moscú…

ANDREI.— ¿Para qué?

FERAPONT.— ¡Yo no sé…! ¡Es el contratista el que lo dijo!

ANDREI.— ¡Tonterías! (Lee). ¿Has estado tú alguna vez en Moscú?

FERAPONT.— (Tras un silencio). No… No he estado nunca… No lo quiso Dios. ()Pausa). ¿Me voy?

ANDREI.— Sí, puedes irte… Que te vaya bien. (FERAPONT se dispone a salir). Que te vaya bien. (Lee). Ven mañana a recoger esos papeles… Vete ahora. ()Pausa). Se fue… (Suena un timbre). Los asuntos si…

(Estirándose y con paso lento entra en su habitación. Al escenario llega el canto de la niñera meciendo al niño).