VI

Entra KULIGUIN, de uniforme de gala.

KULIGUIN.— (Acercándose a IRINA). ¡Hermana querida…! ¡Permíteme que te felicite en el día de tu santo y que te desee de todo corazón cuanto pueda desearse a una joven de tus años! ¡Te traigo también como regalo este libro! (Ofreciéndole uno). Es una historia, escrita por mí, de nuestro colegio, que comprende sus cincuenta años de existencia. El libro es insignificante y ha sido escrito por mí, por no tener nada mejor que hacer, pero, no obstante, léelo. ¡Buenos días, señores! (A VERSCHININ). ¡Kuliguin…! Profesor del colegio local y consejero civil. (A IRINA). El libro contiene una referencia a cuantos, en el curso de estos cincuenta años, terminaron sus estudios en nuestro colegio… «Feci quod potui; faciant meliora potentes[3]…». (Besa a MASHA).

IRINA.— ¡Pero si ya me regalaste uno igual por Pascua de Resurrección!

KULIGUIN.— ¿Será posible?… Devuélvemelo entonces, o si no…, quizá sea mejor que se lo des al coronel… Tómelo, coronel… Algún día el aburrimiento le hará leerlo.

VERSCHININ.— Muy agradecido. (Disponiéndose a marcharse). ¡Encantado de haberlas saludado!

OLGA.— ¿Qué se marcha usted?… ¡No! ¡No…!

IRINA.— ¡Se queda usted a almorzar con nosotros…! ¡Por favor…!

OLGA.— ¡Se lo ruego!

VERSCHININ.— (Con una inclinación cortés). ¡Según parece, he caído aquí en un día de santo…! ¡Perdone que, por no saberlo, no la haya felicitado! (Se traslada con OLGA al salón).

KULIGUIN.— ¡Hoy, señores, es domingo y, por tanto, día de descanso…! ¡Descansemos, pues…! ¡Divirtámonos todos, cada uno conforme a su edad y situación…! Por cierto, hay que quitar las alfombras durante el verano y guardarlas hasta el invierno con naftalina o polvos persas… ¡Los romanos eran gente sana! ¡Sabían trabajar, pero sabían también descansar! ¡Tenían una «mens sana in corpore sano»…! ¡Su vida fluía con arreglo a determinadas formas…! Nuestro director suele decir: «¡Lo importante en una vida es su forma!». «¡Lo que pierde su forma, acaba!»… Así ocurre igualmente en nuestra vida cotidiana… (Cogiendo a MASHA por el talle y riendo). ¡MASHA me quiere! ¡Mi mujer me quiere…! Las cortinas hay que guardarlas también con las alfombras… ¡Hoy estoy contento y de un humor magnífico…! ¡A las cuatro, MASHA, iremos a casa del director! ¡Se está organizando un paseo de pedagogos con sus familias!

MASHA.— Yo no voy.

KULIGUIN.— (Disgustado). ¡Querida…! ¿Por qué?

MASHA.— Luego hablaremos. (Con enfado). ¡Iré, bueno…; pero déjame, por favor! (Se aparta de él).

KULIGUIN.— ¡Pasaremos después la tarde en casa del director…! ¡Es un hombre que, pese a lo precario de su salud, hace los mayores esfuerzos por mostrarse sociable! ¡Tiene un carácter magnífico y franco! ¡Excelente persona…! Ayer, después del consejo, me decía: «¡Estoy cansado, Fedor Ilich…! ¡Estoy cansado!». (Tras una mirada al reloj de pared y otra al suyo). Su reloj adelanta siete minutos… «Sí… —decía—. ¡Estoy cansado!». (De detrás del escenario llega el sonido de un violín).

OLGA.— ¡Tengan la bondad! ¡Pasen a almorzar!

KULIGUIN.— ¡Ay, mi querida Olga…! ¡Lo que trabajé ayer! ¡Desde la mañana hasta las once de la noche! ¡Acabé cansadísimo, pero hoy me encuentro feliz! (Se dirige a la mesa, en el salón).

CHEBUTIKIN.— (Guardándose el periódico en el bolsillo y atusándose la barba). ¿Un pirog[4]? ¡Magnífica tarta!

MASHA.— (En tono severo, a CHEBUTIKIN). ¡Cuidado…! ¡No beba nada! ¿Me oye…? ¡Le hace daño!

CHEBUTIKIN.— ¡Bah…! ¡Eso ya pasó! ¡Hace ya dos años que no bebo, y además… (Impacientándose), qué más da!

MASHA.— ¡No se atreva, de todos modos! ¡No se atreva! (Con enfado, pero evitando que su marido la oiga). ¡Diablos…! ¡Otra vez a aburrirse en casa del director!

TUSENBACH.— Yo que usted no iría. La cosa es sencilla.

CHEBUTIKIN.— ¡No vaya, monina!

MASHA.— ¡Sí…, no vaya…! ¡Este maldito modo de vivir mío es insoportable! (Entra en el salón).

CHEBUTIKIN.— (Yendo en pos de ella). ¡Bueno! ¡Bueno…!

SOLIONII.— (Entrando en el salón). «¡Pitas! ¡Pitas! ¡Pitas!»…

TUSENBACH.— ¡Basta ya, Vassili Vassillevich! ¡Basta!

SOLIONII.— «¡Pitas! ¡Pitas! ¡Pitas!»…

KULIGUIN.— (Alegremente). ¡A su salud, coronel…! ¡Pedagogo de carrera, formo parte de esta familia! ¡Soy el marido de MASHA…! ¡Es muy buena! ¡Muy buena…!

VERSCHININ.— ¡Beberé un poco de esta vodka oscura…! (Bebe). ¡A su salud! (A OLGA). ¡Qué a gusto me encuentro en su casa!

(En la sala han quedado solos IRINA y TUSENBACH).

IRINA.— MASHA está hoy de mal humor… ¡Cuando se casó, a los dieciocho años, tenía a su marido por el hombre más inteligente del mundo…! Ahora es distinto… Es el hombre más bueno; pero no el más inteligente.

OLGA.— (Con voz impaciente). ¡Andrei! ¡Ven de una vez!

ANDREI.— ¡Ahora mismo voy! (Entra y se dirige a la mesa).

TUSENBACH.— ¿En qué piensa usted?

IRINA.— En nada… No me gusta ese Solionii y, además, le tengo miedo. No dice más que majaderías.

TUSENBACH.— Es un hombre raro… A mí me da lástima y me irrita a la vez…, aunque es mayor todavía la lástima que me da… Se me figura que lo que le pasa es que es tímido. Cuando estoy solo con él, le encuentro inteligente, afable…, mientras que en sociedad resulta un bruto… ¡No se marche! ¡Que se sienten…! ¡Déjeme estar a su lado…! ¿En qué piensa? ()Pausa). ¡Usted tiene veinte años…; yo aún no he cumplido los treinta…! ¡Cuántos años todavía ante nosotros…! ¡Qué larga hilera de días para llenarla de mi amor hacia usted!

IRINA.— ¡Nikolai Lvovich…! ¡No me hable de amor!

TUSENBACH.— ¡Tengo en el alma una sed ardiente de vida, de lucha, de trabajo…! ¡Sed a la que se une ahora mi amor por usted, Irina…, como ex profeso maravillosa para que la vida me parezca también maravillosa…! ¿En qué piensa?

IRINA.— ¡Dice usted que la vida es maravillosa…! Cierto; pero…, ¿no sera que nos lo parece solamente?… ¡Ninguna de nosotras, las tres hermanas, tuvimos una vida maravillosa…! ¡Nuestra vida nos ahogó siempre como la mala hierba…! ¡Me están cayendo las lágrimas…! ¡Esto no debe ser! (Enjugándose rápidamente las mejillas, sonríe). ¡Trabajar…! ¡Lo que hay que hacer es trabajar…! ¡Por eso nos falta alegría y tenemos una visión tan sombría de la vida! ¡Porque no conocemos el trabajo! ¡Procedemos de gente que lo despreciaba…! (Entra NATALIA IVANOVNA vestida de rosa y con un cinturón verde).

NATASCHA.— Ya están sentándose para el almuerzo… Llego retrasada. (Lanzándose una ojeada en el espejo y arreglándose el cabello). No estoy mal peinada…, me parece. (Apercibiéndose de la presencia de IRINA). ¡Irina Sergueevna, querida…! ¡Felicidades…!

(La besa larga y efusivamente). ¡Tienen ustedes muchos invitados, y eso me azara…! ¡Buenos días, barón!

OLGA.— (Saliendo del salón). ¡Aquí tienen ustedes a Natalia Ivanovna! ¡Buenos días, querida mía! (Se besan).

NATASCHA.— ¡Tienen ustedes una reunión tan numerosa, que me siento terriblemente acobardada!

OLGA.— ¡Qué tontería! ¡Aquí todo el mundo es de confianza! (Con aire asustado y a media voz). ¡Lleva usted un cinturón verde, querida…! ¡No está bien!

NATASCHA.— ¿Existe, acaso, alguna superstición sobre ello?

OLGA.— ¡No…; es que, sencillamente, el color verde desentona y hace un efecto raro!

NATASCHA.— (Con voz llorosa). ¿Sí?… ¡Pero sí no es verde! ¡Si es más bien mate! (Entra con OLGA en el salón. Todos toman asiento alrededor de la mesa. La sala queda vacía).

KULIGUIN.— ¡Te deseo, Irina, un buen novio! ¡Ya es hora de que te cases!

CHEBUTIKIN.— ¡Y otro novio también para Natalia Ivanovna!

KULIGUIN.— ¡Natalia Ivanovna tiene ya novio!

MASHA.— (Dando golpecitos en el plato con el tenedor). ¡Tomaré una copita de vino y… pase lo que pase!

KULIGUIN.— ¡Estás mereciendo un tres!

VERSCHININ.— ¡La «nalivka[5]» está muy aromática! ¿Con qué la han hecho?

SOLIONII.— Con cucarachas.

IRINA.— (Con voz llorosa). ¡Uf…, qué asco!

OLGA.— ¡Para la cena tendremos pavo asado y tarta de manzana…! ¡Gracias a Dios, hoy estoy en casa todo el día! ¡Y por la noche…! ¡Vengan, señores, esta noche!

VERSCHININ.— ¡Permítame que venga yo también esta noche!

IRINA.— ¡No faltaría más! ¡Se lo ruego!

NATASCHA.— Aquí no gastan ceremonias.

CHEBUTIKIN.— «¡Solo para el amor fuimos creados por la Naturaleza!». (Ríe).

ANDREI.— ¡Ya está bien, señores! ¿Cómo no les aburre? (Entran FEDOTIK y RODE cargados con una gran cesta de flores).

FEDOTIK.— Pero ¡si están ya almorzando!

RODE.— (Con voz bronca y pronunciando mucho la «r»). ¿Almorzando?… ¡Pues sí que están almorzando!

FEDOTIK.— ¡Aguarda un momento! (Hace una fotografía). ¡Una…! ¡Espera un poco más! (Hace otra). ¡Dos…! ¡Ya está…! (Vuelven a coger la cesta y entran en el salón, donde son acogidos con gran alboroto).

RODE.— (Esforzando la voz). ¡Mis felicitaciones y mejores deseos…! ¡Hoy está el tiempo maravilloso! ¡Francamente magnífico…! Me he estado toda la mañana paseando con mis colegiales… Doy clase de gimnasia en el colegio…

FEDOTIK.— ¡Puede moverse, IRINA Sergueevna! (Hace otra fotografía). ¡Está usted hoy muy interesante! (Sacando del bolsillo un trompo de música). ¡Este trompo para usted! ¡Suena que es una maravilla!

IRINA.— ¡Qué preciosidad!

MASHA.—

¡Junto al mar hay un roble verde,

con una cadena de oro prendida en él!

Con una cadena de oro prendida en él…

(En tono quejumbroso) ¿Por qué me habrá dado por decir esto?… ¡Desde la mañana tengo metida esta frase en la cabeza!

KULIGUIN.— ¡Somos trece a la mesa!

RODE.— ¿Será posible que conceda valor a esos prejuicios? (Risas).

KULIGUIN.— ¡Cuando se reúnen trece personas a la mesa, significa que entre ellas hay enamorados! ¿No será usted uno, a lo mejor, Iván Romanovich?… (Risas).

CHEBUTIKIN.— Soy un viejo pecador; pero… ¿por qué se ha azorado Natalia Ivanovita?… Es cosa que no comprendo…

(Risas estrepitosas, NATASCHA sale corriendo del salón seguida de ANDREI).

ANDREI.— ¡Déjelos! ¡No les haga caso! ¡Espere…! ¡Espere, se lo ruego!

NATASCHA.— ¡Qué vergüenza…! ¡No sé lo que me pasa…! ¡Y ellos, riéndose de mí…! ¡Es incorrecto esto que acabo de hacer de levantarme de la mesa…, pero no puedo…, no puedo…! (Oculta el rostro entre las manos).

ANDREI.— ¡Querida mía! ¡Se lo ruego! ¡Se lo suplico! ¡Cálmese…! ¡Le aseguro que estaban bromeando…! ¡Qué ha sido con la mayor inocencia…! ¡Querida mía…! ¡Todos son buenos y afectuosos! ¡A los dos nos quieren…! ¡Venga conmigo a la ventana! ¡Desde aquí no nos verán! (Mira hacia atrás al andar).

NATASCHA.— ¡Es que no tengo costumbre de alternar…!

ANDREI.— ¡Oh juventud…! ¡Maravillosa, preciosa juventud…! ¡Querida mía! ¡Cálmese…! ¡Créame! ¡Créame…! ¡Qué feliz me encuentro a su lado! ¡Mi alma está llena de amor…, de entusiasmo…! ¡Oh…! ¡No nos ven! ¡No nos ven…! ¿Por qué la quiero?… ¿Cuándo empecé a quererla?… ¡Querida mía…! ¡Mi niña buena…, pura…! ¡Sea mi mujer! ¡La quiero…! ¡La quiero como nunca, nunca…! (Un beso. Entran dos oficiales, que al ver besarse a la pareja se detienen asombrados).