IX

Entra CHEBUTIKIN.

MASHA.— ¡Ya se van los nuestros…! ¡Qué se le va a hacer…! ¡Buen viaje! (A su marido). Vámonos nosotros a casa. ¿Dónde está mi capa y mi sombrero?

KULIGUIN.— Los dejaste allí. Ahora mismo te los traigo.

OLGA.— Sí… ¡Ya es hora de irse cada cual a su casa…!

CHEBUTIKIN.— ¡Olga Sergueevna!

OLGA.— ¿Qué? ()Pausa).

CHEBUTIKIN.— Nada… ¡No sé cómo decírselo! (Le murmura algo al oído).

OLGA.— (Espantada). ¿Será posible?

CHEBUTIKIN.— Sí… ¡Ése es el caso…! ¡Estoy agotado…! ¡No tengo ánimos para hablar más! (Con acento de enojo). ¡Qué más da, después de todo!

MASHA.— Pero ¿qué ha ocurrido?

OLGA.— (Rodeando entre sus brazos a IRINA). ¡Qué terrible día el de hoy…! ¡No sé, querida, cómo decírtelo!

IRINA.— ¿Decirme el qué?… ¡Pronto! ¡Lo que sea…! ¡Por el amor de Dios! (Llora).

CHEBUTIKIN.— ¡En el duelo ha resultado muerto el barón!

IRINA.— (Llorando silenciosamente). ¡Lo sabía! ¡Lo sabía!

CHEBUTIKIN.— (Sentándose en un banco, al fondo del escenario). ¡Estoy cansado! (Saca un periódico del bolsillo). ¡Dejémoslas llorar! (Canturreando a media voz). «Tra-ra-rá… Bumbiá… ¡Sentado estoy!». ¡Qué más da…! ¡Es igual! (Las tres hermanas están de pie, estrechándose una contra otra).

MASHA.— ¡Oh, cómo toca la música…! ¡Nos dejan…! ¡Y uno se fue para siempre…, para siempre…, y nosotras nos quedamos solas para empezar a vivir de nuevo…! Porque…, es preciso vivir… Es preciso vivir…

IRINA.— (Reclinando la cabeza sobre el pecho de OLGA). ¡Llegará un día en el que todo el mundo sepa por qué es todo esto… Para qué son todos estos sufrimientos… Ya no habrá misterios, pero, entre tanto…, hay que vivir…! ¡Hay que trabajar…! ¡Únicamente eso…, trabajar…! ¡Yo mañana me marcharé sola a trabajar en la escuela…! ¡Dedicaré mi vida entera a cuantos puedan necesitar de ella…! ¡Ya estamos en otoño, pronto llegará el invierno, todo se cubrirá de nieve y yo seguiré trabajando…, trabajando…!

OLGA.— (Rodeando con los brazos a sus hermanas). ¡Oíd qué alegre, que animadamente suena la música! ¡Uno tiene deseo de vivir…! ¡Oh, Dios mío…! ¡Pasarán los años y nos iremos para siempre…! ¡Seremos olvidados…! ¡Se olvidarán de cuántos éramos y de cómo eran nuestros rostros…, nuestras voces…, y, sin embargo, de nuestros sufrimientos presentes nacerá la alegría de cuantos hayan de sucedernos en la vida…! ¡La felicidad y la paz llenarán la tierra, y las gentes, al recordar a los que ahora vivimos, tendrán para nosotros una buena palabra y nos bendecirán…! ¡Oh, mis queridas hermanas…! ¡Nuestra vida aún no ha terminado…! ¡Seguiremos viviendo…! ¡Qué alegre…, qué alegremente suena la música…! ¡Un poco más, y diríase que íbamos a saber para qué vivimos…, para qué sufrimos…! ¡Si uno pudiera saber…! ¡Si uno pudiera saber…!

(La música suena cada vez más lejana, KULIGUIN entra sonriente con el sombrero y la capa, ANDREI empuja el cochecito en el que va sentado BOBIK).

CHEBUTIKIN.— (Canturreando a media voz). «Tra-ra-rá… Bumbiá… ¡Sentado estoy!»… (Poniéndose a leer el periódico). ¡Qué más da! ¡Qué más da…!

OLGA.— ¡Si uno pudiera saber…! ¡Si uno pudiera saber…!

(Telón).