Dos músicos ambulantes, un hombre y una joven, entran y se ponen a tocar el arpa y el violín. De la casa salen VERSCHININ, OLGA y ANFISA, que permanecen un minuto escuchándoles en silencio. IRINA se acerca.
OLGA.— ¡Nuestro jardín se ha convertido en una calle de paso! ¡Todo el que quiere, lo mismo sea a pie que a caballo, cruza por él…! ¡Ama…, da algo a esos músicos!
ANFISA.— (Dándoles unas monedas). ¡Vayan con Dios! (Los músicos saludan y se marchan). ¡Pobre gente! ¡No será por estar muy satisfechos por lo que tocan…! (A IRINA, besándola). ¡Buenos días, Arischa! ¡No sabes lo bien que estoy viviendo! ¡En el colegio, en un piso oficial y con Oliuscha…! ¡Así lo ha querido Dios…! ¡Qué viva en mi vejez como nunca pecadora de mí desde que nací he vivido! ¡Es un piso grande…, oficial… y tengo para mí sola un cuarto con una cama…! ¡Todo es oficial…! Y cuando me despierto por la noche… ¡Virgen Santísima…!, no hay en el mundo persona más feliz que yo.
VERSCHININ.— (Mirando al reloj). Nos vamos ya, OLGA Sergueevna. Es hora de marcharse. ()Pausa). ¡La deseo cuanto mejor…, mejor! ¿Dónde está María Sergueevna?
IRINA.— En el jardín, supongo. Voy, a buscarla.
VERSCHININ.— ¡Si es usted tan buena…! Tengo prisa.
ANFISA.— También yo iré a buscarla. (Llamando a voces). ¡Mascheñka! (Adentrándose con IRINA en el jardín, y en el fondo de éste). ¡Uuuu…!
VERSCHININ.— ¡A todo le llega su fin…! ¡Tenemos, pues, que separarnos…! (Mira la hora). La ciudad nos ha obsequiado con un a modo de almuerzo… ¡Se bebió champán, el alcalde pronunció un discurso, y yo estuve comiendo y escuchando mientras mi alma estaba aquí, entre ustedes…! (Paseando la mirada por el jardín). ¡Cómo me había acostumbrado a su compañía…!
OLGA.— ¿Volveremos a vernos alguna vez?
VERSCHININ.— Seguramente, no. ()Pausa). Mi mujer y mis niñas seguirán aquí todavía un par de meses… ¡Por favor…! ¡Si les ocurriera o necesitaran algo…!
OLGA.— ¡Desde luego! ¡Pierda cuidado! ¡Esté tranquilo! ()Pausa). ¡Mañana no habrá ya en la ciudad un solo militar…! ¡Todo se volverá recuerdo, mientras para nosotras comenzará, naturalmente, una nueva vida…! ()Pausa). Las cosas no salen conforme a nuestro gusto, sino al revés. Yo no quería ser directora, y lo soy… Lo cual quiere decir que no iremos a Moscú.
VERSCHININ.— Bueno… Gracias por todo. ¡Perdóneme si hubo algo que lo fuera de su agrado…! Hablé mucho…, demasiado… por lo que también le pido perdón. ¡No guarde mal recuerdo de mí!
OLGA.— (Enjugándose los ojos). ¿Por qué no vendrá MASHA?
VERSCHININ.— ¿Qué más puedo decirle de despedida?… (Riendo). ¿Sobre qué filosofar?… ¡La vida es difícil…! ¡A cuántos de nosotros se nos antoja sorda y desesperada y, sin embargo, hay que reconocer que cada día se va haciendo más clara, más fácil, por lo que es de suponer no está ya muy lejos el tiempo en que se aclare del todo! (Consultando el reloj). Ya es hora de marcharse… Antes, la Humanidad era guerrera…, ocupaba su existencia en expediciones militares, asaltos, conquistas…; pero ahora todo eso, al morir, ha dejado un enorme espacio vacío que, por el momento, nada ha llenado… La Humanidad busca con ardor, y llegará a encontrar…, naturalmente… ¡Si al menos, ay, se hubiera dado más prisa…! ()Pausa). ¡Si al afán de trabajo pudiera añadirse la instrucción, y la instrucción al afán de trabajo…! (Mirando al reloj). Es tarde. Tengo que marcharme…
OLGA.— Aquí viene.