III

Por el fondo del escenario pasa SOLIONII acompañado de dos oficiales. Al divisar a CHEBUTIKIN, avanza hacia él. Los oficiales siguen su camino.

SOLIONII.— Doctor, es la hora… Son ya las doce y media. (Saluda a ANDREI).

CHEBUTIKIN.— Al instante. ¡Cómo me aburrís todos! (A ANDREI). Si pregunta alguien por mí, Andriuscha, di que en seguida vengo. (Suspirando). ¡Ay! ¡Ay…!

SOLIONII.— «Apenas había tenido tiempo de decir ¡ay…!, cuando ya el oso se le había echado encima»… ¿Por qué suspira usted, viejo?

CHEBUTIKIN.— ¡Deja!

SOLIONII.— ¿Y esa salud? ¿Cómo va?

CHEBUTIKIN.— (Con irritación). ¡De primera!

SOLIONII.— ¡Se inquieta usted sin motivo, viejo…! ¡No es gran cosa lo que voy a hacer…! ¡Me limitaré a matarle como a una chocha! (Saca del bolsillo un frasco de perfume y se rocía con él las manos). Hoy me llevo echado un frasco entero, y sigo oliendo… Me huele a cadáver. ()Pausa). ¡Así es…! ¿Recuerda usted estos versos?:

«¡Y el rebelde busca la tormenta,

como si en la tormenta estuviera la paz[16]!».

CHEBUTIKIN.— En efecto… «¡No había tenido tiempo de decir ay…, cuando va el oso se le había echado encima!».

(Salen él y SOLIONII. Se oye gritar: «¡Gop-gop!»… Entran ANDREI y FERAPONT).

FERAPONT.— Tiene que firmar estos papeles.

ANDREI.— (Nervioso). ¡Déjame! ¡Déjame, haz el favor…! (Sale empujando el cochecito).

FERAPONT.— ¡Para eso son papeles! ¡Para firmarlos! (Se retira al fondo del escenario).