Entra SOLIONII.
NATASCHA, con una vela en la mano, entra silenciosamente por la puerta de la derecha, atraviesa la escena y sale por la de la izquierda.
MASHA.— (Sentándose). ¡Anda como si viniera de prender fuego!
OLGA.— ¡Qué tonta eres, MASHA…! ¡Perdóname, por favor, pero eres lo más tonto de la familia!
MASHA.— ¡Me dan ganas de hacer una confesión, queridas hermanas…! ¡Tengo una pena en el alma…! ¡Os lo confesaré a vosotras y no volveré ya nunca a confesárselo a nadie…! Voy ahora mismo a decíroslo. (Bajando la voz). ¡Es mi secreto, pero vosotras tenéis que conocerlo! ¡No os lo puedo callar…! ¡Quiero…, quiero…, quiero a ese hombre…! Acabáis de verle… Bueno…, ¿para qué andar con rodeos?… En una palabra: quiero a Verschinin.
OLGA.— (Dirigiéndose a su cama tras el biombo). ¡No digas eso…! ¡Aunque es igual…! ¡No te oigo!
MASHA.— ¡Qué se le va a hacer…! Al principio me parecía extraño…, luego sentí piedad de después le quise…, le quise con su voz, con sus desgracias y con sus dos niñas…
OLGA.— (Detrás del biombo). ¡Es igual…! ¡No te oigo!
MASHA.— ¡Qué tonta eres, Oiga! ¿Qué es amor?…; pues será mi sino… Será mi destino… Él me quiere… Todo esto asusta y no está bien…, ¿verdad?… (Atrayendo hacia a sí a IRINA y cogiéndola por la mano). ¡Oh, querida mía…! ¿Cómo se deslizará nuestra vida, y qué será de nosotras?… ¡En las novelas lo encuentra uno todo tan viejo, tan fácil de comprender…; pero cuando es uno mismo el que quiere, ve que nadie sabe nada y que cada uno tiene que decidir por sí propio…! ¡Queridas mías…! ¡Mis hermanas…! ¡Me he confesado a vosotras y de ahora en adelante guardaré silencio…! ¡Seré como el loco de la obra de Gogol…! ¡Silencio…, silencio…!