Entra KULIGUIN.
KULIGUIN.— ¿Dónde está MASHA? Ya es hora de irse a casa. Dicen que el fuego amaina. (Estirándose). No se ha quemado más que una manzana de casas, aunque al principio, por el viento, parecía que ardía la ciudad entera. (Sentándose). ¡Estoy cansado…! ¡Olechka! ¡Querida mía…! ¡A veces suelo pensar que, de no haber sido por MASHA, me hubiera casado contigo, Olechka! ¡Eres muy buena…! ¡Estoy agotado! (Escucha).
OLGA.— ¿Qué?
KULIGUIN.— ¡El doctor parece que ha cogido hoy, a propósito, una borrachera terrible…! ¡A propósito enteramente…! Me parece que aquí llega. ¿Le oyes?… Sí, aquí viene. (Riendo). ¡Bueno está el doctor! Yo me escondo. (Corre a ocultarse en el rincón que forma el ángulo del armario). ¡Menudo bandido!
OLGA.— ¡Se ha pasado dos años sin beber, y ahora, de pronto, otra vez a emborracharse!
(Se instala con NATASCHA en el fondo de la habitación. Entra CHEBUTIKIN. Su paso al andar es seguro, como el de la persona sobria. Atraviesa la estancia, se detiene, mira a su alrededor, se acerca al lavabo y empieza a lavarse las manos).
CHEBUTIKIN.— (Con aire taciturno). ¡Al diablo todos! ¡Al diablo…! ¿Creen que porque soy médico puedo curar cualquier enfermedad?… Pero ¡si yo ya no sé absolutamente nada…! ¡Si se me ha olvidado todo lo que sabía…! ¡Ahora, ya no me acuerdo de ello! (OLGA y NATASCHA, salen sin que él se dé cuenta). ¡Diablos…! ¡El miércoles pasado tuve que ir a Zasyp a asistir a una mujer…! ¡Se murió…! ¡Y la culpa de que se muriera es mía…! Sí… ¡Hará cosa de veinticinco años sabía un poco, pero ya no me acuerdo de nada…! ¡De nada! ¡Quién sabe si no soy ni siquiera un hombre…! ¡Si solo lo aparento, porque tengo unos brazos, unas piernas, una cabeza…! ¡Si no existo y no hago más que andar, comer, dormir…! (Llorando). ¡Oh, si no existiera…! (Con semblante taciturno deja de llorar). ¡Diablos…! Pues ¿y hace tres días en el Círculo cuando se pusieron a hablar de que si Shakespeare…, de que si Voltaire?… Yo no había leído nada, pero ponía cara de que sí… Y los demás…, igual que yo… ¡Qué vulgaridad! ¡Qué bajeza…! ¡Y me acordé de la mujer que había matado el miércoles…! ¡Y, al recordarlo todo, me sentí el ánimo tan feo, tan torcido…, que empecé a beber!
(Entran IRINA, VERSCHININ y TUSENBACH: este último de paisano y con un abrigo nuevo a la última moda).
IRINA.— Sentémonos. Aquí no vendrá nadie.
VERSCHININ.— ¡Si no hubiera sido por los soldados, hubiera ardido la ciudad entera…! ¡Bravos muchachos! (Frotándose satisfecho las manos). ¡Valen el oro que pesan…! ¡Bravos muchachos!
KULIGUIN.— ¿Qué hora es?
TUSENBACH.— Las tres, pasadas. Ya empieza a amanecer.
IRINA.— Ninguno de los que están sentados en el salón se marcha. Ahí está también Solionii. (A CHEBUTIKIN). ¡Debería usted irse a dormir, doctor!
DOCTOR.— ¡Bah…! Gracias. (Se atusa la barba).
KULIGUIN.— (Riendo). ¡Conque usted entregándose a la bebida, Iván Romanich! (Dándole una palmada en el hombro). ¡Muchacho valiente…! «In vino veritas!», que decían los antiguos.
TUSENBACH.— Me piden que organice un concierto a beneficio de los damnificados.
IRINA.— Perfectamente. ¿Y a cargo de quién?
TUSENBACH.— Pudiera organizarse si quisiera María Sergueevna. Opino que toca maravillosamente el piano.
KULIGUIN.— Toca, sí, maravillosamente el piano.
IRINA.— ¡Si ya se le ha olvidado…! ¡Hace lo menos tres años que no pone las manos en él…! ¡Y hasta puede que cuatro!
TUSENBACH.— Aquí no hay nadie que entienda una palabra de música, pero yo, que sí entiendo, les aseguro y les doy mi palabra de honor de que María Sergueevna toca admirablemente…, como una verdadera artista.
KULIGUIN.— Tiene usted razón, barón… Yo quiero mucho a MASHA… Es muy buena.
TUSENBACH.— ¡Tocar tan maravillosamente y tener que reconocer que nadie la comprende!
KULIGUIN.— (Con un suspiro). Sí…, pero…, ¿estará bien que actúe en un concierto?… ()Pausa). Yo no sé… Puede que no esté mal… ¡He de confesar que nuestro director, que es un hombre bueno…, muy bueno, inclusive, y muy inteligente…, tiene algunos puntos de vista…! ¡Claro que el asunto no es cosa suya; pero, de todos modos, si les parece hablar con él! (CHEBUTIKIN coge entre las manos un reloj de porcelana y empieza a examinarlo).
VERSCHININ.— ¡Me he puesto sucísimo en el fuego! ¡Estoy hecho un adefesio! ()Pausa). Ayer llegó a mis oídos el rumor de que se quería trasladar nuestra brigada a no sé qué sitio muy lejos… Según unos, a Tzarstvo Polskoe, y según otros, a Chita.
TUSENBACH.— Yo también lo he oído decir ¡La ciudad va a vaciarse, entonces, por completo!
IRINA.— ¡También nosotras nos vamos!
CHEBUTIKIN.— (Soltándosele de las manos el reloj, que se rompe al caer). ¡Se hizo añicos! (Pausa. Todas las caras expresan sentimiento y confusión).
KULIGUIN.— (Recogiendo los pedazos). ¡Miren que romper una cosa de tanto valor…! ¡Ay, Iván Romanich…! ¡Su conducta merece un cero!
IRINA.— ¡Era el reloj de mi difunta madre!
CHEBUTIKIN.— ¡Lo sería…! ¿Qué era de su madre?… ¡Pues que lo fuera…! ¡Puede que yo no lo haya roto…! ¡Que lo parezca nada más…! ¡Y puede también que parezca que existimos y que en realidad no existamos…! ¡Yo no lo sé…, ni lo sabe nadie…! (Desde la puerta). ¿Por qué me miran así?… ¡Natascha tiene una aventura con Protopopov y ustedes ni se enteran…! ¡Ahí están sentados, sin ver nada, y, mientras tanto, Natascha de aventurita con Protopopov…! (Cantando). «¿No querría aceptar este dátil?»… (Sale).
VERSCHININ.— Sí… (Ríe). ¡Qué extraño, sin embargo, es todo esto! ()Pausa). Empieza el fuego y echo a correr a casa. Me acerco y la veo intacta sin riesgo inmediato pero, eso sí, mis niñas están en el umbral de la puerta, vestidas solo con su ropa interior y sin su madre. La gente va de aquí para allá…, los caballos y los perros pasan corriendo y en las caras de mis niñas hay tal expresión de inquietud, espanto, súplica y no sé qué más…, que el corazón se me oprime… «¡Dios mío…! —pienso—. ¡Qué sufrimientos estarán reservados a estas miniaturas en el curso de una larga vida!»… Las cojo y corro con ellas, pero siempre dominado por la misma idea. (Se oye tocar a fuego. Pausa). Luego encuentro aquí a su madre, gritando enfadada… (Entra MASHA con un cojín entre las manos y se sienta en el diván). ¡Viendo a mis niñas en el umbral de la puerta, a medio vestir y con la calle roja por el resplandor del fuego y llena de estruendo, pensé que escenas semejantes ocurrirían hace muchos años cuando un enemigo inesperado atacaba, saqueaba e incendiaba…! ¿Y qué diferencia hay, en realidad, entre lo que es y lo que fue?… ¡Cuando pase el tiempo, sin embargo, dentro de doscientos o trescientos años, las gentes volverán las miradas hacia nuestra vida actual con miedo y burla, y todo lo de ahora resultará anguloso, pesado, sumamente incómodo y extraño…! ¡Y qué vida, ay…, será la de entonces…! ¡Qué vida…! (Ríe). ¡Perdónenme que haya empezado otra vez a filosofar! ()Pausa). Pero parece que están ustedes todos dormidos… Pues, como les iba diciendo…, ¿cómo será entonces la vida?… ¡Imagínensela…! ¡Las personas que haya ahora como ustedes en la ciudad, no pasarán de tres…, pero en las generaciones futuras habrá más y más… hasta que llegue el momento en que todo esté cambiado a su hechura…! ¡Vivirán conforme a un tipo de vida recibido de ustedes, pero no el de ustedes mismos que se habrá quedado viejo, y nacerán otros mejores…! (Riendo). ¡Hoy tengo un estado de ánimo singular! ¡Unas ganas locas de vivir! (Cantando).
«¡No hay edad que no esté sujeta al amor!
¡Su influjo beneficioso…!». (Ríe).
MASHA.— Tram tam tam…
VERSCHININ.— Tram tam…
MASHA.— ¿Tra ra ra?…
VERSCHININ.— Tra ta ta… (Ríe. Entra FEDOTIK).
FEDOTIK.— (Bailando). ¡Todo se quemó…! ¡Todo se quemó…! ¡Todo, hasta el último trasto se quemó! (Risas).
IRINA.— ¡Qué bromas tiene! ¿Qué se ha quemado todo?
FEDOTIK.— ¡Todo hasta el último hilo…! ¡La guitarra y la fotografía y todas las cartas…! ¡Tenía una agendita para regalarla, y se quemó también!