Entra FERAPONT.
OLGA.— ¡Toma…! ¡Baja esto…! ¡Ahí debajo de la escalera están las señoritas Kolotilin…! ¡Entregádselo! ¡Y esto también!
FERAPONT.— ¡Como usted mande…! ¡También en el año doce ardía Moscú…! ¡Dios mío…! ¡Dios mío…! ¡Los franceses no salían de su asombro!
OLGA.— ¡Anda! ¡Anda!
FERAPONT.— Como usted mande. (Sale).
OLGA.— ¡Amita! ¡Querida! ¡Dalo todo…! ¡Nosotras no necesitamos nada…! ¡Dalo todo, amita…! ¡Estoy rendida…! ¡Apenas me sostienen los pies…! ¡A los VERSCHININ no es posible dejarles marchar a casa…! Las niñas pueden echarse en la sala, y Alexander Ignatievich abajo, con el barón… Fedotik… también con el barón o, si no, que se quede aquí…, en el salón… ¡El doctor, como a propósito, ha cogido una borrachera terrible y no se puede mandar a nadie a su casa…! La mujer de Verschinin, también en el salón…
ANFISA.— (Con voz cansada). ¡Oliuscha! ¡Querida…! ¡No me eches! ¡No me eches…!
OLGA.— ¿Qué tonterías dices, ama? ¡Nadie te echa…!
ANFISA.— (Rechinando la cabeza sobre el pecho de OLGA). ¡Cariño mío! ¡Preciosa mía…! ¡Yo trabajo…, y me afano…!, pero cuando no me queden fuerzas, puede que me digan: «¡Fuera de aquí…!». ¿Y adónde voy a irme?… ¿Adónde?… ¡Tengo ochenta años…! ¡Ochenta y uno, mejor dicho!
OLGA.— ¡Siéntate, amita! ¡Estás cansada, pobrecilla…! (Haciéndola sentarse). ¡Descansa, buenecita mía…! ¡Qué pálida estás!