IV

Recién levantado de la cama, donde ha estado descansando, entra CHEBUTIKIN en el salón. Después de atusarse la barba, se sienta a la mesa y saca del bolsillo un periódico.

MASHA.— Ahí está ya. ¿Pagó el piso?

IRINA.— (Riendo). No. Ni una kopeica en ocho meses… ¡Se te habrá olvidado, seguramente!

MASHA.— (Riendo). Fíjense en la postura importante que adopta cuando se sienta. (Ríen todos. Pausa).

IRINA.— ¿Por qué está usted tan callado, Alexander Ignatievich?

VERSCHININ.— ¡Qué sé yo…! Me apetece tomar té. ¡Daría media vida por un vaso de té! Desde la mañana no he tomado nada…

CHEBUTIKIN.— ¡Irina Sergueevna!

IRINA.— ¿Qué quiere?

CHEBUTIKIN.— ¡Venga aquí…! «Venez ici!». (IRINA se levanta, y va a sentarse a la mesa). ¡Sin su ayuda no puedo! (IRINA extiende ante él las cartas para un solitario).

VERSCHININ.— ¡Qué le vamos a hacer…! ¡Si no nos dan té…, filosofemos, al menos…!

TUSENBACH.— ¿Sobre qué?

VERSCHININ.— ¿Sobre qué?… ¡Soñemos, por ejemplo, con lo que será la vida doscientos o trescientos años después de nosotros!

TUSENBACH.— ¡Bah…! ¡Después de nosotros se volará en globo, habrá cambiado la moda de las chaquetas y se habrá, quizá, descubierto un sexto sentido, que estará siendo desarrollado…; pero la vida en si seguirá siendo la misma…: difícil, llena de misterio y feliz…! Dentro de mil años el hombre dirá, suspirando, lo mismo que ahora: «¡Oh, qué difícil es vivir!»…, y, sin embargo, lo mismo que ahora, ¡seguirá sin querer la muerte y temiéndola!

VERSCHININ.— (Después de un momento de meditación). ¡Cómo decirle…! ¡A mí se me figura que todo en la tierra ha de transformarse poco a poco…, incluso que se está transformando ya ante nuestros propios ojos…! Dentro de doscientos, de trescientos o de mil años —cuándo, es lo de menos—, habrá una vida nueva y feliz. ¡Claro que no será para nosotros, aunque para ella vivamos, trabajemos y suframos también ahora…! ¡Crearla constituye el fin único de nuestra existencia y, si se quiere, de nuestra felicidad! (MASHA ríe, con risa sosegada).

TUSENBACH.— ¿Qué le pasa?

MASHA.— No sé… Hoy llevo todo el día, desde por la mañana, riendo.

VERSCHININ.— Estudié en el mismo sitio que usted. No fui a la Academia, pero leo mucho, aunque no sé escoger mis lecturas, por lo que puede que lo que leo sea precisamente lo que no hay que leer… ¡Sin embargo, cuanto más larga es mi vida, tanto más afán de leer tengo! ¡Empiezo a verme el pelo blanco, soy casi un viejo y qué poco sé…! ¡Qué poco…! ¡No obstante, se me figura que lo principal, lo verdadero, sí lo conozco bien…! ¡Cómo me gustaría poder demostrarles que la felicidad no existe…! ¡Que no debe existir y que no existirá para nosotros…! ¡Nuestra única misión es trabajar y trabajar, dejando que sea la felicidad la suerte de nuestros lejanos descendientes…! ¡Si no soy yo feliz, lo serán, al menos, los descendientes de mis descendientes!