CUANDO ERA PEQUEÑO PENSABA casi todo el tiempo en atizarle a una niña de mi clase que era monísima. Sabía que a ella le iba a encantar. Era una niña extraña. Nunca hablaba y no creo que nadie la considerase guapa, pero yo me moría por verla llorar. Una vez, en el parque, corrí detrás de ella con un palo, le decía: ¡Te voy a matar! Y ella ponía carita de pánico. Corrimos un buen rato, hasta que se cayó al suelo y se puso a llorar. Estaba en el suelo, con sus piernecitas saliendo de la falda y lloraba. Aquello nos encantaba a los dos. No teníamos ni doce años. Por las noches me imaginaba que la tenía encerrada en un sótano. Primero la asustaba mucho y luego cuando se ponía a llorar, bajaba y le daba besos hasta que se calmaba. Ella por supuesto me adoraba y se quedaba muy agradecida. Yo era el amo del castigo y del consuelo. Menuda niña. Todavía me acuerdo de ella algunas veces.

EMPECÉ A BEBER EN SERIO A LOS CATORCE AÑOS. Entraba en un bar y bebía. No era triste. Me gustaba. Eran los primeros momentos realmente míos. Me sentía como si estuviese arrinconando a un pollo. Sabía que terminaría por atraparle. Enseguida me di cuenta de que mezclar no era bueno. Se perdía el control. La sensación se disparaba y luego se estrellaba. No tenía gracia. Pasé por muchos de esos momentos sin gracia antes de coger el ritmo. En esta vida lo fundamental es coger el ritmo. Bebiendo, follando, o simplemente andando por la calle. Todas las grandes estrellas tenían su ritmo. Algunos tenían un ritmo rápido como De Niro y otros tenían un ritmo lento como Brando, pero todos tenían el suyo. Yo trataba de encontrar el mío, bebiendo y andando. No tenía muchas oportunidades con lo de follar. De hecho traté de conseguir un ritmo de no follador. Un ritmo opuesto al de follador que era el que practicaban los otros chicos. Quería andar por la calle como un tío que desprecia el sexo. Como Bogart. Muy frío. Pensé que eso volvería locas a las chicas. No funcionó. Las chicas de catorce años no son muy buenas con la sutileza. Tienen demasiada prisa y la prisa es enemiga del ritmo. A los catorce años bebía y pensaba. No me quejaba. Sabía que el pollo andaba por allí y que tarde o temprano acabaría por agarrarlo.

LA MAYORÍA DE LAS NOCHES NO PIENSO NADA. Me dejo ir como un elefante por una pista de hielo. Durante muchos años no creí merecer nada mejor. Tampoco creía merecer ningún castigo. Era sólo algo que no se podía evitar. Como la deriva continental. Bebía y esperaba a que pasaran los días por encima. Trataba de no oponer demasiada resistencia. Algunas noches eran peores que otras. Normalmente dependía sólo de la suerte. Después de una mala noche, a la mañana siguiente, me sentía mal, como si hubiera maltratado a mi perro.

TODAS LAS CARRETERAS SE PARECEN. No es bueno dormir en las carreteras, eso es seguro, pero todas las carreteras se parecen. Yo he estado en muchas carreteras y nunca he estado muy seguro de cuál era el camino. Es algo que me pasa desde niño. Me empeño muchísimo en cualquier cosa y a mitad de camino me olvido de lo que estaba intentando. La verdad es que en general no me gusta esforzarme. A lo mejor es por eso. A lo mejor me canso de todo a la mitad. Las carreteras son mejores si no te empeñas en ir a ninguna parte. Me gusta mucho ir, sencillamente. Llegar nunca es ni la mitad de bueno. Cuando era pequeño mi madre nos sacaba al campo y cogíamos cosas de la tierra y nos las comíamos. Estaba bien. Nos comíamos todo tipo de cosas. Vivíamos en una casa de madera y comíamos cosas que salían del suelo. Mi padre no estaba. Mi madre decía que mi padre era un príncipe que se había ido a la guerra. Así que supongo que yo soy un poco príncipe también. A veces me he quedado dormido en los parques, pero no es muy recomendable, porque cuando amanece, el frío te parte los huesos y después el sol te sacude la cabeza. Definitivamente es mejor no dormir en los parques. También he dormido en casas ajenas y aunque es mejor, no termina de funcionar, porque siempre te despiertas con una mezcla de inseguridad y vergüenza. Hay algo que he aprendido en todos estos años; puedes dormir en cualquier parte pero no puedes despertarte en cualquier parte. Ahora me acuerdo mucho de mi madre porque cuando era pequeño no importaba demasiado donde me quedara dormido, siempre me despertaba a su lado. Mi madre tenía una cámara de súper ocho. Nos sacaba películas. A mí y a mi hermana. Mi hermana es más pequeña que yo. Hace años que no la veo. Tampoco sé muy bien dónde está mi madre. Creo que en Italia, pero no estoy seguro. Una vez que me quedé dormido en una noria. Había ido a la feria con unos amigos. Habíamos estado todo el día en la calle y pensamos que nos merecíamos algo. Estar en la calle no es lo peor del mundo. Es sólo algo que se puede hacer y algo que se puede no hacer, como todo. Es una manera de ganarse la vida. Así que fuimos a la feria Estábamos contentos. Yo iba sobre todo con mi mejor amigo, los demás sólo estaban alrededor. Venían también dos chicas pero no eran gran cosa. Las ferias pueden ser muy tristes pero también pueden ser muy alegres. No sé porqué pero es así. Las ferias son un poco como los circos, solo los echas de menos cuando se van. El caso es que me quedé dormido en la noria. No sé cuánto tiempo. Me desperté sólo allí arriba. No quedaba nadie. Ni mi mejor amigo ni nadie. Podía ver toda la feria desde ahí, toda la feria apagada. Enseguida me di cuenta de que una feria apagada no es una feria. Me asusté tanto que volví a quedarme dormido.

A VECES ME DESPIERTO EN CIUDADES a las que no recuerdo haber llegado. Una vez subí a un coche con un tío que era mudo. Nada más subir se sacó una polla de treinta centímetros y empezó a hacer gestos extraños. Supongo que se trataba de un lenguaje especial de mudos, el caso es que el tío parecía querer meterme todo ese salami. Traté de hacerle entender que no estaba dispuesto, pero estos mudos son todos sordos así que no me hizo caso. Seguía conduciendo con aquella inmensa serpiente colgándole entre las piernas, conducía cada vez más deprisa, estaba claro que no nos entendíamos y el tío estaba cada vez más nervioso. Le pedí que me dejara bajar y eso le volvió loco del todo, aceleró aún más, empezó a tomar las curvas como un piloto de rallys, sujetaba el volante con una mano y con la otra agitaba su longaniza como si fuera una lanza. Me asusté tanto que me quedé dormido. Otra vez.

LAS CARRETERAS SON SIEMPRE LO MISMO. Una vez me desperté en una casa muy grande con jardín y piscina y pista de tenis, y mi mejor amigo se había ido. Siempre que me despierto me falta alguien. Una vez pasé una noche realmente divertida en casa de una señora muy guapa que había sido Miss algo y que estaba casada con un tío que ganaba un montón de dinero y que afortunadamente nunca estaba en casa. Había mucha gente conocida y también otros a los que no había visto nunca. Nadie te exigía nada, podías hacer lo que quisieras, sin compromisos.

Tenían whisky, cerveza, tequila, vodka, cocaína, anfetaminas ácidos, cualquier cosa. Algunos subían a las habitaciones y otros se quedaban hablando. También había comida. Todo tipo de cosas saladas, pequeñas y sofisticadas, hojaldres y eso y también pasteles y dulces Y pastas. Una buena fiesta. Era tan divertido que me quedé dormido. Cuando me desperté me acordé enseguida de la mañana en que me di cuenta de que mi mejor amigo se había ido, porque la casa era bastante parecida. Miss algo me dio dinero y me marché a cortarme el pelo. Es bueno cortarse el pelo si no se te ocurre nada mejor que hacer. Después del corte de pelo me fui a comer. Al camarero no le parecía muy bien tener que servirme, pero en general no suelo preocuparme mucho por los camareros. Le dejé una buena propina. Pasé el resto de la tarde en el cine. Vi una de unos tíos que viajaban en el tiempo y otra de una araña gigante. La de la araña gigante era mucho mejor. Al principio la araña parecía invencible. Se ventilaba una ciudad entera, creo que era Minneapolis, pero luego un científico joven que tenía una novia muy mona, electrocutaba a la araña con unas pinzas muy parecidas a esas se utilizan para arrancar los coches. No sé por qué, pero nunca consigo dormirme en los cines. Me duermo en todas partes menos en los cines. Soy capaz de ver las películas más aburridas del mundo sin pestañear. Cuando era pequeño me quedaba dormido en mitad de los partidos de fútbol, sobre todo si jugaba de portero o si tenía que rematar un córner. Esperar acontecimientos nunca ha sido mi fuerte. Mi madre decía que yo era el niño que más soñaba del mundo. A mí eso me sonaba bastante bien.

MI HERMANA ME MANDÓ hace poco una carta pero la verdad es que ahora que no tengo a nadie prefiero no tener definitivamente a nadie. Mi hermana es un encanto, no tiene nada que ver con eso. Lo que pasa es que mi hermana siempre me pregunta por mi madre y ninguno de los dos sabemos nada de ella y a mí, la verdad, es que ya casi me da lo mismo y sobre todo no quiero tener que pensar demasiado en alguien concreto, porque entonces todo se agita y me pongo nervioso y me siento otra vez como cuando esperaba a que sacasen un córner y entonces me quedo dormido. Una vez me desperté en una gasolinera. No hacía frio. Oía la música de la radio. Había otra gasolinera enfrente. Me gusta cuando hay gasolineras a los dos lacios de la carretera. Vayas a donde vayas estás cubierto. Creo que la tranquilidad me mantiene despierto. Son los problemas los que me dan sueño. Las carreteras son todas iguales. Me he despertado en muchas carreteras. Todas las formas de vida son bastante parecidas. La gente se cree que algunas formas de vida son peores que otras pero no hay que fiarse de las apariencias. Yo no me quejo. Todos los trabajos tienen sus cosas. Mi madre es rubia y tiene los ojos azules. Yo tengo los ojos oscuros, marrones creo. Nadie sabe dónde está mi padre. Ni yo.

EN GENERAL ME GUSTA que las cosas se muevan poco. Por eso no me gusta despertarme en una noria. Me gusta estar seguro de que no va a pasarme nada mientras duermo. Una vez estábamos en un bar comiendo algo. Era un bar al que solíamos ir. Casi todos mis amigos estaban ahí y algunas de mis amigas también. Nos sentábamos a cenar algo y nos contábamos historias. Se estaba mejor dentro que fuera. No había sorpresas. Estábamos comiendo hamburguesas y bebiendo cerveza y una chica a la que no conocía propuso que cada uno pidiese un deseo. Al parecer esa era la noche de la lluvia de estrellas y todos los deseos podían cumplirse. Según nos contó, una vez cada ciento ochenta años el cielo se llena de estrellas fugaces, así que era un momento jodidamente bueno para pedir deseos. Cada uno soltó su mierda y la verdad es que los deseos de algunos eran más tristes que sus propias vidas. Otros muchos deseos eran simplemente previsibles. Yo pensé en pedir no volver a quedarme dormido, pero preferí no volver a despertarme asustado.

ESTA MAÑANA T SE HA PUESTO TAN CONTENTA que podría bailar sobre la cama sin tocar las sábanas. Ha empezado a hablar de viajes a Dinamarca y de viajes a Inglaterra y de viajes a Méjico. Esta mañana T quería viajar a todas partes. Estaba contenta y estaba hambrienta, así que he bajado a la cocina y le he preparado un desayuno digno de Marco Polo. Cuando he vuelto con la bandeja T seguía saltando y viajando. Hemos hecho tantos planes para el verano que necesitaríamos meses de cincuenta días para llevar a cabo solo la mitad. Después de comérselo todo se ha metido en la ducha. La he visto correr con su cuerpo dorado como el de un pez dorado. Desde allí ha seguido con sus viajes, debajo del agua, con tanto entusiasmo que parecía que la casa tenía ruedas y se movía. Antes de conocer a T mi vida era tan animada como el recreo en un colegio de autistas. Ahora tenemos en perspectiva viajes alrededor del mundo. Es una buena cosa estar enamorado.

VENDRÁN TIEMPOS MEJORES. Sé que ahora no parezco muy útil, sentado en casa bebiendo cerveza, sin ganar la mitad del dinero que te cuesto. Ni la mitad, ni la cuarta parte, ni nada, esperando a que vuelvas de trabajar, inmóvil. Pero estoy seguro de que las cosas se van a arreglar. Yo tampoco me siento muy bien. Me siento mejor que si tuviera que levantarme a las siete de la mañana para ir a sonreír a un jefe no demasiado agradable, pero no me siento bien. No sirvo para vivir a tu costa pero lo cierto es que se me da aún peor vivir a la mía, así que no se qué demonios voy a hace Por el momento voy apuntando las cervezas que te debe meticulosamente, porque estoy casi seguro de que vendrán tiempos mejores.

EL VERANO CANSA A LOS HOMBRES y anima a los niños. El invierno duerme a los niños y a los osos. Cuando era niño mi madre me decía que los hombres no duermen como los osos y los niños, profundamente, que los hombres y las mujeres tienen problemas que no les dejan dormir. Que los problemas se meten dentro de la cabeza y solo permiten un sueño ligero como el de los vigilantes nocturnos. Yo no lo entendía. Yo pensaba que los niños y los osos también tenían problemas, pero mi madre se reía a los problemas de los niños y de los problemas de los osos.

Me asombra el recuerdo. Las casas, los rincones de las casas, la cara de mi madre, mi perro, el balón de reglamento, las revistas pomo, los cuadernos.

Me asombra como una mentira. Las manos de las fotografías no son mis manos. Las manos de las fotografías sujetan las cosas, pero las manos del recuerdo las dejan caer. Las manos del recuerdo dejan que todo se escape. Tampoco pueden señalar, ni acariciar. Los niños duermen porque agotan todo su tiempo, se lo tragan. Los hombres pretenden guardar algo para luego. Dejan marcas en el suelo como si fueran a volver. Amontonan tesoros para el recuerdo.

A veces me asusto al pensar en el viejo. Él que solo tendrá ya las débiles manos del recuerdo. Más vale quemar un día como un niño, o incluso desperdiciarlo como un oso, que tratar de grabarlo en piedra como un hombre para no volver nunca a recuperarlo.

EN CASA DE T LE DAN VUELTAS AL ÁRBOL y cantan canciones danesas y yo digo que voy a grabarlo todo en video por no darle vueltas al árbol y por no cantar canciones danesas. El padre de T se va a morir dentro de poco y por eso todo el mundo le hace caso. El padre de T dice que quiere ver el árbol encendido con todas las velas y yo procuro encender todas las velas, porque creo que cuando uno se va a morir se merece algo. Después T se descuida y deja que alguien hable de los tíos que antes que yo le han tocado el culo y se prepara un buen montón de mentiras para que no me ponga pesado o al menos para que no me ponga más pesado de lo habitual. Cuando llega la hora de irse agarro al hijo de Teresa con las dos manos, porque el hijo de Teresa es tan bonito que toda la precaución del mundo parece poca y T me mira con ganas de quererme. Sabe por qué agarro algunas cosas con las dos manos, y supongo que por un momento se arrepiente de haber sido feliz antes de conocerme o por lo menos se arrepiente de habérselo pasado bien antes de conocerme, y entonces va y me cuenta diez o doce mentiras más. Pero yo solo agarro algunas cosas con las dos manos. No todas.

SI CREES QUE DIOS EXISTE es que no has visto la tienda de ortopedia que hay debajo de mi casa. Por lo demás parece absurdo asustarse a estas alturas de cualquier piano que iba vaya a caer justo encima de tu cabeza. Hace poco un médico me preguntó cuál era mi primer recuerdo. No sé qué pensaba sacar con eso. Los médicos no son buena gente. Mi primer recuerdo es el hombre de la luna. Eso fue lo que dije al principio. Luego me di cuenta. Mi primer recuerdo es en realidad el hombre de la luna en la televisión. ¿Has visto esos cuchillos que cortan un ladrillo? Los hacen con una extraña aleación de metales. Cortan un ladrillo, pero también cortan un tomate en rodajas finas. A las cinco de la mañana ponen siempre películas distintas de las que han anunciado. O ni siquiera películas. Series dobladas en México. Conciertos en Las Vegas. Conciertos de viejas estrellas de las que nadie ha oído hablar. La gente cena mientras cantan. El quitamanchas. Trescientas demostraciones diferentes de su eficacia. Puede con todo el quitamanchas. Una bestia. Bayetas absorbentes. Una vez Leonard Cohen cantándole una canción a Lorca. La muerte de otros dieciocho mil desconocidos. ¿Qué coño es la bolsa? Futbolistas tristes por un partido y futbolistas contentos por el mismo partido. La guerra verde. Aviones invisibles. Muertos invisibles. Un resplandor verde y nada más. ¿Por qué seguir calvo? Injertos y cambios radicales de vida después. Pelos extraños, extrañamente rizados, poco abundantes. No estoy muy convencido con lo de los injertos. Un senador que se dispara en la boca con un Magnun. Muy bueno. Mejor aún que la guerra verde. Un remedio infalible contra la impotencia. No es ninguna broma la impotencia. Las mujeres lo entienden. Las mujeres siempre lo entienden todo pero no les hace ninguna gracia. Las mujeres siempre le echan la culpa de todo a su culo. Demasiado culo, poco culo, culo caído. Las mujeres cuentan con sus culos como los Estados Unidos cuentan con los marines. No están acostumbrados a la derrota, ni los Estados Unidos, ni las mujeres. Así que bienvenidos sean los remedios infalibles contra la impotencia. Rehenes. Eso solía estar bien. No se ven muchos rehenes ya. Antes sí. Salían corriendo del banco. Los atracadores los iban sacando poco a poco. Los atracadores se quedaban solos, como los padres cuando se van los hijos, y sabían que después de eso estaban fritos. A veces los rehenes hablaban a las cámaras con una pistola en la cabeza. Luego se morían. Ahora ya no hay casi rehenes. Hay secuestros, pero los secuestros son secretos, escondidos, aburridos, como la estrategia de un campeón del mundo de ajedrez. La india vista desde los ojos de un pez del Canjes. La India vista desde los ojos de una vaca. Menuda vida se pegan las vacas en la India. Van por el mercado y se comen lo que quieren. Eligen la verdura más fresca. Se lían a cornadas con la gente. La India vista desde los ojos de una rata. Tampoco les va mal a las ratas, comen del plato de los monjes. La India vista desde los ojos de un escarabajo. El escarabajo vive de una bola de mierda. Arrastra su bola de mierda de un lacio para otro. Dicen que es una metáfora del gran escarabajo que hace girar el mundo. El escarabajo y su mierda. Para un escarabajo una mierda es un continente y la India no existe. Algo sobre el suicidio de Pavese. Pavese dijo: “El consuelo de una visión consiste en creer en ella, no en que sea real”. Salían unas cuantas fotos. No parecía un tío muy alegre, Pavese. También decía: “Las cosas que he visto por primera vez bastaban para contentar, pero ahora requieren otro significado”. ¿Cuál? La India vista por un tío que va en pelotas apartando las hormigas con un abanico de plumas antes de dar cada paso. Un premio Nobel que dice tonterías. Nada te salva de decir tonterías, eso es seguro. Las tonterías tienen vida propia, vuelan por donde quieren y aterrizan en la cabeza de cualquiera. Qué extraño es un presidente. Cualquier presidente. Que vida más extraña para quién sea ¿Dónde están los ejércitos? Uno solo tiene hambre, mil no tienen nada. Desgracias individuales. Nada de males colectivos. Disparos de bala, heridas de cuchillo, planos cortos ¿Dónde están los sindicatos? Cien mil obreros despedidos no son nada. Mejor ojos que miran a cámara y manos vacías. Niños que chupan tetas secas. Árboles de navidad junto a un tanque. Un niño sin un brazo mejor que un millón de niños muertos. Una lagrima antes que un rio.

Marte no importa. ¿Dónde está el famoso agujero de la capa de ozono?, ¿quién lo ha visto? La luna no importa. Me acuerdo del hombre que plantaba banderas en la televisión y no sé nada de la luna. La televisión ha crecido muy deprisa y sus padres ya no la entienden. Le enseñan bailes aburridos y no pueden seguir el ritmo de sus pies. No consiguen encajar que ya nunca será lunes. La televisión miente, pero también la historia miente, la única diferencia es que la televisión miente más deprisa. La televisión ha acabado con la historia todavía hay quien pretende que cuide de sus hijos.

SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE CREE QUE IMPORTA. Siempre hay alguno convencido de que las autopistas son más grandes que las uñas de los pies. Pero estoy seguro de que otros tantos saben que un transatlántico solo sirve para transportar niños tan pequeños que cabrían en cajas sorpresa y que las cabezas de alfiler están teniendo ideas más brillantes que los últimos diez presidentes de los primeros diez países y que los diez millones de tipos que los pusieron allí pensando en otra cosa; algo como lapiceros, apariciones de la virgen o sobres de colores para mandar cartas tristes a algunos amigos. Los bancos traen mala suerte y Dios bendito no vale lo que un solo beso de la persona equivocada. Y puede ser que corten la luz pero también puede pasar que los focos del estadio iluminen gratis el pasillo y puede que no lo veas porque estés debajo de una piedra, o encima de una piedra, mirando hacia otro lado. Un par de buenas botas no pueden tumbar una lanzadera espacial, pero una lanzadera espacial no te va a llevar de vuelta a casa. A veces estás tan cansado que no te caben más de seis personas en la cabeza y otras veces estás tan solo que doce no llenan ni la mitad del salón. Pasos largos y pasos cortos. En un autobús de línea lo más importante es abrirse camino hasta la puerta. Si los hijos pudiesen disparar sobre sus padres no quedaría menos gente que si los padres pudiesen disparar sobre sus hijos. Los mejores asientos son los asientos vacíos, los mejores vasos son los vasos llenos. Los sueños de mi edificio no son más grandes que todos mis sueños y que todos los sueños de todos los que vivimos dentro. Y los sueños de un continente no sirven ni para transportar niños tan pequeños que cabrían dentro de pequeñas cajas sorpresa.

EL TÍO QUE ESTÁ A MI LADO no para de hablar de perros. Sabe un millón de historias fabulosas sobre perros. Está con un par de tipos y los tres son taxistas. Pueden cenar aquí a cualquier hora y la comida es buena y barata y pueden beber. Es un bar pequeño y barato, con televisión, lleno de taxistas, basureros y de vez en cuando, policías. No cierra hasta las seis o las siete de la mañana y a veces, después de cerrar, el camarero deja que unos cuantos nos quedemos un buen rato más, mientras recoge las cosas y lo prepara todo para el turno de día. El caso es que el tío de los perros lleva tres o cuatro horas con los perros y todo el mundo parece estar harto de sus historias. Habla como si se hubiera tragado un megáfono. Así que estamos todos dentro. Sus historias de perros no mojan los pantalones. No hay manera de esquivarlas. Nos muerden las pelotas. Está la historia del tipo que abandonó a su perro en Holanda. Era un camionero. La mayoría de los taxistas son camioneros que se han cansado de estar lejos de casa o que simplemente, no se fiaban de lo que hacían sus mujeres en su ausencia. El camionero cogió a su perro, lo metió en el camión y se fue con un millón de piezas de motor para Holanda. Cuando llegó a Amsterdam, dejó allí la carga y al perro y dio media vuelta. La gracia de la historia es que el perro recorrió el camino de vuelta a casa, atravesó tres países y un mes más tarde apareció en la puerta de su amo. El camionero lloró de alegría, el perro lloró de alegría y medio bar lloró de alegría. Después venía la historia del perro que se comió a su dueño. Un tío se murió de viejo y como vivía solo, nadie se enteró. Al cuarto día el perro se había comido hasta el pijama. Todo el bar se horrorizó. El resto de las historias no eran tan buenas. Simplemente rodaban por allí mientras tratábamos de encontrar algo mejor que hacer, sin conseguirlo.

LAS NAVES ESPACIALES están peinando el universo con mensajes de amistad para otros mundos y canciones de los Beatles y aquí debajo los días tienen los bordes afilados como una lata de atún y el cielo cuelga de un gancho de carnicero.

El tío que barre el bar después de que cierren, trabajó treinta y ocho años en una empresa de construcciones aeronáuticas. Cuando le jubilaron, le contaron una confusa historia sobre la pérdida de su expediente y le liquidaron ciento ochenta y tres días de pensión. Después de eso su mujer le había dejado y ahora bebía gratis toda la noche a cambio de barrer el suelo después del cierre. Al final, la vida siempre te ofrece un trato. El caso es que el tío odia las cosas que vuelan desde lo de su jubilación. Piensa que todas las naves espaciales están construidas con su dinero. Estábamos sentados bebiendo y en la televisión había uno de esos documentales sobre el espacio. El hombre no podía soportarlo. No paraba de gritar: ¡CAMBIA DE CANAL!, ¡CAMBIA EL PUTO CANAL! Pero el camarero estaba verdaderamente interesado en los viajes interplanetarios. Así que nos quedamos allí mirando hasta que el programa se terminó. Para entonces el pobre tipo estaba ya liquidado. Miraba su vaso de cerveza y decía en voz baja: “ciento ochenta y tres días, ciento y ochenta y tres días, ciento ochenta y tres días”. Hay al menos un millón de maneras distintas de denotar a un hombre: Los cohetes seguirán peinando el universo y el día que los extraterrestres se den de narices con uno, probablemente, se comerán el disco de los Beatles.

SIEMPRE HAY ALGUIEN ESPERANDO para todo el mundo. Mujeres altas y bajas y gordas y locas y guapas y tristes y con los números de pies más extraños que uno pueda imaginar. Mujeres con un treinta y dos y mujeres que calzan un cuarenta y ocho. Todas plantadas sobre sus pies, esperando a su hombre. Incluso un tipo que está sentado en la mesa del fondo y que lleva una camisa que sólo se puede mirar con gafas de soldador, debe tener a alguien esperando. Por alguna razón las mujeres se pegan a los hombres y los hombres se meten en los bares para hablar de mujeres con más empeño del que ponen en conseguirlas o en conservarlas. Juegan a las cartas y todos parecen tener buena mano. Hablan de cómo se lo hicieron con ésta y la otra y siempre hay uno que lo hizo mejor y con más, y que la tiene tan grande como la antena de radio nacional. Se quedan allí sentados, haciendo lo que pueden con sus cartas y parecen estar a un paso de salir a la calle a calentarse las orejas, pero en el fondo son todos amigos, así que se tiran los insultos como el que se tira confeti. No es nada serio. El de la camisa modelo paraíso lleva una pistola en el taxi. Hay otro bajito que también la lleva pero es una pistola de aire, de esas que solo sirven para asustar. El bajito, en cambio, tiene mejor jugada que el otro. Una pistola y una camisa de fantasía no te convierten en un hombre afortunado. Hay un tío grande como una nevera que cuenta cómo se tiró a una estrella de cine. Luego resulta que no era realmente una estrella sino una chica que había salido en un par de películas pero que al parecer follaba como una estrella de cine. Todos bebemos para celebrarlo. Mientras tanto las mujeres de verdad se sujetan sobre sus pies de todos los tamaños y buscan alguien que les ayude a matar el tiempo.

POR MUY DEPRISA Y MUY ALTO QUE HABLEN y por mucho que se agiten y se amenacen y beban, e incluso por mucho que bailen o por mucho tiempo que lleven sin bailar, todo el asunto se reduce a tener una mujer. Realmente no hay nada más. Tener una mujer y quererla, engañarla, buscarla, perderla, follarla, ignorarla, respetarla o asesinada. Todos corremos y algunos se creen que corren más deprisa que otros, pero al principio y al final siempre hay una mujer. Puedes correr para alcanzar a una o puedes correr Para escapar de una, pero no puedes correr sin ninguna en la cabeza. Eso, sencillamente, no pasa. Yo tenía la mía y su última gran idea había sido la nevera. Ya teníamos una nevera, claro, pero era una mierda de nevera canija sin supercongelación, y esto de la supercongelación era algo fundamental. Pasamos un par de semanas recorriendo tiendas de electrodomésticos, buscando la nevera ideal. Ella pensaba que con una buena nevera llena de comida y cervezas bien frías no tendría que pasarme la noche en el bar. Así que el asunto de la nevera nos iba a beneficiar a todos. A pesar de que todas las neveras parecen la misma, no hay que dejarse engañar; hay neveras de frío selectivo, neveras de supercapacidad, neveras non frost, neveras de esas que fabrican cubitos de hielo, neveras silenciosas y un millón de neveras distintas que hay que estudiar detenidamente si se quiere acertar. Al final dimos con una que tenía nuestro nombre tatuado en la puerta. Ella la pagó y yo me quedé el día siguiente en casa esperando a que nos la trajeran. Compré cervezas me senté a esperar. Cuando por fin llegó, metí dentro todas mis cervezas y le di al botón de la supercongelación. En menos de veinte minutos ya estaban en su punto. Me quedé sentado junto a la nevera esperando a que volviera del trabajo. Mientras esperaba, pensé en los tipos del bar y después pensé en mi magnífica mujer y en mi magnífica nevera y me dio la sensación de que las cosas iban a empezar a mejorar.

CUANDO SE ENFADABA y volvía con el tema del dinero. Diciendo que era absolutamente incapaz de ganar dinero y que ni siquiera me importaba, yo limpiaba toda la casa y le cambiaba el agua a las flores. Cuando se enfadaba porque la casa estaba hecha un asco, yo era incapaz de ganar dinero. El amor es un hermoso globo de colores pero no basta con pasarse el día follando con considerable habilidad y energía para mantener el aire caliente. Hay que tener ingresos. Los ingresos son para el amor como el carbón para las locomotoras. Yo no soy un vago, soy más bien un hombre sin espíritu de sacrificio. Por las noches miro a todos estos taxistas que pasan diez horas metidos en sus coches llenándolos de locos sicópatas y todas las distintas clases de dementes que andan por la calle y me pregunto por qué no iba a ser yo capaz de hacerlo. Se beben unas cuantas copas y salen a trabajar y cuando se aburren vuelven otra vez al bar para beber más y cenar algo. Entran y salen y todos dicen ser los más rápidos, los más listos y los más duros, pero en el fondo no parecen tener nada que yo no tenga. La mayoría ni siquiera son capaces de mantener calientes a sus mujeres. Así que mientras andan machacándose los riñones en el coche, sus mujeres tienen que recurrir a los tíos como yo, los que carecen de espíritu de sacrificio, para animarse un poco. Ellos, por su parte andan detrás de las chicas guapas y limpias, ensuciándolas con sus guarradas, gritando sus mierdas desde el coche. Así que las chicas guapas les odian y ellos las odian a ellas porque están fuera de su alcance y odian también a sus mujeres porque están a su alcance y sus mujeres les odian a ellos y a mí y yo odio sus ingresos. Hay otros muchos días en los que ni siquiera pienso en ello, simplemente me siento con mi cerveza y canto en voz baja las canciones de la radio.

MI PADRE HABÍA DIBUJADO en los tres periódicos de tirada nacional. Había ilustrado novelas de Julio Verne, Dickens y había hecho trabajos para publicidad, de esos que se ven en las vallas grandes cuando andas por la calle. Pero nunca había hecho dibujos para un cuento de niños y eso era precisamente lo que mi padre más deseaba en este mundo. Una mañana sonó el teléfono, y allí estaba, cuentos para niños con la mejor editorial del país.

—¿Puede empezar mañana?

—Puedo empezar hoy.

Mi padre era el tío más feliz de la tierra y los zapatos no le tocaban en el suelo. Tenía los bigotes arqueados de tanto sonreír y había tirado tres camisas negras y había comprado tres camisas de lunares, como las que llevan los gitanos, y no sabía qué cara poner de lo bien que le parecía todo. Tenía los lápices de colores afilados y en fila, preparados, y los tinteros con tinta, y los pinceles limpios, y los botes botando de alegría agitando toda la pintura sin esfuerzo. Entonces sonó el teléfono y la editorial ardía por los cuatro costados con todos los cuentos para niños dentro. Todos los ilustrados y todos los que aún estaban por ilustrar. Mi padre dijo:

¡Me cago en Dios! Y la mala suerte se fue a dormir bien contenta.

TODO SE DETIENE TARDE O TEMPRANO. Sin excepción. Los trenes se detienen y los viajeros bajan. Lo he visto mil veces. Bajan y saludan a sus hijos y los hijos les cuentan sus cosas y si son demasiado pequeños, sonríen o lloran o hacen algo y las mujeres saludan a sus maridos y los maridos a sus mujeres y sea quien sea el que va en el tren llega un momento que se baja y saluda. Y todo se acaba. Como los osos polares se mueren después de haber cazado unos cuantos miles de peces a zarpazos. Y los pocos peces que se libran de los zarpazos, esos también se mueren. Y los paseos se acaban, se terminan con el cansancio. El cansancio acaba con los paseos y hay que sentarse un rato antes de seguir y hasta el amor se acaba. El amor que dura siempre también se termina, aunque nadie quiera verlo y se acaban las balas y las ganas y todos los ruidos paran y los turnos de los vigilantes nocturnos y la suerte, y se acaba el azúcar y la gasolina, incluso la cerveza se acaba. Si hay algo seguro es que todo se detiene tarde o temprano. Digan lo que digan las anfetaminas.

ELLA DIJO ALGO QUE ME VOLVIÓ LOCO y entonces pensé en hacerle daño de verdad. No tanto en matarla como en causarle un daño incurable, algo que tuviera que arrastrar toda su vida. Estábamos en mitad de la calle. Era de noche y no se vería a nadie. Gritábamos como dos cerdos colgados de un gancho. Ella volvió a decir algo horrible. Ahora no recuerdo que coño era. Luego yo dije algo horrible también. Ella me tiró una patada a los huevos pero se le quedó baja. Por un pelo. Yo le di una torta. Una buena torta. Ella me la devolvió y luego me arañó la cara. Afortunadamente no tenía muchas uñas. A pesar de todo, me hizo un poco de sangre. Luego se metió en el coche de un salto y arrancó el motor. Se ve que quería dejarme ahí tirado. Agarré un cubo de basura y lo tiré contra el coche. Le rompí un faro. Luego subí y empezó a conducir a toda velocidad hacia casa. No le importaba morir si yo caía con ella. No dijimos ni una palabra. Creo que nunca en mi vida había odiado tanto a nadie. Entramos en casa en silencio. Pero en cuanto cerré la puerta me gritó que era un alcohólico y que ese era el gran problema. Yo salí con algo poco afortunado y me llevé otra patada. Volvió a fallar. La agarré por los brazos y empecé a menearla Reculé hasta la cocina, allí seguí dándole hasta que se cayó encima del cubo de la basura. No sé cómo pasó. Yo no quería tirarla al suelo, sólo quería agitarla hasta, que pasase algo. Estaba como loco. No podía soportar que alguien pudiese hacerme tanto daño. Cuando era un niño decidí que nada volvería a hacerme daño y hasta entonces nunca había fallado. Ella se quedó en el suelo. No lloraba, estaba allí mirándome sin decir nada. De pronto vi que el odio había desaparecido. Me miraba como una niña asustada. Como un boxeador que prefiere irse a casa antes que prolongar el castigo. Me enseñaba las huellas de mis golpes con la misma dignidad con que una ciudad enseña sus ruinas antes de los bombardeos enemigos. Le ayudé a levantarse y nos fuimos a la cama. Yo tenía bastantes ganas de morirme. Nos dormimos sin decir nada. Sabíamos que olvidaríamos los golpes recibidos pero no los que habíamos dado.

CADA DIEZ MINUTOS entraba en el cuarto y decía algo. Las anfetaminas le tenían colgado. No podía bajar. Entraba en el cuarto y decía algo.

ya estoy más tranquilo. Creo que voy a tratar de dormir un rato.

Diez minutos después volvía a aparecer.

—Esto tiene que parar. No puede durar para siempre.

Yo estaba tumbado en la cama En la cabeza se me repetía una canción. Una sola estrofa. Daba vueltas y volvía a empezar otra vez. Como una rata encerrada en una jaula Él estaba mal pero yo no estaba mucho mejor. Lo malo de las anfetaminas es que no puedes bajarte cuando quieras, ellas tienen su propio ritmo. Disparan la mente a mil kilómetros por hora y no puedes hacer nada por evitarlo. Al rato volvía a entrar.

—A lo mejor podríamos hablar un poco, no creo que consiga dormir.

Se sentaba en la cama un segundo pero luego volvía a su habitación.

—Mejor voy a beber un poco, eso siempre ayuda.

No podía concentrarse. Las anfetaminas consiguen que odies la lentitud de tus propias ideas El cerebro no es capaz de pensar tan deprisa, así que funciona de manera mecánica y absurda, como una lavadora, como una lavadora vacía. Cuando volvió a entrar le dije.

—Estamos centrifugando la nada.

No sé si lo oyó, porque ya estaba otra vez en el pasillo.

COMO NO HABÍA ESTADO EN NINGUNA PARTE no decía nada. Miraba por la ventanilla. Mi hermano iba leyendo un libro. Viajábamos a la costa. Mi hermano y yo. Eran más de siete horas de autobús pero no me parecía aburrido. Viajábamos de noche. Sabía que no íbamos a estar allí más de cuatro o cinco días, pero también sabía que una vez descubierta la ruta podría volver cuando quisiera. No era la idea de ir a la costa lo que me excitaba sino la idea de alejarme en un autobús. La facilidad con que el autobús avanzaba. Comparaba la dificultad con que yo me movía en aquella época con el movimiento firme y continuo del autobús y no acababa de entender Por qué yo era tan lento. Tenía trece años y aún no sabía que uno puede desplazarse sólo. No conocía la sensación de no tener que responder ante nadie y estaba encantado. Mi hermano no era realmente mi familia. Solo me llevaba un año. Éramos más bien amigos. El autobús nos llevaba lejos y yo estaba seguro de poder recordar el camino. Llegamos a un Drugstore. Nos bajarnos y fuimos a beber una cerveza. Cuando entré en el baño me encontré con una pareja follando. No eran mucho mayores que yo pero evidentemente les iban mejor las cosas. La chica me sonrió. Era bastante guapa. Salí de allí y pedí otra cerveza, mi hermano también pidió una. Me sentía muy bien. Sabía que las cosas podían girar al menos en dos sentidos.

ESTÁBAMOS BEBIENDO EN SU APARTAMENTO. Habíamos empezado con cerveza y después nos habíamos pasado al whisky. La idea no era pasar allí toda la noche pero estábamos tan borrachos que no teníamos fuerzas para salir. Trabajábamos juntos en una tienda de ropa. Habíamos pasado la tarde descargando los camiones con los nuevos envíos; cajas de ropa de punto y perchas con trajes y abrigos. El encargado descargaba Con nosotros. Podía con grandes cantidades cada vez y pretendía que nosotros hiciéramos lo mismo. Gritaba:

—¡Sois como niñas! ¡Así no acabaremos nunca!

—Es que soy débil de corazón.

—Y una mierda, coge otra caja.

Así que cogía otra caja y subía al almacén. Estuvimos descargando hasta las once de la noche. La tienda cerraba a las 8:30. Nada de horas extras pagadas, por supuesto. La dueña de la tienda siempre me decía:

—No sonríes. A los clientes les gusta que los empleados sonrían. Se suponía que no bastaba con hacer el trabajo, tenías que estar contento. A los clientes les gustaban los empleados contentos. Los clientes podían estar tristes pero los empleados teníamos que estar contentos. Eran las dos de la mañana. Estábamos tumbados en la cama. En realidad en el apartamento no había más que una cama, dos sillas, un televisor, un baño con ducha y una cocina americana. Era un apartamento tan pequeño que tenías que cambiar toda la decoración para abrir la nevera. Nos habíamos ventilado dieciséis latas de cerveza y estábamos a punto de terminar la primera botella de whisky. Aún nos quedaba otra. A los ocho de la mañana volveríamos al trabajo. Los dos lo sabíamos pero ninguno hablaba de ello

—Puede que algún día lo consigamos. Dijo él.

—Esto tampoco es tan malo. No es más que un trabajo, todos son más o menos lo mismo. Solo que aquí, además, hay que sonreír.

NO TODO ES NEIL YOUNG. Aunque siempre hay algo de Neil Young o Leonard Cohen por alguna parte. El resto es la televisión y la televisión no depende de los contenidos tradicionales tanto como de sus propias imágenes. El anuncio de la brocha sin pelo, por ejemplo. La brocha sin pelo es una especie de esponja con mango que no chorrea y que cubre incluso las superficies más rugosas. Es un anuncio muy largo, interesante en conjunto y especialmente emocionante al final; cuando el marido agita la brocha sin pelos para demostrar que no escupe pintura. Lo hace delante de su mujer, pero no pasa nada, ni una gota. Luego repite la operación con una brocha convencional y la pobre mujer se pone perdida. Es muy bonito. En serio. Es bonito de verdad. La televisión avanza hacia el futuro arrasando las viejas historias y sustituyéndolas dramatización de las c por su propia osas. Crea momentos de emoción primitivos que prescinden de la torpeza de los planteamientos previos y las explicaciones posteriores. Tiene vida propia y una capacidad ilimitada para multiplicarse. No podemos juzgar las imágenes, sólo podemos verlas. Gente que se muere y gente que no. Brochas que manchan y brochas que no. Un aparato para andar sin moverse del sitio.

Volcanes. Niños arrollados por un tren y turistas en Disneylandia arrollados por niños. Un bolsillo lleno de kriptonita. La absurda voz del dolor de las madres de los muertos. El sonido enano de los disparos. Todo es real en la televisión, pero todo es distinto. A la televisión pertenecen las cosas que no pueden salir de ella. Neil Young sólo está de visita. Son los pasos que no te mueven del sitio los que hacen de sus imágenes un plano de existencia paralelo.

CUANDO UNO DE ESOS TÍOS de las películas sacaba una gran pistola y le volaba los sesos a alguien, siempre había por allí uno de los listos hablando de violencia gratuita. Pero mirabas a la salida del cine y a la gente le encantaba. Les daba igual quién sacase la pistola, no tenía por qué ser el tipo bueno. Sólo querían ver el fogonazo y el impacto, el gran agujero chorreando sangre. Simple y puro desahogo. Todos tenemos caras, culos y barrigas donde poner el agujero. Todos tenemos sangre que derramar y sabemos que no va a haber nada de eso al salir del cine. Así que nos sentarnos, mirarnos y nos quedamos tan contentos. Agujeros de bala para jefes, mujeres, maridos, madres, padres, curas, Papas, salvadores de la patria, banqueros, vecinos y críticos literarios. Luego vienen los listos con lo de la violencia gratuita y eso lo hace aún más rentable. Yo andaba sin trabajo y a él le habían operado del estómago, le habían sacado unas piedras de la vesícula, creo, aunque no sé qué coño puede ser la vesícula. Resulta que la operación, con sus cortes de bisturí, sus despieces y toda la casquería fina, había sido un ejercicio de violencia ruinosa. El tío no podía tener el taxi parado, así que yo hacía el trabajo. No era un mal trabajo, si no lo hacías demasiado tiempo. Cuando empezó a recuperarse, cogió algunas horas del turno de mañana. Nos juntábamos en un bar a eso de las seis o las siete de la mañana. En el bar sólo había taxistas, barrenderos y policías. Con los policías prefería no hablar. Puede que todo el sistema esté podrido, pero nadie te obliga a ser el tipo de la garrota si no quieres; y si quieres, luego no esperes que sea yo el que me haga el simpático contigo. Bueno, el caso es que entre turno y turno nos tomábamos unas cervezas, y a veces el moro, así le llamaban, tenía que volverse derecho para casa sin hacer su parte.

Le llamaban el moro porque era casi negro, pero había nacido en Madrid y sus padres eran valencianos. Yo soy blanco como un sueco y tengo un hermano que parece mejicano. Supongo que las madres, no están planchando todo el santo día. El moro me contó que había llevado a un tipo muy elegante, de estos que visten trajes modernos con un jersey de cuello alto y un broche que es un perrito de los dibujos animados. El tío iba sentado detrás, comentándolo todo en voz alta, como esas viejas que quieren enganchar una conversación en la cola de los embutidos.

—Vaya adelantamiento. Pues si que hace calor. Hay que ver cómo está el tráfico. Por cierto, ¿es usted iraní?

—No señor, es que soy moreno.

—No crea que a mí me importa.

—No veo por qué iba a importarle.

—Quiero decir que no creo que uno por ser negro…

—Oiga, yo no soy negro, no soy iraní, sólo estoy moreno.

—No se preocupe, yo sé que hay negros buenos y malos, como hay blancos buenos y malos.

—¿Usted es indio…?

—¿Qué?

—Digo que si es usted indio. Indio americano, me refiero. De esos que tiran flechas.

—Oiga, no tiene por qué enfadarse.

—No me enfado, es que me parece usted indio. Me parece que tiene una cara de indio tremenda.

—Bueno, será mejor que lo dejemos.

—No, si a mí no me importa. Hasta me gustan los indios. Yo ser amigo de indio. Buen amigo. No tener miedo.

—Siento haberle ofendido. Es que me parecía usted iraní.

—Pues a mí me parece usted un indio.

—Está bien, déjeme aquí mismo.

—Adiós, que tu corazón galope feliz como un potro en la pradera.

Al moro le llamaba todo el mundo así, y se la traía floja, pero no soportaba toda esa mierda paternalista del gran hombre blanco. Como era casi negro, había desarrollado cierto orgullo de raza. Hay que joderse con eso de la violencia gratuita. Un día los negros quemaron Los Angeles y a todos los listos les pareció que ése no era el camino. Es como asomarse al retrete y esperar ver a Esther Williams rodeada de nenúfares. Te pueden dar por el culo mil arios, pero no te pueden dar por el culo mil años y un día, y esto, no sé por qué, no se oye mucho en la ópera. Los artistas visitan al rey y vienen todos encantados. Salen diciendo que es un gran tipo y les parece la hostia que no le corte a nadie la cabeza con su espada. Te cuentan que hizo un chiste o que se sacó un moco, y hay que estar agradecido de por vida por eso. Y luego el rey blanco baila con los artistas blancos y hace bromas de blancos y a veces hasta visita un poco a los negros y les saluda desde los bordes del agujero. La pregunta, entonces, no es por qué queman Los Angeles, sino por qué no queman Los Angeles todos los días pares. El moro se curó de lo suyo y yo dejé lo del taxi porque nunca me ha gustado trabajar. Ni en eso, ni en nada. Me busqué una habitación más barata y me puse a escribir algo negro, pidiéndole al cielo que nadie se diera cuenta de lo blanco que tengo el culo.

VESTÍA PANTALONES DE LOCO, zapatos verdes de loco y una camisa grande de chino. Toda la ropa era en realidad como de chino loco. Entraba a trabajar a las nueve y salia casi a las diez de la noche, así que tenía unas diez horas al día para vestir como una persona y casi catorce para vestir como un chino loco. Mientras estaba en el almacén o en la tienda no era tan grave, porque allí todos vestían igual y los clientes entraban para comprarse esa ropa de chino y pagaban mucho dinero por ella y se miraban en los espejos y los vendedores aplaudían y todo era parte de la misma locura, pero en la calle todo se volvía contra mí. Y yo pasaba la mayor parte del día en la calle. Repartiendo la ropa a domicilio y llevando trajes devueltos a la tintorería para venderlos después como nuevos. A las once ya estaba en casa durmiendo. Dormía tres o cuatro horas de un tirón y luego salía a beber algo en los bares pequeños del centro, sin hablar mucho con nadie. A eso de las seis y media volvía para casa y dormía un par de horas más. Luego me levantaba, me daba una ducha y caminaba asustado hacia mi loco un uniforme.

DELANTE DE CASA había una obra y los obreros dejaban sus monos colgados en la alambrada. Por la noche los monos parecían fantasmas y cuando amanecía parecían ahorcados. Una noche salí por el jardín y me acerqué a la alambrada. Me acerqué tanto que podía oírles respirar. Me quedé allí un rato, al alcance de los monos. Después corrí hasta el jardín y de allí a mi cuarto. Todos estaban dormidos en casa. Menos el héroe. El héroe permaneció despierto hasta la hora en que los fantasmas empezaron a parecer ahorcados. Y después, cuando los monos ya sólo parecían monos.

POR FIN TENÍA UNA MUJER. Mientras andaba haciendo el imbécil, bebiendo en los bares, no paraba de pensar: una mujer te sacaría de todo esto. Una mujer te convertiría en uno de esos que escriben canciones. Una chica cariñosa con un buen culo hará de ti un hombre nuevo. Ordenará tu casa, esconderá el rencor en alguna parte y no volverás a verlo. Y ese día llegó. Una preciosa rubia, con las mejores piernas del mundo debajo del mejor culo del mundo. Después de follar, nos quedábamos abrazados y ella me acariciaba y todo era tan bueno que me sorprendía no pagar peaje. La casa se llenaba de vestidos colgados de las puertas y todo parecía mío. Sólo que lo bueno no dura mucho. De pronto me puse a pensar en todos los tíos que habían estado allí dentro, sacudiendo con lo suyo. No sé de dónde coño venían esas ideas, pero venían. Como la gripe. Me llenaban el alma de odio. Los odiaba a ellos, a los tíos y también a ella, claro por haber estado tan dispuesta, y a mí, por haberme tragado el viejo cuento de nadie como tú y luego, al segundo, me volvía un santo gilipollas y la perdonaba y me perdonaba a mí y hasta los cerdos que habían estado dándole, cada uno con lo suyo. Pero el estado beatífico no duraba mucho. Al rato, una brisa de aire o el perro del vecino me devolvían al abismo y entonces pensaba en rajarle el vientre con un cuchillo de cocina y en volarme los sesos y luego otra vez las caricias y otra vez a follar y hacerse el tonto. Como dicen las canciones, debe ser esto a lo que llaman amor.

ESTE ES UN MUNDO EXTRAÑO. Está el rock and roll y un par de cosas buenas. David Bowie, los Clash, los Stones y alguno de los nuevos, como Living Colors o Sonic Youth, pero también está la televisión, y la televisión te recuerda constantemente el terreno que pisas. Televisión nacional y también televisión alemana, italiana, inglesa y mejicana. Puedes volverte loco, porque lo anormal es la norma, y todo es extraño y sorprendente aunque nadie parezca sorprendido. Es tan jodidamente raro que a veces parece lo único real. Piernas cortadas de Cuajo y senadores que se revientan los sesos con una pistola y chicas que se desnudan y empleados de banca que se desnudan y programas concurso donde un tío lo sabe todo sobre ingeniería genética o sobre la fabricación de galletas para perro, y miles de millones en premios y tíos capaces de darle por el culo a la virgen del rocío a cambio de un apartamento en la playa. No sé mucho de nada, pero conozco a todos los presentadores de todas las cadenas y puedo notar cualquier cambio en los decorados de los telediarios. Me quedo toda la noche viendo combates de boxeo. He visto caer a Leonard, y se me saltaban las lágrimas. He visto caer a Tyson, y aún no me lo creo. He visto resucitar a Foreman. A veces apago el televisor y me quedo mirando mi reflejo en la pantalla. Estoy solo y la habitación se comprime para entrar en la pantalla. Me siento como en casa.

NO LO SABÍA CUANDO COGÍ LA HABITACIÓN. No sabía que la ventana frente a la cama era el gran agujero del culo de mi alma, y ahora andaban todos asomados. Querían verlo todo. Querían saber más que yo. Había uno en cada balcón. Esperando. Estaban ahí, esperando sin hacer nada, los muy jodidos. Querían un poco de fiesta. Me paseaba por el cuarto desnudo, y les encantaba. Asentían con la cabeza. Así que también bebía desnudo y hasta vomitaba por el suelo. Pero eso ya se lo esperaban. Escuchaban mi música. Les horrorizaba, pero no tenían más remedio que seguir con ello. Subía putas a mi cuarto y les daba por delante y por detrás, con AC/DC a todo volumen. Estaban tan asqueados que volvían al día siguiente, bien temprano. Algunos ya se sabían las canciones y tarareaban “Highway to hell” en voz baja. Seguían allí, esperando, y yo sabía qué es lo que venía después, pero no estaba muy seguro de querer dárselo. Tiraban cuchillas de afeitar por la ventana. Tenían prisa los muy hijoputas. Se habían traído sillas y algo para picar. Vino y cerveza y cacahuetes y refrescos para los críos. Las cuchillas entraban por la ventana como Cantos de sirena. Pero yo siempre he sabido que una sirena no es más que una sardina con malformación congénita. Así que empecé a pensar en mudarme a uno de los cuartos interiores.

A MENOS DE DOS MANZANAS hay un supermercado con un tío sucio sentado dentro. Es el dueño. Se sienta allí todo el día y mira cómo trabajan sus empleados. A veces se levanta y ayuda a las señoras con las bolsas. No es tanto una ayuda real como una especie de atención simbólica. Trato esmerado con el cliente y toda esa mierda. El tío anda siempre sucio y le sale aceite por la cara y por las manos como si fuera un motor viejo. La semana pasada fui a hacer la compra, y al salir me preguntó:

—¿Qué tal anda su chica? —después me guiño un ojo.

No contesté, pero me vine todo el camino de vuelta a casa pensando en esos ojos de grasa lamiendo el cuerpo de T a través de los pasillos de fruta y verduras y congelados y carne y leche y patatas de las que ya vienen cocidas. Me imaginé a T con una de sus cortas minifaldas moviéndose con gracia por el supermercado. Agachándose para coger los botes de abajo y estirándose para coger los botes de arriba y al cerdo del dueño soltando aceite por todas las válvulas. A veces pienso que T no se merece esto y pienso también que algunas de las mejores cosas están dentro de mi casa y que algunas de las peores están ahí fuera, a menos de dos manzanas.

BOB DYLAN TAMBIÉN MENTÍA TODO EL TIEMPO. Decía que sus padres le habían vendido al circo. Yo escuchaba a Dylan y me imaginaba que tenía un caballo o un descapotable rojo. Escuchaba “Sad Eyed Lady of the Lowlands” y me imaginaba que tenía suerte.

HAY UN MILLÓN DE MUJERES EN LA TELEVISIÓN, pero ninguna es la mía. Antes, no sabía nada de esto. Pensaba, simplemente, que entre dos piernas siempre hay una fiesta parecida, pero ahora ya no pienso eso. Lo juro. Tenía algo que marchaba. Ahora, ni siquiera puedo ser tan estúpido como antes. Tenía algo que andaba en dos direcciones y todo el combustible necesario. No siempre era bueno, claro. Había días en los que hubiera querido hacerte daño y días en los que de verdad te lo hice. Pero tú también pegabas, así que las cosas no estaban muy desequilibradas. Sólo quiero que sepas que ahora daría una mano por no haberte pegado. Pero ya sabes cómo son las cosas. Este mundo empuja por todos los lados, y a veces no queda mucho sitio. En cualquier caso, teníamos algo que andaba en dos direcciones, y ahora me paso el día viendo la televisión, y nada funciona, y hay un millón de mujeres, y muchas están muy buenas, pero ninguna es la mía. Un jodido millón de mujeres, pero ninguna es la mía.

ME HE COMPRADO UN MAPA DE CARRETERAS. Lo he estudiado cuidadosamente, y sé que hay al menos siete caminos distintos por los que podrías volver a casa. Si me llamas, puedo decirte cuáles son los más seguros. Ya sabes que la mitad de las carreteras están en obras, así que hay que andarse con cuidado. Cuando te fuiste, estabas sola, pero puedes contar conmigo para el viaje de vuelta. Ten cuidado con las ruedas, porque las llantas han perdido el dibujo y en esta época del año llueve mucho. No conduzcas de noche, porque la música de la radio puede dejarte dormida, y sobre todo vigila la temperatura del agua porque tu coche se calienta demasiado. Ahora me arrepiento de haberte aconsejado un coche usado, pero nos iban tan mal las cosas que me parecía lo menos arriesgado. Me gustaría que tuvieras un coche nuevo y que viajases siempre por carreteras bien iluminadas y que no lloviese todos los días, porque hay al menos siete caminos distintos por los que podrías volver a casa, y me gustaría que pudieses encontrar alguno.

PUEDE QUE EL AMOR VERDADERO SE HAYA ROTO, pero podemos tratar de conseguirlo con los trozos que quedan. Mi padre me dijo: “Hijo mío, no te fíes de las mujeres”. Pero mi padre no era uno de esos tipos con pinta de dar buenos consejos. Cuando éramos pequeños subíamos todos en el coche. Mi padre, mi madre, mis dos hermanos y yo. Mi padre y mi madre iban delante y no paraban de discutir durante todo el viaje. Discutían de cualquier cosa. Mi padre decía que los caracoles eran carne, y mi madre decía que eran pescado. Discutían, aunque el mar se viese ya por las ventanillas del coche. Puede que no lo haya hecho muy bien, pero tienes que comprender que todas esas discusiones me deben haber afectado de una manera u otra. Esta mañana han dicho en la televisión que saldrá el sol durante todo el fin de semana. Ya sabes cómo son estos días soleados de invierno, con el aire tan limpio y las carreteras casi vacías. Podría sacar la moto y bajar hasta la costa. Puedo recogerte donde quieras. Es posible que no lo haya hecho muy bien hasta ahora, pero ya sabes que cuesta abajo ando más deprisa. Podríamos sacar la moto y bajar hasta el mar, o podríamos hacer cualquier otra cosa que tú quieras.

HE PASADO LA TARDE VIENDO UNA PELÍCULA sobre unos tíos que volvían al pasado dentro de algo muy parecido a una lavadora. Después ha salido un tío que se ponía un arado en la nariz. Algo increíble. Sujetaba el arado en la punta de su nariz como si fuera un lápiz. Cuando veo a esos tíos haciendo cosas tan increíbles, no entiendo cómo no he conseguido que te quedaras en casa. Aunque, quién sabe, a lo mejor todo vuelve, A lo mejor las cosas corren en todas las direcciones antes de lograr mantener el equilibrio sobre la punta de la nariz. Ahora bebo demasiado y no rechazo una buena pelea a puñetazos. Hasta he vuelto a jugar al fútbol, aunque sin mucho éxito. No he podido encontrar mi antiguo regate, y cuando me ha tocado de portero he hecho el ridículo. Era un balón fácil a las manos, que venía de mi defensa, pero se me ha escurrido entre los dedos. Le ha hecho mucha gracia a todo el mundo. Lo cierto es que no me están saliendo muy bien las cosas, pero quién sabe, a lo mejor todo vuelve. Echo de menos tus canciones, y la pandereta que te has dejado me parece a veces una luna. Me levanto por la tarde y bebo tantas cervezas que no me da tiempo ni a enfriarlas. No puedo creer que no vayas a volver nunca. Prefiero pensar que todo vuelve. Aunque sea como apostar más de lo que tengo a un caballo cojo.

EL DÍA QUE APARECIERON LOS GATOS yo estaba haciendo cualquier otra cosa. Ella se empeñó en que pintase una estantería para que pudiéramos poner todos nuestros libros en una estantería recién pintada. Yo sólo hacía esta clase de trabajos por amor. Pensaba que luego podría cambiarlos por algo: cuidados especiales, muchos más años juntos, no demasiados polvos con otras personas. Pintar estanterías era mi tarjeta de crédito del amor. Necesitaba algo con lo que pagar todas las cuentas, y por aquella época no tenía nada mejor. Así que el día que aparecieron los gatos yo pintaba estanterías. El día que aparecieron los gatos yo estaba sacando la basura. Había estado pintando estanterías, pero no vi los gatos hasta que no saqué la basura. Cuando vives con una mujer y te acuestas con ella, una, dos o más veces al día, y después te quedas tumbado a su lado —como un ejército aliado tumbado en las playas de Normandía, pero no muerto ni vencido, sino más bien al contrario, y de alguna manera asesino, porque al fin y al cabo follar siempre conlleva alguna clase de venganza—, cuando hay una mujer en tu vida, ya no puedes ver lo que eras antes, lo cual en mi caso es una ventaja, así que te vas convirtiendo en algo más fácil, algo como un feo que ha roto todos los espejos y al que siete años de mala suerte no le parecen un precio muy alto. En eso estaba yo el día que aparecieron los gatos Enredado en esa tristeza indefinida que dan las desgracias de países extranjeros. Al principio eran seis gatos. Habia visto dos junto al cubo de la basura, y después de un rato aparecieron los otros cuatro. Eran tan pequeños que pude cogerlos a todos de una vez. Mientras volvía a casa no paraba de pensar en lo raras que son las cosas. Me refiero a encontrar una mujer, encontrar gatos, tirar la basura, volver a casa, encontrar alguien dentro y empezar a hablar de los gatos y olvidar las estanterías, también pensaba en lo diferente que sería todo si yo hubiese sido ciclista profesional, y metidos en este tema me preguntaba si de verdad existen los ciclistas profesionales o si sólo son algo que aparece de cuando en cuando por la imaginación, como, por ejemplo, un tenista o un portero de hockey sobre hielo: ¿entierran a los tenistas con pantalones cortos?, ¿quién sabe lo que pasa por la cabeza de un tenista?, ¿qué tiene todo esto que ver con los gatos?, ¿era feliz o es que todo me iba tan bien que no tenía más remedio? Claro que otras veces, antes y después de encontrar los gatos, pensaba en cosas normales como tener hijos o no querer tenerlos y también en hojas atascadas en el desagüe del garaje.

Lo primero que decidirnos es que no podíamos quedarnos con todos, así que empezamos a darle vueltas a la idea de colocarlo entre nuestros amigos, y hasta hicimos una lista de quiénes eran los más indicados; después les dimos leche con un guante de goma agujereado, lo cual estrechó nuestros lazos. No los lazos entre ella y yo, sino los lazos entre los gatos y nosotros, o al menos los lazos entre los gatos y el guante de goma. Mientras les dábamos de comer, me acordé de mi madre y me di cuenta de que todos esos sacrificios de los que alardean las madres no son más que algo que haces mientras se supone que deberías estar pintando estanterías. Supongo que después de la historia del guante y la leche ya éramos casi una familia. Es curioso cómo funcionan estas cosas, porque antes de saber quién era uno, ya éramos dos y, luego, con los gatos, fuimos ocho, y toda esa enorme cantidad de gente se movía por la casa tratando de encontrar alguna clase de orden, y nosotros, ella y yo, no parecíamos mejores que los gatos en eso. Despues de encontrar los gatos, ya sólo podía ser el que lleva los gatos a casa o el que deja los gatos en la calle. Y eso funcionaba con ella: el que se quedaba con ella o el que ya no estaba con ella. Lo que quedaba en la casa, después de restar a los gatos y a ella, era yo. O lo que es lo mismo, yo era el que no estaba pintando estanterías. La primera noche perdimos dos gatos: se escaparon por la ventana. La tercera noche ella tuvo que irse a trabajar y yo me emborraché y perdí dos más. Me pasé la noche buscándolos por el jardín. Al principio pensé que había recuperado diez gatos pero luego me di cuenta de que cogía todo el tiempo al mismo. Los dos que siguieron a mi lado se fueron a vivir, tres semanas después, a casa de un amigo. Uno se cayó desde un octavo piso, el otro está bien. En realidad, todo lo que queda decir es que el día que encontré seis gatos me sentí bastante solo.

ENTRAMOS EN BERLÍN RODEADOS DE ÁNGELES. Salimos de Berlín escoltados por ángeles. En todo el tiempo que estuvimos en Berlín no vi nada más que ángeles, y un circo. Entre un Berlín y otro no había un muro, había un parque larguísimo. En el Berlín oriental no estaba bien ser negro, a los cabeza de culo no les gustaba. A nosotros no nos gustaban los cabezas de culo. Cenábamos cosas que no sabíamos pronunciar. La gente de Berlín es la gente más triste del mundo. Parecen acabados por un tiempo muy anterior a éste. Como las estrellas. Pero oscuros. Berlín es tan negro como la suerte de sus ángeles. En el hotel vimos un programa sobre los últimos días de Elvis. Conciertos de Elvis. Elvis mirando a la cámara. Haciendo bromas. Elvis subiendo y bajando de coches. Elvis harto. Cantando mejor que nunca Esforzándose en la recta final. El circo se iba. Estaban recogiendo las cosas. Estaban todos vestidos de personas. No diferenciabas un domador de leones de un lanzador de cuchillos. No había caballos, ni elefantes, ni nada. Sólo la carpa y una hilera de camiones. Después, la cama se deshinchó. La metieron en un camión y se largaron. Tengo un amigo al que le salvó la vida un circo Elvis se fue, el circo se fue, nosotros nos fuimos y los ángeles se quedaron. En Berlín los ángeles son los únicos que no están de paso.

QUIERO TENER UNA PISTOLA. Keith Richards tiene una y Jerry Lee Lewis y James Brown también. He querido tener una pistola desde que era niño. Siempre me gustan más las películas cuando hay una pistola por algún lado. No hace falta que maten a alguien, basta con que uno tenga una pistola y le dispare a un tronco o a una botella. Quiero vivir en el desierto y quiero tener una pistola. Quiero estar solo con ella y con mi pistola en mitad del desierto. Una pistola y nadie a quien disparar. Esa es mi idea de la felicidad.

ELLA TENÍA MIEDO DEL TIEMPO. De hacerse vieja, y yo tenía miedo del tiempo porque sabía que todos sus enemigos terminaban por ser los míos. Me dijo:

—He soñado que me salían arrugas.

Tenía veintinueve, pero su cara era aún la de una niña. No había ni rastro de arrugas. Ni la sombra del rastro de una arruga. Ella notó que la estaba mirando.

—Ya sé que no están aún ahí. Pero he soñado que llegaban. Debe ser una señal.

—Voy a quererte igual con arrugas.

—No se trata de eso. Los hombres no sabéis nada del tiempo. El tiempo es nuestro problema.

No insistí. Los hombres no sabemos nada del tiempo. Yo sabía que seguiría queriéndola, pero eso no arreglaba todos sus problemas. Yo me metía en la cama y ella estaba despertándose. Casi siempre era así. Yo trabajaba por la noche y me acostaba cuando ya había amanecido. A veces ni siquiera trabajaba, sólo bebía y esperaba a que fuera de día. Pasábamos dos o tres horas juntos en la cama. Como dos trenes muy largos que se cruzan.

—No eran unas arrugas muy grandes, pero eran las primeras. Como esos guías que mandan por delante del grueso del ejército. Los hombres no sabéis nada del tiempo, pero el tiempo está ahí, y no hay manera de librarse de él.

Yo no sabía muy bien qué decir.

—Abrázame fuerte. Si hubieras estado aquí no me habría pasado la noche soñando.

En eso tenía razón. Si yo hubiese estado allí habríamos dado un par de r vueltas por encima del colchón y ella se hubiese dormido con una preciosa sonrisa en la cara. Pero el caso es que no me gusta dormir por la noche. Nunca me ha gustado. La abracé lo más fuerte que pude, hasta que sentí que podía romperla por la mitad, entonces aflojé. Ella volvió a respirar.

—Si sigues apretando así no voy a tener que preocuparme por el tiempo.

Después nos quedamos dormidos. Ella tenía la cabeza encima de mi pecho. A eso lo llamaba ella “Mi sitio”. Antes de quedarme dormido pensé en lo que mejoraría todo con el tiempo. Pero no supe cómo decírselo, porque yo también tenía miedo. Como si no fuera un hombre.

UNA VEZ ME ENCONTRÉ UNA MALETA DE CARTÓN. Volvía borracho a casa y vi la maleta en el suelo. Estaba vacía. Dentro sólo había un papel pegado al forro de rayas. Una lista de lo que el dueño de la maleta llevaba dentro:

cepillo de dientes

tres camisas

dos pantalones

una chaqueta

cuatro pares de calcetines

cuatro calzoncillos

jabón

una toalla

las gafas de leer

dos corbatas

un despertador

aspirinas

cuchillas de afeitar

desodorante

y un peine

Pensé que con sólo llenar la maleta podría ser ese hombre.

SON LAS CINCO DE LA MAÑANA. Ella aún está dormida. No se despertará hasta las once o las doce. Hay seis personas en el bar. Cada uno está atrapado en su propia mecánica. En general desayunan. Hay dos que están bebiendo como yo. Tengo miedo de volver a casa. Tengo miedo de verla dormida y, sobre todo, tengo miedo de sus sueños. En mi sueño era un niño precioso. Terminé la cerveza y crucé la calle. Mientras metía la llave en la cerradura me asusté imaginando mis pasos seguidos por dos sombras.

DESPUÉS DE HABER PERSEGUIDO la mayoría de las cosas como si fueran fantasmas, y después de haberme asustado de casi todas las cosas como si fueran fantasmas, incluyéndola a ella, a la casa en que vivíamos, al resto de los hombres con los que suponía que debía enfrentarme, además de los esfuerzos y los avances reales, y dinero, y el trabajo, y el siempre complicado asunto de la familia, y la cerveza, y el whisky, y las anfetaminas, y la cocaína, y el ácido, y en gran parte gracias al ácido, me di cuenta de que había empezado a conseguirlo. Conduje la moto de vuelta a casa. Paré a poner gasolina y a comer algo. Hablé con uno o dos en cada pueblo. Me encontré con un camión de Coca-Cola volcado. Esquivé varios miles de botellas que caían rodando por la carretera. Había conseguido un orden propio. Conducía y me sentía bien. Como un barco que coloca el faro donde quiere.

ME GUSTARÍA PODER RETIRAR MI ENTUSIASMO de todo lo que no se lo merece. Quisiera pasar a recoger toda la confianza traicionada, todo el amor malgastado. Me gustaría poder retirar ese amor, como las financieras te quitan el coche cuando has dejado de pagar los plazos.

UN DÍA ME DI CUENTA de que ya llevábamos diez años juntos. Pensé en cuánto tiempo eran diez años para mí hace diez años. También pensé en lo que pensaría dentro de otros diez años. Me imaginé con ella diez años después y luego otros diez y así hasta que los dos estuviéramos muertos. La idea de morirse me pareció una interrupción estúpida. Como si alguien desenchufara la radio en mitad de una canción.

NO PUEDO CREER QUE HAYA HECHO TODO ESTO. Alejar cualquier sensación real con respecto a mi pasado. Perdonarme lo imperdonable. Plantar un espantapájaros en la memoria. Borrar todas las huellas. Renacer. Y aún queda tiempo para unas cuantas reconstrucciones más. Para nuevos trucos de desaparición Para sentarme y aprovechar una tranquilidad desconocida o para enterrar al que soy ahora sin una sola lágrima.

A VECES ME HE QUEDADO MIRANDO LAS COSAS DE LOS MUERTOS. Sus libros, su ropa, sus zapatos, especialmente los zapatos. Me he quedado mirando esas cosas y he pensado en lo que sentiré cuando mueran los que quiero de verdad. Las cosas de los muertos son en realidad las manos de los muertos, la caricia helada de lo que ya no está.

TAZAS, PLATOS, MANOS, tostadas, dientes, paraguas y servilletas. Pasos hacia la barra y pasos hacia el teléfono. Cada cual se ocupa de su propio movimiento. Yo me bebo mi cerveza. Fuera, el aire es el primer aire frio después del verano. Me siento como si estuviera de visita en una ciudad extranjera. Ayer soñé con mi hijo. En el sueño había un niño y sentí vértigo al reconocerlo. También siento vértigo ahora ante lo inevitable de ese niño. La soledad se acaba con él.

TENÍA DIECIOCHO AÑOS y todavía no había echado un polvo. No era algo de lo que estuviera orgulloso pero vivía con ello. Trabajaba y tenía algo de dinero. Me gustaba encerrarme en casa y ver la televisión. No follaba, pero no lo pasaba mal del todo. Mi primer polvo fue con una puta de lujo. La pagué con una tarjeta de crédito que acabó engullida por un cajero automático tres meses después. Nunca me han vuelto a dar una tarjeta. Claro que nunca he vuelto a tener a nómina. Salía de la tienda y me iba al cine. Vivía al lado de muchos cines. Así que salía, elegía una película y me metía dentro con dos o tres cervezas. Después volvía a casa y seguía bebiendo. A veces salía de madrugada a tomar algo por la calle. Una noche pusieron Apocalipsis Now en la televisión. Ya la había visto dos o tres veces en el cine. Pero nunca había metido la guerra en casa. Tenía medio gramo y la nevera llena de cerveza. Bajé por el río en busca de Kurtz. A mitad de película dejé la cerveza y me pasé al whisky. Cuando Willard llegó a la isla maldita estaba en el mejor momento. Me metí la última raya y le di un trago largo a la botella. Sentí nauseas y luego un golpe en la cabeza. Como si me hubieran dado un tiro en el casco. Cogí un cuchillo de la cocina. Avancé con Willard en silencio por la jungla. Estaba entusiasmado como si fuera feliz por primera vez. Me hice cortes por los brazos y en las manos. Cortes poco profundos. La sangre empezó a salir. Me quité la camisa y me restregué la sangre por la cara y el pecho. Estaba en la gloria. Sabía que era una guerra que no podría conmigo. Era duro. Sangraba como un cerdo. Era duro y estaba solo. No tenía nada que demostrar a nadie. Sólo quería seguir allí en mitad de la jungla, aislado, amontonando victorias silenciosas. Cuando me desperté había sangre por todas partes. Limpié lo más gordo, me duché y me fui al trabajo. La sangre que tenía en la cara estaba seca como una costra.

EN PARÍS TENÍAMOS UNA BAÑERA GIGANTE. Una bañera antigua en el centro de un baño blanco antiguo. Era un hotel antiguo, una ciudad nueva y un amor nuevo. Nos bañábamos y follábamos. Nos volvíamos a bañar. Era un hotel barato con una gran bañera. Bebíamos whisky dentro. Follábamos dentro. El agua se salía, inundaba el suelo y llegaba hasta la habitación. Queríamos escribir canciones. Hablábamos de escribir canciones. A veces me sentía un poco idiota hablando tanto del asunto. Es un viejo problema. Le temo al entusiasmo como a la gangrena. Tengo miedo de que las cosas no sean ni la mitad de buenas de lo que parecen a veces. Llovía y yo tenía un agujero en la bota. El agua me llegaba al tobillo. Cuando entrábamos en un bar el agua salía por el agujero como si fuera un desagüe. Me sentía como una isla portátil. No decía nada. Hablábamos de escribir canciones y cruzábamos puentes. Ella se compraba ropa. Yo dejaba un charco en cada tienda. Tenía la sensación de estar inundando París. Después de cenar volvíamos al hotel, follábamos y nos bañábamos. Ella me hablaba de las canciones que iba a escribir. Yo hablaba de las canciones que iba a escribir y me sentía un poco idiota. Una gran ciudad, París, y una gran bañera. Hace tres años de eso. Estamos pensando en volver este invierno. Seguimos juntos. Follamos, nos bañamos, ella escribe canciones. Y yo me siento como un idiota.

NADA DE ESTO TIENE SENTIDO. Los días se torcerán de mil maneras distintas. Se inclinarán a un lado y a otro. Tendrán todo tipo de formas y estarán llenos de cualquier cosa. Billetes de lotería premiados, accidentes aéreos, agujeros en el cemento de fu calle, remedios para las nuevas enfermedades, enfermedades aún más nuevas, un nuevo zoológico con animales salvajes dentro y edificios altos de cristal de espejo, de esos que sólo sirven para que los vecinos vuelvan a meterse en sus propias vidas, perros vivos, peces muertos, amor, bibliotecas, un circo, presentadores de programas de radio nocturnos asesinados, espero que haya algo de esto, billetes de lotería sin premio, venta por catálogo, neveras sin ruidos y vida informática. Los días serán mil cosas y las noches seguirán siendo lo mismo.

NO ODIO A MIS PADRES. La mayoría de la gente odia a sus padres pero no lo dice. La gente no puede aceptar la idea de odiar a sus padres. Son el pasado y la memoria. No tienen gran culpa de nada pero estaban allí mientras todo sucedía. Los padres generalmente hacen lo que pueden. Sólo son gente que lo intenta, en el mejor de los casos.

Esta mañana ella ha vuelto a hablar de tener hijos. Estaba tumbada encima de la cama y ha sacado el tema como el que saca una navaja automática. La idea de un hijo bebé y hasta de un hijo niño me gusta, es como tener el mejor perro posible, con todas sus gracias y esas cosas que te hacen sentirte bueno. La idea de un hijo persona ya no es tan agradable. Un hijo persona terminará por odiar a sus padres o al menos terminará por esquivarlos. Hemos hablado un poco de eso y luego ella ha guardado la navaja. Creo que estaba tan asustada como yo.

LA SONRISA DEL EXTRANJERO es como la linterna de un imbécil, siempre encendida, de día y de noche. Nuestras monedas en las manos de sus hijos son como un secador de pelo en medio de un huracán. Aquí casi todos tienen cara de hambre y te tiran de las mangas de la chaqueta y te dejas tirar porque el mundo es injusto y te sientes como un miserable cuando se te hinchan las pelotas y te lías a darles patadas en el culo para que te dejen en paz. Vacaciones en el tercer mundo. Hoteles cargados de historias de escritores ilustres que andaban todo el día dando por el culo a moritos de doce años. Más manos, más dinero. Mujeres que no pueden entrar en un café, ni hablar, ni mirar, ni dejarse ver porque lo dice un dios al que, no sé por qué extraña razón, le tienes más respeto que al tuyo. Soy un imbécil que viaja para ver a unos imbéciles que se están quietos y que algún día serán imbéciles que viajan para ver a los imbéciles que ya viajábamos antes y nos cruzaremos en los aeropuertos con nuestras bolsitas del Duty Free. Pero ya no sonreiré a nadie porque ya seremos todos iguales. Puede que pasen un millón de años, pero algún día seremos tan graciosos y tan pobres como toda esta gente y entonces serán ellos los que escondan sus libros de poesía y sus compact disc portátiles mientras los hijos de mis hijos les pegan mocos en las mangas y se cagan dentro de sus formidables sonrisas.

CUANDO ESTÁ TUMBADA de medio lado, desnuda, intento pensar en todas las cosas hermosas del amor y sobre todo intento no buscar marcas de neumáticos en sus curvas. Pero de hecho no puedo pensar en otra cosa que no sean marcas de neumáticos en sus curvas. Si esto es ser un miserable, que me den el uniforme y a la mierda con el mar y el sol aplastando nuestra terraza en Essaouira, al sur de Marruecos. Y a la mierda también con casi todos los poetas y con algo que leí sobre el santo grial antes de quedarme dormido para despertarme frente a la autopista del deseo llena de manchas de grasa. Por supuesto que cuando ella abre los ojos sólo ve al genio de la imitación con su disfraz de QUÉ FELICES SON AQUÍ LOS DÍAS, que ya ha empezado a preparar las cosas para irse a la playa o a cualquier otro sitio donde pasar la tarde con nuestros libritos de poesía.

No te pierdas esto tan bonito que dice Eliot. y así pasamos las horas, mientras el capitán miserias corre por debajo de la arena como una serpiente subterránea cantando canciones muy graciosas que se llaman todas “Piedras contra mi propio tejado”. Después de cenar nos volvemos al hotel y vamos riendo todo el camino y por un rato, con el vino y la cerveza, la miro y no siento como si estuviese andando descalzo por encima de chinchetas. Cuando se desnuda y se mete en la cama hago como que soy otro y machaco un poco más mi propio territorio. Hay mañanas en las que no encuentro las nefastas ideas de “Antes” por ninguna parte y entonces paso a concentrarme en las ideas de “Después”. No se de dónde salen ni las unas ni las otras, pero puedo jurar que antes de enamorarme era una buena persona.

LOS NIÑOS SE VISTEN DE BLANCO y juegan al fútbol sobre su propio reflejo mientras baja la marea, como si quisieran entrar por la fuerza en todos los poemas.

TODAS LAS TARDES SON IGUALES en este pueblo. El mar, el viento, toda esta gente que no nos quiere demasiado. No tienen porqué, las tiendas de pan y agua y chocolate y anillos de plata, con tíos que pesan los anillos muy serios antes de decirte el precio y hacen una serie infinita de comprobaciones para demostrar, siempre según sus métodos, que lo que venden como plata es plata, como si a nosotros que ya habremos perdido los anillos para cuando empiecen a desteñirse nos importase lo más mínimo. También están los perros y los gatos que se hartan de comer pescados en el puerto y un viejo que pide dinero para sellar una carta con destino a Ohio, USA, y todos los surferos con sus tablas bajo el brazo cruzando la plaza como astronautas y a las cinco más o menos los niños saliendo del colegio con las mismas carteras de colores que los niños de Europa o Norteamérica y con unas caras de fiesta que no se por qué razón no se corresponden con las de sus padres. Ese es el momento perfecto para entrarle al tema de los hijos y yo siempre tengo menos prisa que ella, lo cual es absolutamente natural, y ella siempre está segurísima de querer tenerlos. Al menos mientras están estos hijos de otros dando vueltas por la calle desplegando todos sus trucos de encantadores de serpientes enanos. Cuando ya están metidos en sus casas el entusiasmo cede un poco como se va durmiendo el entusiasmo de los propios niños según van cerrando las jugueterías. Después, a cualquier hora, puede venir el miedo a que dentro de algún tiempo las dejen cerradas para siempre.

CADA VEZ QUE ME SIENTO EN UNA PLAYA y se hace de noche tengo la incómoda sensación de estar obligado a sentir algo que no siento. Ayer estaba en África, bebiendo una cerveza caliente, lo cual es una especie de costumbre local, y no terminaba de ver cual es la diferencia entre una puesta de sol y un lagarto o una aspiradora. Las gaviotas son los monos del cielo. Estamos a menos de cien kilómetros del desierto del Sahara. La gente de por aquí tiene sus costumbres como yo tengo las mias. Esas sabanas blancas que llevan son tan exóticas como la bata azul que usa mi portero para sacar la basura. La quiero tanto aquí como en cualquier otra parte. Mientras termina de hacerse de noche y los niños recogen sus pelotas de fútbol para irse a casa, les grito en un idioma que no entienden: ¡No os necesito!

MIENTRAS VENÍAMOS EN EL TREN, más y más hacia el sur, el calor iba aumentando, como si el verano viajase en nuestro mismo vagón. Bebíamos a morro de una botella de whisky para no olvidar nuestros orígenes, Born to run, la Velvet y todo lo demás y no decíamos en voz alta nada de lo que pensábamos por miedo a parecer estúpidos. Cada media hora pasaba un tío empujando un carro lleno de bocadillos que podían andar solos. Miraba por la ventanilla

los poblados de casas de adobe y me sentía como si estuviera andando por encima de postales. Muy a mi pesar tenía toda esa lista de pensamientos extranjeros como: dios mío que pobre es esta gente, y hay que ver qué bonitos son los niños y también; ese hijo de puta no deja de mirarme la cartera. Para disimular nos dábamos besos y bebíamos más whisky. Todos los libros de viajes deberían titularse DIARIO DE UNO QUE YA NO SABE POR DÓNDE SE ANDA.

HAN PASADO MUCHAS COSAS ESTOS DÍAS. Los viajes siempre me mantienen en el aire, entre la excitación y la tristeza, una tristeza imprecisa, tan extraña como las llamas o los pelícanos, pero al mismo tiempo familiar porque es siempre la misma. En Chile me he sentido inmovilizado. Como en un teatro de juguete, uno que tenía de niño, en el que podías cambiar los decorados sin mover los personajes. Chile se ha puesto detrás de mí sin que me diera cuenta. Estaba ahí cuando me di la vuelta.

ME GUSTAN LOS AVIONES. Me gusta la comida de los aviones y las películas de los aviones y, sobre todo, me gusta beber en los aviones. Viajar en avión me hace sentirme mejor, porque aunque ya he volado un millón de veces, sigo entendiendo que lo normal es no hacerlo. La verdad es que no soporto a la gente que vuela por encima de un continente y luego te dice: “Bueno, ya sabes cómo es esto”. No soporto a la gente que se acostumbra a lo extraordinario. No creo que sean capaces de hacer felices a sus mujeres, a sus maridos o a sus hijos. Hacer feliz a mi mujer se ha convertido en una prioridad. Mucho más ahora que antes. Siempre he sido lento. O a lo mejor ésta es la velocidad natural. Creo que la gente dice que se quiere mucho antes de empezar a hacerlo. Igual que se llora una muerte cuando aún no se ha tenido tiempo de sentir la ausencia. Después de cuatro años mi mujer se ha convertido en algo real. Algo que no depende de mi estado de ánimo. Ya no es parte del decorado. No se mueve detrás de mí como los paisajes. Está ligada a mi propio movimiento. Existe. Si salto, salta. Si me caigo, se cae. Si viajo, viaja conmigo. Mi mujer es como esos trozos de esparadrapo que se te quedan pegados en los dedos. No concibo la manera de quitármela de encima. Está siempre ahí. Ya no es algo que pueda elegir. Es simplemente algo con lo que tengo que contar de ahora en adelante. Me sorprende lo deprisa que cambio. Por eso nunca me sirve de mucho tomar notas. No soy capaz de escribir sobre algo que pensé hace quince días. Casi todo lo que apunte en Chile ya no me sirve para nada. Quería hablar de lo idiota que me sentí cuando llamé desde el hotel para enterarme de lo que había dicho la crítica de mi último libro, pero ahora ya no significa nada. Ahora ya no lo entiendo. A veces me asusta. Al principio cambiaba con los años, luego con los meses. Ahora cambio con los días. En una sola noche puedo verlo casi todo de diez formas distintas. Puedo subir y resbalar y volver a subir. Creo que es algo que he aprendido con las drogas. Las drogas te mueven por toda la pantalla y después te dejan en algún sitio que no tiene por qué ser aquel donde habías empezado. Funcionan como los juegos de ordenador. Ahora vas hacia el castillo con una espada de fuego, luego saltas por encima de los cocodrilos, después esquivas meteoritos, tienes energía, la pierdes, la recargas, estás arriba, abajo. Cuando no hay drogas ya estás tan acostumbrado a verlo todo como estados de apreciación independientes, que ya no te fías de lo que sentías antes ni de lo que vendrá luego. Por eso no me sirve de nada tomar notas. Porque es como mirar las fotos de las vacaciones de otro.

LOS ÚNICOS QUE PUEDEN HABLAR de accidentes son los atropellados. Sinceramente, no sé de qué coño están escribiendo. A veces parece que tengo algo personal contra ellos, pero la verdad es que no comprendo nada de lo que hacen. Evidentemente lo suyo no es lo mío y lo mío les suena a chino. Alguien tiene que estar equivocado. O a lo mejor no, a lo mejor son escritores que escriben en idiomas que no entiendo.

VOLVIENDO A MI MUJER. El otro día me enseñó algo que había escrito y empecé a pensar que me había equivocado en algunas cosas. Luego leí algo de Hendrix. La idea era que los verdaderos mensajeros son como niños sin demasiadas huellas en la cabeza. Más o menos. El caso es que entre los dos me hicieron ver que estaba confundiendo lo esencial con lo que no significa nada. Eso tiene que ver con mi preocupación por la crítica, aunque sólo en parte. Luego releí mi libro y me gustó porque está hecho de algo. Los libros que odio están hechos de nada. Quienes los han escrito no son nada. No han estado en ningún sitio. No dan sombra. Como siempre, me han salvado los niños.

MI MUJER NUNCA QUIERE estar desnuda con las gafas puestas. Mi mujer me quiere. La otra noche volvimos a hablar del dinero. Lo que a mí me preocupa es que no me preocupa lo suficiente. Finjo ser más orgulloso de lo que soy y, en realidad, sólo quiero que me dejen en paz. Si un ejército enemigo invadiera el país, tendrían que llegar hasta mi lata de cerveza para que empezara a preocuparme. Creo que ella lo entiende.

CUANDO ESTÁBAMOS EN LA PLAYA DE CAU-CAU, pasaron por encima once pelícanos. Fue mi mujer la que los contó. Nos pusimos tan contentos que empezamos a correr como locos. No es normal verla tan contenta. Hay una pena pequeña que siempre está ahí. En la playa no conseguí verla, supongo que ahora le debo algo a los pelícanos. Mi mujer tiene algunas ideas sobre su cuerpo. Porqué lados es bueno, por qué otros lados no es tan bueno, qué partes han mejorado y cuáles empeoran. También tiene algunas ideas sobre su cara y acerca de cuándo está muy guapa y cuándo no. Se cree que lo sabe todo sobre su propia belleza, piensa que puede controlarla, enseñarla y esconderla según quiera, pero se equivoca. Su cuerpo y su cara y toda su belleza dependen ahora más de mí que de ella misma.

LA VERDAD ES QUE LAS COSAS SON MUY RARAS. Todas. Lo ultimo que se me ha ocurrido es que nunca voy a volver a ser un cínico. No sé muy bien de dónde me ha venido la idea. Antes era muy cínico, escribía como un cínico y a todo el mundo le hacía mucha gracia. Era divertido, no digo que no, pero no era algo con lo que pudieras contar. Después empecé a subir y a bajar y me di cuenta de que necesitaba algo a lo que agarrarme en las bajadas. No sé cuánto va a durar esto, porque he tenido otras muchas ideas parecidas y no sé donde coño se fueron. A veces ni siquiera me parece tan importante. A veces refiero el fútbol a todo lo demás. Es como el amor, unos días puedes hablar de amor y otros no. No es que deje de quererla ni nada parecido, es que sencillamente no puedo pensar en ello. A veces quiero contar algo, y en cuanto empiezo a hacerlo noto como la historia se escurre y se cae. Se desintegra. Otras veces veo cómo se desintegran historias que ya he contado, y eso es mucho peor. Historias que escribía cuando era un cínico y que ahora no me hacen ni puñetera gracia. No creo que vuelva a recordar o a inventar. No quiero mentir. Por eso no me sirven las notas, porque cuando voy a utilizarlas me siento como si tuviera que comer pescado podrido.

AHORA HASTA LAS COSAS MÁS SENCILLAS me dan miedo. No sé qué hacer con ellas. Como cuando tenía catorce años y cuidaba niños pequeños por la noche. Me acercaba a cada rato para oírles respirar. Tenía miedo de que estuvieran muertos. Tengo miedo de estar dejando escapar algo y tengo miedo de estar agarrando lo que no es. Si alguien pudiera leer el miedo que tengo, sería un genio.

EN UN PUEBLO DE LA COSTA DE CHILE que se llama Ventanas vimos un barco de carga en la playa, y una feria enana con una noria desde la que no se veía nada y una tienda con un cartel en la puerta, que decía: Gente que debe dinero en este negocio.

SIEMPRE ESCRIBO ENTUSIASMADO. Antes me daba vergüenza, pero ahora he descubierto que la euforia es el sentimiento más honesto que conozco.

CREES QUE ME CONOCES pero nunca te he contado que hace años imité a Elvis a cambio de una botella de whisky en un bar de la costa. Hoy me he acordado del principio y he sentido celos por lo rápido que te entregaste a uno que aún no sabías que era yo. También me he acordado de todas esas desgracias que llevabas como si fueran un traje a medida. Es increíble que salgan bien estas cosas. Meternos en una casa y dejar que pase el tiempo. Comprar una nevera, sacar fotos y visitar a tu familia en el extranjero.

Al fin y al cabo nuestros sentimientos eran miles de animales de distintas especies.

Durante una de las primeras noches soñé que estábamos Italia, sentados en un puente del tamaño de una autopista que cruzaba un rio gigante. Yo te estaba perdonando por algo que no recuerdo, algo que se quedó en el sueño, como cuando sales de casa y te dejas las llaves dentro. Luego, en el sueño, comprábamos dos billetes de lotería, cosa que nunca hemos hecho. Cada uno tenía un numero distinto y jugábamos a amenazarnos con nuestra suerte. Cada uno temía la suerte del otro. Hoy me he dado cuenta de que nunca hablamos de la gente que se quiere toda la vida. Por la misma razón, seguramente por la que nunca hemos vuelto a hablar del sombrero de Hank Williams. El sombrero que alguien le robó el día de año nuevo después de que hubiera muerto.

ÚLTIMAMENTE me siento como si estuviera tratando de encender una cerilla debajo del agua. Antes el intento me bastaba, ahora ya no. Empiezo a necesitar algo sólido. Durante las últimas noches tuve la sensación de perder pie. A lo mejor debería tener un hijo. Algo casi mio que me mire desde fuera. Me gustaría empezar a repartir las cartas para que el juego no dependa de mi todo el tiempo. Voy a recibir al accidente con los brazos abiertos. Ya va siendo hora de que reparta la responsabilidad de mis propias emociones. Voy a ampliar el capital, a conseguir nuevos accionistas. Hace un mes me daba miedo ser dos, ahora me gustaría ser quince.

DE CHILE RECUERDO sobre todo la cocaína gratis y la sopa de congrio. Y un pueblo fantasma con una feria dormida. A mi mujer y a mi nos gustan mucho las ferias. Mi mujer es muy buena con las escopetas de aire comprimido. Tengo un llavero con una calavera que lo demuestra. Y un elefante de cristal y una botella de vodka vacía. En la feria de Horcón no ganamos premios porque todavía no estaba abierta. No importa, una feria cerrada es mejor que nada. Hemos visto algunos de los edificios más altos del mundo, pero mi mujer y yo sabemos que las ferias son el decorado de la suerte.

DURANTE MUCHO TIEMPO no presté atención a las cosas, los puentes, las montañas, los animales salvajes o domésticos, vacas y cuervos y ovejas, o a las niñas que sonreían y saludaban con la mano o a los vivos o a los muertos que pasaban a toda velocidad por delante de las ventanas del coche. Durante años no se me ocurrió pensar en nada de lo que venía después, no conseguí meterme en la cama, no comí ni dormí, no tuve casa, no me imaginé que pudiese llegar a tenerla, no voté, no gané dinero, no prometí nada ni dejé que le prometieran nada, no dudé nunca de nadie y jamás se me ocurrió que se pudiera mentir por teléfono. Esquivé la trampa de la ropa limpia y me alejé de las universidades todo lo que pude, no mejoré mi inglés, ni aprendí a montar a caballo. Esta mañana he despertado con la sensación de que ya podía a empezar a ignorar cosas nuevas.

NO CONVIENE SEGUIR CON LA MISMA LUCHA mucho después de haber logrado la victoria, hay algo enfermizo y peligroso en seguir apuñalando a un animal que ya está muerto. Debería guardar las fuerzas para matar animales nuevos.

HE CONSEGUIDO ALGUNAS VICTORIAS SILENCIOSAS en los últimos días. Victorias sobre hombres y mujeres que creía grandes. He de reconocer que me crezco día a día comparándome con el tamaño de mis víctimas.

ESTA SEMANA sólo quiero sentarme con mi mujer a ver películas en la televisión. Beber algunas cervezas. Poner la mesa para cenar. Leer el periódico. Pensar en tener un perro. Uno grande y negro con mucho pelo. Un perro serio. Meterme en la cama antes de que amanezca, follar y quedarme dormido. Puede que no parezca gran cosa pero para mi es un ejercicio de audacia.

CONOCÍ A ALGUIEN QUE NUNCA PAGO SUS DEUDAS. Vivió ajeno a ellas toda su vida. Las olvidó con tanto empeño que al final todas sus deudas parecían regalos.

UNO NO TIENE PORQUÉ SENTIR NADA mirando las fotografías de sus viajes, las fotografías de los suyos o las fotografías de si mismo. No estas obligado a sentir nada cada vez que la memoria reconozca una imagen o un olor. No hay por qué emocionarse, no hay por qué llorar o alegrarse, no hay por qué cambiar de ánimo con las cartas guardadas ni con las comidas que se repiten, con el mismo sabor, durante años. Uno no tiene porqué acordarse de los niños al mirar a los hombres. No hay ninguna buena razón para que una playa nos recuerde a otra playa, y esto sirve igual para dos autobuses o dos trenes. Es mejor aceptar que algunas cosas sencillamente se pierden.

EL MIEDO ES UNO DE LOS ÁRBOLES MÁS FUERTES. Sus raíces corren por debajo de mis pies con la velocidad incalculable de las cosas invisibles. Dibuja círculos a mi alrededor. Me espera con algo que se parece a una sonrisa o a un tajo en un tomate. El miedo es un vendedor puerta a puerta. El miedo es un abrelatas teledirigido. El miedo es una carpa sobre un circo vacío. El miedo pequeño no es menos miedo que el miedo grande. No existe el miedo a lo desconocido. No hay más miedo que el miedo a las limitaciones y mis limitaciones son los primeros inquilinos de mi casa. El miedo nunca dice nada, el muy cabrón, nunca alza la voz, no tiene prisa, no se encoge, a veces sale a dar una vuelta pero nunca se va muy lejos. El miedo siempre sabe por donde andas. No se agobia. Tiene preparada la huella antes de que des el paso. El miedo reparte pistolas descargadas. He aprendido algunas cosas este año y algunas más el año pasado pero sé que básicamente el miedo sigue siendo el mismo. El miedo es la parte de mi cuerpo que más crece con los años. El miedo es un tonto con un martillo. El miedo se cree que lo sabe todo pero en realidad el miedo y yo manejamos los mismos datos: La larga lista de todas las cosas de las que nunca seré capaz.

A VECES TENGO UNA AGRADABLE VISIÓN DE CONJUNTO y a veces me cuelo por uno de los agujeros de mi cerebro. Soy un ojo debajo de un parche y he visto lo rápido que se hunde una herradura de la suerte. Nunca tiraré nada de lo que ella rompa y guardaré los nombres de todos los que le hagan daño.

Me acuesto a su lado mientras talan el Amazonas y mientras los francotiradores disparan sobre los niños. Nos reímos del incendio y saltamos por encima de las tumbas de los muertos que llevan nuestros mismos apellidos. No es justo, pero es mio.

ESTOY HARTO DE LOS DESAFÍOS, de los retos, de las mujeres que que se mueven como ciervos delante de un fusil, harto del esfuerzo, del empeño, de los castillos, los fosos y las trampas para ratones. Enséñame un camino fácil que me lleve donde he querido estar desde el principio. Sácame de encima todo el peso que poda hundirme en el río.

EN CASA ÉRAMOS TRES HERMANOS. Uno era de cristal y se rompía con nada. El otro era de madera y no se rompía más que con un huracán o un terremoto. El tercero soy yo y estoy hecho de caña, de manera que puedo doblarme pero no puedo romperme. Me inclino hacia un lado y hacia otro, toco el barro y vuelvo a salir, me hundo y me doblo, pero no me rompo. Es cojonudo ser una caña, siempre que no tengas memoria.

EL DUEÑO DEL DAÑO lleva un cuchillo grande que encaja en tu carne como un zapato a medida. Tiene las manos del tamaño de tus guantes y sus ojos solo ven a través de tus gafas. El dueño del daño sale siempre de tu casa pero está lejos de ser tu amigo.

EN HORCÓN, cerca de Zapallar, enfrente del Pacífico, me sentaba todas las tardes a leer en un bar junto al puerto. Veía a los pescadores bajando de las barcas y subiendo al sindicato. Me bebía mis cervezas y me metía mi coca. De camino al baño jugaba con los hijos de la dueña, que era una gitana guapa que se llamaba Maritzia. Los niños se me subían encima y me pegaban y se reían de mi como si fuese un caballo o un burro. Se divertían y me tenían el mismo cariño que los niños le tienen a un caballo o a un burro. El marido de Maritzia volvía del sindicato y preparaba la cena. Yo no tenía hambre pero me tomaba una sopa de congrio para que no se molestasen. Después de cenar los niños seguían dándome patadas hasta que caían rendidos. Yo seguía leyendo y metiéndome coca y bebiendo y hablaba con Maritzia de vez en cuando. Cuando cerraban el bar me daba cuenta de que tratar de imaginarse a esa familia fuera de allí era como pensar en pingüinos jugando al billar. Luego, mientras subía a la cabaña que habíamos alquilado intentaba descubrir qué clase de animales éramos nosotros y a qué estábamos jugando.

EL MIEDO VIAJA EN LATAS DE SOPA, maneja los frenos de los trenes, hace las reservas en los hoteles, pide asiento junto a la ventana, tiene la cabeza de hierro y mantiene los ojos fijos en un puente. El miedo siempre me pone triste antes de vencerme del todo.

HE TEMIDO DURANTE AÑOS A LAS CARRETERAS y ahora me encuentro encerrado en movimientos circulares. Ahogado por la rutina de las espirales. Me aburro. Estoy hasta los cojones. Necesito alargar el espacio de tiempo que separa las caídas y sobre todo necesito caer de otra manera, en otro sitio.

NO QUIERO QUE CUANDO ME VAYA me sigan todos los que he sido. No quiero ver nunca más sus caras, ni oír sus chistes, no quiero nada de lo que hayan ganado; ni sus premios, ni sus robos, ni su suerte, solo un poco de lo que han visto y algunos de sus amigos.

NINGÚN ASESINO es tan violento como un cirujano. Los cortes torpes de cuchillo nunca esperan ver la carne abierta, son golpes al aire. Los cirujanos son los únicos que conocen la medida de sus tajos.

POR LO QUE SÉ DE LOS LOCOS todos llevan vidas tristes. Hay una falta de agilidad en su manera de matarse que desmiente toda la supuesta poesía de sus vidas. Sólo los que juegan a locos tienen cierta soltura. También es verdad que los que juegan a locos suelen acabar locos, pero no es lo mismo vestirse de soldado que ser soldado aunque el final sea el mismo para todos. La tristeza de los locos se parece a la tristeza de los animales. La misma tristeza de todas las vidas involuntarias.

SOY UN MENTIROSO. Soy como un caballo que por la noche coloca obstáculos a su medida y por la mañana los salta. Creo que uno elige una ballena porque mucho antes ha decidido que una ballena es a lo que esta dispuesto a enfrentarse. Las ballenas solo son las víctimas del tamaño de nuestro miedo.

VOY A INTENTARLO como si fuera el que ya no recuerda las veces que no ha podido. Lo que no tenía sentido puede tenerlo subido a una torre más alta, mirando desde un campanario mejor, cambiando la hora del reloj con las manos, escribiendo mi nombre en sus posos de café. Por las mañanas, si no has dormido, puedes salir de casa muy temprano y dar una vuelta por la calle con la extraña sensación de tener alguna posibilidad. Cuando amanece, si no has dormido, tienes la sensación de que aún están escribiendo las reglas. Puedes tener cierta influencia en el orden de las cosas. Luego vuelves a casa, duermes una hora y te levantas con la tranquilidad del que ya sabe que pinta tiene el día.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

Ya lo has conseguido.

No estar más en ningún sitio, ni con nadie. Mirar para siempre desde las fotografías. Aguantar sumergido hasta el final de todas las desgracias.

Adelantarte a los niños tontos.

Suspender la vigilancia.

Te encontró un electricista, ¿lo sabías? Un electricista, seguro, lo he leído. Menuda mierda.

Desconectado.

Soñaste que alguien te recogía y soñaste que alguien te lloraba.

Te equivocaste las dos veces.

Bienvenido a nada.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

Déjame pensar que estabas limpiando la pistola.

¿Qué más da? ¿Qué se yo de ti, ni de nadie? ¿Qué se de los hermosos agujeros que hacen las balas?

Hace frío en la calle y no debería, y sinceramente no tengo nada que decir de tu sangre en la moqueta.

Nada mio va a ayudarte y nada tuyo puede acabar conmigo.

Lo negaremos siempre, pero creo que en todas las guerras uno se alegra secretamente de la muerte del otro.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

Una vez tuve dieciséis años y me vi enredado en esa clase de sentimiento pegajoso que te ayuda a comprender mejor este tipo de cosas.

Algo como las moscas que se pegan a las tiras de papel.

Un sentimiento adolescente que ensalza la tristeza en lugar de reírse de ella. Algo más propio de las mujeres o los animales. Algo que los hombres dejamos atrás al entrar en la selva, desnudos pero armados.

Hoy me he encontrado con ese sentimiento como el que se encuentra con su mejor amigo de la infancia y por un momento no está seguro de querer saludarle.

Ahora no se muy bien si pegarme a la tristeza de tu muerte o dejar que pase como tantas otras cosas.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

Supongo que eras como esos niños que nacen muertos pero que aún respiran un par de veces antes de cerrar los ojos para siempre.

Sólo para que los suyos sientan que han perdido algo realmente.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

He pasado la noche pensando en algo. Supongo que no hay razón para darse prisa. He estado bebiendo y pensando y al final, cuando ya amanecía me he acordado de Hank Williams. Siempre que pienso en la muerte termino dándome de narices con Hank Williams, como si él fuera el único muerto, o todos los muertos.

Me ha venido a la cabeza una canción que decía:

Estoy cansado, y no me gusta esta forma de vivir.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

Deberías haber hecho como Carver que antes de morir se fue depositando por todas partes.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

Todo va bien. No he notado cambios sustanciales en mi vida. Tengo dinero suficiente para pagar unas cuantas facturas y eso es mucho más de lo que tenía antes. Sigo tratando de beber moderadamente aunque no siempre lo consigo. Hace menos de una semana que volví de Nueva York y falta menos de una semana para que vuelva a marcharme.

Puede que esta vez me quede a vivir allí por un tiempo. Mi mujer está durmiendo y verla dormir siempre me hace bien, como cuando se ve dormir a los niños. Los niños no pueden evitar que uno les quiera, me gustaría pensar que ella tampoco puede.

Me he quedado dormido viendo la televisión y me he despertado un buen rato después, asustado.

Cuando era un niño pensaba que podía encerrar todo lo que no quería ver dentro de una caja negra y lanzarla luego a mil kilómetros de distancia, a un rincón oscuro de mi mente del que no volvería jamás.

Ahora los dos sabemos que no se puede.

TRES DÍAS DESPUÉS DE LA MUERTE DE KURT COBAIN

De niño aplastaba la nariz contra los cristales, como todos los niños.

Ahora mantiene cierta dignidad y una distancia.

Pero sigue deseando lo mismo.

TODAS LAS GENERACIONES MEJORAN MUCHO cuando el tiempo ha escondido ya a los imbéciles. Entonces se quedan solas las gestas, los héroes, los dueños del verdadero talento, las buenas ideas. Lo demás desaparece. Nadie se acuerda del resto de los niños que estaban también en la foto con sus medias sonrisas debajo de flequillos de domingo. Solo se habla del niño con el círculo rojo alrededor de la cabeza, el que descubrió la vacuna, cruzó a nado el océano, cambió el curso de la pintura o derrocó al régimen. Los demás niños salen de la foto para siempre, se esfuman para que su vulgaridad o su torpeza no fastidien la estadística. Para que sus caras vacías no arruinen el retrato generacional. Y así, con este sistema, se va creando el peso de la historia, que se arrojará después sobre los siguientes para ahogarlos por injusta comparación. En esas estamos. Como aún no se han marcado los círculos rojos, los supuestos dueños de las supuestas glorias pasadas andan riéndose de la cara de tontos que tenemos todos los de este curso. Al parecer el problema más serio es la falta de ideales. Ellos tenían ideales, nosotros no. Ellos estaban cautivados por la estética de la revolución, con sus pañuelos al cuello y sus banderas y nosotros le estamos cogiendo demasiado apego a la deserción. Ellos lucharon por las libertades y nosotros solo abusamos de ellas. Ellos eran algo y nosotros no somos nada. Tampoco hay que alarmarse. Todas las promociones han tenido desde siempre la certeza de ser superiores a la promoción siguiente. Es una ley natural. Lo realmente doloroso, lo que me jode, es verme condenado por la estupidez de mi grupo. Y ya sé que esto suena asquerosamente arrogante, pero si repartiéramos un rotulador rojo a cada niño, lo más normal sería que cada uno trazase un círculo a su alrededor.

Creo en las generaciones tan poco como en los países o las razas. Me parece evidente que un mismo sol puede calentar a los grandes y a los miserables, igual que una misa bomba puede acabar con los héroes y los traidores. Resulta infantil olvidar que los opresores y los libertadores siempre coinciden en el tiempo, como los verdugos y las víctimas, y que sin mucho de los unos nunca hay nada de los otros. A los de ahora les ordenará el tiempo, de mayor a menor y comparando las filas, se llegará a la conclusión, supongo, de que todos los grupos están hechos básicamente de lo mismo. Venir a estas alturas con que las películas buenas eran las de antes, dice muy poco a favor de los que pretenden demostrar que la inteligencia es un bien limitado, como los carburantes, que se agota con el paso de los años. La pedantería de mis predecesores sería solo un mal chiste si no hubiera empezado a calar en los niños de mi clase, muchos de los cuales sujetan sus mismas tesis, conviniéndose en loros que construyen su propia jaula. A éstos, lo único que les pido es que no me manchen a mi con su mierda. Si no quieren salvarse que le pasen el rotulador rojo al siguiente.

HACE ALGUNOS AÑOS, dos creo, alguien me ofreció la oportunidad de entrevistar a Charles Bukowski en su casa de Los Ángeles. No pude. Me asustó la idea de ponerme delante de un hombre a quien quería realmente sin que él tuviera ni la menor idea. Había algo ilegítimo en ello. Y sobre todo, me dio miedo que pudiera darse cuenta de todo lo que le había robado. Supongo que él sentía algo parecido cuando pasaba de puntillas por debajo de la pensión en la que había vivido John Fante. Todos los escritores reconocemos miles de influencias, pero siempre le tememos al verdadero padre. Ahora que ya casi no me queda nadie, muerto Bukowski y muerto Carver, tengo la obligación moral de abrir mi maleta y empezar a sacar de ella todos los trajes que no son mios. No para devolverlos, sino para enseñarlos con orgullo antes de robarlos para siempre. La muerte es algo tan idiota que no merece mayor comentario. La ausencia es un sentimiento egoísta que presupone posesión y la sola idea de poseer a los tuyos es tan ridícula como necesaria. Morirse es la última tontería, la más grande, algo tan estúpido como que las cosas tengan que ser redondas para rodar. La muerte es innecesaria como todo lo inevitable. Ahora se que la muerte de Bukowski no me hacía ninguna falta. Teniendo en cuenta que era uno de los escritores peor leídos de todos los tiempos no estaría de más hacerse una pregunta: ¿de qué coño escribía Bukowski? La respuesta es sencilla y es siempre la misma cuando se trata de grandes escritores. Bukowski solo escribía acerca de lo que verdaderamente importa. El amor o la falta de amor y el miedo a casi todo. El miedo a quedarte mirando las palmas de las manos cuando ya no queda nada. El miedo a los destinos que conocerán los trenes cuando uno ya no esté dentro.

CREYÉNDONOS MUY LISTOS, eso sí, hablando sin parar todo el tiempo, haciéndonos dueños de extraños negocios, negocios rentables, claro, fabulosos; sacando a nuestras mujeres e hijos de la miseria, ganando terreno, viendo como nuestras mujeres nos sacan de la miseria, cambiando las cartas, jugando de farol, cogiendo ventaja, altura, distancia, otra cerveza, más negocios, pensando a lo grande, volando, bebiendo, apostándolo todo de una vez, con dos cojones, creyéndonos muy listos, eso sí. ¿Por qué no?

¿POR QUÉ SERÁ QUE ME HE DESPERTADO durante los últimos años pensando en errores insalvables, en equivocaciones y comentarios poco o nada apropiados, pensando sencillamente: la jodí. Tratando de inventar nuevos ayernoche y ayertarde y nuevos sabesloquepienso, arrepintiéndome realmente de todo los sabesloquepienso, de todos los yyoledije, de todos los malditos estonosequedasí? ¿No soy el mismo que se había propuesto muy en serio convertirse en un tipo callado pero interesante, silencioso, misterioso e incluso, con un poco de suerte, enigmático? ¿Dónde han ido a parar todas las buenas intenciones? ¿Voy a ser siempre un bocazas? ¿Aprenderá Michael Jordan a jugar al béisbol? ¿Por qué Joe Louis no puede bailar claqué? ¿Vamos a seguir siendo siempre sólo lo que somos?

POR SUPUESTO QUE QUISIERA SER MEJOR ESCRITOR. Lo intente todo el tiempo. ¡No te jode! Tiene que ver con algo que me dijo una chica, una chica fea, ya lo he contado en otro sitio pero es igual, sigue aún por aquí, dando vueltas; ella, la fea, me dijo: “¿No puede usted escribir mejor?”. Dios, te juro que lo estoy intentando.

NO CREO QUE TENGA NADA QUE VER con el amor cuando vienen todas esas ideas a mi cabeza acerca de mi propia mujer. Y algunas, las mejores, traen pollas que no son la mía y todo se vuelve complicado y, por qué no decirlo, un poco sucio, bastante sucio en realidad, aunque es algo de lo que no quiero hablar aún, a lo mejor porque es un tema sobre el cual no tengo control o a lo mejor por esa vieja idea de pudor que convierte a muchos escritores en escritores menores pero felizmente casados. En discretos contadores de historias ajenas que aún reciben regalos de sus madres por Navidad y que bajan la cabeza cada vez que Celine se baja sus propios calzoncillos.

LAS CIUDADES NO SON MÁS QUE ESPEJOS. Viajar es siempre tratar de encontrar un espejo mejor. En Nueva York me veo más alto, en París me veo más guapo, en Sudamérica me veo mejor amante, con una polla más larga. Por eso la lluvia me gusta más cuando estoy lejos de casa, porque empaña un espejo que no es el mío.

AHORA ME HE DADO CUENTA de que todo lo que he escrito de ella y todo lo que quería escribir de ella no tenía nada ver con ella. Era mentira. Venía del tiempo en el que pensaba seriamente que las historias estaban en las mujeres, únicamente. Que los hombres las ahogaban con el ruido de sus pasos y sus manotazos en la espalda, con el escándalo de su arrogancia y también con el torpe escándalo de su miedo. Todo esto lo pensaba un poco por Marguerite Duras, aunque no sería justo echarle a ella toda la culpa. El caso es que después de un tiempo, es decir, ahora, me encuentro con todo lo que había escrito de ella y no lo relaciono con ella en absoluto. Como esos decorados de las películas que quieren ser China y sólo engañan a los que no han estado nunca en China.

NO ME GUSTARÍA QUE ME VIERAN AHORA. Ni mis amigos, ni mi mujer, ni por supuesto mi editor. Porque ahora sencillamente no sé qué coño hacer. No sé por dónde ir. No sé cuánto he andado y no sé lo que me queda. No sé si se puede decir algo acerca de los sitios o las personas que no sea un juego al que ya hemos jugado todos. No sé si tratar de dejar de beber sirve para algo. No sé si beber era un asunto serio o sólo una de esas cosas que hago, como vestirme de estrella del rock and roll, por ejemplo. No sé por qué hasta hace nada estaba tan seguro de acertar, ni sé por qué ahora estoy absolutamente convencido de haberme estado equivocando. Sólo estoy seguro de una cosa. Dos días distintos te convierten en una persona diferente.

QUE ELLA HABLE DE SUS COSAS. Que cuente sus sueños sucios y también los otros. Que se tropiece y se levante. Que se ensalce y se derribe. Que llore sin que sea glorioso. Que se ría sin que sea la hostia. Que se corra cuando quiera y pensando en lo que quiera. Que sea la novia de sus propios cuentos y que esté sola y loca y harta y gorda y flaca y que me deje en paz y que cuente lo suyo y que no cuente conmigo.

OTRA COSA SOBRE LA QUE HE MENTIDO RECIENTEMENTE. El miedo. Nunca he tenido miedo, ni siquiera sé lo que es, ni para qué sirve, ni si hace falta. Nunca he estado suficientemente despierto, nunca he estado suficientemente vivo, nunca me he arriesgado lo suficiente. He hablado del miedo como he hablado de ella, sin saber de qué coño estaba hablando. Como he hablado de tantas otras cosas durante todo este tiempo, como hablo ahora. Soy un profanador de tumbas. Robo la tierra de encima de los muertos para hacerme un jardín.

Soy tan arrogante como todos los mentirosos. Encuentro a las mujeres especialmente atractivas en los entierros. Creo sinceramente que las mutilaciones son un magnífico material literario. Me enamoro de los terremotos. De los naufragios. De los monstruos de los circos. Soy el cobrador de las desgracias ajenas. Decoro mis camisas con las flores de las madres de los muertos. No sé lo que es el miedo. No tengo ni puta idea.

¿NO SERIA MEJOR METER TODO SU DESEO en una bolsa de plástico para poder analizarlo con calma? Cogería lo que es mío y sabría a qué atenerme Encontraría mi polla, finalmente, entre un montón de pollas abstractas o no, le haría un sitio, vería su tamaño real entre el resto de las serpientes, estudiaría los movimientos de las demás y le enseñaría a la mía nuevos trucos, la entrenaría según sus estrictas nociones de eficacia, no daría un paso en falso. ¿No podría desear como ella, exactamente igual que ella, para evitar las sorpresas? ¿Cómo coño puede uno estar seguro, absolutamente seguro, de qué comida le tiene que comprar a su perro?

ES UN HECHO QUE LAS MUJERES sólo se fijan en las ventanas oscuras de los edificios iluminados. Cuando leo lo que escriben las mujeres me encuentro siempre con que los hombres que podrían haber trastornado sus vidas son, de hecho, los hombres que nunca lo hicieron. Los helados de sabores extraños que nunca probaron. Los hombres que las rozaron y nunca los que las tocaron. Los que amenazaban y no los que pegaban. Los que se marcharon sin ni siquiera saber que debían ser alcanzados. Los hombres de todas las mujeres, incluso de las nuestras, son siempre los que no están. Los que nunca han estado. A los hombres reales nos queda el ingrato trabajo de rellenar el hueco imposible de sus ausencias.

EL ÚLTIMO ACONTECIMIENTO DE MI VIDA, el último realmente importante, es que ya no hay niño. No hay manera humana de encontrarlo. Ni fuerza. Ni ganas. Tratar de recuperarlo sería tan estúpido como entrar en un bar y preguntar por un paraguas perdido, para encontrarse finalmente con el paraguas de cualquiera.