Salí de la habitación del señor Walters y fui a sentarme en el banco del parque contiguo a la residencia de personal. Qué injusto para aquel hombre que el día más lúgubre de su vida fuese tan increíblemente bello. Los árboles del Nuestra Señora tenían colores que nunca había visto en África y bendecían el suelo con una viva alfombra de rojos, naranjas y amarillos, que crujía bajo las pisadas y emitía una fragancia seca pero dulce a la vez.
La risa y los gritos que llegaban del interior de nuestro edificio, del patio, se me antojaban sacrílegos. B. C. Gandhi había bautizado nuestra residencia como Nuestra Señora de la Perpetua Fornicación, y de hecho había días en que tenía la sensación de vivir en Sodoma.
Cuando empezó a hacer frío, entré. Vislumbré el fuego de leña crepitante de la olla de hierro colado que había en el patio, y olí a tabaco y algo más acre. Néstor, el lanzador rápido y compañero mío de internado, tenía un huerto de hierbas en la parte de atrás de nuestro edificio. El verano que llegamos obtuvo una espléndida cosecha de hojas de curry, tomates, salvia… y cannabis.
Más allá del huerto, el prado descendía hasta una valla de ladrillos coronada por alambre de espino, que nos separaba de un complejo de viviendas de protección oficial al que las autoridades de la ciudad habían puesto el nombre de Amistad veinte años antes. Ahora todo el mundo le llamaba el Barco de Guerra. Por la noche, se oía el fogueo de las armas procedente de allí y veíamos rayas de cometas, mensajes de la tierra al cielo.
Los lunes solíamos reunimos en la residencia de enfermeras para una cena comunal a la que nos invitaban. Pero aquel día les tocaba a ellas visitarnos. Me uní a los demás.
—¿Cómo ha ido? —me preguntó B. C, acercándose y pasándome un brazo por los hombros. Le expliqué mi conversación con Walters. Me escuchó en silencio y luego dijo—: ¡Qué buen hombre! ¡Qué valor! Hemos tenido suerte con el señor Walters, sobre todo porque no es un formador de pelotas de mierda. ¿Qué es una pelota de mierda? La concreción dura y pegajosa que se forma en el fondo del vientre. Un paciente con cuatro bolas de mierda suele ser alcohólico. Ha sufrido al menos un par de ataques al corazón. Le pega a su mujer. Le han herido de bala en dos ocasiones. Es diabético. La función renal está al borde del desastre. Intentas una GOJ por un triple A y ¿sabes lo que pasa?
GOJ significaba Gran Operación Jodida y «triple A» definía el aneurisma aórtico abdominal. A mi compañero le encantaban los acrónimos, y aseguraba haber inventado muchos. Un paciente que estaba al borde de la muerte era GD (Girando en el Desagüe).
—¿A un cuatro pelotas de mierda?… Supongo que le va muy mal en una operación.
—Todo lo contrario. Mira, es un tipo que ya ha demostrado su capacidad de supervivencia. Ataques al corazón, derrames cerebrales, puñaladas, caídas de edificios. Tienen un protoplasma con gran capacidad de reacción. Muchísimos vasos colaterales, mecanismos de respaldo. Sale bailando de la sala de recuperación, se echa pedos la primera noche, se mea en el suelo intentando llegar al váter, y le va muy bien a pesar del whisky que la familia le pasa subrepticiamente para añadir sabor a las esquirlas de hielo, que son lo único que come, en teoría.
»Hay que vigilar a los que no generan pelotas de mierda. Son predicadores o médicos. Individuos como Walters, con una vida ordenada y sana. Siguen casados con la misma mujer, crían a sus hijos, acuden a la iglesia los domingos, llevan el control de la presión sanguínea, no comen helados. Intentas una GOP por un triple A y tendrás un BCAMSR. —O sea, un Bajando en Canoa por el Arroyo de Mierda Sin Remo—. En cuanto el anestesista le acerca la mascarilla a la cara le da un ataque al corazón en la dichosa mesa de operaciones. Si consigues operar, se le descomponen los riñones o la herida se abre.
O enloquecen y antes de que puedas llamar a la Escuadra Freud se han tirado por la ventana. Así que mira, tu amigo Walters ha tenido suerte.
Gandhi dio una calada a un canuto del tamaño de un puro que le tendió Néstor y me lo pasó.
—Toma —me dijo, reteniendo el humo y hablando con voz entrecortada—. El asunto es que vivir una vida honrada acaba matándote, amigo.
El cannabis no aliviaba mi fatiga. No tardé en tener la sensación de que se me volvían de mantequilla la cara y el cuerpo. Miré fijamente al cielo por encima del Barco de Guerra. Los sonidos (gritos cordiales, chillidos, el estruendo de un estéreo portátil, el ruido del balón en una canasta de baloncesto, el chirrido de unos neumáticos) eran una sinfonía que hacía juego con los dibujos en claroscuro que había en el muro de ladrillo. Tenía la impresión de que podía ver el interior del Barco de Guerra y que estaba contemplando la vida de los centenares de estadounidenses que vivían allí, familias cuyos servicios médicos eran trabajo nuestro. Me sentí un visionario.
—¿No resulta extraño… —dije, tras un largo silencio tratando de plantear la pregunta de forma que no pareciese una bobada— no resulta extraño que aquí todos los médicos seamos extranjeros?
—¿Quieres decir médicos indios? —repuso Gandhi—. Tú eres medio indio, pero afortunadamente para ti es tu parte bonita. Hasta aquí el amigo Néstor tiene un padre indio, sólo que él no lo sabe.
Néstor le tiró un tapón de botella.
—Sí, bueno, ¿no resulta extraño —proseguí— que estemos aquí nosotros, un hospital lleno de médicos indios, y al otro lado de ese muro se encuentren los pacientes de quienes nos cuidamos? Pacientes americanos pero no representativos de…
—Quieres decir pacientes negros, ¿eh? —apuntó Néstor con su acento musical—. Y te refieres también a los puertorriqueños.
—Sí. Pero lo que quiero decir es: ¿Dónde están los otros pacientes americanos? ¿Dónde están los otros médicos americanos?
—¿O sea, los pacientes blancos? ¿Dónde están los médicos blancos, eh?
—¡Sí! ¡Exacto!
—Oye, Marión. ¿En serio no te habías dado cuenta hasta este preciso momento?
—No… bueno, sí, me di cuenta. No soy tonto. Pero me pregunto si todos los hospitales de Estados Unidos serán como éste.
—¡Santo cielo, Marión! ¿Es que no te percatas de por qué estás aquí y no en el General Mass?
—Porque… no solicité el ingreso allí.
No estaba preparado para las carcajadas con que recibieron mi explicación, justo cuando creía que estaba planteando algo profundo. Néstor se levantó y empezó a dar saltos.
—¡Porque no solicitó el ingreso allí! ¡No solicitó el ingreso allí! —canturreó.
El cannabis parecía propiciar sus risas histéricas, pero a mí no me causaba ningún efecto. Estaba enfadándome. Me levanté para marcharme.
—Marión, siéntate —me detuvo Gandhi, agarrándome del brazo—. Espera. Por supuesto que no solicitaste el ingreso —añadió suavemente—. No querías perder el tiempo en el Hospital General de Massachusetts. —Yo seguía sin entender—. Mira —me dijo, cogiendo un salero y un pimentero, y colocándolos uno al lado del otro—, el pimentero es nuestro tipo de hospital. Llámalo…
—Llámalo pozo de mierda —terció Néstor.
—No, no. Llamémoslo hospital Ellis Island. Estos hospitales están siempre en los sitios en que viven los pobres. El barrio es peligroso. Estos hospitales no forman parte de una Facultad de Medicina. ¿Entendido? Ahora, coge este salero. Este es un hospital Mayflower, un hospital insignia, el hospital didáctico de una importante facultad. Todos los internos y estudiantes llevan chaquetas superblancas con insignias que rezan MÉDICO SUPERMAYFLOWER. Aunque se ocupen de los pobres, es honorable. Como pertenecer al Cuerpo de la Paz. ¿Comprendes? Cualquier estudiante de Medicina americano sueña con un internado en un hospital Mayflower. Su peor pesadilla es venir a un hospital Ellis Island. Ése es el problema ¿Quién va a trabajar en hospitales como el nuestro que está en un barrio malo y carece de Facultad de Medicina y de todo prestigio? Por mucho que el hospital e incluso el gobierno estén dispuestos a pagar, no encontrarán médicos a jornada completa que trabajen aquí.
»Así que Medicare decidió subvencionar hospitales como el nuestro para programas de práctica de internado y residencia. ¿Comprendes? Es una apuesta segura, un «gana-gana», como dicen… El hospital atiende a pacientes de quienes se ocupan internos y residentes a jornada completa, gente como nosotros, que vive en el mismo centro y cuyo estipendio es una jodida fracción de lo que pagaría el hospital a médicos con dedicación exclusiva. Y así Medicare proporciona servicios sanitarios a los pobres.
»Pero cuando Medicare puso en marcha este programa, creó un nuevo problema: ¿dónde estaban esos internos para ocupar tantos nuevos puestos? Hay muchos más puestos de internado disponibles que estudiantes de Medicina americanos licenciados. Los estudiantes americanos pueden escoger. Y permítame que te diga algo: no quieren venir aquí como internos. No, si pueden ir a un hospital Mayflower. Así que todos los años, el Nuestra Señora y todos los hospitales Ellis Island buscan internos extranjeros. Tú eres uno de los centenares que llegan como parte de esa migración anual que mantiene los hospitales funcionando. —B.C. se retrepó en su silla—. Cuanto Estados Unidos necesite, se lo suministrará el mundo. ¿Cocaína? Sale a la palestra Colombia. ¿Escasez de peones agrícolas y recogedores de maíz? Gracias a Dios que está México. ¿Jugadores de béisbol? ¡Viva la República Dominicana! ¿Más internos? ¡Zindabad India, Filipinas!
—Así que los hospitales a los que iba a acudir para una entrevista —dije, sintiéndome un imbécil por no haberme percatado antes—, en Coney Island, Queens…
—Todos eran hospitales Ellis Island. Exactamente igual que nosotros. El personal es extranjero. Y también muchos de los médicos de allí. En algunos son todos indios. Otros tienen un aire más persa. En otros son todos paquistaníes o filipinos. Es el poder de la comunicación oral: traes a tu primo, que trae a su compañero de clase y así sucesivamente. Y cuando terminamos las prácticas aquí, ¿adonde vamos, Marión? —Negué con la cabeza. No lo sabía—. A cualquier parte. Esa es la respuesta. Vamos a las pequeñas poblaciones que nos necesitan. Como Nuncajamás, Texas, o Malamuerte, Alaska. A sitios donde los médicos americanos jamás ejercerían.
—¿Por qué no?
—Porque, salah, ¡porque en esos puebluchos no hay orquesta sinfónica! ¡Ni cultura! ¡No tienen equipo de baloncesto profesional! ¿Cómo va a vivir allí un médico americano?
—¿Es ahí adonde irás tú, B. C? ¿A una ciudad pequeña?
—¿Bromeas? ¿Acaso esperas que viva sin orquesta sinfónica? ¿Sin los Mets o los Yankees? No, caballero, no. Gandhi se queda en Nueva York. Nací en Bombay y allí me crié, y ¿qué es Nueva York sino un Mumbai bajo en calorías? Estableceré mi consultorio en Park Avenue, pues hay una crisis de servicios médicos, ¿no lo sabías? La gente sufre porque tiene los pechos demasiado pequeños, o la nariz muy grande, o un michelín. ¿Y quién estará allí para ayudarlos?
—¿Tú?
—Por supuesto que sí, joder, amigos y amigas. ¡Esperen, señoras, esperen, que Gandhi no tardará en llegar! B. C. se lo hará más pequeño, más grande, más blando, más lindo, lo que quiera, pero siempre mejor. —Alzó la cerveza—. ¡Un brindis! Damas y caballeros, porque ningún americano se aventure a dejar este mundo sin un médico extranjero a su lado, igual que estoy seguro de que no hay ninguno que se aventure tampoco a venir a él.