Agradecimientos

Para escribir este libro me sirvió de inspiración un reloj, llamado de aniversario, una obra preciosa, antigua, que me regaló mi marido, Phillip, precisamente por nuestro primer aniversario de bodas. Me intrigó la historia de esa clase única de reloj y mientras la investigaba empecé a imaginar las vidas sobre las que había influido en el siglo pasado, y así fue desarrollándose Las cosas que amamos.

Cualquier escritor sabe que el trayecto entre la inspiración y el libro acabado es muy largo, como es natural, y quiero expresar mi agradecimiento a las muchas personas que han recorrido ese camino conmigo. Estoy en deuda con mi increíble agente, Scott Hoffman, y su equipo de Folio Literary y Film Management, y con mis lúcidas editoras, Phyllis Grann y Jackeline Montalvo, y su equipo de Doubleday, por haber compartido mi idea sobre este libro y haberle dado vida. Y también quisiera expresar mi agradecimiento a mi editora del Reino Unido, Rebecca Saunders, y a su equipo de Sphere, por su excelente trabajo.

Las cosas que amamos me permitió regresar a un terreno conocido y muy querido por mí, el de la vida de los judíos en Europa, y doy las gracias a las muchas personas y a los múltiples lugares que influyeron en mi trabajo y me sirvieron de inspiración. Si bien los acontecimientos y algunos de los lugares que aparecen en este libro son imaginarios, lo cierto es que aprendí mucho de varios libros de carácter histórico, como The Pity of It All: A Portrait of the German-Jewish Epoch 1734-1933, de Amos Elon, y A Community Under Siege: The Jews of Breslau Under Nazism, de Abraham Ascher. Como de costumbre, los errores son míos.

Como dato curioso, escribí este libro mientras estaba embarazada de mis mellizas, Charlotte y Elizabeth. Acabarlo mientras cuidaba de tres niños menores de dos años (también hay que contar a mi maravilloso hijo, Ben) no resultó fácil, y deseo expresar mi más profundo agradecimiento a un auténtico ejército de familiares y amigos sin los que nada de esto habría sido posible ni habría merecido la pena: mi marido, Phillip, el padre con más sentido práctico que se pueda imaginar; mis padres, Gene y Marsha, que han interrumpido su vida para ayudarme con el cuidado de mis hijos; mi hermano, Jay; mis suegros, Ann y Wayne, además de Joanne, Sarah y tantos otros, demasiados para nombrarlos. Sin vosotros, nada de todo esto habría sido posible ni habría valido la pena.