MUNICH, 2009
Esperaron de pie en una antesala de la prisión, sin hablar. Qué raro tener que quedarse aquí tras tantos días de pasar sin más a la sala de reuniones para ver a Roger, meditó Charlotte. Qué extraño sentirse como en casa en tan poco tiempo. Quizá Filadelfia no fuera el único sitio en el que se sentía cómoda, al fin y al cabo.
Miró a Brian, que deambulaba por la habitación, como tenía por costumbre.
—Voy a ver por qué hay retraso —había dicho Jack unos minutos antes, entrando para averiguar por qué tardaban tanto en llevarlos ante Roger.
También Charlotte se sentía incapaz de sentarse y se levantaba una y otra vez de la silla de plástico. Las ideas se le agolpaban. ¿Qué diría Roger al verse ante la hija que creía muerta hacía tantos años? ¿Le devolvería el deseo de luchar por su libertad?
Observó que solamente Anna (no podía evitar pensar en ella con su nombre de la infancia) no parecía nerviosa. Estaba de pie ante la estrecha ventana, sujetando el reloj con fuerza. Como en el convento, miraba afuera, sin moverse; solo de vez en cuando jugueteaba con los puños del vestido, el mismo sencillo vestido gris, pero se había quitado la toca y llevaba el pelo, de un llamativo color plateado, recogido atrás en un moño. Antes, cuando llegaron, Charlotte había observado el rostro de Anna, que contemplaba la gigantesca prisión amurallada, preguntándose qué sentiría, si inquietud por ir a conocer al padre de cuya existencia no había sabido nada hasta entonces o esperanza por que la información que había encontrado en el reloj sirviera para liberarlo. Era una lástima que la primera vez que iban verse fuera en esas circunstancias.
Anna le lanzó una mirada y Charlotte sintió vergüenza de que la hubiera sorprendido. Habían hablado muy poco durante el viaje desde Italia y, a pesar de la abundancia de detalles sobre su pasado que había revelado Anna en el convento, había muchas cosas que a Charlotte le habría gustado preguntarle sobre cómo había sobrevivido, no solo a la guerra, sino durante los años siguientes. Qué la había empujado a abrazar una vida de soledad, y algo más importante, si le había dado lo que estaba buscando. ¿Cambiaría eso ahora que había encontrado a Roger y podía obtener las respuestas que se le habían ocultado durante tanto tiempo?
Pero Anna se había sentado junto a la puerta, en una postura que no invitaba a la conversación. Al cabo de un rato abrió un libro maltrecho en el que Charlotte no había reparado.
—¿Qué lee? —preguntó sin poder contenerse.
Anna levantó el libro y Charlotte lo miró, esperando ver la Biblia.
—¿Lo que el viento se llevó? Charlotte no pudo disimular su sorpresa.
—Siempre me ha gustado —replicó Anna con sencillez, y Charlotte intuyó que detrás había una historia que seguramente nunca llegaría a oír.
Se abrió la puerta de la sala de espera y Jack asomó la cabeza.
—Charley, ¿puedes venir un momento?
Jack estaba pálido y parecía preocupado, observó Charlotte con creciente malestar. Jack y ella no habían estado a solas desde la conversación en el bar del hotel la noche anterior, y Jack parecía evitarla a propósito. No querría tratar sus asuntos personales precisamente allí y en ese momento…
—¿Qué pasa, Jack?
Charlotte estuvo a punto de caerse bajo el peso de Jack, que se apoyó en ella bruscamente, como si se le encogiera todo el cuerpo.
—Roger ha muerto.
Cuarenta minutos más tarde estaban los cuatro en la enfermería de la prisión, dos a cada lado de la estrecha cama.
—¿Cuándo ha ocurrido? —le preguntó Charlotte a Jack en voz baja.
—Lo encontraron como una hora antes de que llegáramos nosotros. El celador dice que creía que estaba dormido. Podría haber sido el corazón.
O no, pensó Charlotte. Había visto el historial médico de Roger cuando revisó el expediente del caso, y estaba tan sano como un hombre treinta años más joven, sin síntomas de enfermedad cardíaca ni ninguna otra dolencia. A ella le parecía más probable una explicación de carácter menos clínico: Roger había llegado a tal extremo de desesperación cuando ellos se marcharon el día anterior que sencillamente había tirado la toalla.
Si hubieras resistido solo un día más, le habría gustado decirle. Pero el rostro de Roger estaba más sereno de lo que Charlotte lo había visto jamás, sin rastro de la angustia que reflejaba el día anterior. Incluso las comisuras de los labios estaban curvadas hacia arriba en una leve sonrisa, y Charlotte comprendió que en el momento de su muerte estaba pensando en Magda.
Ahora ya lo sabemos, le dijo sin palabras. Hemos encontrado el telegrama. Decías la verdad. No tenías intención de hacerlo.
Siguió contemplando a Roger, intentando ponerle nombre a la emoción que experimentaba. No era exactamente pena —no lo conocía lo suficiente—, pero sí una especie de tristeza por no haber podido ayudarlo antes de que fuera demasiado tarde, como los chicos que acababan por escapársele de las manos a pesar de todos sus esfuerzos por salvarlos. Sin embargo, con Roger experimentaba algo más, la sensación de un alma gemela que había pasado años atrapada en una vida pasada de la que no podía despojarse. Solo que al fin se había liberado.
Miró a la hija que Roger había creído muerta y que ahora se enfrentaba a la realidad de la muerte de su padre. En el rostro de Anna esperaba ver rabia por habérsele negado el reencuentro con el padre que acababa de descubrir, por haberse perdido la única oportunidad de despedirse por cuestión de horas. Pero Anna tenía una expresión beatífica, desbordante de amor y paz.
Tu madre y tú lo erais todo para él, a Charlotte le habría gustado decirle, pero no venía a cuento.
—Siento que no llegara a conocer a su padre —se limitó a decir.
—Yo también —confesó Anna—. Pero me alegro de haberlo encontrado.
Era algo más que el hecho de ser monja lo que le daba esa serenidad, comprendió Charlotte. Había conocido tanto dolor y tanto sufrimiento que aceptaba los avatares de la vida tal como venían.
—Vamos a dejarla unos momentos —dijo Charlotte.
Salió con Jack y Brian al pasillo. Por el cristal vio que Anna se inclinaba para darle un beso a Roger en la mejilla.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Pues evidentemente, se abandonará el caso —respondió Jack—. Voy a llevarme el telegrama para que se corrija el expediente y se limpie el nombre de Roger a título póstumo.
Charlotte asintió. La vindicación no sería tan válida como si se hubiera dado en vida de Roger, pero tendrían que conformarse con eso. Por la ventana vio el reloj en la mesilla de noche de Roger. El único tesoro que había pasado años buscando ahora parecía poco menos que absurdo.
Se oyó una vibración en un bolsillo de Jack.
—Perdonadme un momento —dijo, sacando el teléfono.
—Absuelto después de muerto —comentó Brian secamente—. Me parece insuficiente.
—Pues a mí no —replicó Charlotte.
Brian se volvió hacia ella.
—En tu campo, ¿esto se considera una victoria?
—Supongo. A veces basta con poder marcharse. Para mí ganar es no volver a ver a los mismos chicos en los tribunales. Es una victoria un tanto vacía, no como en las películas, cuando al chaval le dan otra oportunidad, le da un giro a su vida y se gradúa en Princeton, el primero de su promoción. No funciona así. La mayoría de mis clientes tienen suerte si acaban el instituto o van a un centro para estudiar dos años más.
Se dio cuenta de que estaba hablando sin ton ni son al ver la mirada vidriosa de Brian. Él no lo comprendía, nunca lo comprendería, pero a ella le daba igual.
—Hay muchos que caen en el vacío y no vuelves a saber nada de ellos… No sé si le han dado un giro a su vida o si han acabado embarazadas o muertas.
—¿Embarazadas o muertas? —Brian torció la boca—. ¿Son términos equivalentes?
—No quería decir eso. Pero quedarse embarazada a los dieciséis años… Pues sí, creo que en ese caso tu vida se ha acabado.
Brian no replicó, y Charlotte se dio cuenta de que estaba pensando en Danielle, en su actitud ambigua ante tener familia y en el niño que de todos modos estaba en camino.
Anna salió al pasillo, y Charlotte se dirigió hacia ella, agradeciendo la interrupción.
—Gracias —dijo Anna.
Charlotte no sabía si se refería a los momentos de intimidad, a haberla llevado allí o a algo distinto. Cuando Jack volvió a aparecer, Anna añadió:
—Me gustaría arreglar las cosas, quiero decir, para el entierro.
¿Adónde lo llevarían?, se preguntó Charlotte. Roger había pasado los últimos sesenta y tantos años solo. Y no podían enterrarlo junto a la tumba de Magda ni de Hans, porque no había.
—En Vadovice hay una pequeña parcela donde creo que están enterrados sus padres —sugirió Jack.
—A lo mejor podría llevarlo al cementerio del convento —propuso Anna—. Me gustaría tenerlo cerca.
De modo que, a pesar de las respuestas que había recibido al encontrar a su padre, pensaba volver a su vida de soledad. Quizá ciertos hábitos, como el del aislamiento, arraigan hasta tal punto en las personas que por mucho que se dé un asunto por finalizado no pueden cambiarse, pensó Charlotte con inquietud.
A la mañana siguiente Brian y Charlotte estaban ante la puerta del aeropuerto de Munich. Charlotte no paraba de pasar el peso del cuerpo de un pie a otro, nerviosa. Habían tomado la decisión de marcharse precipitadamente; Brian anunció cuando salían de la cárcel que tenía que volver a Nueva York a prepararse para una vista importante la semana siguiente. Cuando se ofreció a reservarle un billete para un vuelo directo a Filadelfia al mismo tiempo que el suyo, Charlotte vaciló y miró a Jack. Después del tiempo que habían pasado trabajando juntos durante los últimos días, marcharse así parecía demasiado brusco. Pero Jack desvió la mirada, quizá avergonzado aún por la conversación del bar del hotel. O quizá ya tuviera la cabeza puesta en su siguiente proyecto, ya hubiera regresado a su vida de reclusión, como Anna después de los preparativos del entierro de Roger. No; habían terminado con el caso y no había motivo para quedarse allí más tiempo.
Nadie había propuesto una cena de despedida; a pesar de la exculpación, la muerte de Roger los había dejado con pocas ganas de celebraciones y la noche anterior se habían despedido a toda prisa.
—Siento no poder ir contigo al aeropuerto —le dijo Jack a Charlotte cuando Brian fue a confirmar las reservas de los billetes—. Es que hay tanto trabajo atrasado que…
—Lo entiendo.
La verdad era que Charlotte sabía que había algo más: la situación embarazosa que vivían desde los últimos días parecía haberse endurecido, y maldijo todas las cosas que no se habían dicho.
—Buena suerte —añadió Jack pausadamente—. Quiero decir, con el caso de Marquan y demás.
—Lo mismo te digo —replicó Charlotte con frialdad, sin saber muy bien qué quería decir ni cómo sería la vida de Jack a partir de entonces, una vez concluida la agotadora tarea de defender a Roger.
Brian salió del ascensor en ese momento y los interrumpió, quejándose de las dificultades para ponerse en contacto con la compañía aérea. Jack y Charlotte se separaron, y los dos hermanos se estrecharon la mano diciendo vaguedades sobre las vacaciones; el hielo se había roto, pero no acababa de derretirse. A continuación Jack salió del hotel, encorvado. Charlotte se quedó mirándolo, con una punzante sensación en el estómago y el ardiente deseo de correr tras él.
Y ahora, en la terminal, buscó con la mirada, deseando que Jack apareciera, como en las películas.
—Es una pena —dijo Brian, interrumpiendo sus pensamientos.
Charlotte lo miró desconcertada.
—Me refiero a Jack.
A Charlotte se le cortó la respiración. ¿Sabría algo Brian?
—Supongo que los últimos días han servido de mucho, pero llevarse mal con la familia es una putada.
Teniendo en cuenta que se trataba de Brian, era una reflexión profunda. Charlotte se relajó un poco; no se refería a ella.
—Es que está demasiado apartado del mundo. No tiene remedio.
Charlotte estuvo a punto de replicar que nada más lejos de la realidad, pero no tenía sentido hacerlo.
—Tú le gustabas mucho —añadió Brian—. Curioso, ¿no?
Así que Brian lo sabía.
—Sí, algo me ha dicho. —Charlotte tragó saliva—. Pero nada para tirar cohetes.
—No, en serio, estaba loco por ti, y cuando rompí contigo se puso hecho una furia.
A Charlotte empezó a darle vueltas la cabeza. A pesar de todo el tiempo que había pasado con Jack durante los últimos días y de todo lo que él le había dicho, jamás se le habría ocurrido que las desavenencias entre los dos hermanos hubieran empezado por ella, aunque sí sabía que la disputa había empezado antes de que Brian diera por terminada su relación con ella, de modo que no podía haber sido la ruptura lo que había molestado a Jack. Seguramente habría descubierto que Brian estaba viéndose con Danielle a sus espaldas, y esa traición lo sacó de sus casillas.
Pensó en decirle a Brian que esa explicación era solo una verdad a medias, pero llegó a la conclusión de que no valía la pena hacerlo.
—O sea, ¿se enfadó contigo por mí?
—Lo suficiente para no hablarme durante casi diez años.
De repente todo estaba claro. A Jack no le caía mal, como pensaba ella al principio; justo lo contrario. Le gustaba, y mucho, pero había mantenido las distancias porque otra cosa era impensable. Y con su actitud distante durante tantos años intentaba mantenerse lejos de ella, disimular sus sentimientos por lealtad hacia su hermano, pero cuando Brian la dejó sin miramientos se lo tomó como una traición personal, algo que no podía tolerar ni olvidar.
Debería volver, pensó Charlotte, con un irrefrenable deseo de ver a Jack. Pero ¿qué iba a decirle? Había pasado demasiado tiempo, y el caso de Roger estaba zanjado. Ella tenía su vida, y ya iba siendo hora de retomarla. En ese momento anunciaron su vuelo.
—Tengo que irme —dijo, recogiendo su bolsa.
—Gracias —dijo Brian, en un tono sincero que a Charlotte le extrañó.
Durante unos segundos Charlotte pensó que a lo mejor Brian le daba un abrazo o un beso, y sintió más alivio que decepción cuando no hizo ninguna de las dos cosas.
—Buena suerte —acertó a decir—. Bueno, con lo del niño y demás.
Dio media vuelta, y en esta ocasión no miró atrás.