Introducción.
Robert E. Howard y la fantasía heroica

Javier Martín Lalanda

Los poetas menores cantan cosas mezquinas y vanas,

como conviene a un cerebro huero

que no sueña con los reyes preatlántidas

ni navega por el piélago tenebroso e inexplorado

que contiene islas siniestras y corrientes impías,

en donde se agazapan secretos oscuros y misteriosos.

Robert E. HOWARD, «Lo que apenas se comprenderá»

El norteamericano Robert Ervin Howard, que nace en 1906 en Peaster y muere en 1936 en Cross Plains, desarrollando toda su vida en el estado de Texas, es uno de los autores más notorios dentro del mundo de la literatura fantástica. Creador de mundos exóticos ambientados en nuestro pasado, la influencia de su obra llega hasta nuestros días. Más conocido por su popular personaje Conan de Cimeria, típico producto de una civilización de frontera basada en el saqueo de las tierras civilizadas, quien por la fuerza de su espada llegaría a ser rey de la poderosa Aquilonia, la nación que domina el mundo en una época mítica de nuestro pasado, Robert E. Howard (o REH, como le llamaremos en algún momento) también creó otros héroes y heroínas, tan esforzados como el bárbaro cimerio, que son legión y de los que buena parte han pasado al cómic, con mejor o peor fortuna: Kull, rey de Valusia en una época anterior al hundimiento de la Atlántida; Bran Mak Morn, un guerrero picto del siglo II, que defiende las Tierras Altas de Escocia contra las legiones de Roma; Cormac Mac Art, un pirata irlandés del siglo IV, que saquea las costas de Europa; Turlogh «Dubh» O’Brien El Sombrío, un guerrero irlandés del siglo XI que, entre otras hazañas, asiste a la batalla de Clontarf, donde se dilucidó el destino de su isla; Cormac Fitzgeoffrey, otro irlandés que llega a Palestina en los tiempos de la Tercera Cruzada y conoce a Ricardo Corazón de León; Agnès de Chastillon, una heroína francesa del siglo XVI, que no permite a ningún hombre que le ponga la mano encima, predecesora o prototipo de Sonia La Roja, la heroína rusa que defiende Viena del asedio de los turcos en el siglo XVI y a quien Roy Thomas y la «máquina» Marvel convirtieron en contemporánea de Conan; James Allison, un tullido que en su lecho de muerte recuerda sus vidas anteriores de guerrero; Terence «Black» Vulmea, un pirata irlandés del siglo XVI que ataca por igual a ingleses y españoles; Esaú Cairn, que se ve precipitado al planeta Almuric, en donde llevará a cabo hazañas sin cuento, muy en la linea del personaje John Carter de Edgar Rice Burroughs; y, además de muchos otros que quedan sin mencionar, Solomon Kane, un espadachín inglés del siglo XVI, cuyas aventuras completas se recogen en el presente volumen y de quien hablaremos a continuación.

Partiendo siempre de bases históricas, que conocía a la perfección, por ser la Historia una de sus aficiones favoritas, Robert E. Howard intenta ofrecer al lector su visión peculiar de lo que se oculta tras ella, de las gestas ignoradas de guerreros anónimos, de su propia Weltanschauung, de su visión del mundo, fuertemente teñida de nihilismo «activo» y de un toque melancólico y romántico. Para el autor tejano, el hombre perfecto es el «buen salvaje» de Rousseau, al que la civilización sólo sirve para perderle y malearle; por otra parte, REH se define partidario de la teoría de los ciclos, postulada, entre otros, por Spengler y Toynbee, que se caracteriza por una evolución orgánica de las culturas, así como defensor de un darwinismo wellsiano en donde no sólo existe la evolución sino la involución o regresión.

Durante el período 1975-1985, que corresponde grosso modo con la difusión, comercialización y consolidación entre el gran público europeo de la literatura fantástica, Robert E. Howard, principal exponente de una de las ramas más sensacionalistas de la fantasía heroica, la denominada por los norteamericanos «Sword and Sorcery» (espada y brujería) —la que está protagonizada por héroes más o menos bárbaros que tiran de espada por un «quítame allá esas pajas»—, se convirtió en el blanco preferido de todos aquellos que estaban en contra de la literatura fantástica. Por haberse suicidado a la edad de treinta años, al enterarse de la enfermedad incurable de su madre, se le motejó de desequilibrado. Por el hecho de que sus personajes masculinos no mostrasen excesivas apetencias por las hembras, se supuso que él era proclive a ciertos desviacionismos. Por haber nacido en Texas y ser educado en el Sur se le llamó racista. Se trataba, en resumen, de ataques sin fundamento dirigidos por cierto tipo de críticos que deseaban dar a sus obsesiones personales carácter universal. La primera acusación carece de fundamento, pues desde los estoicos sabemos que cada uno es dueño de escoger el fin que desee. Respecto a la segunda, bastará con recordar las andanzas de Conan El Cimerio, el último de sus héroes en ser creado, que recapitula todos los anteriores; yo recomendaría, en particular, releer la escena final de su relato «El coloso negro» («The Black Colossus», WT[1], junio 1933), donde REH desata sus sentimientos a través del bárbaro:

Conan avanzó hacia el altar y levantó a Yasmela en sus ensangrentados brazos. Ella se afanó convulsivamente con sus blancos brazos a su cuello cubierto de malla, sollozando histéricamente, como si no fuera a soltarle jamás.

—¡Diablos de Crom! —dijo él con un gruñido—. ¡Suéltame! Cincuenta mil hombres han muerto en este día, y aún me queda mucho por hacer…

—¡No! —dijo la joven, entre jadeos, agarrándose a él con frenética fuerza, tan bárbara como él en su miedo y su pasión—. ¡No dejaré que te vayas! ¡Soy tuya por el fuego, el acero y la sangre! ¡Y tú eres mío! ¡Allí pertenezco a otros… pero aquí tan sólo a mí… y a ti! ¡No te irás!

Él dudó, al notar que su mente vacilaba por el fiero despertar de sus violentas pasiones. […] Fuera, en el desierto, en las colinas que despuntaban sobre los océanos muertos, los hombres estaban muriendo y aullaban por las heridas, la sed y la locura, mientras los reinos se tambaleaban. Luego, todo desapareció, sumergido por la marea carmesí que anegó el alma de Conan, mientras estrujaba con fiereza entre sus brazos de hierro el esbelto cuerpo blanco que, como un fuego encantado de locura, relucía ante él[2].

Si bien es cierto que Robert E. Howard no oculta sus simpatías por los héroes de ascendencia céltica o germánica, etnias de las que él mismo provenía, y que pensara, según su visión de futuro de la humanidad, que la raza blanca desaparecería ante las razas «de color» —lo que daría lugar a su relato fragmentario «The Last White Man»—, jamás atacaría en sus obras a ninguna raza o grupo racial, ni utilizaría otros clichés que no fuesen los típicos de los años treinta, como podremos apreciar en los relatos del presente volumen, ambientados principalmente en África y protagonizados por gente de raza negra. Recordemos, además, que convertiría a Ace Jessel, un púgil negro, en el principal protagonista y héroe de su relato «The Apparition in the Price Ring» (Ghost Stories, abril 1929). Por si esto no fuese suficiente, no olvidemos que Bêlit, el gran amor de Conan —posible transposición a la vida real de la joven Novalyne Price, por la que el joven Bob Howard sentía una viva amistad—, no era hiboria, sino shemita.

* * *

Desde su primer relato «Spear and Fang» (WT, 1926) hasta su última novela, que aparecería a título póstumo, Almuric (WT, mayo, junio-julio, agosto 1939), Robert E. Howard publicaría algo más de trescientas obras de ficción, además de innumerables poemas, algunos de los cuales podrán leerse al final de este volumen en su lengua original. Cierto es que le tocó vivir en una época privilegiada para la literatura fantástica, la del auge de excelentes publicaciones periódicas, meramente fantásticas y de aventura como Argosy Weekly, The Blue Book Magazine, Golden Fleece, Oriental Stories, o de ciencia ficción de talante aventurero, como Amazing Stories o de una mezcla de todos estos géneros, con una inclinación notable hacia lo inusual, como Weird Tales, en donde aparecería la mayor parte de su producción. Codeándose con los grandes de aquel entonces —y de después— como H. P. Lovecraft, Clark Ashton Smith, Edmond Hamilton, Henry Kuttner, C. L. Moore, Jack Williamson o E. Hoffmann Price, entre muchos escritores excelentes, REH creó un estilo propio, definido por una tremenda intensidad descriptiva —no exenta de poesía—, que consigue un gran efecto con muy pocas palabras, lo que, además de convertirle en un maestro indiscutible del cuento y del relato, explica, asimismo, que escribiese muy pocas novelas.

Las influencias de otros autores en la obra de Robert E. Howard pueden ser deducidas siguiendo dos vías diferentes, complementarias y convergentes. La primera de ellas, que proviene de un análisis de su producción, muestra una influencia evidente de Jack London, sobre todo en la idiosincrasia de sus personajes, que son individualistas y aventureros. No olvidemos que London era partidario de una especie de marxismo utópico, muy impregnado de la idea del superhombre nietzscheano. Para el escritor norteamericano Ered Blosser, de quien hablaremos más adelante, la novela de London The Star Rover (1915) sirvió de fuente de inspiración no solo para el personaje de James Allison —lo que resulta evidente, ya que la novela de London recoge las ensoñaciones o recuerdos de vidas pasadas de un recluso encerrado como castigo en una especie de camisa de fuerza que le obliga a sentirse como si sufriese un experimento de privación sensorial—, sino para Conan, en la persona de un guerrero bárbaro que es miembro de la guardia de Poncio Pilotos, por el tiempo de la crucifixión de Jesucristo. Harold Lamb y su serie de estupendas biografías y novelas históricas también vienen a ser una fuente indudable de la vena orientalista y medieval de REH, lo mismo que H. P. Lovecraft, en lo referente al «horror cósmico» que acecha detrás de buena parte de sus relatos. Otras influencias importantes serían, de mayor a menor, las de Henry Rider Haggard y Edgar Rice Burroughs —en lo referente al África y a las civilizaciones perdidas—, la de Talbot Mundy —en lo concerniente al mundo antiguo y a los episodios que transcurren en la India y Afganistán, ya sean los protagonizados por Conan o por aventureros más recientes, como Francis Xavier Gordon o Kirby O’Donnell—, y, finalmente, las de Arthur Conan Doyle, R. W. Chambers, Rudyard Kipling —que incide en el mundo de los pictos de Escocia—, Arthur Machen —que influye en su serie sobre los «Gusanos de la Tierra»— y Bram Stoker y Sax Rohmer, por lo que concierne al mundo de los vampiros y los seres alados y a cierto aroma a arqueología novelesca de sus escritos.

Entre los 247 libros de la biblioteca de Robert E. Howard, donados tras su muerte por su padre, el doctor Isaac Howard, al Howard Payne College de Brownwood, Texas, donde REH cursase estudios, encontramos doce novelas de Edgar Rice Burroughs, cinco libros de K W. Chambers, diez de Conan Doyle, tres de H. Rider Haggard, cinco de Rudyard Kipling, cinco de Jack London, cinco de Talbot Mundy y siete de Sax Rohmer, autores que ya habíamos señalado.

* * *

La serie de relatos y poemas que componen Las aventuras de Solomon Kane se abre —desde el punto de vista de su publicación, que no en orden cronológico de eventos— con «Sombras rojas» («Red Shadows», WT, agosto 1928) y se cierra con «Alas en la noche» («Wings in the Night», WT, julio 1932). Durante estos cuatro años, REH ha escrito varios relatos protagonizados por Kull, Bran Mak Morn, Turlogh O’Brien, Cormac Fitzgeoffrey y Steve Costigan, un marinero pendenciero en busca de aventuras, además de otros cuentos de terror, poemas y su relato largo «Cara de calavera» («Skull-Face», WT, de octubre a diciembre de 1932), en donde un excombatiente de la Primera Guerra Mundial se enfrenta a Kathulos, un antiguo hechicero atlante. Indiquemos, para volver a recordarlo más adelante, el título de cuatro obras escritas por aquel tiempo: dos poemas —«The Riders of Babylon» (WT, enero 1928) y «The Gates of Nineveh» (WT, julio 1928)— y dos cuentos —«The Voice of El-Lil» (Oriental Stories, octubre 1930) y «The Blood of Belshazzar» (Oriental Stories, otoño 1931)—, todos ellos de una temática que calificaremos de «próximo-oriental».

El relevo de Solomon Kane lo tomaría Conan, cuya primera aventura, «El fénix en la espada» («The Phoenix on the Sword»), aparecería en el número de diciembre de 1932 de Weird Tales, y cuyos episodios coexistirían con los de James Allison, Kirby O’Donnell, Francis Xavier Gordon y la avalancha de los que llegarían más tarde, por lo general, westerns. Como si Robert E. Howard no quisiera olvidar del todo a Kane, la parte meridional del continente hiborio —donde Conan y Bêlit llevan a cabo sus incursiones piráticas— se parece enormemente a la del África Occidental que, como veremos, había conocido, en la mente de su autor, las andanzas de Solomon Kane.

Cuando en 1968, Glenn Lord, el albacea literario de Robert E. Howard —«El Guardián del Ídolo», como le llama amistosamente François Truchaud, el máximo experto francés en REH—, recibe el encargo de su amigo el prestigioso editor norteamericano Donald M. Grant de publicar la integral de sus aventuras, a la que da el título de la primera publicada, esto es, Red Shadows —cuyo título original era, por cierto, «Solomon Kane»—, precede a cada una de ellas de una supuesta nota biográfica que sirve de nexo de unión a las mismas, ya que entre cada una de ellas transcurren bastantes años. En la presente edición he juzgado innecesario añadirlas, optando por intercalar en esta introducción un breve apunte a las aventuras de nuestro héroe, basadas en la presente ordenación, diferente a la estándar que sigue la indicada por Glenn Lord. Como se verá, esto no ha sido debido a criterios de capricho o de preferencia, sino a una coherencia interna puesta de manifiesto al completar de manera novedosa, y con criterios rigurosamente howardianos, los episodios que J. Ramsey Campbell, en el mundo anglosajón, y Gianluiggi Zuddas, en Italia, habían terminado de manera coyuntural, o así me lo parece, para la editorial norteamericana Bantam Books y la italiana Fanucci, respectivamente.

No nos es posible fechar el año del nacimiento de Kane. Si nos atenemos al hecho de que en una de sus primeras aventuras, «La mano derecha de la condenación», se habla, textualmente, de «los soldados del Rey», y entendemos tal expresión no como lo que debe ser, esto es, las fuerzas de la Monarquía, sino que particularizamos al hecho de que quien gobierna es un varón, ello quiere decir que el suceso debe tener lugar durante el reinado de Enrique VIII, que fallece en 1547, o el de Eduardo VI, que dura hasta 1553, ya que después reinarían María Tudor, de 1553 a 1558, y, a partir de entonces y hasta el siglo XVII, Isabel I. Es decir, si nos atenemos a lo dicho, este primer episodio tendría que haber ocurrido antes de 1553. Por tanto, Kane habría tenido que nacer cerca de 1533 y tener por aquel entonces unos veinte años, lo que le convertiría en siete años mayor que Francis Drake. Como veremos más adelante, esto obligaría a adjudicarle una edad aproximada a los sesenta años en los sucesos relatados en el episodio «Las colinas de los muertos», ya que sir Richard Grenville, con cuyo fantasma se encontrará en dicho episodio, muere en 1591. Sinceramente, por mucha vida aventurera que Kane hubiese podido llevar, los episodios que aún le quedan por vivir después de 1591, y el modo en que están descritos, no podrían haber sido protagonizados por un hombre al borde de la vejez. Así pues, es cuestión de suponer que la expresión «los soldados del Rey» (en el original, «the King’s soldiers») es genérica, y postular para el nacimiento de Solomon Kane una fecha algo anterior a 1550. De acuerdo con ella, «Calaveras en las estrellas» y «La mano derecha de la condenación» ocurrirán en 1570, lo que concuerda con el hecho de que Kane se encuentre después en Francia, posiblemente para luchar contra los católicos a favor de los hugonotes. Recordemos que los conflictos entre ambos grupos confesionales durarán desde 1562 a 1629 y que la Noche de San Bartolomé, en que tiene lugar la tristemente célebre matanza de calvinistas franceses, ocurre en 1572. Justamente en Francia nos lo encontramos en el episodio «Sombras rojas», durante el cual, tras recorrer Europa persiguiendo al bandido Le Loup, marchará a África. Son los tiempos de la Reforma, que irá acumulando violencia sobre violencia hasta que un siglo después estalle la Guerra de los Treinta Años. Tras regresar a Europa, Kane viaja por Alemania como mercenario, y nosotros asistimos con él a sus episodios «Los Negros Jinetes de la Muerte», «Un bailoteo de huesos» y «El castillo del Diablo». Tras acompañar hasta Génova a John Silent, es capturado por los turcos, pero logrará escapar y regresar a Inglaterra. Allí se entera del rapto de la joven Marylin Taferal, a la que buscará por todo el Mediterráneo, hasta dar con ella en el reino africano de Negari, como se narra en «Luna de calaveras». Tras dejar en Inglaterra a Marylin se embarca con Francis Drake y los corsarios ingleses que han comenzado a atacar, por orden de Isabel I, a los navíos españoles. La variante del poema «El regreso al hogar de Solomon Kane», recogida en apéndice en la presente edición, e injustamente despreciada en ediciones anteriores, ilustra el momento en que Kane abandona para siempre a una joven llamada Bess para seguir la llamada del mar, pesar que acentuará, aún más, su tendencia a ser un hombre solitario. En 1578, realizando el viaje alrededor del globo que, de 1577 a 1580, efectúa junto con Drake, será testigo del juicio injusto y posterior ejecución de sir Thomas Doughty en la Bahía de San Julián, en la Patagonia, de lo que se nos informa en el episodio «El negro baldón». Al enterarse de que unos piratas han hundido el navío en donde viajaba la hija de un conocido, vuelve a Inglaterra para vengarse, ayudando de paso a una pareja de enamorados a sobreponerse a las intrigas de un aristócrata pervertido aliado con los piratas, tal y como se cuenta en «Las espadas de la Hermandad».

Kane se embarcará de nuevo con sir Richard Grenville, a bordo del Revenge. Pero la flotilla corsaria de la que forma parte será atacada en 1591 cerca de las Azores por una nutrida formación de buques españoles. Alfred Tennyson dedicaría su poema «Revenge» a la batalla que duró quince horas y que Kane recuerda en «El regreso al hogar de Solomon Kane». Grenville muere y él es hecho prisionero, debiendo soportar las torturas de la Inquisición. Sólo sabemos que consigue escapar de ella, pues en «Las colinas de los muertos» volvemos a encontrárnoslo en la Costa de los Esclavos, en el poblado de N’Longa, adonde fue a parar la primera vez que llegó a África. Tras exterminar a los vampiros que infestaban las colinas, continúa su avance en el corazón de África y encuentra una colonia de asirios descendientes de los habitantes de la antigua Nínive, tal y como se nos cuenta en el episodio «Los hijos de Asshur»; después, el fantasma de su amigo Grenville le previene del ataque de unos caníbales en «La aparición de sir Richard Grenville», llegando más tarde hasta un poblado que sufre el asedio de unos seres alados, que son, precisamente, las arpías de la Antigüedad. Su enfrentamiento con ellos dará lugar a la aventura «Alas en la noche». Posteriormente, en el episodio «Pasos en el interior», Kane, hecho prisionero por unos árabes esclavistas, acabará con una monstruosidad «lovecraftiana» que había sido encerrada por el Salomón bíblico en un mausoleo. Prosiguiendo su caminar hacia el interior del continente, en alas de un impulso que le obliga a ir cada vez más lejos, llegará a un gran lago cuajado de islas, a tiempo de reparar una injusticia y conducir a unos descendientes de los antiguos egipcios de la ciudad de Bubastis de vuelta a su hogar ancestral, tal y como se narra en «Hawk de Basti».

Algún tiempo después, Solomon Kane regresará a Inglaterra, con intención de retirarse a descansar en el pueblecito del condado de Devon donde naciera. Sus antiguos amigos han muerto, lo mismo que Bess. Pero la llamada del mar, como una condenación que pesa sobre él, le obligará a marcharse de nuevo. Este final tan propio de un aventurero y teñido con esa nostalgia tan céltica de la que tan orgulloso se sentía Robert E. Howard, aunque sólo la mostrase claramente en sus poemas, conforma «El regreso al hogar de Solomon Kane», episodio del que, como ya anunciase antes, se conocen dos versiones que podrán leerse en la presente edición.

En lo referente al perfil psicológico del personaje Solomon Kane, es indudable que debió sufrir alguna injusticia en su juventud que le hizo defender a los débiles y oprimidos por encima de cualquier otra consideración. En algunos momentos de sus aventuras aparecen referencias veladas a injusticias sufridas a manos de los monarcas de turno. Por otra parte, no olvidemos que su condición de puritano indisponía a mucha gente en su contra. Pero, como Robert E. Howard afirma en «Luna de calaveras», Kane —como tendremos ocasión de constatar en todos sus episodios— no es un auténtico puritano, sino «un hombre fuera de su tiempo… una extraña mezcla de puritano y caballero, con cierto matiz de filósofo antiguo y algo más de pagano». Además, Kane es hombre que se mueve por los impulsos de su corazón, que sólo permite a su razón el tiempo imprescindible para iluminar el camino a seguir. Ambas características le alinean con el resto de los héroes howardianos, con los que su autor desea identificarlo, sobre todo en el capítulo IV del episodio «Sombras rojas», cuando a Kane, obsesionado por el retumbar de los tambores, le parece revivir una situación anterior. En efecto, se trata de la descrita en el relato «Hombres de las sombras» («Men of the Shadows»), cuando su protagonista, un nórdico al servicio de Roma, observa la lucha entre el picto Bran Mak Morn y el hechicero Gonar, que se hallan rodeados por los bestiales hombres de la tribu, sentados alrededor del fuego. «Hombres de las sombras», el segundo de los relatos del ciclo de Bran Mak Morn, no fue publicado en vida de REH, pero tuvo que ser escrito al mismo tiempo que «Sombras rojas», ya que la fecha de publicación de este último es de agosto de 1928, y el primer cuento de la serie Bran Mak Morn, «La raza perdida» («The Lost Race»), de enero de 1927.

Otra característica de Kane es la que le relaciona con el Caín bíblico —en inglés, Cain y Kane tienen el mismo sonido— pues igual que él vaga, errante, por el mundo; connotación que en el episodio «Las colinas de los muertos» es achacable a un «innominado impulso paranoide […], el espíritu turbulento e inquieto del aventurero, del viajero», y que viene a unirse con la que se desprende de su nombre, Solomon, pues, debido a sus viajes, Kane ha conseguido la sabiduría del antiguo rey de Israel que se llamaba como él. Para terminar este apartado sobre la psicología de Kane, cabe preguntarse en algunos momentos si ese afán suyo de hacer cumplir la justicia divina, que no humana, no será debido a una necesidad de expiar una falta que no conocemos, de cumplir un castigo impuesto a sí mismo…

* * *

Al llevar a cabo la presente edición se me presentaron tres opciones. La primera de ellas parecía la más evidente, o sea, publicar, tal cual, la edición efectuada por Glenn Lord en el volumen Red Shadows, aunque varios de sus episodios se hallasen incompletos. La segunda y tercera se reducían a publicar las terminaciones de los episodios en cuestión, ya fuesen las escritas por el británico J. Ramsey Campbell para Bantam Books o por el italiano Gianluiggi Zuddas para Fanucci Editore, aunque, personalmente, me parecía recordar que la impresión que me habían dejado al leerlos, diez años atrás, era que no habían capado el ambiente e idiosincrasia propios de los héroes howardianos. Pensé dejar la elección para más tarde y comenzar por la traducción de la obra escrita por REH. Al llegar al fragmento «Hawk de Basti» —que en ambas colecciones figura antes del episodio «Pasos en el interior»— me extrañó que Kane se siguiese preguntando por las propiedades mágicas de su bastón ju-ju, cuya empuñadura adoptaba la forma de una cabeza de gato, ya que aquel animal era el utilizado por los antiguos egipcios en sus artes figurativas para representar a la diosa Bast, Basti o Bastet, de la que había tomado su nombre la ciudad de Bubastis. Si Kane había estado entre egipcios —como se deducía del fragmento en cuestión—, por fuerza tenía que conocer los orígenes de dicho bastón. Ello implicaba, por tanto, que «Hawk de Basti» debía ir después, y no antes, de «Pasos en el interior». Y como me parecía improcedente que el lector, después de leer que Kane se encontraba con los descendientes de unos egipcios, se diese de bruces con unos asirios… algo que suele ocurrir en muchas novelas de baja calidad de la temática de «razas perdidas», alteré el orden, teniendo en cuenta las referencias a varios episodios anteriores hechas, precisamente, en «Pasos en el interior». En el siguiente cuadro aparecen las diferencias entre la edición de Glenn Lord —a quien Fred Blosser siguió al escribir un interesante artículo, «The Trial of Solomon Kane. An Informal Biography», aparecido en el número 3 de septiembre de 1975 de Kull and the Barbarians, un magazine Marvel— y la mía:

EDICIÓN DE GLENN LORD /
FRED BLOSSER
ESTA EDICIÓN
Calaveras en las estrellas Calaveras en las estrellas
La mano derecha de la condenación La mano derecha de la condenación
Sombras rojas Sombras rojas
Un bailoteo de huesos Los Negros Jinetes de la Muerte
El castillo del Diablo (fragmento) Un bailoteo de huesos
Luna de Calaveras El castillo del Diablo
El negro baldón Luna de Calaveras
Las espadas de la Hermandad El negro baldón
Las colinas de los muertos Las espadas de la Hermandad
Hawk de Basti (fragmento) Las colinas de los muertos
La aparición de sir Richard Grenville Los hijos de Asshur
Alas en la noche La aparición de sir Richard Grenville
Pasos en el interior Alas en la noche
Los hijos de Asshur (fragmento) Pasos en el interior
El regreso al hogar de Solomon Kane (versión estándar) Hawk de Basti
El regreso al hogar de Solomon Kane

Una vez terminada la traducción del material escrito por REH, y sin volver a leer de nuevo las terminaciones de Ramsey Campbell y de Zuddas, para no sentirme influido por ellas, comencé a pensar en el modo más interesante en que podrían acabar los episodios incompletos, teniendo en cuenta las constantes howardianas y las componentes fantásticas para los mismos que me parecían indispensables. Así que hice los correspondientes esquemas y los desarrollé, pero no de manera inflexible, sino permitiendo que la situación fuese desarrollándose por sí sola. Y así fue, pues, en más de una ocasión, la dinámica interna y la propia personalidad de los personajes se impusieron al esquema que había esbozado. Sólo mantuve una premisa, que en algún momento me costó defender: no extenderme ni convertir los relatos en novelas.

Cuando terminé, mis textos equivalían a la tercera parte de lo escrito por REH, de manera que mi contribución a la ficción del presente volumen es del 25 por 100. Rápidamente, volví a leer los finales de Ramsey Campbell y de Zuddas y me felicité por no haber coincidido en nada con ellos.

En «Los Negros Jinetes de la Muerte», era evidente que la sombra con la que se encuentra Kane era de naturaleza espectral, pues pasaba, a través de él y de su caballo. Recordé que en una región selvática similar, el Bosque de Teotoburgo, el germano Arminio había vencido a las legiones romanas. Rápidamente, urdí una historia en donde aparecía el dios Odín, con su aspecto misterioso e inquietante de siempre, y apunté el hecho de que el jinete que se abalanzaba sobre Kane, bien podría haber sido el Tuerto montando su gigantesco corcel Sleipnir. Si Poul Anderson lee en alguna ocasión el episodio completado por mí, supongo que sabrá apreciar los guiños a su obra que aparecen en él. Ni que decir tiene que esta terminación va dedicada a Emilio Pascual, por permitirme actuar como un segundo Feliciano de Silva, al traducir y completar las aventuras de Solomon Kane, que no de Amadís.

El desenlace de «El castillo del Diablo» me parecía más peliagudo. Era evidente que Howard se había metido él mismo en una trampa, pues una vez dentro de un castillo no resulta nada fácil salir de él. Entonces pensé que si los dos ingleses no podían salir de allí, alguien podría sacarlos. Con unos cuantos toques de magia ritual y un poco de demonología (los datos e invocaciones son correctos), creo que quedó un final muy a lo Verhoeven y su película Los señores de la guerra, lleno de guiños que desvelaré, si acaso, en otro momento. Realmente fue el episodio que hice con más gusto. Su final va dedicado a Luis Alberto de Cuenca, justamente por todos esos guiños, que él sabrá captar.

«Los hijos de Asshur» resultó un hueso más duro de roer. Como resultaba evidente que REH estaba pensando en un relato largo, casi una novela, por el tratamiento y lo pormenorizado de los diferentes capítulos, tuve que hacer auténticos esfuerzos para no extenderme. El desenlace era evidente, ya que Howard había escrito algunos relatos que tenían que ver con el asedio de hordas salvajes a asentamientos y ciudades de pueblos civilizados, como sucede en «Los dioses de Bal-Sagoth» («The Gods of Bal-Sagoth», WT, octubre 1931), y en «Nekht Smerketh» y en «Guns of Khartum», ambos relatos no publicados en vida de REH. Su utilización de la palabra «Sula» para designar no sólo el nombre de un cautivo, sino el de unos feroces guerreros de raza negra, me hizo pensar en los zulúes y la derrota que infligieron a las tropas coloniales británicas destacadas en Sudáfrica el 22 de enero de 1879, lo cual quería decir que REH iba a aplicar el mismo desenlace al relato en cuestión. Sólo tenía que hilvanar algunos detalles, reformar algunas palabras asirías escritas incorrectamente por él y fortificar convenientemente la ciudad de Ninn, basándome en lo que sus habitantes podrían conocer sobre tal materia hasta antes de la caída de Nínive. Curiosamente, los efectivos británicos en la batalla celebrada en Isandhlwana ascendían a mil quinientos hombres, los mismos que componen las fuerzas asirías que se enfrentan victoriosamente a los Sulas en su confrontación en campo abierto. En esta ocasión, REH reescribe la historia a favor de los civilizados, aunque como veremos más tarde, la dinámica de la situación acabe por imponerse.

Cuando Robert E. Howard necesitaba una documentación histórica para alguno de sus trabajos, recurría a su amigo Tevis Clyde Smith, quien aparece citado en algunos casos como co-escritor, por ejemplo en el relato histórico «Red Blades of Black Cathay» (Oriental Stories, febrero-marzo 1931). Es indudable que el fragmento que nos ocupa, fechado antes de 1934, habría acabado cayendo en sus manos si el éxito conseguido por los relatos de Conan no lo hubiera relegado al olvido. Espero que mi colaboración en materia de historia antigua me haya valido la misma sonrisa, esbozada ahora en algún Valhalla remoto, que REH habría dedicado a su colaborador usual. Por su puesta en escena, aparatosa y romántica como una película de Griffith, va dedicada a una enamorada del cine: Rosa María Maroto.

Con anterioridad, Bob Howard había escrito varias obras relacionadas con las culturas del Próximo Oriente, anteriormente mencionadas, como los poemas «The Riders of Babylon» y «The Gates of Nineveh», y el relato «The Voice of El-Lil», que presenta a una colonia de sumerios viviendo en África, argumento este que pudo influir en el del fragmento «The Children of Asshur», o a la inversa. El cuento «The Blood of Belshazzar» también está relacionado con la temática que nos ocupa, pues hace referencia a una enorme joya propiedad de Belshazzar o Baltasar, el último monarca de Babilonia, que cae ante el persa Ciro en el 539 a. C. Poco menos de un siglo antes, en el 612 a. C., Nínive, ciudad de la que proceden los asirios de Ninn, había sido tomada por otro iranio, el medo Ciaxares.

Entre los libros que pasaron a engrosar los fondos del Howard Payne College, procedentes de la biblioteca de Robert E. Howard, de los que antes habláramos, hay uno que llama la atención. Se trata de una traducción al inglés de una autora rusa, Alexeiema Zenaide Ragozin. Su título, Assyria, from the Rise of the Empire to the Fall of Nineveh (1887), es muy significativo para nuestro propósito.

A la hora de las reconstrucciones históricas para la terminación del fragmento, añadiré que Robert E. Howard no podría haber utilizado con el mismo provecho que yo la fortaleza de Dur-Sharrukin —que he tomado como modelo de la ciudad de Ninn, eliminando ciertos defectos defensivos de una de sus murallas— erigida a 24 kilómetros al noreste de Nínive, porque las excavaciones realizadas durante la campaña de Oriental Institute de Chicago comenzada en 1930 y terminada en 1935, de la que él podría haber tenido noticias, sólo serían publicadas a partir de 1936, año de su fallecimiento. Por tanto, REH sólo podría haber contado con el trabajo de Botta y Flandin, y, así mismo, el de Place, editados después de 1850, un tanto anticuados en comparación con el anteriormente indicado.

Respecto al fragmento que se ha traducido como «Hawk de Basti», de su lectura atenta se deducía que Jeremy Hawk intenta engañar a Kane, por lo que este, o el Destino, habrán de aplicar su inapelable justicia. Y como la estancia de Kane en África parece ligada a su extraño bastón y a la extraña llamada que le impele más y más a adentrarse en el interior del continente, pensé que sus aventuras debían concluirse entre el pueblo de Basti, a quien pertenecía el bastón en cuestión. La temática de esta terminación ha traído a mi memoria una lluviosa tarde salmantina de otoño, en donde Miguel Ángel Elvira entretenía a un nutrido auditorio, contándole cuentos egipcios. Lógicamente, a él va dedicada.

Debo recordar que he considerado muy interesante, a efectos de hacer más nítido el perfil psicológico de Solomon Kane, que antes esbozase, presentar como apéndice la variante de «El regreso al hogar de Solomon Kane», publicada por Glenn Lord en el número de otoño de 1971 de The Howard Collector, ya que, aunque menos elaborada que la definitiva, aparecida a título póstumo en el número de otoño de 1936 de Fanciful Tales, presenta detalles esclarecedores.

En el presente volumen, después de cada uno de los episodios de Kane se indica la fecha y publicación en que aparecieron, así como su título original. Para los cuatro fragmentos, mi contribución figura a continuación, seguida, a su vez, por una breve nota que resume los argumentos de las diferentes versiones o adaptaciones a que dieran lugar, y que se termina con dos números separados por una barra y encerrados en un paréntesis que obedecen a la siguiente proporción: longitud del fragmento de REH/longitud de la correspondiente terminación.

Al tener que optar entre una versificación en castellano, que no podría reproducir el ritmo original en inglés, y una adaptación en prosa, lo más fiel posible al sentido y contenido poéticos, opté por lo segundo. Tampoco he seguido los criterios usuales en poesía, que consisten en enfrentar el texto traducido con el texto original, pues, dado que como lo que estamos leyendo son aventuras, pensé que el discurso filológico podría perturbar el discurso de la aventura, por lo que decidí presentar, a modo de apéndice, los poemas en su lengua original, para que quien lo desee pueda confrontarlos, a posteriori, con lo traducido.

Observarán unos cuantos mapas, que dan una localización general de las aventuras de Kane en África y otra más particular de dos de sus episodios más complicados, que se desarrollan en recintos cerrados sometidos a asedio.

Mientras tanto, en espera de la proyectada película sobre Solomon Kane producida por Edward Pressman, de la que Glenn Lord me hablase en su carta del 8-7-1991, sólo deseo que las aventuras de este héroe howardiano, hasta ahora, prácticamente ignorado en España puedan llegar a conocer parte de la gloria y aceptación de su «hermano», menor en años pero mayor en fama, Conan El Bárbaro.