Entre La que no existía… y la película que esta novela ha inspirado a H. G. Clouzot, Las diabólicas, sólo hay una relación, tan ligera que podría considerarse la película ajena al libro, y tan sólida que uno se ve, sin embargo, obligado a reconocer su íntimo parentesco. En realidad, ambas desarrollan la misma idea con métodos diferentes, y puede incluso decirse que cuanto más la película se esforzase en mantenerse fiel a la novela, más obligada estaría a apartarse de ella. En este sentido, la película de Clouzot es mucho menos una adaptación que una nueva creación de la que es oportuno subrayar la originalidad.
Los autores del libro han imaginado una novela policíaca clásica, pero en lugar de empezar por el crimen, han empezado por la maquinación que conduce a él. El relato está escrito enteramente desde el punto de vista de la víctima, lo que constituye la misma esencia del suspense. La angustia nace de la soledad asediada de un ser condenado desde hace mucho tiempo, y es precisamente esa soledad lo que la novela trata de hacer sensible mediante una técnica compleja en sus efectos, pero sencilla por su naturaleza, puesto que no utiliza más que palabras.
En cuanto al director, éste trabaja con imágenes, y la imagen es mucho más rebelde que la palabra. Imposibles los monólogos interiores, imposible el claroscuro sicológico. La imagen es el mundo real, el de los objetos y de los rostros. Clouzot no podía aislar al personaje clave y, no obstante, debía hacer sensible su drama. Le era preciso, pues, inventar una historia en que las imágenes, a su vez, fuesen capaces de mentir sin perder ese carácter de verdad que es la esencia del crimen. En El cuervo la realidad era enigmática; en El salario del miedo estaba profundamente corroída por la amenaza de una catástrofe inminente. En este caso se convierte en una máscara. Clouzot, gracias a una intriga notablemente ajustada, alcanza esa perfidia de la imagen que reúne de manera torturante el realismo con el expresionismo. Con ello hace estallar la vulgaridad de la película policíaca y confirma de manera totalmente independiente sus extraordinarias dotes de brujo.
Pero la ambigüedad de la película corresponde a la de la novela. En ésta el mundo es también una máscara y la mentira corrompe invisiblemente hasta los aspectos más familiares de la vida. El héroe del libro es un hombre sobre quien se ha lanzado una maldición y que, poco a poco, se ve aplastado por apariencias que ya no comprende. Los autores han querido en la medida de sus posibilidades, que son modestas, desembarazarse de los lugares comunes de la novela policíaca.
Así, pues, es cierto que Clouzot se ha apartado deliberadamente de nuestra novela. Como todos los grandes creadores, ha hecho gala de una gran independencia. Pero es igualmente cierto que no nos ha traicionado, pues lo que nosotros tratábamos de aportar como novedad es exactamente lo que él ha desarrollado, profundizado, ilustrado con esa fuerza, ese punch que caracterizan su estilo. Y porque tenemos una noción exacta de lo que le debemos, hemos querido, al principio de este libro, rendir homenaje al realizador de Las diabólicas. Gracias, señor Clouzot.