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Al día siguiente Arístides fue a la oficina de la Empresa a contar que iba a venir el cura Astudillo a decir misa en Chivilingo, y que todo el pueblo se estaba preparando. Los caballeros de terno oscuro le gritaron que él tenía la culpa por descuidado, ahora vas a tener que impedirlo, queda poco tiempo, que no vuelva ese agitador que estaría fondeando en la cárcel si el obispo no fuera de su misma ralea. Mucho mangoneo nos costó sacarlo de la parroquia. Vamos a traer a un curita como los de antes, no de éstos que promueven desfiles herejes con cajas de muertos que no existen. ¡Así que ese diablo del cura Astudillo sigue en contacto con la gente de este pueblo! Por carta, supongo. Tú no tienes nada que suponer, Arístides; tú consíguenos las cartas que prueben que el ex dirigente sindical y la iglesia están en contubernio. ¿Iván Alvayay le dicta las cartas a la Elba y ella quema las respuestas después de leídas? Nos gustó mucho que ahora que murió Antonio, que era harto buen barretero, te dediques a consolar a su viudita. ¡Cásate con ella, hombre! ¡Imagínate el prestigio que esa familia tiene en el pueblo! Aunque digas que ya nadie se acuerda de Iván Alvayay. Aquí en el pueblo lo creen una especie de santo. ¡Desarticula su proyecto! ¡Esto de los cajones que se le fue a ocurrir! ¡No puede haber salido de una mente sana! ¿Treinta y cuatro cajones, dices? No, tú no puedes decidir qué es lo que tiene importancia y qué no; nosotros somos los que decidimos. Debes contarnos todo para poder defendernos. Tuya será la culpa si ahora pasa algo. Es necesario que la gente se dedique a su trabajo y deje de pensar en política y en cosas criminales. Claro que son criminales, puesto que piensan llevar armas para atacar y después decir que somos nosotros los que comenzamos matando mujeres y niños. Si atacan cuando les prohibimos algo, claro, tenemos que defendernos. Entonces ellos dirán que somos nosotros los que usamos la violencia para someterlos y que en este país ya no existen la libertad ni la justicia, y que por eso se ven obligados a defenderse. Tú tienes que ocuparte de que no se lleve a cabo esta romería: estamos dispuestos a echarte del Pabellón si no lo logras. No tienes contrato más que de palabra y hay mucha gente interesada en tu trabajo. ¡Mira que si cantan la Internacional durante el desfile…! ¡Son muy capaces! Tú tienes que encargarte de que la gente piense en otra cosa, aunque sea anunciando que la Bambina va a montar su circo otra vez…

Y los señores se ríen: muy regalón te tiene la Bambina. Viejaza estará. La has servido todos estos años, así es que a su tiempo te dejará en herencia todos sus haberes. No se te olvide preocuparte de que arregle sus papeles, no le vaya a pasar lo mismo que a tu María Paine Guala. Y cuando todo sea tuyo, te ayudaremos a montar un buen negocio aquí, lo que quieras, un monopolio de tragos, por ejemplo, para que tú controles todos los bares clandestinos del pueblo bajo nuestra protección… lo que quieras, con tal de que no se lleve a cabo la romería. Ahora vuélvete al Pabellón. Ya es hora de que cierres la reja. Cómo no, señores. Hasta otro día. Hasta otro día, Arístides. Avísanos la fecha de llegada del cura Astudillo con anticipación.

¡Mira que venir a agitar a esta pobre gente que no tiene otro capital que su trabajo y que, por culpa de la política, puede perderlo todo si los despedimos de la mina! Pero no te preocupes mucho, que no va a pasar nada. Nunca pasa.

Y Arístides se va, y corre de un lado para otro bajo los árboles del parque, soplando su silbato para expulsar a los rezagados y a los jardineros remolones que se quedaron dormidos al pie de un pimiento, con una botella de vino al lado. Cierra la puerta con llave y va a buscar el catalejo. Como está oscureciendo, se instala en la glorieta de la puntilla, enciende su luz de carburo y enarbola el catalejo.