5

DE COMPRAS

—¿QUÉ TE PARECE ESTE VESTIDO, BELLE?

Yo estaba sentada en una incómoda silla de madera en una celda de detención fuera de los vestuarios del centro comercial, atrapada por todos los lados por satén elástico. Me sorprendía lo rápido que las demás chicas habían perdido el control, ofreciendo sus cuerpos como huésped al enemigo parásito: la ropa de vestir. Yo, serena, me di cuenta de que el combate era inevitable. Haría lo que fuera necesario para proteger ami especie.

—Es muy favorecedor; Lucy —dije con cautela, pues no quería revelar todo lo que sabía.

—¿Y este? —preguntó Angelica.

—Resalta el gris de tu cerebro humano —dije con la misma naturalidad que habría demostrado si literalmente hubiera sido así.

Angelica frunció el ceño y me miró con recelo. Su parásito iba a por mí. Tenía que actuar rápido.

—Angelica, ¿puedo hacerte una pregunta muy personal, porque confío en ti como amiga?

—Sí, claro.

Intenté pensar en algo que las amigas se preguntaran entre sí.

—¿Alguna vez te ha preocupado que tu recuento de glóbulos blancos sea más bajo que el de tus amigas? Me refiero a que, sí, tu sistema inmunológico está bien, pero ¿es el mejor?

Toqueteó su cinturón. Mi táctica estaba dando resultado. Decidí dispararle otra pregunta de esas que crean vínculos emocionales, obligando a salir a su parásito con el poder del discurso humano.

—¿No es extraño que las chicas se sientan cincuenta veces más atraídas por los hombres de caninos afilados que por los tiernos y adorables? ¡Me refiero a en qué resulta beneficioso desde el punto de vista dela evolución! Supongo que se debe a que los hombres de dientes afilados se sienten más seguros de sí mismos ante los alimentos correosos.

—¿Edwart tiene dientes afilados? —preguntó Angelica. Las chicas soltaron unas risitas tontas.

—¿Cuándo he dicho quién? ¿Quién ha hablado de Edwart? Lo que he dicho es«evolución», «beneficioso desde el punto de vista de la evolución». ¡Jolín! ¿Te mola o qué? ¿Te parece guapo? A mí no.

—No es guapo, pero es un buen tío. Es realmente un buen tío.

—¡No es un buen tío! —grité por lealtad—. ¡Es un hombre muy peligroso!

Las chicas intercambiaron unas miradas. Lucy lanzó una mirada siniestra a cambio de la mirada de complicidad de Laura, y Laura cambió esa mirada por otra tendenciosa de Angelica.

—Bueno, es extrañamente silencioso —admitió Laura, percatándose con astucia de lo peculiar que resulta para alguien que no es vampiro hablar con voz suave—. Es extraño cuando la gente no grita sabe Dios qué palabras e ideas a medio formar que esté incubando en su cabeza. Me pone los pelos de punta.

—Estoy de acuerdo —dijo Lucy—. He oído decir que en su antiguo colegio de primaria, los mayores solían hostigar a Edwart día sí y día también. Un día Edwart decidió que se acabó lo que se daba y, ¡pam!, los mayores le pegaron aún más fuerte. Después de eso Edwart atravesó por una fase mordedora que le duró un tiempo porque, ya sabes, no es que pueda precisamente devolver el golpe.

Lucy apretó su bíceps flacucho como si decir aquello implicase que Edwart no pudiera devolverles el golpe porque un solo puñetazo suyo podría resultar fatal.

—Claro que —añadió— esa historia puede que no sea más que una leyenda urbana.

—Sí —coincidí—. Es solo una leyenda urbana.

Sin embargo, no pude evitar recordar la advertencia de Angelica mientras los músculos de su boca sufrían un espasmo y escapaban a todo control consciente: «Cuidado con la corona». ¿Sería una «corona dental»? De ser así, ¿se correría Edwart una juerga de mordiscos vampíricos cuando el dentista le hubiera arreglado unos pequeños problemas cosméticos? Hummm. Tendría que incluir estos datos en mis «razones por las que salir con Edwart es un deporte de riesgo y por tanto una alternativa legal al gimnasio».

—Bueno, ¿a qué tienda vamos ahora? —pregunté mientras caminábamos por el centro comercial.

Había visto una tienda de objetos de cocina al pasar. ¿Tendrían un libro de cocina para vampiros? Era divertido… Tanta preocupación por si Edwart era vampiro y yo ni siquiera sabía qué comían los vampiros.

—La que tenga vestidos rebajados —dijo Lucy.

Yo me detuve en seco.

—Vale, vale, espera —dije clavando los tacones en la acera para resistirme el movimiento hacia delante como Scooby Doo, solo que nadie tiraba de mí, de modo que parecía que estuviera caminando sobre los talones—. No hay libros en las tiendas de vestidos.

—Estamos comprando más ropa —dijo Angelica, con la misma naturalidad con que, en los viejos tiempos, se decía «buenos días» a un vecino.

—No puedo comprar más ropa, chicas. Soy un modelo de conducta para un millón trescientas mil chicas; tengo que demostrarles que hay algo más en la vida quela ropa. Hay novelas ahí afuera. Novelas románticas, para cada tipo de monstruo fetiche.

—Perfecto —dijo Lucy—. Dividámonos. Nosotras tres continuaremos comprando en el bien iluminado y abarrotado centro comercial. Belle, tú errarás por ahí sola en busca de algo que leer en los callejones oscuros.

—¡Qué plan más genial! Os veré más tarde —dije.

—Vale. ¡Nos vernos por aquí cerca más tarde!

Busqué en vano material de lectura por calles y más calles. Incluso la tienda de ultramarinos, que suele tener unas etiquetas de vino muy bien escritas, me falló. Estaba todo en pictogramas.

Estaba a punto de rendirme cuando vi un reluciente coche de carreras cubierto de antenas. Algo en aquel coche despertó en mí una fuerte sensación… Me entraron unas ganas locas de remolcarlo. Nada me fastidia más que un coche aparcado en una zona de carga y descarga. Anoté la matrícula antes de entrar en la tienda «Juegos de ordenador y elasticidad de precios para cazadores de tormentas» que había a mi derecha. Alguien iba a sentir la fría mano de la justicia aquel día.

—¿Puedo ayudarte?

Un viejo desgraciado con aliento maloliente estaba metiéndome su cochina nariz en la cara. Lo lamenté por él. Era demasiado tarde para que su vida tuviera alguna influencia sobre mí, Belle Goose, miembro de la Cruz Roja, canguro diplomada.

—¿Tiene por casualidad algún juego de simulación de vampiros? Quiero ver el mundo a través de los ojos de Edwart Mullen. Borre eso. ¿Tiene algún juego de simulación de Edwart Mullen?

—Bueno, no conozco ninguno de este último, pero tenemos muchos de lo primero. Tenemos el de simulación de vampiro durmiendo en su ataúd, el de simulación del temor de los vampiros al crucifijo, simulación de vampiro bebiendo sangre humana, el de simulación de vampiro de aspecto superior a la media, pero por otra parte completamente normal…

—¡Oooh! ¡Ese! Ese es el que quiero.

—Vale. Siéntate en la cabina y yo te ayudaré a ponerte las gafas 3D.

—Supongo que esas gafas también evitan que el espíritu del vampiro escape cuando apagas el del humano —dije poniéndome las gafas y atándomelas fuerte.

—Estas gafas hacen que todas las cosas verdes tengan sombras rojas.

—Claro. Y la línea pequeña es que te convierten en un vampiro.

—Si ese es el personaje que has elegido, sí, pero permíteme que te sugiera que elijas a Yoshi, un formidable desvalido entre un elenco completamente armado y cargado.

—Sí, claro… lo haré —dije, dando ami personaje vampiro un lanzador de misiles.

Nada más activar la simulación empecé a sentir que la piel se me blanqueaba y que tenía una cabellera preciosa. Noté que los dientes se me afilaban y la sangre se me moría. De repente tuve aquella insaciable necesidad, una insaciable necesidad de magnesio.

No… No era eso. Lo que quería era sangre.

Corrí la cortina de la cabina; me sorprendió mi propia fuerza cuando el tejido se desplazó sin esfuerzo hacia un lado. Era libre y ni siquiera mi moral podría detenerme.

—¡Eh, tú! —dije a modo de amenaza dirigiéndome al viejo.

No tenía nada personal contra él, pero no podía controlarme. Ser vampiro era difícil. Estaba llena de un reciente temor hacia Edwart, que podía pasear todos los días por el pasillo sin anhelar hincar el diente a la muñeca de la persona que tuviera más cerca, como estaba haciendo yo en aquel momento.

El anciano era viejo pero fuerte. Se me sacudió de encima con un movimiento circular de muñeca, quitándome las gafas con cinco gestos lentos pero continuados.

Mientras el espíritu del vampiro escapaba, recuperé rápidamente mis sentidos.

—¿Queeé…? —Me libré de la sensación de mareo y limpié mi saliva de su muñeca—. Esto es una locura de máquina, viejo —le informé—. Espero que tenga licencia para esto.

Agarré todas mis cosas y salí sin coger los mandos para juegos que había comprado. No le daría aquella satisfacción.

El sol ya se había puesto y las calles estaban fantasmagóricamente silenciosas salvo por el ruido «Uuuuuuuu» fantasmal que yo hacía para espantar a los zombis, enemigos de los espectros. Tenía que contrarrestar aquello con ruidos de zombis para espantar a cualquier espectro que pudiera haber atraído. Mientras vagaba sin rumbo por los callejones negros como boca de lobo, tuve la divertida sensación de que estaba siendo observada. Oí unos pies arrastrándose y el peculiar sonido de un mando de juegos Sega volando por los aires. Me volví. Era el viejo, que de manera senil lanzaba su mercancía. El corazón empezó a latirme con fuerza en el pecho, aporreándome las costillas para alardear de su potencia muscular. Alguien me estaba siguiendo.

Rápido, me dije a mí misma. Intenta recordar lo que aprendiste en la clase de defensa personal de Jimbo para jóvenes damas. Jimbo era un hombre con aspecto bovino y tatuajes carcelarios.

«Entra en el callejón oscuro más próximo —recordé que decía Jimbo—. Quédate paralizada como un conejo o la criatura que quieras, para confundir a tu atacante. Si tu atacante te grita, respóndele con educación; tal vez tu optimismo le haga cambiar de idea. Si estás a punto de subir a un ascensor con un hombre con el que te sientes incómoda en un espacio tan reducido y cerrado, entra sin pensarlo más. Recuerda, el miedo es una emoción irracional que deberías ignorar».

Armada con aquellos consejos, me metí en el callejón sin salida más próximo, me acurruqué hasta hacerme una bola y empecé a rodar.

—¿Adónde me llevas? —me tentó el viejo—. Por favor, levántate y coge el mando de los videojuegos… No puedo agacharme tanto.

Justo entonces oí un zumbido familiar. Alcé la vista. Era el cuerpo de Edwart que se lanzaba en picado desde el tejado del edificio más cercano. Me levanté para intentar salvarlo, pero dirigió hábilmente su cuerpo hacia el hombre y lo derribó. El viejo gimoteó y luego se acomodó para echar una siestecita en el suelo usando el codo como almohada. A los viejos les gusta aprovechar cualquier excusa para ponerse a dormir.

—Por favor, ven conmigo a mi coche, Belle —me propuso amablemente, renqueando hacia mí—. Bueno, solo si tú quieres.

—Nanay, no con esa actitud.

—¿Por favorcito?

Sacudí la cabeza, contrariada.

—¿Cuál es la forma verbal mágica?

—Belle —protestó—. No tenemos tiempo para esto. Además, odio cuando me obligas a hacer esto.

—El imperativo, Edwart. La forma verbal mágica es el imperativo. No tienes que ocultar tu inclinación natural a mandarme. Quiero que te sientas cómodo conmigo, Edwart. Hasta el punto de la dominación.

—Vale, vale. —Respiró hondo y me señaló—. Tú —dijo con frialdad; las palabras fluían directamente de algún depósito de palabras primordial y autoritario—. Vea donde quieras, que espero que sea mi coche, donde estaré yo, si Dios quiere.

—De acuerdo.

Se relajó.

—¿No estás enfadada conmigo por ser tan dominante? No se tratará de un truco, ¿verdad?

—No, Edwart —dije conduciéndolo hasta su coche—. Entra.

Se metió dentro de un salto como si yo hubiera encendido el motor para él, mirándome con ternura… con una ternura asesina.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó.

—Sí. ¿Por qué no habría de estar bien?

—¿Lo dices en serio, Belle? ¿No eras consciente de lo que ese viejo enfermo estaba intentando hacer? —Sacudió la cabeza, indignado—. Tienes suerte de que me haya pasado todo el día en ese tejado. Ese viejo… estaba intentando venderte un producto Sega.

—¿Y qué estabas haciendo esperándome todo el día encima de un tejado? —le pregunté, observando cómo sus nudillos se ponían blancos ante su propia mención de Sega—. ¿Cómo pudiste predecir que él me engatusaría, allí arriba, si no era que sabías sus intenciones por telepatía? —Ahí lo había pillado: solo los vampiros tienen un supertalento.

—Estaba observando el cielo desde ese tejado —dijo tranquilamente—. Examinando Mercurio a través de mi telescopio. Las cosas que he visto y oído, Belle… son tan difíciles de explicar.

—Inténtalo, Edwart. El único modo de que esto funcione es ser sinceros el uno con el otro. Sinceros sobre Mercurio.

—Estaba dando vueltas. Hay un montón de planetas ahí afuera, Belle. Dando vueltas y más vueltas.

Nos quedamos en silencio durante un momento.

—Prométeme que nunca volverás a pasear sola por esas calles, Belle. —Su cara se retorció de ira intermitente. De repente bajó la ventana y gritó—: ¡Ella juega a la Nintendo! —Inhaló profundamente—. ¡Juega a la Nintendo! —Soltó el aire—. No siempre voy a estar ahí para mantenerte a salvo de Sega.

Yo intenté no respirar tan ruidosamente para no interrumpir su ira protectora. Era hermoso.

—¿Tienes hambre? —preguntó por fin—. Lo sé… solo somos amigos, pero… podríamos ser amigos y cenar juntos, si te apetece. O podríamos comer en mesas separadas y seguir siendo amigos. O podríamos comer en mesas separadas pero estar saliendo juntos. Quiero decir… —Me miró—. Lo más probable es que ya lo sepas, porque eres una chica lista.

—¿Estás ofreciéndome llevarme a cenar?

Asintió despacio.

De repente mis ojos empezaron a centellear y a echar chispas. Nada me pone más furiosa que cuando la gente hace cosas bonitas por mí.

—Oye —dije cogiéndole por el pescuezo—. Yo soy la buena. Tú eres el que no puede controlar la agresión. ¿Lo entiendes?

—¡Oh, Dios! —dijo; le salía sangre dela nariz—. La has hecho buena, Belle… Ahora sí quela has hecho buena. Las frases en estilo directo me hacen sangrar la nariz.

—Eso está mejor —dije soltándole el pescuezo—. Sé bueno y enfádate.

—¿Puedes sujetarme la nariz, por favor? No quiero apartar las manos del volante.

—Claro. —Le pincé la nariz con los dedos—. Pequeño vampiro gamberro —añadí entre dientes antes de que bajara la adrenalina—. ¡Hala! ¡Mira ese palacio!

Edwart se acercó al bordillo. Aparcamos junto a lo que solo puedo describir como un moderno panteón diurno. BUCA DI BEPPO se anunciaba con una letra llena de florituras y luces de neón.

—¿No es genial? —preguntó Edwart; me tocó el hombro, luego retiró la mano y por fin volvió a dejarla allí cuando yo se la dirigí—. Pensaba que Italia estaba llena de estos… bistros.

Me asustaba y me halagaba a la vez el hecho de que Edwart quisiera introducirme en su estilo cultural de vida. Y sin embargo, una pequeña parte de mi corazón, tal vez la válvula pulmonar, se hundió. ¿Hacíamos realmente tan buena pareja como yo me repetía a mí misma delante del espejo? Él era más mundano y a la vez más ultramundano que yo. ¿Qué mundo podía aportar yo a nuestra relación?

El inframundo, pensé, rompiendo muy decidida en dos mi cupón de «Entra en el cielo gratis». Si miro hacia atrás, probablemente podría haber encontrado un mundo mejor silo hubiera pensado con más calma. Se me ocurre el mundo marino, por ejemplo.

Edwart me llevó a una mesa pequeña e íntima que estaba junto al televisor del bar. Curiosamente, la camarera fue muy rápida e interrumpió nuestro têtê à têtê privado sobre si el equipo azul era bueno o malo con un irrelevante comentario sobre los platos del día. ¿Y fue una impresión mía o me dio completamente la espalda mientras hablaba con Edwart? Tal vez yo estuviera defendiendo mi territorio, pero parecía que se había plantado sobre la mesa con el único propósito de desairarme y llenar su perspectiva con una visión de Edwart.

—Tomaré una lasaña buca pequeña —dije a las musculosas pantorrillas de la camarera.

—Que sea una Buca grande —intervino Edwart.

—¿Estás seguro? —preguntó la camarera—. Una Buca pequeña alimenta a entre siete y nueve personas. Aquí hacemos las cosas al estilo familiar. Al estilo de esas familias que joden el crecimiento sostenible de la población.

—Estoy seguro —dijo, guiñándome tranquilamente un ojo a través de las piernas de la camarera, que cruzó las piernas. Ya no podíamos vernos el uno al otro.

Cuando se fue, Edwart clavó sus encandiladores ojos de disco-ball en mí. Solo con mirarlo me sentía transportada a otra parte, a una rave. Una rave de luces pulsantes y multicolores en forma de ojo.

—Normalmente, yo no habría pedido por ti —explicó Edwart—, pero con todo lo que ha pasado en la última hora, todo tan confuso, acelerado y condensado para propósitos cómicos, apuesto lo que sea a que estarás algo hambrienta.

—¿Cómo lo sabes? Es como si pudieras interpretar la expresión de mi rostro.

Edwart frunció el ceño y bajó la vista hacia el mantel.

—En realidad, tú eres la única persona a quien no puedo interpretar. Siempre me he considerado bueno leyendo las expresiones de la gente y haciendo suposiciones aventuradas sobre cómo se sentían, pero tú… Te miro a la cara e intento adivinar qué estás pensando, y lo único que oigo es PIIIIIP. Solo un pitido gigante, el sonido que hace un monitor médico cuando te mueres y todo se apaga. Un PIIIP. Sí, eso es.

Ah, el viejo pitido al que me había acostumbrado al hacerme mayor. Un sonido por defecto, si quieres, que mi mente produce siempre que no tenga nada más interesante en que pensar.

—Ya sé qué quieres decir.

—Aquí está otra vez ese sonido —dijo Edwart—. ¿Qué decías? Porque a mí me suena como PIP PIP PIP PIP.

La camarera trajo mi fuente de lasaña.

—¿Estás seguro de que tú no quieres nada? —preguntó a Edwart, persistiendo en su actitud.

—¿Hacéis morcillas de sangre?

—Sí.

—Genial, entonces unas morcillas. Pero no te pases con la morcilla.

—¿Que no me pase con la morcilla?

—Sí, soy más un chico de salsas.

—¿Un chico de salsa de tomate?

—Sí, un chico de salsa de tomate. —Se volvió hacia mí—. ¿Qué estabas diciendo?

PIIIP, pensé mientras buscaba desesperadamente algo que decir. Entonces tuve otra de mis sólidas corazonadas: su uso constante de desinfectante Purrel, su amor por los videojuegos, su carencia de amigos, su observación de planetas y su desmadejada manera de correr…

—Eres un zombi —exclamé.

—No soy un zombi.

Así que volví a la teoría del vampiro.

Cuando me llevaba a casa me preguntó si tenía alguna teoría más.

—Unas pocas —dije—. ¿Sabes que dicen que el universo está en constante expansión? Bueno, yo creo que lo del espacio exterior es una patraña y que la NASA es el asilo de los funcionarios de la CIA —expliqué—. La luna sí es de verdad.

—Me refería a teorías sobre mí —dijo Edwart—. El modo en que a veces me miras… Vale, el modo en que a veces me miras los dientes y comentas que mi palidez es inhumana o que mi frialdad es inhumana y el modo en que ahora mismo acercas el oído ami pecho… ¿Qué está pasando dentro de esa cabecita tuya?

—No te late el corazón.

—¡A eso me refería! ¿Por qué me dices cosas como esa? ¿Qué crees que puedo ser? —Me miró nervioso—. Crees que soy un robot como los demás, ¿verdad? Por favor, Belle… Yo… Yo no puedo aguantarlo.

—¿Por qué no hago yo las preguntas y tú respondes? —le pregunté. Para ser sincera, la teoría del robot era nueva para mí. Requería que la estudiara más a fondo.

—Muy bien. Dispara.

—¿Existe algún motivo por el que no debamos estar juntos?

Edwart suspiró.

—Temía que me preguntaras eso. Lo cierto es que no soy bueno para ti, Belle. Soy peligroso. —Empezó a conducir en zigzag—. Demasiado peligroso. No quiero hacerte daño. —Se pasó el semáforo en rojo—. Nunca me lo perdonaría si te pongo en peligro.

Se detuvo delante del semáforo en ámbar para poder girara la izquierda cuando estuviera rojo.

—¿Por qué no me dejas conducir a mí la próxima vez? —pregunté.

—Eso sería una solución. —Se rio—. No tengo carnet. Bueno, hay algo más que quiero preguntarte: ¿Cuál es tu color favorito?

—El azul.

—¿Y tu flor favorita?

—Las margaritas.

—¡Guay! Bueno, ya no tengo más preguntas para ti. Creo que es interesante que tengas una flor favorita. Esa era mi pregunta trampa.

—He mentido sobre mi color favorito. En realidad no me importan los colores. El azul no tiene ningún valor para mí.

Apartó una mano del volante para acomodarme bien el cabello por detrás de la oreja.

—A eso me refería: eres especial. Los dos lo somos. Los dos creemos en más cosas que los demás. —Aparcó el coche y se volvió hacia mí—. ¿Quieres que hablemos de esas cosas?

—Claro Me encantaría hablar de esas cosas.

Tuvimos un debate. Fue muy interesante.

—Tengo que entrar a casa —dije cuando se acabó—. Son las nueve de la noche y debo empezar a preparar el desayuno ami padre.

—Buenas noches —dijo, y me apretó la mano.

Me acerqué para darle un beso de buenas noches en la mejilla. De repente me encontré dando besos al aire. Edwart se había marchado.

—¡No vuelvas a intentar ninguna triquiñuela más! —me reprendió una voz enojada que salía de debajo del asiento del conductor.

—Lo siento, Edwart.

—¡Ni siquiera somos novios todavía! —dijo la voz—. Necesito tiempo para aclimatarme a estar cerca de ti. Tiempo para hacer manitas, ¡por Dios bendito! —Asomó la cabeza por el hueco que quedaba entre el asiento y el volante—. Belle, ¿podemos ser completamente sinceros el uno con el otro?

—Claro, Edwart. No podemos mantener una relación a menos que tú seas completamente sincero respecto a tu capacidad de destrucción.

—Vale. Bien… ¿Y si te dijera que carezco de capacidad de destrucción? ¿Qué tengo que sacar el zumo de manzana con las dos manos y que nunca podré abrirte una lata de nada? ¿Y si te dijera que una vez había una araña en mi ducha y empecé a tirarle tazas de agua hasta que lentamente se ahogó y que durante años he vivido con ese complejo de culpa hasta que me hice vegetariano?

Vegetariano en el mundo de los vampiros significa que bebes cualquier tipo de sangre menos la humana. Bueno, creo que una analogía más adecuada es kosher, y sería mejor que un comité de terminología vampírica, parecido a L’Academie française, se reuniera y encontrara una palabra original para eso. Aunque no estoy segura de con quién tendría que ponerme en contacto. Y tampoco tengo tiempo para averiguarlo. Estoy muy ocupada con el instituto y todo eso.

—¿Y si te dijera —prosiguió Edwart de manera hipotética y no demasiado relevante— que eres la segunda chica en el mundo a la que le he cogido la mano? (La primera fue mi madre). ¿Y si te confesara que gritar al televisor ha reactivado mi hernia? ¿Seguirías queriendo salir conmigo?

—Bueno, Edwart. En primer lugar, si esas cosas fueran ciertas ni siquiera estaríamos juntos en el mismo coche —puntualicé—. En segundo lugar, nunca saldría con un mentiroso que afirmara que no puede levantar cuarenta litros de zumo de manzana. Para ser sincera, creo que tu habilidad sobrehumana de lanzar latas de zumo de manzana tan grandes como coches es uno de tus mayores atractivos. Por favor, Edwart —dije mirando en lo más hondo de su alma y viendo que su alma guardaba otros muchos formidables secretos vampíricos—, soy la única persona en la que siempre podrás confiar. A partir de aquí, seamos francos el uno con el otro.

Parecía a punto de llorar; era evidente que debido a la alegría que sentía al librarse de la terrible carga de sus secretos.

—Vale —dijo por fin—. Me has pillado. Soy la mayor amenaza para tu seguridad, y si quedamos, te prometo que no podré evitar… no podré evitar… —tartamudeó, demasiado avergonzado para enumerar todas y cada una de sus terribles capacidades.

—¿No podrás evitar convertirme en un pellejo desinflado? —susurré.

—Eres muy rara, Belle —dijo con el consuelo de alguien que te conoce tan bien que puede burlarse de vez en cuando de tus defectos, que, aunque inexcusables, son del todo adorables—. Eres hermosa, pero pasmosa e inconcebiblemente extraña.

—¡Lo sabía! —Abracé el aire que le rodeaba para que pudiera aclimatarse al delicioso aroma de mi sangre. Tenía sabor a pomelo.

—Pasaré a recogerte mañana a las siete de la mañana para tu primera reunión del Club de la Elasticidad de los Precios.

—¿Y de qué peligrosa actividad es tapadera? —le pregunté mientras salía del coche.

Se acarició el mentón lampiño y reflexionó en silencio.

—Ya lo verás —dijo por fin.

Entré correteando en la casa, confusa pero emocionada. ¿Tenían los vampiros un modo especial de hacer aparecer billetes de dólar? ¿No afectaría eso gravemente a la inflación? Los cambios en los precios ¿no tendrían efecto cero sobre Edwart, puesto que había estado ahorrando dinero durante cientos de años?

Y de nuevo, la economía en aquellos tiempos.

—Hola, Belle —dijo mi padre cuando me oyó entrar—. ¿Qué tal lo has pasado esta noche?

No respondí. Habría requerido demasiadas explicaciones. Mi padre no tenía ni idea de que había vampiros de verdad ahí afuera y su preocupación por mí no era más que una reacción química de su cerebro para asegurarla perpetuación de los genes, una reacción similar a la que hacía que yo encontrase a los vampiros tan puñeteramente guapos.