—La violencia en la playa —salmodia David a través de su labio hinchado— es algo muy chungo.
—Totalmente inapropiada —coincide Johnny.
—Está fuera de lugar —concuerda el Marea Alta.
—Al este de la 5 —dice el Doce Dedos.
Boone se limita a asentir con la cabeza. Está demasiado ocupado asando el pescado para intervenir en la conversación, porque no quiere que se le quemen los filetes y el espectáculo de la puesta del sol —es para caerse de culo, algo increíble, una prueba de que Dios existe— ya lo distrae lo suficiente. Además, le duele mucho la mandíbula, al igual que la nariz —casi seguro que la tiene rota—, así que lo más sencillo es mantener cerrado el buzón.
Y disfrutar de la reanudación de las comidas al aire libre al atardecer en la playa.
Hasta el Optimista ha venido a la fiesta, aunque permanece sobre el paseo entarimado, sin pisar la arena, y se niega a probar los tacos de pescado. Boone está calentando para él una cena de Stouffer en el microondas de su casa.
Pete está muy guapa con su ojo a la funerala.
Claro que ella no opina lo mismo y se «avergüenza muchísimo» de su comportamiento «tan poco profesional» en Rockpile, pero Boone sabe que flipó. Mejor aún, a raíz de su participación en la batalla de Rockpile y a pesar de que jamás se sube a una tabla, Pete es ahora y para siempre miembro de pleno derecho y totalmente reconocido del Club del Amanecer.
Así lo demuestra el hecho de que le hayan puesto un sobrenombre.
Loco Ono.
Es sarcástico y grosero, pero ella es lo bastante inteligente para saber que lo hacen por divertirse, más que para burlarse de ella. De modo que eso es bueno: bueno para ella y bueno para su relación.
«Porque supongo que eso es lo que tenemos ahora —piensa Boone—: una relación. ¡Guau! Aunque vamos a seguir siendo incompatibles socioeconómicamente, porque no voy a estudiar Derecho y lo de jefe de seguridad de Nichols ha quedado descartado, de modo que vamos a ver qué pasa ahora.»
Nada, supongo.
Nada nuevo, en todo caso, y eso ya está bien. El verano está llegando a su fin y van a comenzar las estaciones más serias. Tendrá suficiente solo con resolver la que se viene. La conspiración de Paradise Homes ya se va desentrañando, hay gente que ha salido corriendo a ponerse a cubierto o a apuntarse para ser los primeros en la cadena de los testimonios y tanto Mary Lou como Alan reparten citaciones como si fueran cupones del supermercado.
Sin embargo, es inevitable que haya represalias. La mitad de la estructura del poder de San Diego arremeterá contra ellos, al igual que el cartel de Baja, y Boone no sabe cuál de los dos es más mortífero.
Mira a su alrededor, al grupo de sus amigos, mientras retira el pescado de la parrilla. Introduce los trozos en las tortillas y distribuye los tacos.
«Volvemos a ser amigos, pero en realidad no se ha acabado —piensa—. Todavía tengo que reparar algunas relaciones: con David y el Doce Dedos, Johnny y el Marea Alta en especial, y eso llevará tiempo.»
Van a hacer falta unas cuantas sesiones de surf buenas, algunos días de dar vueltas juntos por la playa, algunas noches de contar historias. Tal vez signifique que nos miremos a nosotros mismos con otros ojos. Algo así le había escrito Sunny en un mensaje de correo electrónico.
Hola, Boone:
Me he enterado de toda la locura que ha habido últimamente. Guau. Dos veces guau. Es como si el Club del Amanecer hubiese pasado por la lavadora. Pero ya sabes cómo es esto: si logras salir del otro lado, el mundo se ve algo diferente. Como más fresco. Recuerdo algo que decía Kelly: «Tu visión es tanto un espejo como una ventana». No está nada mal, Boone, para ti y para todos nuestros amigos. Pasadlo bien, ¿sí?, y cuidaos los unos a los otros.
Cariños.
Sunny
P. D.: ¿Cómo te fue con tu ligue?
Boone se queda mirando el mar.
Empieza a formarse espuma.
Hay olas. Son pequeñas, pero olas, al fin y al cabo.
Ya no es Kansas.
Tal vez…
Dakota del Sur.