Corey Blasingame se presenta ante el juez aquella tarde y se declara culpable de homicidio con circunstancias atenuantes.
El juez lo acepta y fija la fecha de declaración de sentencia para dos meses después, aunque, como se ha acordado previamente, le aplicará la sentencia intermedia de setenta y dos meses y tendrá en cuenta el tiempo que ya ha cumplido.
En circunstancias normales, Corey saldrá en menos de tres años.
El juez le concede unos minutos para despedirse, antes de que se lo lleven los alguaciles, aunque en realidad no hay nadie a quien decir adiós. Tanto su madre como su padre han muerto, no tiene hermanos ni ningún amigo de verdad. Boone observa que ninguno de los surfistas de Rockpile ni de los luchadores de Team Domination se ha tomado la molestia de asistir.
Banzai está allí, casi como si quisiera asumir la responsabilidad por haber echado a perder el caso de asesinato.
También están presentes un montón de surfistas, tantos como caben en la galería y más fuera del juzgado, un puñado de grupos defensores de los «derechos humanos» con carteles que rezan «Justicia para Kelly», «Ya basta de odio» y «Racismo», con una línea en diagonal para tachar la palabra. Su disgusto por la manera en que se ha negociado la sentencia es palpable y dentro de la sala Boone siente sus ojos rabiosos clavados en su nuca.
De modo que los únicos que apoyan a Corey son los integrantes del equipo de la defensa: Alan, Petra y Boone. Si alguno de ellos hubiese esperado una muestra de gratitud, se habría llevado una desilusión. Corey se limita a mirarlos con la estúpida sonrisa ambivalente de quien acaba de salirse con la suya.
A Alan le da la impresión de que tiene que decir algo.
—Es probable que salgas dentro de tres años, tal vez menos. Tendrás toda la vida por delante.
«Más o menos —piensa Boone.»
Es probable que Corey todavía no haya pensado que el patrimonio de su padre estará inmovilizado por los litigios y que después se liquidará para pagar las demandas, de modo que, cuando Corey salga del talego, no tendrá ni casa ni pasta, sino antecedentes penales en una ciudad que lo odia y ni un amigo en el mundo. Boone no se molesta en informarle al respecto ni del hecho de que ha salvado al chaval de que lo acuchillaran en la jaula o le hicieran algo peor.
Corey mira a Alan, después a Petra y por último a Boone y dice entre dientes:
—No tengo nada que decir.
«Yo tampoco», piensa Boone.
Nada en absoluto.
5.